El 11 de mayo de 1977 en plena dictadura militar secuestraron y desaparecieron en el barrio de las Mil Casas de Tolosa, en la ciudad de La Plata, a tres militantes del Partido Socialista de los Trabajadores (PST), antecesor de Izquierda Socialista.
Escribe: José “Pepe” Rusconi*
Ellos eran:
- Julio Matamoros (El Bocha) que tenía 21 años y había sido primero estudiante de Derecho y luego trabajador bancario.
- Mónica de Olazo (Moniquita) de 18 años, estudiante.
- Alejandro Ford (El Negro) de 21 años, egresado de la Escuela de Bellas Artes de la UNLP, ex dirigente de la UES (Unión de Estudiantes Secundarios – organización de la juventud peronista) y, en esa fecha, recientemente ingresado como trabajador a la destilería de YPF de La Plata.
Recuerdo que yo había ingresado en marzo de 1977 a Propulsora Siderúrgica (hoy Siderar - Techint), fábrica siderometalúrgica de la localidad de Ensenada. Un compañero, llamado Miguel, hacía poco que había ingresado a la fábrica Petroquímica Sudamericana - Hilandería Olmos (hoy Mafissa) de esa localidad. Ambos militábamos en el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) y habíamos alquilado un lugar ubicado en diagonal 73 entre 5 y 6 de La Plata.
El lugar se trataba de un pequeño local para usos comerciales adaptado como departamento. Lo alquilamos equipado como para habitarlo, pero eso era solo una fachada. En realidad cada uno de nosotros teníamos otro domicilio, que desconocíamos mutuamente, por las medidas de seguridad que usábamos durante la dictadura. Este domicilio común cumplía con el objetivo de que si nos detenían, lo dábamos como real y, en caso de allanarnos, parecía habitado con camas, enceres de cocina y alguna ropa nuestra. Pero lo importante era que estaba totalmente “limpio” de cualquier material político. Cuestión fundamental al momento de un allanamiento. Hacíamos pasadas frecuentes por ese lugar y nos dejábamos ver por los vecinos a fines de que, si alguien preguntaba por nosotros, no nos señalaran como desconocidos. Con Miguel a veces coincidíamos en estas “pasadas” temporarias y otras no. Esto se debía a que cada uno en su fábrica tenía sus propios turnos de trabajo o francos semanales.
Julio, Alejandro y Mónica, más Pelusa (otra militante del partido) y yo, conformábamos una “célula” (nombre dado a los equipos partidarios bajo la dictadura caracterizados por el alto grado de clandestinidad que manteníamos). Unos meses antes del hecho que motiva este relato, tanto Pelusa como yo fuimos reasignados, dejando de pertenecer a esa célula, ingresando Miguel, mi supuesto compañero de vivienda, a la misma.
Hacía poco tiempo que habíamos alquilado ese lugar y nos sobresaltó el comentario que le hizo una vecina a Miguel. Le dijo que alguien desconocido le había preguntado sobre si conocía a quienes habitaban ese domicilio. Fue una preocupación que rápidamente quedó superada a causa de lo que paso a relatar.
El 12 de mayo de 1977, por la mañana, coincidimos con Miguel en nuestra rutina de hacer una “pasadita” por la supuesta vivienda común. Es ahí donde Miguel me cuenta que la noche anterior, cuando se dirigía hacia el departamento donde residían los tres compañeros militantes de Tolosa en la calle 3 entre 521 y 522 de Tolosa (lugar donde funcionaba la célula), estando próximo al lugar observó movimientos de personas que le parecieron sospechosos. Desconfiado de lo que sucedía, siguió caminando hasta la esquina y, posteriormente, regresó confirmando que esas personas eran de un grupo represivo, habida cuenta que entraban y salían portando armas de grueso calibre.
Como yo conocía los teléfonos del trabajo de Julio y el del domicilio de sus padres, me fui hasta un teléfono público y llamé a ambos. En la oficina, donde trabajaba Julio en el banco, me informaron que no se había presentado esa mañana y, posteriormente, cuando llamo al domicilio familiar, contesta su hermano menor con voz alterada diciéndome que Julio no se encontraba. Así quedó muy claro que la preocupación y sospecha de Miguel no eran infundadas. Dimos la alarma al partido para que se supiera sobre este hecho y se tomaran todas las medidas de seguridad necesarias.
Analizando hoy lo sucedido, considero la posibilidad que el comentario de la vecina a Miguel y este hecho estuvieran relacionados. Podría ser que nos estaban haciendo un seguimiento y dieron con el domicilio de Tolosa pensando en seguir con el nuestro. Obviamente, son solo conjeturas que, según me parece, nunca podremos aclarar.
En mi caso tuve que renunciar a Propulsora, cuestión que lamenté mucho porque me había estructurado en una fábrica metalúrgica con mucha tradición de lucha en la región con la ilusión de militar en ella, pero tuve que dejarla. Como la situación ya era insostenible para Pelusa y para mí, aún residiendo en La Plata, comenzamos a prepararnos para irnos a la ciudad de Buenos Aires (nosotros éramos y somos pareja). Pocos días después y ya con trabajo en Buenos Aires el partido nos propone ir a Mendoza para reorganizar esa regional.
Hacia allí partimos a mediados de 1977, Pelusa primero y luego cuando ella se organizó con vivienda y trabajo partí yo, que estaba trabajando en la ciudad de Buenos Aires y me hospedaba en una pensión. Pero, ya instalados en Mendoza, en febrero de 1978 fuimos secuestrados y desaparecidos por una semana, para ser luego derivados a la penitenciaría de la capital mendocina, donde estuvimos encarcelados por seis meses y, finalizado este tiempo, liberados bajo fianza para ser condenados posteriormente a dos años de prisión con libertad condicional.
Parece mentira pero, como la vida a veces da revanchas, ya de regreso a La Plata, al poco tiempo, pude reingresar a Propulsora en marzo de 1979 (evidentemente la descoordinación de los servicios de inteligencia y el poco desarrollo de la tecnología estuvo de mi lado). Pero la revancha no fue solo el reingreso porque, llegada la democracia, fui elegido como delegado de sección, miembro de la comisión interna de reclamos y, posteriormente, candidato de la lista naranja de oposición a la burocracia de la seccional de la UOM (Unión Obrera Metalúrgica). Pero esa es otra historia que ya contaré en su momento.
En esta nueva etapa que retomamos en el regreso a La Plata, quedamos con el recuerdo de estos compañeros pero llenos de interrogantes. Nunca supimos más sobre lo que les había sucedido hasta treinta seis años después del secuestro.
En 2013, el Equipo Argentino de Antropología Forense los identificó en una fosa común del cementerio de Ezpeleta (Quilmes), enterrados como NN. Habían pasado por varios Centros Clandestinos de Detención y Tortura y habían sido fusilados frente a la Comisaría de esa localidad, simulando un enfrentamiento. También me enteré que “Moniquita” estaba embarazada.
Esta tragedia marcó fuertemente mi vida aunque ya habíamos pasado por la Masacre de La Plata del 4 y 5 de septiembre de 1975, donde en menos de 48 horas fueron secuestrados, salvajemente torturados y asesinados ocho militantes del PST (cuatro compañeras y cuatro compañeros) hecho del que este año se cumple su 50° aniversario. También habíamos sufrido en la región la muerte de Carlos Scafide, el 13 de enero de 1976, obrero de Propulsora Siderúrgica secuestrado, fusilado y dinamitado en Ensenada.
Pero el caso de los tres compañeros de Tolosa tenía una particularidad para Pelusa y para mí, los cinco compartíamos mucho tiempo juntos, porque la situación de clandestinidad nos llevaba, no solo a interactuar políticamente, sino como amigos. Desarrollamos una amistad con una relación muy particular, porque no podíamos compartir mucha información debido a que cuidábamos las medidas de seguridad, pero estas limitaciones no fueron un impedimento para que generáramos fuertes lazos amistosos.
Ellos, con su corta edad, dieron la vida por la revolución socialista. Fueron parte de esa camada de luchadores y luchadoras desaparecidos por los responsables del golpe cívico-militar-clerical que quería poner fin a las luchas que amenazaban al sistema capitalista desde la década del ‘60, que había llegado a su punto máximo con el “Cordobazo” y que ni el mismo General Perón había podido frenar. Pero a pesar de estos duros golpes, la dictadura sangrienta no pudo poner fin a las luchas por un mundo más justo y así fue que siguieron surgiendo nuevas camadas de luchadores y luchadoras continuadores de Julio, Mónica, Alejandro y tantos otros que pelearon por un mundo mejor. Ellos son más necesarios que nunca en este momento donde el gobierno liberfacho de Javier Milei, apoyado por los gobernadores y la oposición patronal, votan leyes regresivas y aplican la represión para imponer los planes económicos del FMI y las multinacionales, tal como lo hizo la dictadura militar.
Hoy con el orgullo de seguir en la ruta que me mostró el glorioso PST y como miembro de Izquierda Socialista (FIT-U), saludo a todos aquellos que siguen trabajando en la construcción de esa herramienta fundamental para la revolución que es el partido revolucionario y es ese el mejor homenaje para todas y todos aquellos compañeros caídos en la lucha.
Por todo eso, a 48 años del secuestro de los compañeros de Tolosa, sigamos exigiendo justicia por Mónica, Alejandro y Julio y todos los detenidos, torturados, desaparecidos y asesinados del PST antes y durante la dictadura militar y gritamos bien fuerte:
Mónica, Alejandro y Julio, ¡Hasta el socialismo, siempre!
* El texto pertenece a una serie de artículos donde el autor recopila sus propias memorias de militancia. Disponible en www.peperusconi.blogspot.com