Por Miguel Angel Hernández, dirigente del PSL de Venezuela y la UIT-CI
Se cumplen dos décadas de los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono. Este aniversario coincide con la salida estrepitosa de las fuerzas armadas estadounidenses de Afganistán, país que fue invadido por Estados Unidos y sus aliados de la OTAN a consecuencia de aquel acontecimiento.
Para millones de personas en todo el mundo todavía están frescas las imágenes de los aviones impactando en los símbolos del poder financiero y militar del imperialismo norteamericano, que produjeron más de 3000 muertos y miles de heridos.
En una declaración que la Unidad Internacional de Trabajadoras y Trabajadores-Cuarta Internacional (UIT-CI) publicó a pocos días de los ataques, se repudiaban estos atentados terroristas, y se lamentaban las miles de muertes de personas inocentes; en aquel comunicado explicábamos las razones de nuestro repudio:
“No compartimos esas acciones porque causan confusión entre las masas, en primer lugar de los trabajadores y el pueblo estadounidense que no logran identificar el verdadero rol criminal de su gobierno imperialista...porque además el imperialismo y sus aliados las está utilizando para justificar nuevas agresiones”. (“El día que el imperio tembló”, Correspondencia Internacional, No. 16, septiembre-diciembre de 2001).
Correspondencia Internacional, No. 16, septiembre-diciembre de 2001
En aquellos días el gobierno norteamericano de George Bush aprovechó el dolor y el miedo causado por los ataques terroristas para unificar a la opinión pública norteamericana y a las potencias imperialistas europeas, e iniciar una supuesta guerra contra el terrorismo que no fue otra cosa que una vuelta de tuerca a su política de agresión contra los pueblos del mundo. Eran los días de la profundización de la lucha del pueblo palestino contra el Estado genocida y racista de Israel. En septiembre del año anterior se había iniciado la segunda Intifada (levantamiento) que culminó en el año 2005, y de la masiva protesta contra el G8 en Génova, Italia, como parte del movimiento antiglobalización que había surgido en 1999 en Seattle, y que expresaba el odio de millones de trabajadoras y trabajadores del mundo contra las principales potencias imperialistas, agrupadas en ese organismo.
Advertíamos que el imperialismo norteamericano junto a sus aliados se preparaba para utilizar los atentados como justificación para arreciar sus ataques a los pueblos, y salirle al paso a las protestas y luchas que se daban en distintos lugares del planeta, en particular en el Medio Oriente.
Rechazábamos la llamada eufemísticamente “guerra contra el terrorismo” y decíamos que de nuevo iban hacia un fracaso como efectivamente sucedió en Irak, de donde salieron con las tablas sobre la cabeza en el 2011, en un proceso de retirada de tropas que se había iniciado en el 2007. Y ahora, este mismo año con la dura derrota en Afganistán, cuyas imágenes difundidas en los medios y redes sociales recordaban su salida en 1975 de Vietnam.
Quien siembra odio cosecha tempestades
Pero más allá del rechazo a los métodos terroristas que no compartimos, decíamos que el verdadero responsable de esos ataques era el imperialismo norteamericano que con su política permanente de agresión militar, económica y política, incrementaba el odio de los pueblos del mundo.
A lo largo de la historia Estados Unidos ha ido acumulando un gran odio y repudio mundial a sus crímenes e injerencia permanentes en los asuntos internos de los distintos países, con el objetivo de mantener su dominación política y económica como líder del sistema capitalista-imperialista mundial.
Los inéditos atentados a los símbolos del poder económico y militar de Estados Unidos, hace ya 20 años, reflejaban de forma distorsionada y atroz, la resistencia de los pueblos del mundo contra la injerencia y los crímenes del imperialismo norteamericano, expresados de manera dramática en acontecimientos como las bombas atómicas lanzadas contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, donde más 250 mil personas habían muerto a finales de 1945 a consecuencia de las deflagraciones. De hecho, Estados Unidos es el único país que ha lanzado bombas atómicas contra seres humanos. La guerra de Corea que dejó un saldo de 1.500.000 personas asesinadas y 700 mil desaparecidos. La intervención militar en Vietnam que produjo la muerte de unos 2 millones de vietnamitas. Una intervención que se extendió a toda Indochina dejando 300 mil muertos en Camboya y otros 200 mil en Laos. El apoyo y financiamiento de la CIA a los “contras” en la revolución nicaragüense; el respaldo al golpe en el Chile de Allende en 1973; la promoción de las dictaduras genocidas en el cono sur de Sudamérica; la invasión a Panamá en 1989; el apoyo irrestricto y permanente al genocidio perpetrado contra el pueblo palestino por parte del Estado racista de Israel, son sólo algunas muestras de los crímenes del imperialismo norteamericano, que han generado el odio de los pueblos contra ese país, y que explican los atentados de septiembre del 2001.
Rechazamos toda invasión o agresión del imperialismo, pero también repudiamos las acciones terroristas aisladas de la movilización de las trabajadoras, trabajadores y los pueblos del mundo.
20 años después de los atentados y de la invasión a Afganistán, y luego a Irak (2003), el imperialismo norteamericano y sus aliados de la Otan fracasaron. Otras derrotas del imperialismo que muestran que su crisis política, económica y militar se profundiza. Como sucedió en 1975 en Vietnam, tuvieron que salir de Irak primero, y ahora de Afganistán, dejando un país en ruinas, con millones de pobres y con la vuelta del régimen ultra reaccionario del talibán.
Mientras exista y siga en pie este sistema oprobioso de desigualdad, miseria y ajustes contra los pueblos, seguirá rondando el fantasma de las guerras, las crisis económicas y atentados como los del 11 de septiembre de 2001.
Reafirmamos que la única salida es luchar masivamente para terminar con el sistema capitalista-imperialista, y lograr su verdadera superación que es el socialismo, con democracia para la clase trabajadora y los pueblos explotados en todo el mundo.