Nosotros, jóvenes provincianos que no habíamos pasado por Ezeiza, nos fascinábamos con su halo de mundo, que la hacía casi inalcanzable. Hasta que Raquel, con la más increíble de las purezas y sinceridades, preguntaba y preguntaba hasta el cansancio todo lo que nuestro partido proponía. Lo bebía con humildad. Increíble, la doctora, nos preguntaba a nosotros, los provincianos, como se hacía política, porque ella quería cambiar el mundo.
César, Orlando, la Loba, Luis, tomaron la posta y fueron satisfaciendo su insaciable curiosidad. Hasta que "la ganamos", como se decía entonces. Empezó a militar y fue un torbellino. Los equipos de nefrólogos más importantes de la ciudad de Córdoba, del Hospital de Niños, de la Casa Cuna y algunos más que mi memoria no retuvo, empezaron a circular por el local. Los sentaba a su alrededor y les trasmitía, con la misma pasión con que había abrazado la causa de los niños que dializaba u operaba de riñones, su pasión por la causa de los explotados y los oprimidos. Su convicción era tal que nadie se animaba a retrucarle nada.
Cada vez que iba a buscarla al Hospital la veía salir de una sala de operaciones, cansada, tal vez angustiada por algún caso difícil, y tomar su cartera canasta llena de periódicos, de bonos de campaña financiera y salir a batir todos los records de difusión. ¿Quién iba a negarle el apoyo? A ella, cuyos ojos eran una llama de ilusión por no dejar un minuto sin militar, para que la revolución llegara pronto a aliviar el dolor de los "esclavos sin pan".
Viví con ella un tiempo. En su apartamento frente a la Cañada. Era un pañuelo. Dos ambientes y una curiosa tarima con alfombras mexicanas y almohadones en lugar de sillones. Parte de la magia que nos traía Raquel. Largas charlas hasta la madrugada con el Negro César que no se cansaba de responder a sus demandas, sus cuestionamientos.
Los fines de semana, luego de las reuniones, había bailes en el local de Humberto Primo. La Ch. C y R. R., nada menos, eran los organizadores de las fiestas. Eran amigos de Raquel. Luego estaban los paseos al río los domingos, a tocar la guitarra junto al lago San Roque o el Río San Antonio. Raquel cargaba a varios en su auto y otros nos íbamos en colectivo.
Fueron tiempos de nuestra juventud. Juntas nos fuimos un fin de semana a la Serranita con Luis, su compañero, de quien se había enamorado perdidamente. Pero Luis murió ese mismo fin de semana, víctima de un paro cardíaco. Y Raquel, que había encontrado el amor quedó sola, pero fuerte, siguió adelante.
Vinieron tiempos difíciles. La represión. El navarrazo. Las bombas en el local. El asesinato de César. Tuvimos que pasar a la semiclandestinidad. Nos reuníamos en casa de médicos, "contactos" de Raquel. Con el minuto, la excusa por la cual todas esas personas estábamos juntas en ese lugar: ¿qué otra que una clase de nefrología de Raquel, que ya entonces, siempre avanzaba, usaba diapositivas?
Y vino el golpe. A ella la llevaron primero y la largaron. Era la apoderada del partido. Luego me buscaron a mí, pero no me largaron. Fue una de las últimas personas que vi en libertad. No sabíamos si volveríamos a vernos. Yo la quería mucho. Mucho. No podíamos escribirnos. No tuvimos más contacto.
Cuando salí en libertad fui a vivir a España. Los afectos habían quedado lejos, no había casi contactos personales. Solo lo indispensable para las tareas políticas del partido. Un día llegó el aviso: "Pasamos a visitarte, estamos de viaje. Raquel y Pato". Así me enteré de la noticia. Había vuelto a enamorarse. Los miré y tuve una alegría inmensa, por los dos. Nos sacamos una foto brindando en mi departamentito de Getafe, en las afueras de Madrid. Nosotros no nos sacábamos fotos. Por seguridad. No tengo fotos de mi juventud. Casi no tengo recuerdos de entonces. Pero esa foto, sí. La quise tener. Era Raquel, mi amiga, otra vez enamorada.
Pensé que cuando regresara a Bs As, caída la dictadura volveríamos a vernos y a estar juntas. Pero no fue así. Nunca más nos vimos. No sé por qué. Casualidades. Errores. Alguna vez llamé por teléfono a la casa de sus padres. Supe que había cumplido su sueño: tener un hijo. Que te buscó a vos Luis, que le diste las grandes alegrías de su vida. Por Pato supe que te amó con la pasión de todos sus actos y que fue muy feliz con sus nietos.
No pude decirle nunca cuánto la extrañé y valoré su amistad. Cuán importante fue en mi vida. Se los digo a ustedes: Tuvieron una mamá y una abuela ejemplar.
Bs As, 24 de enero de 2014
Un abrazo fuerte, Laura"