Escribe Nicolás Núñez, legislador porteño Izquierda Socialista/FIT Unidad
Los gobiernos capitalistas del mundo han optado unánimemente por un discurso bélico para presentar sus políticas ante la pandemia. Mucho se ha dicho respecto de cómo de esa manera se busca una idea de “unidad” contra el virus y se justifican medidas “excepcionales” en nombre del enfrentamiento contra el “enemigo invisible”. Sin embargo, la imagen de la guerra también pretende instalar otra idea, y es la de que estamos haciendo frente a algo que viene “desde afuera”, a algo externo, casi una amenaza extraterrestre que se hizo presente entre nosotros de forma inesperada. Pero resulta que el coronavirus es todo lo contrario.
En estos días se han apilado informes sobre cómo en los últimos años desde todos los ámbitos se venía insistiendo sobre la inminencia de un nuevo brote que podría poner sobre las cuerdas el sistema sanitario mundial. Hasta se hicieron películas al respecto (Contagio, 2011), y la Organización Mundial de la Salud había advertido sobre que estaban más que dadas las condiciones para la aparición de un nuevo virus con síntomas similares a los de una gripe que podría surgir en un punto recóndito del globo para luego expandirse a escala planetaria. El propio gobierno de los Estados Unidos había recibido informes de su Departamento de Defensa al respecto, que fueron descubiertos en estos días, mientras Trump se paseaba diciendo que esta crisis era imposible de haber sido prevista.
Diversos análisis, entre los que se destacan el de Rob Wallace (autor del libro Grandes granjas generan grandes gripes), que dedicó los últimos veinticinco años al estudio de epidemias, y los de Silvia Ribeiro, del Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (que realiza estudios independientes con estatus consultivo en la ONU), han señalado con vehemencia y fundamento la relación entre la cada vez más frecuente proliferación de procesos de zoonosis (en los que se producen las mutaciones y saltos de virus de animales a humanos) y las políticas de destrucción ambiental e impulso de los agronegocios a escala planetaria.
Señalan cómo, por un lado, el calentamiento global y la deforestación que produce la migración masiva y la puesta en contacto entre distintas especies fomentan la circulación de virus que en su ambiente natural no resultaban dañinos. Así como también la proliferación de feedlots, donde millones de cerdos son hacinados y vacunados constantemente con antibióticos y antivirales, que funcionan como megalaboratorios descontrolados en los que mutan los virus. Ya la Organización Mundial de la Salud en 2017 hizo un llamado a “las industrias agropecuarias, piscicultoras y alimentarias a que dejen de utilizar sistemáticamente antibióticos para estimular el crecimiento de animales sanos”. Nadie hizo caso a pesar de que teníamos el antecedente en 2009 de la llamada gripe A H1N1, cuyo virus tuvo origen en la empresa productora de cerdos Granjas Carrol, en Veracruz, México, en ese momento propiedad de la entonces mayor productora de carne a nivel global, Smithfield, y que fuera luego comprada en 2013 por el WH Group chino.
Desde ya que a la hora de pensar en el coronavirus también hay que reflexionar sobre las condiciones de insalubridad y hacinamiento en que se alimentan los sectores populares empobrecidos por las políticas de la dictadura capitalista china. Pero lo que salta a la luz es que nada tiene de imprevisible ni de “natural” la actual crisis pandémica. Es la consecuencia de la ambición capitalista, de las multinacionales del agronegocio, de las empresas farmacéuticas que, por su baja rentabilidad, no se preocupan por investigar patógenos como los coronavirus, y de los gobiernos que destruyeron la salud pública para fomentar la medicina privada.
Además de exigir a escala mundial políticas concretas de fondo para enfrentar la pandemia, es necesario poner en discusión los procesos de destrucción ambiental que “cocinaron” la actual crisis. Y de la mano de eso, denunciar lo enormemente peligroso e irracional de un sistema capitalista en el que un tercio de los alimentos que se producen anualmente se echan a perder sin que nadie los compre mientras mueren al año nueve millones de personas por problemas de malnutrición. Y sumarle a eso las 4.2 millones de muertes prematuras relacionadas con la contaminación del aire. No hay peor pandemia y amenaza a la vida que este capitalismo decadente y sus gobiernos.