Escribe José Castillo
Muchos economistas, tanto del gobierno como de la oposición peronista, atacan nuestra posición por “utópica”. Sostienen que no se puede dejar de pagar la deuda externa. Que si lo hacemos nos sobrevendrían todos los males, algunos llegan a decir que “nos invadirían” o que “nos bloquearían”.
No es cierto. La Argentina tiene recursos, produce alimentos, tiene gas, petróleo, produce acero y aluminio. Nuestro problema no es “que no entran capitales”, sino todo lo que se va por el barril sin fondo de la deuda. Por supuesto que suspender los pagos no será una medida fácil, y que deberemos complementar con otras, como proponerle al conjunto de los países latinoamericanos conformar un club de deudores para encarar de conjunto los eventuales chantajes que pueda hacernos el imperialismo.
Pero no estamos planteando algo que no haya sucedido otras veces en la historia. Los economistas Kenneth Rogoff y Carmen Reinhardt, de la Universidad de Harvard, han contabilizado doscientos casos de cesaciones de pago de deuda de los Estados desde 1800 a la fecha. Pero no necesitamos irnos tan lejos: en diciembre de 2001, presionado por las enormes movilizaciones populares del argentinazo, el entonces presidente Rodríguez Saá llegó a proclamarlo en su discurso de asunción en el Congreso. Si bien fue una suspensión de pagos parcial, e incluso a los pocos años (en 2005) Néstor Kirchner volvió a pagarla, ello bastó para que la economía saliera de la crisis en que estaba sometida y creciera, con superávit fiscal durante varios años. Como ejemplo de lo que se pudo hacer, en marzo de 2002 se otorgaron dos millones de planes sociales a los desocupados, utilizando los fondos que de otra manera se hubieran destinado a los acreedores externos.
Entonces somos tajantes. La respuesta de qué pasa si no pagamos es clara: lograríamos reactivar la economía, podríamos subir los salarios, terminar con el desempleo y darnos un plan de desarrollo. Son muchas más las ventajas que los riesgos. En cambio, si seguimos pagando, nuestro destino de miseria y marginación está cantado.