Escribe Federico Novo Foti
La detención de los delegados del soviet de San Petersburgo en 1905 marcó el cierre del primer gran intento de poder obrero en Rusia. Aquel “ensayo general” anticipó las revoluciones triunfantes de 1917.
Era la tarde del 3 de diciembre de 1905 cuando el ruido de las botas y los sables de los destacamentos de cosacos, gendarmes y policías enviados por el zar Nicolás II anunció a los delegados obreros, reunidos en el salón de planta baja, que el edificio de la Sociedad Libre de Economía, sede del soviet (consejo) de San Petersburgo, estaba rodeado. La tensión se apoderó del lugar. Desde un balcón, León Trotsky gritó a los delegados: “¡Camaradas, no presenten resistencia!” y ordenó que inutilizaran sus pistolas antes de entregarlas a la policía.1
La suerte del soviet, organismo obrero democrático surgido al calor de la primera revolución rusa, estaba echada. Soldados y policías irrumpieron en el edificio y ocuparon sus corredores. De entre ellos se adelantó un oficial y comenzó a leer la orden de arresto. Serían detenidos los 262 delegados presentes. Así llegaban a su fin los 52 días del soviet de delegados obreros de San Petersburgo y comenzaba a declinar la primera revolución rusa.
La revolución de 1905 y el surgimiento de los soviets
A comienzos del siglo XX, el atrasado imperio ruso estaba gobernado por la férrea autocracia de los zares. Tenía una población de 150 millones de personas, en su abrumadora mayoría campesinos pobres. Las principales ciudades, la capital San Petersburgo y Moscú, concentraban a 3 millones de habitantes, entre ellos un proletariado industrial con varios centenares de miles de obreros.
La revolución estalló el 9 de enero de 1905, tras el “Domingo Sangriento”. El 3 de enero había comenzado una huelga en la fábrica metalúrgica Putilov de San Petersburgo por el despido de cuatro obreros. A los pocos días había 150 mil trabajadores en huelga. El domingo, una inmensa manifestación de obreros y sus familias, encabezados por el cura Gueorgui Gapón, se dirigió pacíficamente al Palacio de Invierno, residencia de los zares. Llevaban retratos del zar, a quien rogaban “justicia y protección”. Pedían amnistía, libertades públicas, separación de la Iglesia y el Estado, ocho horas de trabajo, aumento salarial, cesión progresiva de la tierra al pueblo y, fundamentalmente, una Asamblea Constituyente elegida por sufragio universal. Pero el zar ordenó reprimir a los manifestantes, dejando centenares de muertos y miles de heridos.
La respuesta fue una oleada de huelgas y levantamientos campesinos que sacudieron al imperio. En junio se amotinaron la Marina y el Ejército, agobiados por el esfuerzo de la guerra ruso-japonesa.2 En octubre, los ferroviarios abandonaron sus puestos de trabajo y desencadenaron una nueva oleada huelguística. Se sumaron metalúrgicos, textiles, médicos e incluso las bailarinas de los ballets imperiales. El campo ardió con sublevaciones en más de un tercio del país. También se sumaron estudiantes y profesores universitarios.
Al calor de la huelga, el 13 de octubre se reunieron en el Instituto Tecnológico de San Petersburgo unos 30 delegados de fábricas que lanzaron un llamado a huelga general y a elegir delegados (uno cada 500 obreros) en todas las fábricas. El 17 de octubre, el soviet eligió su Comité Ejecutivo, entre cuyos miembros destacaba Trotsky, joven dirigente del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (Posdr), quien se convertiría en su portavoz y principal dirigente.3 Así surgía el primer soviet de delegados obreros, un organismo que llegó a representar a más de la mitad de los obreros de San Petersburgo (unos 200 mil) y que impulsó la formación de soviets en ciudades como Moscú y Kiev. El nuevo organismo orientó el último tramo revolucionario. En él actuaban democrática y unitariamente los partidos obreros (el POSDR y los socialrevolucionarios), los delegados sin partido, sindicatos y también profesionales como médicos y abogados. El soviet adquirió una enorme autoridad: sus órdenes e instrucciones eran obedecidas por las masas revolucionarias. Era denominado popularmente “el gobierno proletario”.
Movido por el temor, Nicolás II y su ministro Serguei Witte publicaron el “Manifiesto de Octubre”, que prometía convocar a una Duma nacional, un parlamento muy restringido. Lenin lo definió como “una caricatura de representación popular”. Los enfrentamientos continuaron y el 1° de noviembre el soviet convocó una nueva huelga general. En muchas fábricas, apoyados por el soviet, se impusieron las ocho horas de trabajo. Los pueblos oprimidos se levantaron. Estudiantes polacos quemaban retratos del zar y libros en ruso, exigiendo que la enseñanza dependiera del soviet. También se organizó una liga de los pueblos musulmanes.
Ensayo general de la revolución
Sin embargo, no existió un organismo que coordinara a los 58 soviets constituidos durante la ola de huelgas, y la revolución comenzó a decaer bajo los golpes de la contrarrevolución. Las revueltas agrarias no se generalizaron ni lograron quebrar al ejército, integrado mayoritariamente por soldados campesinos. El gobierno entendió que había llegado el momento de atacar de frente al soviet, deteniendo a Trotsky y a los “diputados obreros”. La insurrección de Moscú, del 9 al 17 de diciembre, fue uno de los últimos desafíos al zarismo.
En los meses siguientes, los 52 dirigentes del soviet detenidos (uno fue fusilado) fueron trasladados de prisión en prisión. El 19 de septiembre de 1906 comenzó el juicio contra ellos. Trotsky vio en el proceso judicial la oportunidad de denunciar al zarismo y en su alegato defendió el derecho de las masas a la insurrección, definiendo al soviet como “el órgano de autogobierno de las masas revolucionarias”.4 El veredicto del tribunal fue la absolución de todos los miembros, excepto quince de ellos, entre los que estaba Trotsky, quienes fueron sentenciados a perder sus derechos civiles y al destierro perpetuo en Siberia.5
La primera revolución rusa fue derrotada. Pero fue un “ensayo general” para los acontecimientos posteriores. Doce años después, tras un período de reacción y en medio de los sufrimientos de la Primera Guerra Mundial, en febrero de 1917 una nueva insurrección, esta vez triunfante, acabó con el zarismo. En octubre triunfó el primer gobierno obrero y campesino de la historia, encabezado por los soviets y el Partido Bolchevique.
1. Isaac Deutscher. Trotsky, el profeta armado. Ediciones Era, México, 1966.
2. El hecho quedó inmortalizado en la película El acorazado Potemkin (1925) de Sergei Eisenstein.
3. Jean-Jacques Marie. Trotsky. Revolucionario sin fronteras. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2006.
4. León Trotsky. 1905. CEIP, Buenos Aires, 2006.
5. Sobre su fuga de Siberia ver León Trotsky. La fuga de Siberia en un trineo de renos. Siglo XXI, Buenos Aires, 2022.










