Escribe Pina Scarffi
Los datos oficiales del Indec señalan que la inflación de octubre alcanzó 5,4%, la segunda más alta del año tras septiembre, que había sido de 6,5%. Así, la inflación acumulada del año ya alcanza 39,5%, aunque en varios rubros de la canasta familiar es mucho mayor. Mientras tanto, los salarios llevan perdido en promedio un 15%.
El dólar no subió en octubre. Por el contrario, bajó un poco. Pero eso no impidió que los precios siguieran su camino hacia las nubes. Gracias a los tarifazos y a la voracidad de los empresarios que siguen remarcando, los alimentos, los gastos de vivienda y el transporte encabezaron la lista de los precios que más crecieron el mes pasado.
La inflación de este año ya es la más alta desde 1991, al final de la hiperinflación. Y no da señales de detenerse. El gobierno de Macri afirma, contento, que “a lo mejor” los precios de noviembre “sólo” subirán entre 3% y 3,5%. Y que otro tanto sucederá en diciembre. ¡Y con eso quieren vendernos que está empezando a bajar la inflación, cuando terminaremos el año con una suba total de precios de cerca de 50%!
Mientras tanto, los salarios se hunden irremediablemente. Es que apenas cuatro gremios (camioneros, bancarios, petroleros y sanidad) lograron en la reapertura de paritarias llegar a 40% de aumento. Aún ellos perderán contra una inflación que será casi de un 10% más. Muchos otros, aun renegociando, están apenas en 25%. Y todavía quedan aquellos que se quedaron atrás, con apenas 15% de aumento por los acuerdos firmados a principios de año.
En los lugares de trabajo la conversación constante es que apenas si se llega a mitad de mes. O que directamente llegan facturas de servicios que no se pueden pagar. Cada vez son más los trabajadores que, si tienen la suerte de estar en blanco y tener una tarjeta de crédito la usan para pagar en cuotas las compras más imprescindibles. O que no pueden pagar el total del vencimiento de esa tarjeta, y refinancian parte del saldo, siendo reventados por los intereses.
Todo esto se refleja en los datos de la caída del consumo popular en todos los rubros. No sólo no se compra ropa o ningún artículo prescindible. Ya directamente el achique se observa en la propia canasta básica. Se pasa de primeras a segundas marcas, y luego se empieza a recortar cada vez más lo imprescindible e incluso se lo deja de comprar. Así vemos cómo se reduce la compra de lácteos, o de los artículos de limpieza más necesarios.
Con este panorama queda claro que el bono de 5.000 pesos, encima cobrado en dos cuotas, y que será cobrado por apenas 20% del total de los trabajadores (cuando descontamos todos los que no lo recibirán) es una absoluta burla. Se calcula que un bono para cubrir lo que perdió un trabajador privado este año tendría que ascender a 75.000 pesos. Y para un trabajador estatal estaría arriba de los 50.000.
Hay que terminar ya mismo con esta auténtica pulverización que están sufriendo nuestros salarios. Por un lado, parando con la feroz remarcación de precios. No sirve de nada un programa de “precios cuidados” que nadie cuida, cada vez contiene menos productos y encima son inencontrables. Hay que poner precios máximos a todos los productos de la canasta familiar y controlarlos severamente, con sanciones de multas, clausuras y hasta expropiaciones para todas las cadenas de híper y supermercados que los violen. A esto hay que sumarle la necesidad de dar marcha atrás con todos los tarifazos.
Al mismo tiempo, se necesita el otorgamiento de un auténtico aumento salarial de emergencia (no el actual bono basura) que cubra de verdad lo que se ha perdido. Y la reapertura inmediata de todas las paritarias, sin techos ni condicionamientos. Al servicio de fortalecer este reclamo, tenemos que exigir a la CGT y a las CTA un paro de 48 horas con movilización, como parte de un plan de lucha para enfrentar el ajuste de Macri, los gobernadores y el FMI.