Al mediodía del lunes 1º de julio de 1974 fue anunciado oficialmente el fallecimiento del presidente Juan Domingo Perón. El país se paralizó y millones de trabajadores peronistas lo lloraron. El PST les manifestó su pésame, reiterándoles su llamado a la movilización y a avanzar hacia la independencia de clase y la construcción de un partido obrero y socialista.
Escribe: Mercedes Petit
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial se fue instalando aquel enorme operativo anglo-estadounidense como la operación decisiva para lograr, casi un año después, la caída de Hitler. Fue un despliegue de gran magnitud, que aportó a la derrota del nazismo, pero lo que definió la victoria fue el papel del Ejército Rojo y el pueblo soviético.
Escribe: Mercedes Petit
Desde el 1º de mayo de 1974, con Perón en la presidencia, los atentados y crímenes de las bandas fascistas se fueron incrementando. El asesinato de los tres militantes del PST tuvo repercusión nacional. Desgraciadamente, el llamado a la unidad de acción antifascista no pudo llevarse a la práctica.
Escribe: Mercedes Petit
En 1974 comenzó el accionar de las bandas fascistas. Una de sus primeras víctimas fue el obrero metalúrgico, delegado de la fundición Cormasa, Inocencio “Indio” Fernández. Lo recordamos a cuarenta años de su asesinato.
Escribe: Mercedes Petit
El martes 7 de mayo de 1974, el Indio salió de su casita en Maschwitz (zona norte del Gran Buenos Aires) a las 4 de la mañana. Iba a tomar el 60 para entrar en la fundición Cormasa, donde era subdelegado y estaba participando en una pelea contra la burocracia de la UOM (ver recuadro). Cayó con el pecho destrozado por un disparo de Itaka (escopeta de caño recortado). El cuerpo apareció en Campana, semicalcinado y envuelto en un colchón incendiado. Su hermano Romualdo, también trabajador de la fundición, reconoció el cadáver porque le faltaba un dedo índice, perdido en el horno de Cormasa.
Para América hay una antes y un después de 1824. El triunfo en la batalla de Ayacucho ponía fin a la dominación española de más de tres siglos. Para entonces, un nuevo imperio, el británico, ya había dado pasos para “conquistar” los mercados del Nuevo Mundo, mediante su comercio y sus préstamos: así fue como empezó la historia de la deuda externa.[1]
Escribe: Tito Mainer