Escrible José Castillo
La mayoría de la matriz energética argentina depende del gas y el petróleo. Así nos calefaccionamos y cocinamos. Pero también de esta forma se alimentan las centrales térmicas que proveen de electricidad a nuestro país.
En el mundo hay países que no tienen gas ni petróleo y que por lo tanto deben gastar gran parte de sus divisas en importarlos. Otros, los menos, están beneficiados por poseer en su territorio esos recursos. Así pueden autoabastecerse y, además, les sobra para exportar y hacerse de dólares. Por eso casi todos los países petrolíferos y gasíferos cuentan con empresas estatales a tal fin.
La Argentina está en el peor de los mundos: somos un país con gas y petróleo, entregados totalmente al saqueo de las multinacionales. A partir de las privatizaciones del peronismo menemista, se habilitó un esquema no tocado por ninguno de los gobiernos posteriores. Los grandes pulpos del petróleo y el gas se dedicaron a extraerlo, sin invertir un peso en nuevas exploraciones. Así, año a año, las reservas se fueron achicando.
Finalmente, tuvimos que empezar a importar gas y petróleo. Luego, cuando ya no le convenía más, Repsol terminó desentendiéndose de YPF, que fue reestatizada pagando a cambio millonadas a la multinacional española.
El desguace de YPF y Gas del Estado
Durante décadas existieron YPF y Gas del Estado, dos grandes empresas estatales. YPF exploraba, abría pozos, fundaba pueblos, extraía petróleo hasta alcanzar el autoabastecimiento y exportaba. Además refinaba el propio petróleo y tenía una inmensa red de comercialización vía estaciones de servicio que llegaban hasta los rincones más alejados del país. Gas del Estado, por su parte, cubría todo el proceso desde la extracción, el transporte vía gasoductos hasta la distribución domiciliaria. Llegó así a ser una de las compañías gasíferas más grandes del mundo, con gasoductos de un tamaño sólo superado por los soviéticos.
Menem con la privatización desguazó ambas empresas. El saqueo petrolero se garantizó regalando los pozos con concesiones prácticamente a perpetuidad, mientras se cerraban otros, se echaba a decenas de miles de trabajadores y se transformaba a ciudades enteras en prácticamente pueblos fantasmas.
En el caso de Gas del Estado se desarmó la empresa descuartizando el negocio. Para la extracción se recurrió a los mismos pulpos del negocio petrolero. Se crearon las “transportadoras” (Transportadora Gas del Norte y Transportadora Gas del Sur) y se subdividió en varias empresas la distribución final. Todo al servicio de “capturar subsidios” y hacer superganancias sin invertir un solo peso.
Vaca Muerta
El surgimiento de la extracción de gas y petróleo no convencional (por el método denominado fracking, prohibido en muchas partes del mundo por contaminante) puso de moda el yacimiento de Vaca Muerta. Se habla de la posibilidad de extraer recursos por valores superiores a todas las reservas existentes del país. Por eso todos los monopolios internacionales del sector pusieron el ojo en esa zona. El gobierno nacional (con Cristina Kirchner anteriormente y ahora con Macri) le dio vía libre al saqueo. Así, fue durante el peronismo kirchnerismo que se firmó el acuerdo secreto YPF-Chevron, que le daba privilegios absolutos a la multinacional yanqui. Macri, por su parte, en todos sus viajes y reuniones con funcionarios y empresarios extranjeros nunca deja de “ofrecer” los negocios que se pueden hacer con ese yacimiento. El gobierno provincial neuquino, a la vez, no dudó un segundo en pasar por encima de todos los derechos de los pueblos originarios de la zona para también tener “su tajada” en el negocio. Vaca Muerta, en síntesis, se presenta como el paradigma del saqueo para los años venideros.
¿Cómo recuperar la soberanía energética?
La conclusión es obvia: pagamos carísimo el gas y el petróleo, cada día tenemos menos reservas y gastamos millonadas en importaciones, mientras seguimos garantizándole el saqueo a todas las empresas monopólicas que se instalan en las distintas etapas del negocio.
Hay que terminar con el saqueo, rescindiendo todos los contratos existentes. Y construir una gran empresa estatal gasífero-petrolera que recupere lo mejor de la vieja tradición de YPF y Gas del Estado, que unifique todo el negocio, desde la exploración, pasando por la extracción, la refinación y la comercialización en el caso del petróleo, y la extracción, el transporte y la distribución en el gas. Esa gran empresa, gestionada por sus propios trabajadores y técnicos, será capaz así de recuperar nuestra soberanía energética y aportar a un programa de desarrollo de nuestros recursos al servicio de las necesidades de las mayorías populares.