May 19, 2024 Last Updated 6:07 PM, May 18, 2024

Escribe Adolfo Santos

El 25 de enero de 1987 falleció Nahuel Moreno. Probablemente, las nuevas generaciones de militantes, simpatizantes y activistas no conozcan la trayectoria y contribuciones de quien fue el fundador de nuestra corriente histórica en la década del ’40 y el principal dirigente del trotskismo latinoamericano. Por eso, cada año recordamos sus principales aportes al servicio de la construcción del partido revolucionario y de una organización socialista revolucionaria mundial.

El asesinato de León Trotsky a manos de un agente estalinista, en 1940, y la pérdida de importantes cuadros durante la Segunda Guerra Mundial dejaron inconclusa y muy debilitada la tarea fundamental de construir la IV Internacional. El Programa de Transición, uno de los grandes legados de Trotsky, no era suficiente si no se conseguía avanzar en una organización independiente de los trabajadores para luchar por sus intereses. 

Con esa comprensión, desde muy joven, Moreno se sumó a un puñado de dirigentes internacionalistas para abocarse con todas sus fuerzas a la reconstrucción de la IV Internacional. Como él mismo reconoció, la mayor parte de su militancia política estuvo dedicada a trabajar por la construcción del partido mundial. Así lo entendía Moreno, “[…] la construcción de los partidos nacionales y la internacional es un proceso combinado […]”.

Una vida al servicio de la construcción del partido revolucionario 

Hugo Miguel Bressano Capacete, quien fue conocido como Nahuel Moreno, nació el 24 de abril de 1924 en Alberdi, provincia de Buenos Aires. Con solo 18 años se incorporó a círculos trotskistas, ambiente de tertulias y discusiones de café. Preocupado por el escaso contacto de esos grupos con los trabajadores, Moreno comenzó a reunirse con jóvenes obreros del barrio de Villa Crespo con los que estudió el ¿Qué hacer?, de Lenin, y los terminó ganando para el trotskismo. En 1943 escribió su primer texto, El partido, en el que concluyó: “Lo urgente, lo inmediato, es aproximarnos a la vanguardia proletaria y rechazar como oportunista todo intento de desviarnos de esa línea […]”. 

Con esa idea, en 1944, junto con esos jóvenes obreros de Villa Crespo Moreno fundó el Grupo Obrero Marxista (GOM)). Mateo Fossa, un dirigente sindical que en 1938 se entrevistó con Trotsky en México, lo orientó sobre cómo introducirse en el movimiento obrero. En 1945, el GOM tuvo una importante participación en apoyo a la huelga del frigorífico Anglo-Ciabasa, que contaba con 12.000 obreros, a partir de lo cual captaron destacados activistas de esa lucha. Comenzaba así una nueva etapa. Moreno y su grupo rompieron definitivamente con el “trotskismo de los bares” y se fueron a vivir a Villa Pobladora, en Avellaneda. Al año siguiente editaron su primer periódico, Frente proletario, y ya reunían casi cien militantes, en su mayoría obreros. 

Desde esa experiencia, Moreno impulsó a lo largo de su vida la construcción de partidos ligados a la clase trabajadora y sus luchas. Como escribió en El partido, aquel documento precursor: “Nos empalmaremos en el movimiento obrero, acercándonos y penetrando en las organizaciones donde este se encuentre para intervenir en todos los conflictos de clase”. Así lo hizo de forma consecuente, a pesar del obstáculo que significaba el naciente peronismo, un proyecto nacionalista burgués que en esa época iba a ganar la mayoría de la clase trabajadora a partir de otorgar importantes concesiones. Sin embargo, nuestra corriente siempre llamó a no confiar en ese proyecto, ya que por su carácter, de conciliación de clases, la mayoría de esas conquistas se iban a acabar perdiendo.  

Contra la corriente, Moreno continuó llamando a construir una alternativa de la clase trabajadora. Con ese objetivo construyó el Partido Obrero Revolucionario (POR), el Partido Socialista de la Revolución Nacional (PSRN), Palabra Obrera, el PRT, el PST y el MAS. Siempre tratando de enraizarlos en el movimiento obrero y sus luchas con propuestas que dieran respuesta a sus intereses inmediatos e históricos de disputar el poder para los trabajadores.

La IV Internacional, otra de sus obsesiones

En 1948 se realizó en París el II Congreso de la IV Internacional. El GOM envió a Moreno como delegado. Allí conoció a los principales dirigentes trotskistas y fue informante del punto sobre América latina. Ese mismo año, por su crecimiento y las actividades desarrolladas, el GOM se convirtió en partido. En diciembre se fundó el Partido Obrero Revolucionario (POR). Moreno escribió su primer trabajo teórico, Cuatro tesis sobre la colonización española y portuguesa en América, donde cuestiona la visión de la mayoría de la izquierda, que le daba un carácter feudal a ese proceso.  

En ese congreso de 1948, el primero después de la muerte de Trotsky, se eligió la dirección, encabezada por los dirigentes Michel Pablo, griego, y Ernest Mandel, belga. Moreno, que a pesar de su juventud ya había iniciado un proceso de construcción partidaria luchando contra la marginalidad del trotskismo, la definió como una dirección inexperta, formada en ámbitos intelectuales y no en la lucha de clases. Sostuvo duras polémicas con ella. Ese fue uno de los méritos de Moreno, haber intervenido con una política correcta en un momento difícil en que la dirección de la Internacional, debilitada por la muerte de Trotsky y presionada por procesos objetivos, fue conducida a serios desvíos. 

Uno de los más graves errores de esa dirección fue su capitulación a los partidos comunistas que seguían al aparato de la URSS, encabezado por Stalin, y a los nacionalismos burgueses en Latinoamérica, Asia y África, así como también posteriormente al castrismo y el sandinismo. Moreno alertó que esa orientación oportunista llevaba a renunciar a la construcción de partidos revolucionarios y al hundimiento de la Internacional.  

En los años ’70 entabló una dura polémica contra la política de elevar la táctica de la guerrilla, que se había mostrado exitosa para la revolución cubana, al plano estratégico. El grupo encabezado por Mandel definió impulsar la guerrilla en Latinoamérica. Moreno sostuvo que esa orientación llevaría al desastre a generaciones enteras de luchadores y sería contraproducente para el desarrollo de la revolución latinoamericana. La sistemática liquidación de los grupos guerrilleros, al tiempo que se iniciaba un proceso de ascenso obrero y estudiantil en la región, acabaron dándole la razón a Moreno. 

Pasaron treinta y cuatro años de la muerte de Moreno y los hechos continúan corroborando sus aciertos políticos. Haber apoyado a los nacionalismos burgueses, a las direcciones “progresistas”, a los gobiernos frentepopulistas, al castro-chavismo, al falso “socialismo del siglo XXI” y sus variantes, como el sandinismo, fue un gran error de muchos sectores del trotskismo, en especial del mandelismo, y fue un freno para el desarrollo de una dirección revolucionaria. Por eso reivindicamos las enseñanzas de Moreno, de luchar por la movilización de masas, por la independencia de clase, por la construcción de partidos revolucionarios y por reconstruir la IV Internacional.


Nuestro compromiso con el legado de Moreno

Nahuel Moreno ha dejado una extensa elaboración teórica y política plasmada en varios libros y folletos* que continúan vigentes con sorprendente actualidad. Sin embargo, creemos que su legado más importante es el de haber insistido sin descanso en la lucha para construir una dirección revolucionaria. Desde Izquierda Socialista y la Unidad Internacional de las y los Trabajadores-Cuarta Internacional (UIT-CI) asumimos el compromiso de dar continuidad a esa tarea, que las luchas en curso nos exigen más que nunca. Los trabajadores, los jóvenes, las mujeres y los sectores populares no paran de luchar. Si no se avanza más, y algunas veces hasta se retrocede, es por la falta de una dirección revolucionaria. Ese es el desafío al que nos comprometemos los morenistas junto con los que luchan.   

Levantamientos como los ocurridos en Chile, Líbano, Estados Unidos, Hong Kong, las huelgas de Europa y el descontento generalizado contra los planes de ajuste para paliar la más grave crisis económica del sistema capitalista mundial nos demuestran que la pelea por la dirección está planteada en el orden del día. Si en cada uno de esos procesos somos capaces de unirnos a los sectores que luchan y aplicar las enseñanzas legadas por Nahuel Moreno podremos estar a la altura de los tiempos.

 

*Para conocer la obra de Nahuel Moreno recomendamos visitar www.nahuelmoreno.org

 

 

Escribe José Guzmán, padre de Lucas Guzmán asesinado en Cromañón

Este 30 de diciembre se cumplen 16 años de la masacre de Cromañón y los familiares seguimos luchando por justicia para nuestros pibes.

 El año pasado nos enteramos de que se levantó la clausura que existía sobre el boliche, lo que permitió que Rafael Levy, dueño del predio y condenado por la Justicia, lo vendiera de manera ilegal. Los familiares de Cromañón hemos presentado una apelación a la Corte Suprema, por lo que el lugar no se puede tocar. Nunca se le permitió a ningún familiar ingresar al local. Ahora Larreta y la Justicia sí lo permiten para hacer negociados. Quieren hacer plata a como dé lugar, sin importar la memoria de nuestros jóvenes. Son los mismos jueces, políticos y empresarios corruptos que permitieron la masacre. Tenemos que repudiar esto. Cromañón tendría que ser un espacio de la memoria en donde se recuerde a nuestros pibes y se asista a las víctimas sobrevivientes y de otros crímenes de Estado como la masacre de Once.

A 16 años de la masacre seguimos diciendo ¡los pibes de Cromañón presentes, ahora y siempre!

A diez años de la revolución del Norte de África y Medio Oriente. Organizado por la Unidad Internacional de Trabajadoras y Trabajadores Cuarta Internacional (UIT-CI). Con la participación de dirigentes de la región

El 17 de diciembre de 2010 un hecho trágico desató una tormenta social sin precedentes en el norte de África y Medio Oriente. Aquel día, Mohamed Buazizi, un joven vendedor ambulante de verduras, prendió fuego su cuerpo para protestar contra la confiscación de su pequeño puesto por parte de la policía de Sidi Bouzid, una ciudad del centro de Túnez. Este hecho, que en otro momento no habría traspasado las fronteras, fue la chispa que inició una revolución en Túnez y un colosal proceso de rebeliones en esa región que fue conocido como la “primavera” o revolución árabe.

Escribe Adolfo Santos

El suicidio de Buazizi causó una indignación generalizada que evidenció una necesidad reprimida de manifestarse contra el régimen dictatorial de Ben Ali. Las manifestaciones populares comenzaron localmente y en pocos días se extendieron a todo el país hasta llegar a la capital. La dictadura, elogiada por los organismos financieros internacionales y los grandes empresarios franceses y alemanes que instalaban allí sus fábricas para aprovecharse de las exenciones impositivas y de la mano de obra barata, fue repudiada por las masas populares movilizadas.

La irrupción de los trabajadores en ese proceso fue fundamental para asestarle un golpe mortal al régimen. Delegaciones regionales, por fuera de la cúpula de la Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT), protagonizaron un papel decisivo conduciendo a miles de jóvenes trabajadores y trabajadoras con salarios miserables a unirse a la revolución. Fueron estos batallones obreros que enfrentaron a la policía, atacaron las residencias de los familiares del dictador, incendiaron comisarías y acabaron venciendo.

Se organizaron comités de defensa de la revolución, encargados de la seguridad, de la distribución de alimentos y de convocar a nuevas manifestaciones. Millares de efectivos de las fuerzas policiales comenzaron a unirse a las protestas. Desesperado, Ben Ali prometió, sin éxito, democratizar el régimen y crear 300.000 puestos de trabajo. Desde las bases de la UGTT surgió una poderosa huelga general que paralizó el país. Fue el golpe definitivo. El 14 de enero de 2011 Ben Ali huyó a Arabia Saudita.
Lo sucedió un gobierno formado por ex integrantes del viejo régimen y algunos opositores. Las masas exigieron la salida de los ex funcionarios, mientras que comités de defensa se iban constituyendo en diversas localidades destituyendo a las viejas autoridades e imponiendo nuevas estructuras provisorias. Una movilización revolucionaria acabó con el régimen dictatorial. Triunfó una revolución democrática que, por la falta de una dirección socialista revolucionaria, no pudo avanzar a un gobierno de las y los trabajadores y los sectores populares.

Se extiende la revolución

Pero Túnez no era una excepción. Era la expresión de una rebelión que se extendería a toda la región del Magreb y el Medio Oriente contra antiguas dictaduras y una situación de miseria insostenible. Además, significó un golpe a la dominación y explotación imperialista yanqui y europea en la región que habían sostenido por años esos regímenes corruptos. En 2010 se produjeron protestas del pueblo saharaui, en el Sahara Occidental ocupado por Marruecos, que fueron violentamente reprimidas con el apoyo del gobierno español. Pero en 2011 una serie de levantamientos populares derribaron o colocaron en jaque a los regímenes de Egipto, Libia, Siria y Yemen, entre otros.

Un capítulo destacado fue el de la revolución egipcia, que acabó con la dictadura proimperialista de Hosni Mubarak. Esa fortaleza comenzó a derretirse el 25 de enero. Cansados de la represión y de una situación económica desastrosa provocada por una política de ajuste, de privatizaciones y de flexibilización laboral impulsada desde el FMI, amplios sectores de masas comenzaron a movilizarse ocupando la estratégica plaza Tahir.

El gobierno ordenó la represión policial, pero no consiguió desalojar la plaza, convertida en un verdadero cuartel general de la revolución. Entonces Mubarak echó mano de sus partidarios a sueldo, que organizaron un feroz ataque con bandas armadas que hasta utilizaron camellos y, en una verdadera batalla campal, conocida como “la batalla de los camellos”, fueron rechazados por los ocupantes, decididos a no salir de la plaza hasta derrocar al gobierno.

Con todo, Mubarak no caía. El hecho decisivo para su derrota fue la entrada en escena del movimiento obrero. Desde las fábricas de Alexandria y del delta del Nilo, pasando por la región de Suez y llegando a El Cairo, fue creciendo un movimiento huelguístico que paralizó la economía del país. Acorralado, el 11 de febrero Mubarak se vio obligado a renunciar después de treinta años en el gobierno. Era el fin de un régimen odiado. La plaza Tahir estalló de alegría.

Un nuevo gobierno capitalista de transición asumió con la ayuda del imperialismo y de los partidos de oposición, como la Hermandad Musulmana. Apoyados en las esperanzas democráticas de las masas y la ausencia de una dirección revolucionaria, aprovecharon para desviar el proceso con el argumento de que “la revolución ya terminó, ahora debemos volver a trabajar para sacar el país adelante y los problemas se resolverán con la democracia”. Las movilizaciones y los reclamos continuaron, sin embargo consiguieron desarmar el proceso e inclusive hacerlo retroceder.

Lo mismo sucedió en otros países de la región donde la revolución se estancó, como en Libia, o sufrió una grave derrota como en Siria, donde el genocida de Bashar Al Assad fue apoyado militarmente por Rusia e Irán y contó con la colaboración de los Estados Unidos.

Pero diez años después el proceso revolucionario, con sus contradicciones, sigue vigente, como lo muestran las reiteradas protestas en Túnez o las rebeliones populares en Argelia, Sudán y Líbano.

 



El proceso revolucionario sigue vigente

El saldo de esa oleada revolucionaria que conmovió el mundo árabe a partir de 2010 es positivo. Con desigualdades, fueron revoluciones democráticas en la medida en que derrocaron viejos regímenes dictatoriales corruptos sostenidos por el imperialismo. También fueron objetivamente anticapitalistas al cuestionar los planes de ajuste, la miseria y la desigualdad social. Si no avanzaron no fue porque su propósito era simplemente conquistar la democracia, sino porque no se consolidaron direcciones políticas revolucionarias capaces de ofrecer un programa para disputar el poder y avanzar a gobiernos de la clase trabajadora y los sectores populares.

Con altibajos, las movilizaciones no han dejado de suceder en la región, lo que demuestra que el proceso continúa vigente. En enero de 2019 asistimos a una revolución popular en Argelia contra el régimen encabezado por Abdelaziz Boutheflika, y si bien el régimen no cayó se vieron obligados a desplazar a Boutheflika, que gobernaba desde 1999. Antes de eso hubo una rebelión popular contra la dictadura en Sudán. Se retomaron las movilizaciones en Egipto contra el gobierno dictatorial del general Al-Sisi y en Túnez las luchas nunca cesaron.

En Líbano asistimos, en octubre de 2019, a la “revolución del whatsapp”, donde miles de trabajadores, jóvenes y mujeres salieron a las calles protestando contra la tarifa de ese servicio y acabaron cuestionando al gobierno y las negociaciones con el FMI, obligando a renunciar al primer ministro. En Irak se produjo una masiva revuelta contra las políticas capitalistas del primer ministro Adil Abdul-Mahdi, que fue duramente reprimida, pero que obligó al gobierno a hacer concesiones.
Pasados diez años, la revolución árabe continúa en pie. Seguiremos apoyando estas heroicas luchas. En ese proceso apostamos al surgimiento de nuevas direcciones políticas y sindicales que se doten de un programa para disputar el poder e impulsar gobiernos de las y los trabajadores y los sectores populares.       

Escribe Adolfo Santos

Se cumplen 200 años del natalicio de Federico Engels. Nacido el 28 de noviembre de 1820, en Barmen, Alemania, Federico era hijo de un industrial textil. Presionado por su padre, abandonó sus estudios y comenzó a trabajar en los negocios de la familia. Con apenas 18 años, después de acompañar a su progenitor por Inglaterra, donde tenían una fábrica en Manchester, se instaló en Bremen para iniciar su aprendizaje. Pero no era eso lo que más le interesaba. Rápidamente tomó contacto con los “jóvenes alemanes”, un movimiento que se oponía al régimen prusiano y exigía reformas políticas de fondo.

En esa época, Engels comenzó a escribir sus primeros textos. Firmando con un seudónimo para evitar disgustos con su familia, publicó Cartas desde Wuppertal en las que hace duras críticas a las terribles condiciones de vida de los trabajadores. Visitaba y entrevistaba obreros para obtener informaciones directas sobre su situación. Denunció el trabajo infantil y la preferencia patronal de emplear niños para pagarles menos a pesar de sufrir las mismas condiciones de trabajo que acababan tempranamente con sus vidas. Fueron sus primeros contactos con la clase trabajadora, a la que acabaría dedicándole su vida.

Manchester le abre las puertas al socialismo

En 1841 regresó a su ciudad natal, donde rápidamente sintió rechazo por el ambiente reaccionario de su entorno y decidió alistarse en el ejército para instalarse en Berlín. Allí continuó en contacto con jóvenes intelectuales que renegaban de la religión y de la moral, ideas centrales que guiaban el régimen prusiano. En 1842, con solo 22 años, tuvo su primer encuentro con Marx, que con 24 años era el editor de Rheinische Zeitung en Berlín. Varios autores describieron esa reunión como “poco amistosa”, dada la rigurosidad de Marx para con los artículos que publicaba.

Mientras tanto, decidido a introducirlo definitivamente en el mundo de los negocios y alejarlo del radicalismo político, su padre lo envió a Manchester para hacerse cargo de la industria familiar. Sin embargo, Engels ya había emprendido un camino del que no volvería atrás. En Manchester tomó contacto con grupos socialistas como los owenistas y los cartistas y comenzó una estrecha amistad con dirigentes obreros. Aunque continuó con sus tareas en la fábrica, los centros de su vida pasaron a ser los ambientes obreros y las sedes de las organizaciones socialistas.

En esas andanzas, en 1843 conoció a Mary Burns, una operaria textil de origen irlandés, un amor de juventud que se convirtió en su compañera de vida. Fue ella quien mejor logró introducirlo en la vida de los trabajadores, fundamentalmente de los inmigrantes irlandeses, uno de los sectores más explotados. Ese conocimiento de dos mundos diferentes, el de la clase obrera y el de los dueños de las industrias, tuvo una influencia decisiva en la construcción de su pensamiento. De ahí surgió su primera obra importante, Elementos de una crítica de la economía política, publicada en un periódico que editaba Marx, quien quedó impactado por aquellos “apuntes geniales”, como los llegó a llamar. En 1845 publicó La situación de la clase obrera en Inglaterra, en la que detalla con minuciosas estadísticas la miseria del sistema capitalista reflejada en la explotación fabril.

Engels y Marx, una sociedad al servicio de la clase trabajadora

En 1844, en un viaje de Manchester a Barmen, Engels hizo una escala en París para visitar a Marx. Fueron días de tertulias en los que descubrieron una gran afinidad. Desde ese encuentro no solo se tornaron inseparables durante cuarenta años, hasta la muerte de Marx en 1883, sino que iniciaron una estrecha sociedad de trabajo mediante la cual elaboraron las más importantes obras sobre las relaciones sociales y económicas que se hayan conocido. Tiempo después, Engels dijo: “Nuestra concordancia completa en todos los campos se volvió evidente y nuestro trabajo conjunto comenzó allí”.

Y vaya si hubo concordancia. Realizaron la mayor elaboración política, económica y social de la historia de la humanidad al servicio de la clase trabajadora. En 1845 se publicó el primer texto escrito en forma conjunta, La sagrada familia, o crítica de la crítica crítica. Una obra escrita para polemizar con los jóvenes hegelianos que defendían una política meramente liberal en contraposición al régimen monárquico prusiano. Marx y Engels desecharon esa idea y propusieron una nueva visión donde aparece el carácter de la lucha de clases como el motor de transformación social.

En 1846 escribieron La ideología alemana, que marcó un antes y un después en relación con el pensamiento socialista conocido hasta ese momento, el socialismo utópico. Partiendo de reconocer la importancia de Hegel en relación con la dialéctica y de la visión de Feuerbach sobre el materialismo a partir de una postura crítica por la parcialidad y limitación de ambos autores, fueron capaces de sintetizar esas dos fuentes de pensamiento para combinarlas y dar lugar a lo que Engels llamó socialismo científico. Un verdadero salto en el pensamiento humano.

Pero Marx y Engels no limitaron su tarea a la elaboración teórica, sino que se incorporaron a las organizaciones existentes en aquella época. En 1847 se integraron a la Liga de los Comunistas, un pequeño grupo de revolucionarios que actuaba de forma clandestina y contaba con gran cantidad de inmigrantes que huían de la represión de sus países. En ese mismo año, en un congreso de la organización realizado en Londres, el partido definió sus objetivos: “[…] la derrota de la burguesía, el poder del proletariado, la abolición de la vieja sociedad burguesa que se basa en el antagonismo de clases y la fundación de una nueva sociedad, sin clases y sin propiedad privada”. Gracias a la intervención de Marx y Engels comenzaba a superarse el socialismo utópico.

Ese congreso les encargó la elaboración de un texto que, sobre esos principios, propusiera un programa para unir a todos los que estuvieran de acuerdo con esas tareas. Ese texto, que vio la luz en los primeros días de 1848, es El Manifiesto Comunista, definido por León Trotsky como “el más genial entre todos los de la literatura mundial”. Elaborado sobre las incipientes bases del materialismo histórico, el Manifiesto comienza afirmando: “La historia de las sociedades no es sino la historia de la lucha de clases”. Ese manifiesto y ese pequeño partido fueron la base para, en 1864, fundar la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), también conocida como Primera Internacional.

Engels, un punto de apoyo fundamental para Marx

En todo ese tiempo, el aporte de Engels para sustentar a la familia Marx fue fundamental. Sacrificó parte de su vida, sus estudios y elaboraciones, convencido de que su eterno amigo tenía que dedicarse a una tarea fundamental e impostergable, escribir El Capital. A ese esfuerzo dedicó su vida hasta la muerte de Marx, en 1883, cuando solo estaba publicado el primer tomo (1867). Muerto su compañero, se dedicó, junto con sus hijas, a concluir la obra. Fueron años de trabajo y elaboración, además de tener que descifrar los complicados manuscritos de Marx. Finalmente, gracias a las elaboraciones conjuntas realizadas durante tantos años de trabajo común consiguió editar los tomos II y III.

En 1889 impulsó la formación de la Segunda Internacional para dar continuidad a los trabajos de la primera. Fue una organización de partidos socialistas representando a una veintena de países.

La obra de Engels es monumental. La clase trabajadora mundial le debe un reconocimiento eterno, tanto por sus aportes teóricos como por la construcción de las herramientas organizativas para llevar adelante las tareas del proletariado. Falleció el 5 de agosto de 1895 en Londres. 

Sus enseñanzas fueron plasmadas en jornadas como la Revolución de Octubre de 1917 y son parte del legado de Lenin y Trotsky. Junto con Nahuel Moreno, el fundador de la corriente de la cual Izquierda Socialista es parte, nosotros abrazamos las enseñanzas de Engels y por eso construimos la Unidad Internacional de las y los Trabajadores - Cuarta Internacional. 

Nuestro semanario. En el que te acercamos el reflejo de las luchas del movimiento obrero, las mujeres y la juventud, además un análisis de los principales hechos de la realidad nacional e internacional.

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