Escribe Mariana Morena
El 21 de febrero de 1848 se publicó por primera vez en Londres, en forma de folleto, el Manifiesto Comunista, con autoría de Marx y Engels. Europa estaba inmersa en una gravísima crisis económica, que pronto resultó en la primera oleada revolucionaria obrera del Viejo Continente. Desde entonces, siguen plenamente vigentes sus definiciones sobre el sistema económico capitalista imperialista, así como las tareas propuestas a los trabajadores del mundo para terminar con la propiedad privada y la explotación.
“Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo.” Con esta frase cargada de dramatismo y muy a tono con el estilo literario de la época, Marx y Engels, dos jóvenes pensadores y dirigentes revolucionarios, daban inicio al Manifiesto del Partido Comunista, escrito en Bruselas por encargo de la organización de obreros alemanes en la que militaban, la Liga de los Comunistas, como programa oficial. Traducido a multitud de idiomas y publicado en tiradas masivas, se convirtió en uno de los ensayos políticos más influyentes de la historia.
Hacia fines de 1847 Europa se hundía en una profunda crisis económica que agravaba las penurias de millones de obreros y campesinos. Mientras, las clases ricas y poderosas temblaban frente a la posibilidad de estallidos que confrontaran el injusto orden social. Precisamente tres días después de su publicación en Londres, el 24 de febrero de 1848, cien mil obreros ganaron las calles de París, levantaron barricadas en toda la ciudad y, apoyados por la Guardia Nacional, jaquearon al rey Luis Felipe forzándolo a abdicar y exigiendo el sufragio universal, la libertad de prensa y la reducción de la jornada laboral.
Las protestas se extendieron más allá del río Rin: a comienzos de marzo estallaron revueltas en Viena y días más tarde en Berlín. La denominada “primavera de los pueblos” también alcanzó a Hungría e Italia, donde los trabajadores se alzaron por libertades democráticas y reformas sociales. Decididos a participar activamente del proceso, Marx y Engels fundaron en Colonia, un importante centro industrial, el periódico Nueva Gaceta Renana, que se publicaría hasta mayo del año siguiente, cuando la ola revolucionaria fue aplastada y se restauró la monarquía absoluta. Marx fue expulsado de Alemania y Engels enjuiciado por delito de prensa. Sin embargo, el programa revolucionario del Manifiesto Comunista atravesó triunfante ese primer ensayo revolucionario de la clase obrera europea.
Un programa probado por la historia
El Manifiesto desarrolla una serie de ideas “que conservan todo su vigor”, como bien señalaría Trotsky en el prefacio que escribió noventa años después de su primera publicación, a la luz de experiencias revolucionarias posteriores como la Comuna de París de 1871 y la mismísima Revolución Rusa de 1917.
Una de estas ideas es la concepción materialista de la historia, que desterró todas las demás interpretaciones del proceso histórico (como la existencia de dioses o super-hombres que influyeran en el curso de los acontecimientos), y postuló que la historia de las sociedades es la historia de las luchas entre clases. En particular, el Manifiesto desarrolló las líneas generales del funcionamiento del capitalismo (que Marx describiría en forma acabada en El Capital), señalando el rol progresivo de la burguesía en sus inicios, que llevó a un desarrollo de las fuerzas productivas como nunca antes en la historia, pero advirtiendo su tendencia a empobrecer inexorablemente el nivel de vida de los trabajadores. Caracteriza al Estado como “la junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”, confirmando por lo tanto que la democracia creada por la burguesía solo está al servicio de esta clase.
Por esta razón, el Manifiesto sigue postulando que, además de organizarse sindicalmente para pelear por sus derechos como trabajadores frente a los patrones (de quienes los separan intereses de clase irreconciliables), los trabajadores deben organizarse como clase en un partido político, con independencia de todos los sectores burgueses. Ese partido tiene una tarea: tomar el poder del Estado y hacer la revolución socialista que expropie a la burguesía y encamine la transformación socialista de la sociedad. El gobierno de los trabajadores será, entonces, la única y verdadera democracia proletaria, que, junto con el propio Estado, dejarán de ser necesarios al desaparecer las clases.
Por último, y si bien fue escrito antes del desarrollo del capitalismo como sistema imperialista, el Manifiesto enfatiza el carácter internacional de la revolución socialista. Asegura que “los trabajadores no tienen patria”, y que “en resumen, los comunistas apoyan por doquier todo movimiento revolucionario contra el régimen social y político existente.” De más está aclarar la necesidad actual de la lucha de los trabajadores en todos los países y la solidaridad internacionalista en las peleas contra cada uno de los regímenes que oprimen y explotan a los pueblos del mundo.
La herramienta para avanzar con el programa revolucionario
Hoy, en todo el mundo aumentan la pobreza, la desocupación y el hambre, junto con una desigualdad brutal. El 82% de la riqueza mundial generada durante el año pasado fue a parar a manos del 1% más rico, mientras el 50% más pobre –unos 3.700 millones de personas– no se benefició en lo más mínimo. Asimismo, el imperialismo, expresión superior del poder del capitalismo, sigue masacrando pueblos, como actualmente ocurre en Medio Oriente. La propia existencia del planeta está en riesgo debido a la explotación de recursos no renovables y a la contaminación que ocasionan las grandes multinacionales. No queda más que terminar con esta barbarie.
Los socialistas revolucionarios seguimos reafirmando la vigencia del Manifiesto Comunista como programa para la revolución socialista mundial, mientras luchamos por la construcción de una alternativa política independiente para los trabajadores y sectores populares, tanto en cada país como apostando al fortalecimiento de una dirección internacional. “Que las clases gobernantes tiemblen ante una revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar. ¡Proletarios de todos los países, uníos!” Seguimos fieles a esta arenga revolucionaria que ilumina la larga y heroica historia de lucha de la clase obrera.