Escribe José Castillo
Milei retomó sus viajes internacionales. Volvió a Estados Unidos, donde hizo sonar la campana en la bolsa de Wall Street, llenó de halagos a los buitres especuladores y otra vez se reunió con Elon Musk. El plato fuerte fue su discurso en la ONU, donde colocó a la Argentina en la extrema derecha del arco ideológico mundial.
El presidente ultraderechista Javier Milei se dio el gusto de realizar su discurso ante la 79° Asamblea General de las Naciones Unidas. En líneas similares a las que ya habíamos escuchado de él en el foro de Davos en el mes de enero y en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) en febrero, se despachó contra el cambio climático, los derechos de las mujeres, la seguridad alimentaria y, en este caso, contra cualquier tímido intento de regular los excesos de los monopolios que manejan las redes sociales. Acusó a la ONU de “promover políticas colectivistas”, de ser “una organización que le impone una agenda ideológica a sus miembros” y anunció que la Argentina abandonaría su “tradicional política de neutralidad”, obviamente para aliarse incondicionalmente con el imperialismo yanqui y el Estado sionista de Israel, al que defendió una vez en forma incondicional, llamándolo “la única democracia liberal de Medio Oriente”.
El discurso estuvo precedido por la posición argentina de votar en contra del llamado “Pacto del Futuro”, o Agenda 2045, que pasó a reemplazar a la Agenda 2030, que tenía el apoyo de 143 países. A Milei no le importó en este caso “quedar aislado del mundo”, como tampoco le había importado cuando votó contra el reconocimiento del Estado palestino meses atrás. En este caso el aislamiento fue mayor, ya que hasta los Estados Unidos votaron a favor de la Agenda.
Seamos claros. Sabemos que el Pacto del Futuro es meramente declamativo, que enuncia tímidos y formales objetivos sobre cambio climático, erradicación de la pobreza y sobre instar a los monopolios proveedores de redes sociales (X, Instagram y Tik Tok, entre otros) a mitigar y prevenir abusos. Pero el gobierno argentino se pone en contra no por lo declamativo, sino porque está en contra de esos objetivos, a los que llama “socialistas”.
Tocando la campanita en Wall Street
Obviamente que no se la iba a perder. Milei subió al estrado de la Bolsa de Valores de Nueva York, la meca de los buitres especuladores mundiales, junto al ministro de Economía, Luis Caputo; la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich; la canciller, Diana Mondino, y su hermana, “el jefe” Karina Milei. Luego tuvo una charla con 200 empresarios, brokers de bolsa y otros miembros del establishment. Ahí volvió a garantizarles que seguirá con “el ajuste más grande del mundo” con el objetivo prioritario de que todos los buitres acreedores cobren los vencimientos de deuda externa. Todos lo aplaudieron y hasta se sacaron selfies, pero se volvió a repetir lo mismo que otras veces: nadie apuesta un dólar, ya que incluso ese mismo día las acciones argentinas que cotizan en la bolsa yanqui registraron una baja importante. También tuvo su ya enésima reunión con su ídolo Elon Musk, donde otra vez se anunciaron inversiones “a futuro”, pero, por supuesto, nada en concreto.
Milei, en cada viaje al exterior, hace méritos para que se lo vea como un líder, “el más importante del mundo después de Trump” de la extrema derecha mundial, espacio ideológico que comparte con otros de su calaña como Jair Bolsonaro, Santiago Abascal, Marine Le Pen, Giorgia Meloni o Viktor Orban. No parece darse cuenta de que, en realidad, va quedando como un patético títere del imperialismo, fascista de opereta de un país semicolonial, al que con sus políticas va llevando cada vez más al estatus de república bananera. Así lo reflejaron incluso los medios más importantes del establishment financiero mundial, como Wall Street Journal o Financial Times, ilustrando sus notas con la foto de un presidente argentino golpeando, con cara de loco, el martillo de la Bolsa de Valores yanqui. Claramente, el pueblo trabajador argentino debe repudiar todo lo hecho y dicho por Milei, sosteniendo ante el planeta: ¡No en nuestro nombre!