La jornada tuvo como centro la exigencia del cese de la persecución (despenalización) y estigmatización a quienes consumen drogas o plantan sus propias plantas. Resulta que en Argentina el 50% de las causas federales son entabladas contra jóvenes por tenencia de marihuana y solo el 1% tiene a un narco por acusado, mientras las cárceles se pueblan de “perejiles”, encarcelados por fumarse un porro, o por ser el eslabón más pobre y expuesto de la cadena del narcotráfico: las “mulas” o “soldados” que utilizan las grandes e impunes bandas delectivas.
Durante la campaña electoral, Macri, Scioli, y Massa rechazaron el planteo de la despenalización, mientras se acusaban de no hacer nada contra los grandes narcos y las cocinas de paco, que todos saben habitan en Tigre, Rosario y las villas de la Capital. Sus propuestas se limitaban a ver quién proponía sumar más policías a las fuerzas federales o locales, al punto de proponer, de consenso entre los tres, militarizar las villas con el ejército. La realidad es que no hay verdadera lucha contra el narcotráfico si no se desmantela la complicidad entre las fuerzas de seguridad (policías, gendarmería y prefectura), los jueces y los gobernantes patronales de todos los niveles, provinciales y nacionales.
Desde nuestro partido planteamos no solo la despenalización del consumo, sino la legalización de toda la cadena de obtención de la materia prima, elaboración, distribución, tenencia y consumo del conjunto de las sustancias psicoactivas llamadas “drogas”. Porque la ilegalidad y el prohibicionismo sólo ha llevado a perseguir a los consumidores (en su mayor parte jóvenes), asegurar superganancias a las mafias y bandas de narcos que lucran con esa situación de ilegalidad y a políticas “represivas” que han sido un fracaso.
El narcotráfico es un negocio capitalista muy rentable. Mueve anualmente 600.000 millones de dólares, con márgenes de utilidad cercanos al 3000%. La mayor parte de esas colosales ganancias se deben justamente a su condición de ilegalidad y se utilizan, en parte, para comprar favores de políticos, policías y jueces. No pagan impuestos ni sufren ningún tipo de retención, y ocupan a millones de trabajadores en condiciones de esclavitud. Por eso no llama la atención que en Estados Unidos, el principal consumidor del mundo, nunca cae ningún gran capitalista mafioso de la droga. El imperialismo es parte fundamental del problema, ya que lo usó para sus fines intervencionistas en los países semicoloniales, vía la DEA o personal militar directo, experiencias de las que Scioli, Macri y Massa querían sacar “enseñanzas”. Cuando lo que habría que aprender de la historia estadounidense, es del fracaso del prohibicionismo con la “Ley Seca”: la ilegalización del consumo de alchol promovió el tráfico ilegal, las bandas criminales, y la mayor distribución de cocaína, y no consiguió su supuesto objetivo de mermar el consumo de bebidas alcohólicas.
El consumo de drogas es una realidad inocultable en el marco de que vivimos sumidos en una pauperización de esta sociedad capitalista en la que se destruye la educación y el acceso al empleo. Exigir “legalizar” las drogas no es para fomentar su consumo, por el contrario, los regímenes más estrictos, como el de Estados Unidos, son dónde más se consume.
La regulación de la producción y distribución por parte del estado permitiría determinar qué es lo que se consume y realizar campañas de prevención activas contra su uso abusivo. Y, sobre todo, haría que aquellos que sufren adicciones, reciban como corresponde tratamiento del sistema de salud pública. Realizando campañas de prevención explicando las consecuencias de su uso abusivo (como las que se realizan actualmente con el tabaco). La legalización, por ende, es el medio para combatir las mafias y sus crímenes, reducir el consumo y disminuir las muertes y hospitalizaciones por motivos de droga.