Jul 16, 2024 Last Updated 4:46 PM, Jul 16, 2024

Escribe Adolfo Santos

La derrota del nazismo fue una secuencia de importantes y recordadas batallas y acciones donde millones de soldados, hombres, mujeres y niños perdieron la vida. Uno de los más sangrientos capítulos de esa historia se escribió hace exactamente 80 años. Entre junio y diciembre de 1941, la Wehrmacht (fuerzas armadas de la Alemania nazi) invadió la URSS en lo que se conoció como Operación Barbarroja.

Un poco de historia

En agosto de 1939, en uno de los episodios más nefastos protagonizados por el estalinismo, Alemania y la URSS firmaron en Moscú el Pacto Molotov–Ribbentrop, un acuerdo de no agresión entre la Alemania nazi y la Unión Soviética. Con las manos libres en el frente del Este, Hitler invadió Polonia dando inicio a la Segunda Guerra Mundial. En junio de 1940 las tropas alemanas ocuparon Francia, Bélgica, Holanda, Grecia y los Balcanes. Sin embargo, Stalin continuaba confiando en que Hitler iba a respetar el pacto, que incluía una garantía de no beligerancia de parte a parte. No fue lo que pasó.

La invasión a la URSS comenzó a prepararse en los primeros meses de 1941. Una tras otra, Stalin había desestimado las permanentes advertencias hechas por sus agentes de inteligencia diseminados por Europa. El 22 de junio los alemanes cruzaron la frontera e iniciaron la Operación Barbarroja. Desprevenidas, las tropas soviéticas sintieron el golpe y en pocos días sufrieron fuertes bajas y perdieron gran parte del territorio. Se inició así una de las batallas más sangrientas y brutales de la Segunda Guerra Mundial. Así Hitler arengó a sus tropas: “La guerra contra Rusia no será una guerra caballeresca, están en juego ideologías y diferencias raciales, y por tanto será conducida con una dureza sin precedentes, implacable e inflexible” (discurso a los generales alemanes, marzo de 1941).

Para cumplir con ese objetivo movilizaron más de tres millones de soldados en el campo de batalla, una pequeña parte pertenecía a los aliados del Eje (rumanos, finlandeses, húngaros, italianos y eslovacos). Del otro lado, los soviéticos disponían de 2,7 millones de combatientes. La acción de los nazis provocó un realineamiento geopolítico que definió los dos bloques de la Segunda Guerra. Los países agrupados en el Eje, encabezados por Alemania, Italia y Japón, y los Aliados, con Francia e Inglaterra, a los que se sumaron la URSS en agosto y Estados Unidos en diciembre, después de sufrir el ataque japonés en Pearl Harbor.

En poco más de un mes las tropas de la Unión Soviética perdieron casi un millón de soldados. Sin embargo, contrariamente a lo que preveían Hitler y la oficialidad nazi, de que el desánimo y la desmoralización llevarían a la deserción en masa de sus enemigos, resultó lo opuesto. Los soldados soviéticos resistían con un heroísmo sorprendente. Lo que los alemanes creían que se resolvería en menos de dos meses se extendió más de la cuenta y Alemania tuvo que movilizar a todos los varones de entre 15 y 55 años para relevar a los agotados soldados del frente. Entre las tropas alemanas se generalizó la expresión “son preferibles tres campañas en Francia que una sola en Rusia”. Mientras tanto, en las zonas ocupadas de la Unión Soviética aumentaba la actividad de los partisanos, combatientes que eran un verdadero martirio para la retaguardia alemana.

La Operación Barbarroja fue el inicio de la derrota alemana

Octubre y noviembre fueron cruciales. Las primeras nevadas y lluvias, con temperaturas bajo cero, fueron aliados fundamentales de una resistencia encarnizada. Aunque el enemigo consiguió llegar a las puertas de Leningrado y Moscú no consiguió su objetivo de ocuparlas y fue rechazado. El 25 de noviembre, más de cien mil obreros se movilizaron en Moscú para sumarse a la defensa de la ciudad. Se cavaron 160 kilómetros de zanjas para evitar el paso de los Panzer (tanques) y se colocaron kilómetros de alambrados y otros obstáculos, una acción de la población civil que elevó la moral de los soldados soviéticos. En diciembre, a las puertas de Moscú, Alemania cedió la iniciativa y perdió su potencial militar frente a la tenaz resistencia de los soldados y el pueblo soviético. Pese al deseo de Hitler de un esfuerzo final, el comandante Von Kluge dio la orden de detener la ofensiva el 4 de diciembre. La Operación Barbarroja llegaba a su fin, era la primera gran derrota del ejército nazi.

En estos días también se recuerda la batalla de Normandía. Justamente el 6 de junio de 1944, más conocido como el Día D, 160.000 soldados de los ejércitos aliados cruzaron el canal de la Mancha rumbo a Francia y consiguieron la liberación de los territorios de Europa Occidental. El 25 de agosto se produjo la liberación de París y la retirada de los alemanes. Generalmente, se trata de erigir a Normandía como el símbolo del triunfo de las tropas aliadas sobre los nazis. Sin embargo, por la cantidad y ferocidad de los enfrentamientos, la derrota de los nazis se debe en gran parte al valor y la determinación del pueblo soviético que, según estadísticas, aportó 75% de los 50 millones de soldados y civiles muertos durante la Segunda Guerra Mundial.

Después de la Operación Barbarroja, en 1943 ocurrieron dos grandes y decisivas batallas. En febrero terminó la batalla de Stalingrado, que marcó un punto de inflexión. La derrota sobre los nazis no solo estimuló a las tropas soviéticas, también insufló fuerzas a la resistencia antifascista en los países ocupados facilitando el avance de las tropas aliadas. En agosto, la división tanques del ejército soviético trabó la mayor batalla de tanques de la historia y detuvo la última ofensiva nazi a gran escala imponiéndole una derrota categórica en la batalla de Kursk. Fueron momentos decisivos para quebrar las fuerzas y la moral del ejército alemán.

El papel jugado por el pueblo y el ejército soviético en la derrota del nazismo generó una corriente de simpatía con el comunismo, fundamentalmente en los países de Europa. Terminada la guerra, la fuerza y las armas estaban en manos de los trabajadores y de la resistencia, que se sentían los verdaderos ganadores. Podrían haberse apropiado del poder en países como Francia, Italia o Grecia. Sin embargo, una vez más, la burocracia estalinista utilizó su influencia para cometer una nueva traición. Exigió deponer las armas y convocó a la clase obrera a colaborar con la reconstrucción económica de Europa al servicio del capitalismo, impidiendo el triunfo de revoluciones obreras y socialistas.

Escribe Adolfo Santos

En mayo de 1969, Córdoba se convirtió en el centro de atención. Una movilización obrera, estudiantil y popular, apoyada en una poderosa huelga, derrotaba a la policía y tomaba el control del centro de la ciudad. Esos hechos, que quedarían conocidos como el Cordobazo, iban a cambiar el rumbo del país dejando profundas huellas e importantes enseñanzas.

En 1966 se había instalado en el gobierno una dictadura militar. Encabezada por el general Juan Carlos Onganía, llegó proclamando que se quedaría por veinte años. El movimiento obrero sufrió terribles ataques, salarios congelados y una alta inflación, su nivel de vida se redujo de forma vertiginosa. Los partidos políticos estaban prohibidos y una serie de derechos democráticos y laborales fueron conculcados. Para peor, la mayoría de las direcciones sindicales, encabezadas por el burócrata metalúrgico Augusto Vandor, colaboraban abiertamente con la dictadura, impidiendo que las peleas que daba el movimiento obrero pudieran avanzar.

Pero en 1969 comenzaron a surgir luchas estudiantiles. El rector de la Universidad del Nordeste decretó la privatización de los comedores estudiantiles de Corrientes y Resistencia y los jóvenes respondieron con una fuerte movilización. La represión dejó el primer muerto, el estudiante Juan José Cabral. Fue un impacto que provocó huelgas y manifestaciones estudiantiles en todo el país. En Rosario se generó una fuerte lucha con enfrentamientos en las calles. Una ola de solidaridad obligó a la CGT a llamar a un paro el 21 de mayo, en el que fue muerto el joven metalúrgico Adolfo Ramón Blanco. En ese escenario se fue gestando el Cordobazo.

Estalla la rebelión

Las luchas estudiantiles contagiaron a los trabajadores. Fue en Córdoba donde ese proceso se desencadenó con más fuerza. Los obreros de las grandes fábricas de automotores se movilizaron contra las quitas zonales y la suspensión del sábado inglés. Obligada por los hechos, la CGT llamó a un paro nacional para el 30 de mayo. Pero la CGT local se adelantó. A las 11 del día 29, los trabajadores abandonaron las fábricas y marcharon hacia el centro de la ciudad. Miles de obreros de Industrias Kaiser, Fiat y otras fábricas menores ganaron las calles. En el centro, los estudiantes junto a trabajadores y empleados de Luz y Fuerza, cuya principal referencia era Agustín Tosco, realizaban un acto que fue violentamente reprimido.

Siguiendo el ejemplo reciente del Mayo Francés, se armaron las primeras barricadas y la lucha se generalizó. La fuerza de la rebelión obligó a la policía a retroceder. Comenzaba a imponerse un doble poder donde los trabajadores, junto con los estudiantes, controlaban una parte de la ciudad. No había allí partidos políticos ni dirigentes sindicales. Trabajadores, estudiantes y sectores populares se organizaban como podían al grito de “¡obreros al poder!”. Se había quebrado el orden y el gobierno tuvo que recurrir al ejército. Pero los trabajadores y los sectores populares no retrocedieron y mantuvieron una firme resistencia que le iba a costar dieciséis muertos, según datos oficiales, centenas de heridos y detenidos. Después de horas de enfrentamientos la tensión cedió, pero el sentimiento era de triunfo, de haberle asestado un duro golpe a la dictadura, algo que se acabaría confirmando plenamente.

Una rebelión triunfante

El levantamiento de Córdoba generó un ascenso incontenible que se extendió a Rosario y Tucumán. En Corrientes, Salta y La Plata los estudiantes salieron a las calles y, para coronar, al día siguiente una huelga general paralizó a todo el país. Fueron golpes mortales que destrozaron el régimen patronal militar y cambiaron la relación de fuerzas entre las clases, imponiendo el inicio de un proceso de luchas y conquistas que sólo se cerraría con el golpe militar de 1976.

Fue un triunfo que restauró la confianza de la clase trabajadora en sus propias fuerzas. Sin embargo, la burguesía consiguió maniobrar para desviarlo hacia el proceso electoral. En 1972, el general Lanusse, el último representante militar, fue el arquitecto del Gran Acuerdo Nacional junto con los partidos patronales, fundamentalmente con el apoyo del peronismo, que contaba con la confianza del movimiento obrero. El GAN les permitió una relativa estabilidad, encauzando el proceso de luchas hacia las elecciones de 1973, en las que se impusieron los gobiernos peronistas patronales de Cámpora y, luego, de Perón.

En la experiencia del Cordobazo encontramos hechos que se han repetido en otras rebeliones. El comienzo fue por reivindicaciones mínimas, económicas o democráticas, como la simple eliminación del sábado inglés. Otro elemento importante es que solo es posible una conquista con la movilización y la lucha. Pero lo fundamental es que, para que una rebelión de este tipo avance, la clase trabajadora se debe dotar de una organización política independiente de los partidos patronales y de los dirigentes sindicales burocráticos, que presente un programa con las reivindicaciones de su clase y que plantee que gobiernen los propios trabajadores.

La ausencia de esa alternativa impidió que el Cordobazo avance hasta sus objetivos finales. Lo mismo había acontecido un año antes durante el Mayo Francés. Hoy en Colombia se está dando una acción parecida. La clase trabajadora, junto con la juventud y sectores populares, está encabezando un proceso de luchas que ha colocado contra las cuerdas al régimen uribista encabezado por Duque. Los representantes de la burguesía, del reformismo, de las burocracias sindicales y del progresismo latinoamericano están llamando al diálogo por la paz, es decir a detener la movilización para canalizarla a través de la vía electoral. Hay que intervenir con fuerza para construir una salida de clase, una dirección política y sindical revolucionaria que vaya hasta el final y evite que nuevamente se desvíe el proceso revolucionario.

Escribe José “Pepe” Rusconi

Parece que fue ayer. La mañana del 12 de mayo de 1977 nos encontramos con Miguel en una de las diagonales de la ciudad de La Plata. Él era trabajador de Petroquímica Sudamericana, hoy Mafissa, y yo de Propulsora Siderúrgica, hoy Siderar. Ambos éramos militantes del Partido Socialista de los Trabajadores (PST).

En ese encuentro Miguel me dijo: “Anoche iba a la casa de los chicos y vi unos tipos raros en la entrada del pasillo, seguí hasta la esquina y volví, pero cuando pasé nuevamente vi que tenían armas largas y me fui”. Los chicos a quienes se refería Miguel eran Julio Matamoros, Mónica de Olazo y Alejandro Ford, que vivían en el barrio de las Mil Casas de Tolosa, en La Plata. Ellos también eran militantes del PST.

Julio, a quien le decíamos Bocha, tenía 21 años y era estudiante de derecho. Militó en la Juventud Socialista hasta que ingresó al Banco Crédito Provincial. Moniquita tenía 18 años y comenzó a militar cuando cursaba la secundaria. Alejandro, el Negro, tenía 20 años, estudió Bellas Artes y fue dirigente de la UES. Su caso fue muy resonante porque, siendo un cuadro importante, rompió con la JP para ingresar en la corriente trotskista morenista. Alejandro y Mónica eran pareja.

Por aquellos días Miguel y los chicos se reunían en un equipo que era la continuidad de otro que habían integrado conmigo y mi compañera, Pelusa. Es que, aun durante la dictadura iniciada en marzo de 1976, el PST seguía funcionando en la clandestinidad. Nos reuníamos cuidando la seguridad de todos y debatíamos la situación política, nos formábamos teóricamente y planificábamos actividades. Teníamos claro que aún hacía falta construir esa herramienta, el PST, que años antes, con el auge del peronismo y el guerrillerismo, se había ganado un lugar destacado dentro de la clase obrera y sus luchas. Pero no todo era política, también compartimos muchos momentos y se generaron grandes lazos de amistad.

Luego de que Miguel me describió lo que vio, fui hasta un teléfono público y llamé al trabajo de Julio y luego a su casa, no se había presentado a trabajar y su hermano, con la voz alterada, me dijo que no estaba y preguntó nerviosamente “quién habla”. No hacía falta más. Le dije a Miguel “los secuestraron” y dimos aviso al partido. Pasaron treinta y seis años sin saber qué había sido de ellos. En 2013 el Equipo Argentino de Antropología Forense los identificó, estaban enterrados como NN en el cementerio de Ezpeleta. Los habían fusilado frente a la comisaría de esa localidad, simulando un atentado, junto con otras dos víctimas.

Hoy, a cuarenta y cuatro años del día de su secuestro, los sigo recordando con sus sonrisas y esas tremendas ganas de cambiar esta realidad capitalista por un mundo más justo, un mundo socialista. Cuando veo a la nueva camada de jóvenes compañeros y compañeras entusiasmados en la tarea de construir el partido revolucionario me doy cuenta de que, a pesar de su muerte, no todo fue en vano. Veo en ellos los rostros de Julio, Moniquita y Alejandro. Esa es una de las razones por las que sigue valiendo la pena construir una organización revolucionaria como Izquierda Socialista.

¡Justicia por los compañeros del PST de Tolosa desaparecidos! 

Julio, Mónica y Alejandro ¡hasta el socialismo siempre!

Escribe Adolfo Santos

En 1968, Francia conmovía al mundo. Aquel año, la irrupción revolucionaria de la juventud estudiantil, en estrecha unidad con la clase trabajadora, protagonizaron una colosal movilización conocida como el Mayo Francés. Fue un proceso insurreccional que no consiguió avanzar más por el nefasto papel de las direcciones reformistas.

Generalmente, tratan de minimizar los acontecimientos del Mayo Francés a una “cuestión generacional”, donde la juventud habría expresado su “natural y saludable rebeldía”. Para los socialistas revolucionarios el proceso de rebelión, detrás de las célebres consignas “prohibido prohibir” o “la imaginación al poder”, contenía un profundo cuestionamiento revolucionario al gobierno de Charles de Gaulle, a su régimen autoritario y al sistema capitalista que representaba.

El Mayo Francés no fue un hecho aislado ni mucho menos reducido a un mes determinado. Los años previos al ’68 fueron convulsionados en el mundo y de muchas luchas en Francia. En 1963 hubo una gran huelga de mineros, en 1964 fue el turno de los obreros de Renault, en 1967 pararon por un mes los trabajadores de Rhodia y en enero de 1968 se produjo un alzamiento en la ciudad de Caen en el que participaron obreros, estudiantes y agricultores que terminó con fuertes enfrentamientos. En ese escenario se gestó el Mayo Francés.

1968, la revolución se pone en marcha

En marzo, los estudiantes ocuparon la Universidad de Nanterre contra una serie de normas restrictivas y fueron desalojados por la policía. Uno de los líderes, Daniel Cohn Bendit*, dos meses después se convirtió en una de las principales figuras de los acontecimientos de mayo. En abril se volvió a ocupar Nanterre para exigir la libertad de estudiantes presos en manifestaciones contra la guerra de Vietnam. Las autoridades cerraron la universidad y procesaron a ocho cabecillas de ese movimiento.

El 3 de mayo se congregó una gran cantidad de estudiantes en la plaza de La Sorbona en solidaridad con los estudiantes presos y contra el cierre de Nanterre. Fueron duramente reprimidos por la policía. La Unión Nacional de Estudiantes y el Sindicato de Profesores llamaron a una huelga exigiendo la retirada de la policía, la libertad de los presos y la reapertura de La Sorbona, cerrada el día antes para evitar las concentraciones. El conflicto se extendió.

El 6 de mayo, después de que los “ocho de Nanterre” declararon ante el comité de disciplina de la universidad, se realizó una gigantesca manifestación en Champs Elysee. Estudiantes, en medio de un mar de banderas rojas, se enfrentaron con la policía. Los jóvenes se refugiaron en el Barrio Latino y se defendieron levantando barricadas con las rejillas de los desagües callejeros, maderas impregnadas en nafta y pilas de adoquines arrancados de las calles. La prensa burguesa atacaba el “vandalismo” de los manifestantes. Lo mismo hacía el Partido Comunista, que controlaba la CGT. A través de su diario, L’Humanité, trató a los manifestantes como “grupúsculos de provocadores”.

Pero nada detenía a los estudiantes. El 10, los enfrentamientos se extendieron por horas en el Barrio Latino, convertido en un campo de batalla. Más de 20.000 estudiantes de Nanterre, La Sorbona y de colegios secundarios, junto con jóvenes obreros, combatieron contra la policía de De Gaulle que, a pesar de su entrenamiento profesional, fue incapaz de doblegar la determinación de esos jóvenes. “La noche de las barricadas”, como se recuerda aquella jornada, terminó con cientos de heridos pero con un gobierno agonizante.

Entra en escena el movimiento obrero

La firmeza de la lucha generó un sentimiento de simpatía generalizado con los estudiantes, sobre todo entre los trabajadores. Presionada, después de un vergonzoso silencio cómplice, la CGT se vio obligada a convocar a una huelga general el 13 de mayo. La respuesta fue impresionante. Más de 10 millones de trabajadores se sumaron a la mayor huelga general de Francia y masivas manifestaciones se multiplicaron por todo el país. La unidad en la lucha de obreros y estudiantes colocó contra las cuerdas al gobierno de De Gaulle.

La Sorbona pasó a ser dirigida por un comité de ocupación. Los trabajadores de Sud Aviation (Concorde) y los de Renault ocuparon sus fábricas y la huelga se generalizó. Miles de estudiantes marcharon a los portones de las fábricas ocupadas para confraternizar con los obreros y juntos cantaron La Internacional. Pararon los controladores aéreos, los trabajadores del carbón, del transporte, del gas y la electricidad, periodistas de radio y televisión. Obreros y agricultores de Nantes controlaban la ciudad, ponían precio a las mercaderías y solo abrían los negocios autorizados por el comité de huelga. Lo que había comenzado como un conflicto en una universidad periférica se convirtió en una lucha nacional de masas evidenciando un profundo malestar y un sentimiento de cambios sociales.

La CGT y el PC francés traicionaron la insurrección

La situación generaba un vacío de poder e imponía una pregunta, ¿quién debía gobernar? La respuesta la dio la CGT, dirigida por el Partido Comunista. El 25 de mayo, viendo que todo se derrumbaba, el primer ministro Pompidou convocó a las centrales obreras y patronales y propuso una negociación. El 27, en medio de un caos generalizado, con las fábricas y universidades ocupadas, con la policía ausente y sin una autoridad capaz de imponer el orden, la CGT firmó el Acuerdo de Grenelle, donde se comprometía a levantar la huelga a cambio de algunas concesiones. No era eso lo que querían las masas insurrectas y los trabajadores rechazaron el acuerdo. Temeroso de caer en manos de la revolución, el 29 de mayo De Gaulle se subió a un helicóptero junto con su familia y se dirigió a la base militar francesa de Baden-Baden, en Alemania Federal.

La disputa por el poder estaba colocada. Sin embargo, la dirección del PC y la CGT, junto con los socialistas de Mitterrand, insistieron en aceptar el acuerdo y desmontar la huelga. Apoyados en esa actitud, las patronales exigieron la vuelta al trabajo esgrimiendo los beneficios concedidos en Grenelle. El 3 de junio Mitterrand declaró que el Estado no existía, pero propuso llamar a elecciones para resolver esa situación. Estas políticas generaron confusión y el gobierno aprovechó para aplastar los focos de resistencia. Los partidos y grupos trotskistas, maoístas y anarquistas, que estuvieron a la cabeza del movimiento, fueron ilegalizados y sus dirigentes, detenidos.

Reanimado por la ayuda de las direcciones reformistas, De Gaulle volvió al país, disolvió la Asamblea y llamó a elecciones. La falta de una dirección revolucionaria para proponer una política capaz de empalmar con los anhelos de las masas generó un reflujo momentáneo aprovechado por el gobierno, incluso para ganar esas elecciones. Sin embargo, en abril del año siguiente, después de una potente huelga general y de ser derrotado en un plebiscito donde pretendía reafirmar su autoridad, De Gaulle fue obligado a renunciar y a retirarse de la escena política. Era un coletazo del Mayo Francés que puso fin a más de dos décadas de gaullismo.

La movilización de 1968, si bien significó un gran triunfo y dejó abierta una nueva etapa en Francia, no logró el objetivo que las consignas expresaban, derrocar al gobierno e iniciar la construcción del socialismo. Sin embargo, mucho hemos aprendido de esos días. La principal enseñanza es que faltó un verdadero partido revolucionario de masas que fuera capaz de dirigir la lucha hasta el triunfo definitivo. Esa tarea continúa vigente. En cada nueva movilización tenemos que lograr que la organización revolucionaria crezca y se fortalezca al calor de la lucha.

 

*Daniel Cohn Bendit fue uno de los principales líderes del Mayo Francés. Anarquista en sus orígenes, terminó siendo eurodiputado del Partido Verde.

 

Escribe Adolfo Santos

El 1° de mayo es un día de referencia de luchas de los trabajadores y las trabajadoras del mundo entero.  La fecha, instituida en el congreso de fundación de la II Internacional, en julio de 1889, fue un homenaje a los mártires de Chicago, protagonistas de una de las grandes luchas del movimiento obrero industrial de esa época.

  1. Chicago, la revuelta de la plaza Haymarket

A finales de la década de 1870, después de años de recesión, los Estados Unidos tuvieron un gran desarrollo industrial. Chicago fue uno de los principales centros de esa reactivación y allí se concentraban miles de inmigrantes, sobre todo alemanes, que al influjo de la demanda de mano de obra comenzaron a reclamar por los bajos salarios y las extenuantes jornadas de trabajo. 

En ese contexto, la ciudad se convirtió en un foco de luchas obreras y de intentos de organización sindical para exigir sus demandas. La reacción patronal no se hizo esperar y pasó a despedir trabajadores, a “marcarlos” para que nadie los contrate y a reclutar rompehuelgas para dividir a los luchadores. En octubre de 1884, una convención de trabajadores, presidida por la Federación de Oficios y Sindicatos Organizados, decidió por unanimidad llamar a una huelga el 1º de mayo de 1886 para reclamar por la jornada laboral de ocho horas.

Ese mismo año, los trabajadores de la fábrica McCormick, de maquinaria agrícola, realizaron una huelga por la jornada de ocho horas que terminó derrotada. Pero la consigna de “8 horas de trabajo, 8 horas de descanso y 8 horas de tiempo libre” caló hondo y se hizo carne en los trabajadores. Las incipientes organizaciones sindicales, que habían convocado a la lucha el 1º de mayo de aquel año, tuvieron una acogida impresionante. Más de 200.000 trabajadores industriales adhirieron a la huelga, 40.000 obreros se concentraron en la plaza Haymarket, de Chicago, y el reclamo se extendió a todo el país.

El día 4, mientras las manifestaciones continuaban, una persona no identificada, se presume que fue un provocador de la patronal, tiró una bomba contra la policía que rodeaba a los manifestantes y causó la muerte de un agente y heridas a otros siete. La reacción policial resultó en una masacre. Las fuerzas represivas dispararon a mansalva sobre la multitud, el saldo fue de treinta y ocho muertos y más de cien heridos.

Por esos hechos fueron procesados decenas de activistas obreros y, finalmente, ocho dirigentes anarquistas fueron acusados de conspiración y de ser responsables de la bomba lanzada contra los policías. Siete fueron condenados a muerte y uno a quince años de prisión. Cuatro fueron ejecutados en la horca el 11 de noviembre de 1887 y uno se suicidó en la cárcel un día antes. Los que consiguieron sobrevivir acabaron siendo absueltos años después al reconocerse que los procesos habían sido una farsa. En homenaje a los mártires de Chicago y su heroica lucha, la II Internacional proclamó el 1º de mayo Día Internacional de los Trabajadores y las Trabajadoras.

2021, la lucha continúa

Desde 1886 hasta nuestros días, los trabajadores han protagonizado jornadas históricas. Huelgas, rebeliones, revoluciones, con triunfos y derrotas, avances y retrocesos, que han marcado la historia del movimiento obrero. En todos esos procesos hay un hilo conductor desde Chicago hasta hoy: la lucha inclaudicable de la clase trabajadora por sus derechos, que sólo se conseguirá definitivamente cuando ésta conquiste el poder político e imponga el socialismo. Mientras tanto, será necesario continuar levantando las banderas que movilizaron a los trabajadores de Chicago. Peleando en la medida que este sistema capitalista en crisis nos impide vivir dignamente con solo ocho horas de trabajo y con todas las banderas que unifican las luchas de los trabajadores y las trabajadoras del mundo. Por salarios dignos, contra la desocupación crónica, la miseria creciente, la precarización y la flexibilización laboral, la multiplicidad de tareas, la creciente desigualdad social, las privatizaciones y los planes de ajuste ordenados por el FMI. Esas luchas, entre otras, nos identifican cada vez más con los trabajadores del mundo.

No es casual el carácter internacional de este día. El sistema capitalista imperialista dominante impone los mismos sufrimientos y las mismas miserias a los explotados del mundo. Un ejemplo es la clara afinidad entre los trabajadores de la salud de todos los países en medio de esta letal pandemia. Sufren las mismas deficiencias, falta de protección individual y exposición al contagio, aumento de la carga horaria, falta de recursos e infraestructura para atender a los pacientes por el deterioro de la salud pública y salarios de hambre para quienes están en la primera línea. Es el mismo caso de los trabajadores precarizados de las aplicaciones o de las tercerizadas que en todo el mundo sufren la misma explotación, o de los más de 250 millones que, según la OIT, han perdido su empleo durante 2020.

Este 1° de Mayo le brindamos un especial reconocimiento a los trabajadores de la salud por la incansable tarea realizada durante la pandemia a pesar de las pésimas condiciones de trabajo impuestas por los gobiernos patronales de la Nación y las provincias. En este marco, queremos destacar la heroica lucha llevada a cabo por los trabajadores de la salud de Neuquén que enfrentan un gobierno patronal, corrupto y represivo que, con la complicidad de una burocracia sindical traidora, los quiere derrotar para que no sirvan de ejemplo a otros trabajadores. Sin embargo, rodeados de la solidaridad de otros gremios, del sindicalismo combativo y de las comunidades a las que pertenecen, resisten sin capitular. Como los obreros de Chicago en 1886, saben que solo con la lucha es posible arrancar conquistas.

Nuestro semanario. En el que te acercamos el reflejo de las luchas del movimiento obrero, las mujeres y la juventud, además un análisis de los principales hechos de la realidad nacional e internacional.

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