Por Laura Marrone
Hans Cristian Andersen publicó en 1837 un cuento de hadas donde un emperador obligaba a sus súbditos a creer que estaba vestido con un hermoso traje siendo que, en realidad, estaba desnudo. En las últimas décadas el capitalismo condujo a la población mundial, a través de sus medios de comunicación, control económico, político, cultural y militar, a creer que el capitalismo era el mejor sistema para vivir. La horrible experiencia del estalinismo, controlando la deformación burocrática de la Unión Soviética y luego de la Revolución China durante el Siglo XX, bastardeó la confianza de las nuevas generaciones en que el Proyecto Socialista que nos legaron Marx, Lenin, Trotsky y el Che Guevara como alternativa a la barbarie capitalista. El virus, sin embargo, ha dado vuelta este panorama.
En el cuento mencionado, un niño dice en voz alta, ante un pueblo perplejo, una verdad a todas luces: “El rey está desnudo”. En nuestro caso, el Corona virus, esa micronésima proteína, ha hecho caer la farsa del capitalismo como sistema capaz de resolver los problemas de la humanidad y le ha dicho al mundo que, a pesar de toda su revolución tecnológica, el sistema económico que vivimos, el capitalismo, está desnudo. Y de continuar, solo proveerá miseria y peligros no imaginables, no solo para los desposeídos, sino aún para los poderosos, esos que hoy están en la punta del barco del Titanic, ocupando todos los salvavidas.
La pandemia del coronavirus nos enfrenta a una crisis sanitaria mundial que agrava la crisis económica que vive el sistema capitalista desde 2007. Sus consecuencias para la especie humana misma aún son impredecibles.
Los sistemas de salud están colapsando en el mundo entero. Décadas de destrucción de los presupuestos en salud y de privatización de los recursos sanitarios hoy devuelven a los pueblos un panorama aterrador. Se contagian aún aquellos que se encerraron en la burbuja de su bienestar injusto e insultante para la gran mayoría de la humanidad. La principal potencia imperialista, EEUU, vive la peor de las catástrofes. Los efectos de la casi total privatización de su sistema de salud que lleva a que miles no puedan acceder al testeo o al tratamiento en unidades de cuidados intensivas (UCI) o a que deambulen por las calles expirando sus virus sin protección, trabajo, o alimentos, sumada a la absurda postura negacionista del gobierno de Trump al inicio de la pandemia, ha llevado a que su propagación no tenga aun control.
China ha desplegado una campaña mundial de propaganda oficial acerca de su eficacia en el control de la pandemia, incluso donando insumos y respiradores por doquier. Sin embargo, no podemos confiar en sus estadísticas ni videos de la famosa Muralla revisitada por turistas. El gobierno capitalista chino negó al mundo durante 30 días la información de lo que ocurría. Persiguió al hoy fallecido médico que anunció el potencial destructivo del virus y la médica que dio la primera alarma, está desaparecida. Los Gulags de Stalin reviven en las cárceles de Xi-Chin-Ping, ayudado por sus drones y controles faciales de la población.
La pandemia aún no ha desplegado toda su letalidad en las localidades más pobres del mundo. La India, el segundo país más poblado de la Tierra, vivirá verdaderos genocidios en breve. Las favelas de Brasil, a merced de la estupidez del fascista Bolsonaro, las villas de emergencia del Alto en La Paz de Bolivia o de nuestro país, serán caldos de cultivo de contagios que, de no encontrarse en lo inmediato algún medicamento que permita su cura, nos mostrarán con crudeza, que el virus llega a todos, pero no todos tienen un lugar donde aislarse, comer o ser asistido por un respirador
El capitalismo ha sido incapaz de haber concebido un mundo donde las riquezas producidas por los trabajadores, fueran para la salud y a la educación como prioridad, donde se invirtiera en investigación científica en lugar de la carrera de armamentos. Un mundo donde se construyeran ciudades de hábitat armónicos y sustentables en vez de barrios privados suntuosos, mientras millones viven hacinados a un costado, sin agua potable. Un mundo que usufructuara de la naturaleza sin depredar ni destruir el ambiente para las generaciones presentes y futuras.
Los grandes poderes financieros, industriales, comerciales, y sus gobiernos, regidos por la lógica de la ganancia, hoy nos exponen al peligro de muerte a millones y no sabemos cómo terminará. Algunos gobiernos confiscan al otro, incluso entre los estados de un mismo país como el caso de EEUU, los insumos de los que carece, desde los más pequeños como los cargamentos de barbijos hasta los más sofisticados como los reactivos o los respiradores. Todo así luego de haber alardeado acerca de los beneficios de una economía abierta y globalizada. Más miserable aún, las grandes potencias como EEUU, la Unión Europea, Rusia e Israel, impiden el suministro de reactivos y respiradores a países como Cuba, Venezuela, Palestina, Yemen, o los reductos de resistencia a la dictadura en Siria. Son tan mezquinos que están dispuestos a sumir a los pueblos de esos países al Corona virus solo para ratificar sus planes de control geopolítico y militar.
Las medidas imperiosas para parar la pandemia requieren un plan que destierre la lógica capitalista de la ganancia de todo lo que se haga. Es necesario poner en el timón de mando las necesidades del conjunto de la humanidad y no de los empresarios y banqueros. En cada país, son los trabajadores los que tienen que crear las instancias organizativas que le permitan ir doblegando la lógica empresarial.
Se necesitan planes sanitarios urgentes que contemplen las medidas de emergencia para derrotar la pandemia y planes económicos de emergencia que prioricen las necesidades de alimentación de los pueblos. En lo inmediato, es necesario que toda gran empresa o banco que cierre, despida o rebaje salarios, sea estatizado y puesto bajo control de los trabajadores. Es imperioso estatizar los sistemas de salud, y crear fondos de emergencia en base a impuestos a los grandes empresarios y banqueros, así como la suspensión de los pagos de las deudas externas. Es necesario que los trabajadores disputen el control de cada empresa, banco y escuela, de modo de ir imponiendo esos planes sanitarios y económicos de emergencia. Se requiere que establezcamos lazos de solidaridad con el resto de los pueblos contra las medidas miserables de cada gobierno. Necesitamos desconocer las patentes de los grandes laboratorios de modo de poder fabricar reactivos en todos los países y vencer la actual escasez de los mismos para lograr testeos masivos. Así lo hizo Nelson Mandela en los ’90 cuando desconoció las patentes para fabricar antirretrovirales en momentos en que Sudáfrica sufría una epidemia de SIDA. Lo mismo hizo Bush cuando los ataques bacteriológicos con ántrax en 2003; desconoció la patente de Bayer para poder fabricar en USA la medicación.
Tenemos que organizar formas de solidaridad internacional de lucha contra la pandemia, derrotando el secreto de los laboratorios, estableciendo un régimen público del conocimiento científico adquirido en la lucha contra el virus y la búsqueda de una vacuna, anulando los usurarios mecanismos de endeudamiento de los buitres financieros, y organizando la economía en función de las necesidades de los pueblos del mundo.
En ese camino, desde cada lugar de trabajo, barrio o escuela se pueden ir sentando las bases para que, mientras se derrota la pandemia, se avance hacia la instalación de gobiernos de los trabajadores que organicen las economías sobre bases socialistas, en hermandad solidaria con el resto de los pueblo del mundo, es decir sobre la base de poner los medios de producción de conocimiento científico, de bienes materiales y de servicios en manos de la clase trabajadora para que responder a las necesidades democráticamente decididas por el conjunto de la población.
El capitalismo está desnudo. El socialismo vuelve al horizonte como salida necesaria y urgente para la humanidad.