Jul 28, 2024 Last Updated 5:30 PM, Jul 27, 2024

Izquierda Socialista

Escribe Mariana Morena

A fines de la Primera Guerra Mundial un motín de marineros fue el inicio de una revuelta obrera que se extendió por toda Alemania, logró el fin de la monarquía y avanzó por un “gobierno de consejos”, similar al de los soviets en Rusia. El Partido Socialdemócrata alemán traicionó la revolución, concilió con sectores burgueses y aristocráticos y, en alianza con el comando militar, encabezó la contrarrevolución que liquidó el levantamiento espartaquista y a sus principales referentes, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo.

Tras cuatro años de guerra interimperialista, el hartazgo de soldados, trabajadores y campesinos alemanes por las penurias padecidas, junto con el impacto que provocó la derrota del imperio alemán, se expresaron en un amotinamiento en la flota militar apostada en Kiel. A fines de octubre de 1918, los marineros se negaron a intervenir en la última batalla contra los británicos. Respondiendo a la represión del motín, desarmaron a oficiales, ocuparon los barcos y liberaron a los presos. Formaron un “consejo de trabajadores y soldados” que tomó el control del puerto y envió delegaciones a todas las grandes ciudades alemanas. La revolución se extendió rápidamente.

La traición del Partido Socialdemócrata alemán (SPD)

Ya hacía varias décadas que el SPD estaba a la cabeza del movimiento obrero alemán y de los congresos de la II Internacional. Para 1914 tenía un millón de miembros, dos millones de afiliados en los sindicatos, 110 diputados nacionales, 220 provinciales y 2.886 municipales. Publicaba noventa periódicos en todo el país. Su primera gran traición a la clase obrera se produjo en agosto de 1914, cuando sus diputados votaron a favor de los créditos de la guerra, apoyando la participación en la “carnicería” interimperialista por el reparto del mundo. La excepción fue Karl Liebknecht, quien por este motivo fue expulsado del partido y detenido a solicitud del mismo SPD. Junto con Rosa Luxemburgo y otros marxistas revolucionarios, que más tarde fundarían la Liga Espartaquista, fueron perseguidos y encarcelados por el káiser por denunciar la “unión sagrada” y la “paz civil” para intervenir en la guerra contra “el enemigo de afuera”.

De la revolución alemana a “el orden reina en Berlín”

Desde 1916 el poder pasó a manos del Comando Militar Supremo y se impuso el estado de sitio. En abril de 1917 el SPD se dividió en dos fracciones: una mayoría liderada por Friedrich Ebert, y una de “independientes” (Kautsky, Bernstein) que, junto con los espartaquistas, estaban por el fin inmediato de la guerra y la democratización, si bien carecían de programa político. Ese año hubo masivas huelgas organizadas de aproximadamente 300.000 trabajadores de la industria bélica en Berlín, Leipzig y Dusseldorf, y en enero tuvo lugar un verdadero “ensayo de revolución”, con un millón de trabajadores movilizados por los consejos de trabajadores y soldados. Cada vez más manifestantes luchaban por el fin de la guerra, la paz sin anexiones, contra la carestía de la vida y la monarquía. El káiser se vio forzado a prometer elecciones generales y Ebert se sumó a la dirección de los consejos, formados mayoritariamente por huelguistas del SPD, para frenar la movilización.

En agosto de 1918 cayó el frente occidental alemán, y a fines de octubre se inició el motín de los marineros que encendió la llama de la revolución por toda Alemania. “Si el emperador no abdica, la revolución social es inevitable. Pero yo no la quiero, la odio con toda el alma”, declaró Ebert. El káiser Guillermo II abdicó el 9 de noviembre y todos los príncipes de los estados alemanes lo hicieron en los días siguientes. El príncipe Max von Baden asumió como canciller de la república burguesa, con poder subordinado a la mayoría del Parlamento. El SPD celebró “el nacimiento de la democracia alemana” y se dispuso a conciliar con los partidos burgueses para definir la forma del Estado en el marco de la continuidad del régimen capitalista.
Pero ya en la noche del 8 de noviembre un centenar de jefes revolucionarios habían ocupado el Reichstag (parlamento). Conformaron un “consejo de representantes del pueblo” y llamaron a un congreso de los consejos de soldados y trabajadores. Mientras tanto, Ebert asumía como canciller del “nuevo gobierno de obreros”. Era una auténtica farsa: el aparato administrativo y represivo del Estado se mantuvo intacto. Para acabar con la radicalización del proceso, Ebert pactó con el alto mando del ejército y sus fuerzas paramilitares (llamadas Freikorps, afines a la monarquía) terminar con la influencia de los consejos.

La ausencia de partido revolucionario: un factor determinante

Hacia fines de diciembre los espartaquistas se decidieron a separarse de los socialdemócratas y fundar el Partido Comunista de Alemania (KPD). Rosa Luxemburgo redactó su programa. Pero ya era tarde. En enero un levantamiento con Liebknecht a la cabeza exigió el derrocamiento del gobierno y fue sofocado violentamente. Con la anuencia del propio SPD, que así terminó de consumar su segunda traición histórica a la clase obrera, cientos de trabajadores revolucionarios fueron fusilados por los Freikorps solo en Berlín. La noche del 15 de enero de 1919, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fueron apresados, torturados y asesinados. La falta de una dirección revolucionaria independiente, consolidada y consecuente como la de los bolcheviques de Lenin y Trotsky en Rusia, impidió que el levantamiento de los trabajadores alemanes impulsara la revolución europea que pudo haber cambiado definitivamente el curso de la historia.

Escribe Mariana Morena

El único modo de homenajear a Rosa Luxemburgo es seguir preparando la revolución a la que ella dedicó su vida. Nació en 1871 en Polonia bajo la dominación del regimen zarista ruso. Pertenecía a una familia de comerciantes judíos. Cuando tenía 15 años comenzó su militancia en el partido revolucionario Proletariat.

Tenía plena conciencia de la discriminación a la que estaba sometida por su condición de mujer, judía y polaca, pero no se dejó doblegar. Luchó por el socialismo, que iba a acabar con toda opresión, explotación y genocidio. Su apuesta por el socialismo y su confianza en la clase trabajadora como pilar de la victoria final de la revolución eran indiscutibles. “Si no se avanza hacia el socialismo solo queda la barbarie”, afirmaba. Y se preguntaba “¿acaso hay más patria que las masas de trabajadoras y trabajadores?”, desde el hondo sentido humanitario que inspiraba su arrolladora militancia revolucionaria.

De Varsovia pasó clandestinamente a Zürich, donde fue una estudiante destacada y se vinculó al movimiento de socialistas polacos en el exilio, en el que conoció a quien sería varios años su compañero, Leo Jogiches. Una vez en Berlín, ingresó al SPD, donde se vinculó con Clara Zetkin y se convirtió en líder de su ala izquierdista. Fué una gran luchadora feminista, por el voto universal y contra el feminismo burgués. En 1910, en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, impulsó el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora en memoria de las trabajadoras textiles que murieron carbonizadas en Nueva York luchando por mejores salarios y jornadas de menos de diez horas.

Rosa se destacó como teórica marxista, aguda polemista y como agitadora de masas que lograba conmover a grandes auditorios obreros. Escribió libros y fue redactora de periódicos y folletos. No temió involucrase en los grandes debates marxistas de la época. Así, refutó la tendencia revisionista de Bernstein en el libro “Reforma o revolución”, de 1899, donde planteó la vigencia de la revolución y la lucha de clases frente al logro de conquistas obreras por medio de la democracia parlamentaria. En 1905, al estallar el “ensayo de revolución” en Rusia, criticó equivocadamente las concepciones de “centralismo democrático” del partido revolucionario y “dictadura del proletariado” que defendía Lenin, así como su postura sobre la cuestión nacional. Sin embargo, en 1917 apoyó a los bolcheviques en todas las cuestiones fundamentales y fue una firme defensora de la revolución rusa.

Lenin dijo de ella que era representante del “marxismo sin falsificaciones”.
Ante la inminencia de la primera guerra dio una feroz “guerra a la guerra” contra la claudicación de la socialdemocracia (“un cadáver putrefacto”) y la Segunda Internacional al apoyar a sus propias burguesías, y agitó por la objeción de conciencia contra el servicio militar. Esto le valió la cárcel durante los cuatro años que duró la guerra, de la que salió para unirse a sus compañeros de la Liga Espartaco en las jornadas revolucionarias de noviembre y diciembre de 1918. La tardía fundación del Partido Comunista Alemán no la hizo dudar sobre la feroz contraofensiva que preparaba el gobierno socialdemócrata frente a la falta de una dirección revolucionaria para las masas movilizadas y sus organismos. Pero permaneció en su trinchera de lucha hasta el final. El 15 de enero de 1919 fuerzas paramilitares la secuestraron y mataron salvajemente en Berlín junto con Liebknecht, arrojando su cuerpo a un canal. El congreso de fundación de la Tercera Internacional los declaró sus mejores representantes. Los socialistas revolucionarios reivindicamos una vez más la lucha apasionada e inclaudicable de la Rosa Roja y, en nombre de la revolución, con ella seguimos afirmando: “¡Yo fui, yo soy, yo seré!” (*).

(*) Del último texto de Rosa Luxemburgo, “El orden reina en Berlín”, redactado pocas horas antes de ser secuestrada y asesinada.

Escribe Miguel Lamas

Una gigantesca rebelión popular recorre Francia y hace semanas que se ha instalado en París. Los “chalecos amarillos” ya hicieron retroceder a Macron que se vio obligado a anular el aumento de la gasolina. Pero la lucha continúa y ya resuena la exigencia de su renuncia.

La rebelión francesa de los “chalecos amarillos” ya llegó a su “cuarto acto” (cuarta semana de movilizaciones), con centenares de miles de personas en las calles, enfrentando a la policía, con ejemplos también de policías que se quitaron sus cascos en solidaridad, y con la movilización masiva de estudiantes secundarios.

Todo comenzó con el repudio al incremento del precio de la gasolina. La rebelión abierta comenzó en un “departamento de ultramar”, las islas Reunión, en África (Este de Madagascar). Luego, las movilizaciones se hicieron masivas en las provincias del interior, en zonas alejadas de la capital, en los pueblos, pero alcanzó dimensión de rebelión popular abierta cuando llegaron a París.

Y esta no terminó cuando el gobierno retrocedió, impactado por la masividad y radicalización de las movilizaciones, sobre todo cuando estas llegaron a París. Y las movilizaciones continúan porque las demandas son múltiples. Desde el precio del gas (donde también se postergó su aumento) hasta los impuestos altísimos a las “ganancias” que pagan los trabajadores (que se descuentan del salario) y, en cambio, eluden o minimizan los ricos, así como el aumento del costo de vida. Las movilizaciones ni siquiera se detuvieron ante el anuncio de Macron de aumentar en 100 euros el salario mínimo.

Recordemos que Emmanuel Macron ganó las elecciones en mayo de 2017 por amplio margen en segunda vuelta frente a la ultraderechista Marine Le Pen, y después de derrotar en primera vuelta al Partido Socialista (el falso socialismo francés, la socialdemocracia) que prácticamente se deshizo en el proceso electoral. Macron, un banquero, prometió estabilidad económica. Se presentaba como alguien que no era “de izquierda ni de derecha”, buscando desprenderse del desprestigio por los años de ajuste tanto del gobierno “socialista” de Hollande como de los gobiernos de centroderecha anteriores como el de Sarkozy. Pero pronto reveló su engaño. Gobierna, al igual que las anteriores administraciones francesas, al servicio de las grandes empresas y buscando ajustar a los trabajadores y al pueblo. Así hizo pasar una reforma laboral flexibilizadora. La rebelión de los “chalecos amarillos” expresa toda la indignación popular ante esta nueva estafa al pueblo. Por eso en las calles se grita ¡Macrón dimisión!.

Hubo quienes quisieron confundir y tildar la movilización de los “chalecos amarillos” como parte de movimientos de “ultraderecha” a favor de Marine Le Pen. Nada más alejado de la realidad: la indignación que cruza Francia es contra las políticas de ajuste, que incluye por supuesto a todos los gobiernos anteriores que lo ejecutaron, así como al actual. Esta movilización no tiene líderes reconocidos. Sobrevuela un espíritu de lo que en la Argentina llamaríamos el “que se vayan todos”. Las imágenes que recorren el mundo incluyen no solo los enfrentamientos con la policía, sino también a “chalecos amarillos” marchando y cantando canciones de la resistencia como Bella Ciao.

El gobierno ha quedado sumamente debilitado. Su retroceso parcial en las medidas de ajuste no logra desmovilizar la enorme bronca popular. Si todavía se sostiene es debido a la complicidad de las direcciones sindicales, que rechazan organizar la unificación de las luchas y lanzar el paro general. Las burocracias de las centrales obreras no han llamado a ninguna medida de apoyo a la lucha. Y es, sin duda, una de las principales exigencias que hay que llevar adelante para que la pelea triunfe.

Este es el gran desafío que tiene la rebelión popular francesa: que a las enormes movilizaciones se le sume la huelga general para hacer realidad el clamor: ¡Macron dimisión!

El domingo 9 hubo elecciones municipales, con un 75% de abstención, en un contexto de catástrofe económica, hambre e hiperinflación. Las “elecciones” como todos los procesos de votación recientes son totalmente fraudulentas, con la oposición proscripta, condiciones imposibles para presentar candidatos de los trabajadores o la izquierda y sin ningún control independiente. Solo “ganaron” candidatos elegidos por el gobierno. El Partido Socialismo y Libertad llamó a la abstención y a unificar la lucha por un plan económico de los trabajadores.

Estudiantes universitarios de Teherán expresaron su solidaridad con los manifestantes y huelguistas obreros, maestros y choferes de camiones.
Por su parte, los obreros de la fábrica de acero en Ahwaz se manifestaron a favor de los universitarios el 6 de diciembre, día de los estudiantes, cantando en la calle una canción revolucionaria estudiantil prohibida por el régimen teocrático.

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