Escribe Martín Fú
El gobierno nacional continúa extendiendo el aislamiento social. Pero con cada nuevo plazo se “oxigena” y flexibiliza la cuarentena. Cada vez más actividades se van abriendo y se suman miles de trabajadores a sus puestos de trabajo. La cuarentena, se va “disolviendo” para volver a la producción, junto con la apertura masiva de industrias y comercios. Mientras tanto, y en particular en el AMBA y en el Chaco, los números de contagiados nos indican que todavía no hemos llegado ni siquiera al pico de la pandemia.
El presidente Alberto Fernández dice estar preocupado y deslizó la posibilidad de volver a la primera fase. Fernández, Larreta y Kicillof se tiran la pelota y hasta culpan a los mismos vecinos de “no cuidarse”. Pero hasta el intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde, se contagió y sonaron las alarmas entre los funcionarios.
Tenemos que ser claros: La cuarentena pierde fuerza por dos motivos. El primero es que, más allá de las conferencias de prensa, el gobierno nacional -primer responsable- y los gobiernos de la provincia de Buenos Aires (Kicillof) y CABA (Larreta) le ceden todo el tiempo a las presiones de las patronales y autorizan más y más aperturas, obligando en cada caso a miles de trabajadores a movilizarse hacia sus trabajos, con el consiguiente riesgo de contagio también en los medios de transporte.
El segundo motivo es la imperiosa necesidad de salir a “ganarse un peso” de decenas de miles de sectores populares que ya no tienen que comer. Por eso el crecimiento exponencial de los contagios viene teniendo como epicentro a los barrios más humildes y marginados de la ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense, que nuevamente muestran lo vulnerable que es vivir en la pobreza. En CABA, la Villa 31 de Retiro y los barrios de Flores, Lugano y Villa Soldati están a la cabeza. En la provincia de Buenos Aires Villa Azul e Itatí en Quilmes, y Don Torcuato y Tigre en zona norte, son las que poseen más personas afectadas. El hacinamiento, la falta de agua potable, las carencias históricas en infraestructura, la precariedad e informalidad laboral de sus vecinos hacen que los más humildes sean los principalmente expuestos al contagio del Covid-19. La pobreza, muy a pesar del “olvido” de los gobiernos, es un factor de riesgo del que no quieren hablar.
Los trabajadores de la salud siguen siendo la población laboral con más contagiados, 10% de la masa total. El virus no discrimina entre quienes trabajan en el sistema de salud pública o en el de la privada, ambas denunciadas por los propios trabajadores, quienes siguen reclamando insumos esenciales que, en muchos casos, ellos mismos compran, al no recibir barbijos o desinfectantes de parte de las clínicas, los sanatorios o los hospitales. Los geriátricos siguen siendo el eslabón más débil, donde nuestros viejos se contagian.
El sector industrial, que como dijimos más arriba viene “normalizando la producción”, no es ajeno a los contagios. Las patronales desde marzo vienen presionando para liberar la mayor cantidad de ramas de producción y no han invertido un peso en desarrollar y aplicar un protocolo ante el Covid-19. El Sutna paró por los infectados que hay en FATE y por el incumplimiento del protocolo de seguridad. Mondelez Pacheco tiene al turno noche con una gran cantidad de trabajadores con Covid-19. Los empresarios, ávidos de que todos vuelvan a sus puestos, no garantizan las condiciones mínimas y necesarias de higiene y seguridad, al mismo tiempo que aplican rebajas salariales, mientras la burocracia sindical mira para otro lado a pesar de las denuncias. La amenaza de no pagar el aguinaldo, o de hacerlo en cuotas, es otro de los temas que se viene instalando en los últimos días, como si los trabajadores no tuvieran motivos para preocuparse o acrecentar su bronca ante el riesgo de contagio que involucra tener que viajar en el transporte público en medio de la pandemia, o estar en el lugar de trabajo, donde día a día los casos positivos van creciendo.
El problema central, entonces, no es el running, más allá de lo discutible de la medida tomada por Larreta que provocó que miles salieran a correr por las calles porteñas. O las irresponsabilidades de algunos pocos que rompen la cuarentena sin motivo, hecho que también hay que repudiar.
Seguimos insistiendo: estamos por una cuarentena sin hambre ni despidos. Para poder garantizar esto hace falta más dinero para salud e infraestructura. Desde Izquierda Socialista en el Frente de Izquierda Unidad proponemos que sea sobre la base de un fondo de emergencia que proceda de un impuesto especial a los grandes grupos empresarios nacionales, las multinacionales y el no pago de la deuda externa. Hay que priorizar el presupuesto para salud, con salarios dignos para sus trabajadores y que no falten insumos. Otorgar 30.000 pesos a los que menos ganan, alimentos para quienes los necesiten y condiciones dignas para los barrios más postergados. Prohibir efectivamente despidos y suspensiones y que no se rebajen los salarios. Que la crisis la paguen los patrones, no los trabajadores.