May 19, 2024 Last Updated 6:07 PM, May 18, 2024

Escribe Martín Fú

El martes 10 de noviembre nuestra compañera Ana María Martínez habría cumplido 70 años. Secuestrada y asesinada por la dictadura militar en febrero de 1982, Ana María militó en el Partido Socialista de los Trabajadores (antecesor de Izquierda Socialista) en la zona norte del Gran Buenos Aires. Obrera fabril, militante feminista y de los derechos humanos, llevó su compromiso revolucionario y socialista hasta las últimas consecuencias. La recordamos junto con la comisión de familiares, amigos y compañeros en un acto virtual en el que estuvieron presentes familiares de Ana María, ex compañeros de militancia del PST, la Comisión Provincial por la Memoria, la Asociación Judicial Bonaerense de Mar del Plata; Mónica Alegre, la mamá de Luciano Arruga; Susana y Nora Zaldúa, de la Comisión de Memoria y Justicia de la Masacre de La Plata, entre otros. Enviaron su saludo nuestro compañero Juan Carlos Giordano, en nombre Izquierda Socialista, y Silvia Fernández, secretaria de Organización de Suteba Tigre. Junto con compañeros de la regional Norte recordamos y honramos su memoria, reforzando el compromiso a fuerza de militancia y llevando bien en alto las mismas banderas que levantamos con el PST y que continuamos hasta el día de hoy con Izquierda Socialista. Por el socialismo y un gobierno de los trabajadores. ¡Ana María Martínez presente, ahora y siempre!


Escribe Claudio Funes

El pasado martes 20 de octubre se cumplieron diez años del asesinato de Mariano Ferreyra, militante del Partido Obrero, a manos de una patota que respondía al entonces secretario general de la Unión Ferroviaria (UF), José Pedraza, quien pretendía silenciar una protesta de trabajadores tercerizados de la línea Roca que pedían ser incorporados a la planta permanente. Un reclamo que afectaba el “negocio” de la Unión Cooperativa Mercosur, cuyo titular era el propio Pedraza, mediante el cual la burocracia sindical administraba la contratación de trabajadores tercerizados con el aval de la Unidad de Gestión Operativa Ferroviaria de Emergencia (Ugofe).

El desguace del ferrocarril, avalado por el gobierno de Cristina, permitía todo tipo de negociados. La burocracia peronista de la Unión Ferroviaria era parte de ellos. Le facturaba con sobreprecios al Estado, mientras explotaba trabajadores en condiciones de precariedad absoluta, demostrando la “lealtad” de la burocracia sindical para con los trabajadores que dice representar.

Conocido el asesinato de Mariano, el repudio se expresó de inmediato. La Unión Ferroviaria de Haedo y el cuerpo de delegados del Sarmiento, encabezado por el Pollo Sobrero, convocó inmediatamente al paro. Hubo grandes movilizaciones de organizaciones políticas, sociales y de derechos humanos pidiendo cárcel para Pedraza y los patoteros asesinos. Hasta último momento, tanto Cristina Kirchner como su ministro de Trabajo, Carlos Tomada, evitaban responsabilizar a Pedraza, apuntaban a los tercerizados de utilizar el asesinato para victimizarse. Incluso, luego de que varios medios publicaron que el propio Pedraza no descartó que gente de su gremio haya disparado.

Sin embargo, con tantas evidencias, Cristina Kirchner trató de despegarse del hecho y llegó a decir que Máximo había afirmado que la bala que mató a Mariano Ferreyra habría “rozado el corazón de Néstor”. No era para menos, el gobierno “nacional y popular” cargaba con el peso del asesinato de un joven activista de izquierda cometido por uno de sus principales aliados.

El 25 de febrero de 2011, en “solidaridad con nuestros compañeros y en defensa de la Unión Ferroviaria”, la burocracia anunció un paro entre la cero y las 12 para repudiar la prisión del asesino Pedraza. La Seccional Haedo y el cuerpo de delegados combativo del Sarmiento fueron los únicos que repudiaron el paro y convocaron a los trabajadores a no acatarlo. Comenzaba una pulseada entre las patotas de la burocracia sindical y sectores antiburocráticos del movimiento obrero que luchaban por justicia.

La movilización por fin se impuso y consiguió encarcelar a los asesinos. El 6 de agosto de 2012 comenzó el juicio. José Pedraza fue condenado a 15 años de prisión, murió en su casa en 2018 mientras cumplía la condena en su domicilio. Cristian Favale, barrabrava de Defensa y Justicia, uno de los señalados como autor material del crimen, junto con otros cinco, fue condenado a 18 años de prisión.

A diez años del tremendo asesinato el Partido Obrero convocó en Barracas a un emotivo acto en el horario y en el lugar donde fue atacada la movilización de la que participaba Mariano hace diez años. Junto con otras organizaciones y el sindicalismo combativo, Izquierda Socialista estuvo presente con una delegación encabezada por nuestra legisladora porteña (mc) Laura Marrone. El asesinato de Mariano Ferreyra es la expresión más brutal de hasta dónde puede llegar la podrida burocracia sindical peronista para defender sus prebendas y negocios sucios.

Escribe Federico Moreira

Marchando desde las fábricas hacia la Plaza de Mayo, miles de manifestantes ocuparon las calles para rechazar la detención del coronel Juan Domingo Perón. Así se inauguraba el largo período de influencia del peronismo sobre los trabajadores argentinos. Sigue planteado el desafío de formar una nueva dirección sindical y política independiente de todo sector burgués.

El 27 de noviembre de 1943, el coronel Juan Domingo Perón asumió como secretario de la Dirección Nacional del Trabajo, después convertida en Secretaría de Trabajo y Previsión, bajo el gobierno militar del general Edelmiro Farrell. El joven militar ganó notoriedad por implementar una serie de medidas que comenzaron a dar respuesta a los reclamos de los trabajadores y mejoraron notablemente sus condiciones de vida. En mayo de 1944 se creó el fuero laboral, garantizando estabilidad laboral a los representantes gremiales. En junio se logró el descanso dominical y la “garantía horaria”, que aseguraba el pago de sesenta horas quincenales como mínimo, fueran trabajadas o no, para los trabajadores de la carne. Dos millones de trabajadores accedieron a la jubilación. Se firmaron convenios colectivos de trabajo en muchas ramas productivas. Una de las medidas que provocó mayor indignación entre la oligarquía (terratenientes y ganaderos) fue el decreto del “estatuto del peón”, que establecía un salario, condiciones de alimentación y vivienda mínimas y otros derechos. Así Perón ganó el apoyo del movimiento obrero, que comenzaba a obtener conquistas que aún se recuerdan y defienden.

Perón, la avanzada yanqui y las divisiones patronales

Desde el fin de la Primera Guerra, los Estados Unidos habían comenzado su ascenso como potencia imperialista. El plan para Latinoamérica era convertirla en su propia semicolonia. Hacia el fin de la Segunda Guerra los yanquis redoblaron su ofensiva en la región.

En la Argentina, que había sido por décadas una semicolonia británica, con una oligarquía y una patronal atadas por mil lazos a Inglaterra, la ofensiva provocó una profunda división. Los partidos patronales, conservador y radical, se dividieron en dos alas, proinglesa y proyanqui. Lo mismo sucedió en el ejército.

Perón y el sector patronal que representaba, históricamente ligado a Inglaterra, se propuso resistir el embate yanqui apoyándose en el movimiento obrero. Para lograrlo fue otorgándole conquistas y se valió de una situación económica excepcional en la que el país venía de ser la quinta potencia comercial mundial y salía de la guerra como acreedor de Gran Bretaña y con una enorme acumulación de divisas, logradas gracias a los altos precios de los cereales y la carne vacuna.

El 17 de octubre

Mientras Perón ganaba apoyo en el movimiento obrero, otros sectores patronales se volcaban a una creciente oposición al gobierno militar. En julio se instaló como embajador yanqui Spruille Braden, que empezó a organizar a la oposición antiperonista y a alentar manifestaciones, a las que se sumaron gran parte del partido radical, el Partido Socialista y el Partido Comunista, que aún tenía peso entre los trabajadores. En septiembre se realizó una marcha pidiendo la renuncia de Perón. Para fines de mes hubo un levantamiento militar en Córdoba. En octubre de 1945 las tensiones llegaron a tal punto que Perón decidió renunciar. Pero antes informó que dejaba a la firma de Farrell un decreto con aumentos y mejoras para los trabajadores, entre ellas el aguinaldo. El anuncio provocó manifestaciones y enfrentamientos en el centro de la Capital con heridos y detenidos.

La polarización iba en aumento y el 12 de octubre Perón fue detenido y embarcado a la isla Martín García por orden de Farrell. Los sindicatos más importantes exigieron su inmediata libertad. La conducción de la CGT se reunió para deliberar y convocó a una huelga general para el 18 de octubre. Pero el 16, Cipriano Reyes, dirigente del gremio de la carne, movilizó a los obreros de Berisso y desencadenó la movilización que el 17 de octubre llegó a Plaza de Mayo. La acción decisiva del movimiento obrero dividió a las fuerzas armadas, que se empezaron a volcar en favor de Perón. Por la noche, Perón fue liberado y, junto a Farrell, salieron al balcón de la Casa Rosada para anunciar que se adelantaban las elecciones nacionales para febrero de 1946.

El peronismo, un movimiento burgués con fuerte apoyo de los trabajadores

El 17 de octubre, la crisis del gobierno y la división de la cúpula militar facilitaron la movilización. Pero lo fundamental fue la decisión de miles de obreros de ganar las calles. Por primera vez en nuestra historia la clase obrera era protagonista principal de un hecho político nacional. Pero, contradictoriamente, lo hacía en apoyo de un militar y dirigente de un sector de la burguesía que estaba enfrentada al imperialismo yanqui. Ya siendo presidente, ante el Parlamento en 1947 Perón dijo: “No combatimos al capital, sino que le facilitamos todos los medios necesarios para su adaptación y desenvolvimiento”. Por eso rechazaba fervientemente la organización independiente del movimiento obrero, sometiéndolo a la burocracia sindical peronista y al aparato del Estado, inculcando desde aquellos años el veneno de la conciliación de clases y la confianza de los obreros en los patrones.

Nuestra corriente, fundada por Nahuel Moreno en 1943, comenzaba a dar sus primeros pasos cuando se produjeron estos hechos. Al calor de los acontecimientos fuimos redondeando una definición del peronismo de aquellos años como un movimiento burgués nacionalista por sus fuertes roces con el imperialismo yanqui y que supo ganar gran apoyo de los trabajadores. Esta definición nos permitió denunciar y rechazar la ofensiva yanqui, oligárquica y clerical que culminó en el golpe militar de 1955 y nos permitió también mantener una clara independencia política y organizativa y una posición crítica respecto del peronismo y sus gobiernos. Pero, a la vez, nos permitió mantenernos íntimamente ligados a los trabajadores peronistas desde las fábricas, las comisiones internas y los sindicatos para apoyar e impulsar sus luchas.

El carácter burgués del peronismo lo fue llevando a entrar en crisis con su base obrera. Pero aún sigue planteado el gran desafío de que los trabajadores avancen en la ruptura definitiva con el peronismo, rechacen la unidad obrero-patronal y formen una nueva dirección política y sindical independiente de todo sector patronal. Es la gran tarea que, desde los años ’40, impulsó nuestra corriente construyendo el GOM, Palabra Obrera y otros partidos hasta llegar al actual, Izquierda Socialista.

Escribe Federico Moreira

El recuerdo del “primer peronismo” y de las conquistas obtenidas por los trabajadores y el pueblo es utilizado por los dirigentes peronistas para ganarse el favor popular. Pero lo cierto es que desde hace décadas no queda nada de aquel movimiento nacionalista burgués que había levantado las banderas de la justicia social, la soberanía política y la independencia económica. No existe más el peronismo de las conquistas obreras y populares.

Ya en 1973, el gobierno de Perón, contra las expectativas generadas, impuso el “pacto social” que no permitió a los trabajadores recuperar lo perdido en los años anteriores. Tras su muerte, vinieron el ajuste feroz del ministro Celestino Rodrigo y se profundizaron las persecuciones y asesinatos contra la resistencia obrera de parte de Isabel, López Rega y sus bandas fascistas. En 1989, el peronismo volvió con Menem y, pese a las promesas de “salariazo y revolución productiva”, llevó adelante otra feroz ofensiva contra los trabajadores y los sectores populares. Aumentó la desocupación, bajó los salarios y las condiciones de vida, mientras privatizaba todas las empresas públicas a precio de remate.

Desde 2003, los gobiernos peronistas de Néstor y Cristina Kirchner utilizaron el doble discurso e ilusionaron con un supuesto “retorno al primer peronismo”. Pero el kirchnerismo no fue nada de eso. Los Kirchner nos hicieron creer que nos desendeudábamos, pero pagaron como ningún otro gobierno anterior la deuda externa que siguió creciendo, mantuvieron las privatizaciones menemistas y con Chevron en Vaca Muerta continuaron entregando nuestros recursos naturales. Con la profundización de la crisis también aplicaron el ajuste reduciendo salarios y jubilaciones, crecieron el trabajo en negro, el desempleo y la pobreza mientras los ocultaban truchando los números del Indec.

Ahora, tras el desastre macrista, el peronismo está otra vez en el gobierno con Alberto Fernández y Cristina Kirchner. En medio de la pandemia del coronavirus y la crisis económica, pese a haber prometido que gobernaría para los “más vulnerables”, continúa con el ajuste y la entrega. Mientras los trabajadores recibieron en estos meses despidos, suspensiones o rebajas salariales, las multinacionales recibieron subsidios y rebajas de impuestos. Después de decir que “elegiría a los jubilados antes que al FMI”, Alberto pagó este año a los usureros internacionales y pretende seguir pagando tras la renegociación de la deuda.   

Hace décadas que el peronismo se terminó de consolidar como un sostén fundamental de las patronales y del saqueo imperialista. Por eso no es salida para los trabajadores y los sectores populares. Hoy es la izquierda la que sigue defendiendo, en cada lucha, las históricas conquistas obreras y populares contra todos los gobiernos patronales, incluidos los peronistas como el de Alberto. Izquierda Socialista y el Frente de Izquierda son los que plantean que hay que romper con el imperialismo y el FMI, dejar de pagar la deuda, nacionalizar la banca y el comercio exterior y reestatizar las privatizadas. La experiencia de décadas realizada con el peronismo plantea también el desafío de luchar por un verdadero gobierno de trabajadores y el socialismo para dar una solución definitiva a los urgentes problemas sociales.

 

 

 

Escribe Francisco Moreira

El 3 de octubre de 1990 se firmó el tratado de unificación que, tras la caída del Muro de Berlín un año antes, selló formalmente la reunificación alemana. El pueblo alemán derrotó a la dictadura del partido único en el sector oriental y acabó con la división del país. Sin embargo, los desastres del falso socialismo de la burocracia estalinista y la ausencia de una dirección revolucionaria dieron lugar a la restauración capitalista. Sigue pendiente la tarea de avanzar hacia un verdadero socialismo con democracia obrera.

En mayo de 1945 se produjo la rendición de los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Hitler se suicidó cuando las tropas del ejército soviético tomaron Berlín, la capital de Alemania. Tras su triunfo, la burocracia de la URSS, encabezada por José Stalin, y los líderes imperialistas Winston Churchill (primer ministro inglés) y Franklin Roosevelt (presidente de los Estados Unidos) pactaron dividir el país. Así comenzaron a crear “esferas de influencia” para reconstruir el capitalismo y frenar los movimientos revolucionarios e independientes de los trabajadores y los pueblos del mundo. Además, se aseguraron de que el proletariado alemán, rico en tradición revolucionaria, tuviera más dificultades para volverse a levantar en el futuro.

La división de Alemania llevó a la creación, en la región occidental, más poblada e industrial, de la República Federal Alemana (RFA), con capital en Bonn. En la zona oriental, con menos población y menor desarrollo, se constituyó la República Democrática Alemana (RDA), con capital en Berlín, que quedó dividida. En 1961, la dictadura burocrática construyó el muro, símbolo de la división alemana y de la represión al pueblo alemán oriental.

En la RDA se instituyó un régimen parecido al de los gobiernos de Polonia, Hungría, Checoslovaquia y otras naciones de Europa Central, que los trotskistas llamamos “Estados obreros burocráticos”. Una dictadura del Partido Socialista Unificado, estalinista, un aparato burocrático y totalitario que respondía directamente a las órdenes de los jefes de Moscú y era protegido por las tropas rusas del Pacto de Varsovia. La población vivía bajo una constante represión, sin libertades y con una vida regimentada por el control burocrático. Con la eliminación de la burguesía y la planificación económica lograron mejoras, como pleno empleo y acceso masivo a actividades deportivas y culturales, aunque siempre modestas en relación con sus vecinos de la RFA, protegidos por el imperialismo yanqui.

Derrumbe estalinista y reunificación alemana

En la década de los ’80, las burocracias dominantes en los países donde se había expropiado a la burguesía profundizaron sus negociaciones con el imperialismo y la apertura hacia la penetración capitalista. La falta de libertades y la caída en los niveles de vida alentaron entre las masas un ascenso de las luchas. Se puso en marcha una rebelión antiburocrática y democrática. Comenzaron a darse los primeros triunfos de lo que León Trotsky denominó en los años ’30 “revolución política” contra el aparato burocrático. La revolución polaca fue una de las primeras, con el surgimiento del sindicato Solidaridad. Ya en 1989, en toda Europa Oriental, había movilizaciones. Las huelgas mineras sacudían a la URSS. Ese año, en junio, hubo una derrota importante en China, cuando la dictadura del Partido Comunista aplastó la revolución con la represión en la plaza Tiananmen. Pero esto no detuvo a las masas.

A comienzos de octubre de 1989, la RDA realizó los festejos por los cuarenta años de su fundación. Pero ya para esos días el régimen dictatorial estaba en total crisis, con un país semiparalizado en lo económico, sacudido por el éxodo creciente de su población a Hungría y Checoslovaquia y las movilizaciones populares. La visita de Mijaíl Gorbachov, jefe de Estado de la URSS, fue utilizada por las masas para expresar sus anhelos de cambio. El gobierno intentó calmar el descontento con algunos cambios. Destituyeron al viejo dictador Erich Honecker e impusieron a Egon Krenz. En noviembre, como parte de los cambios prometidos, Krenz anunció que se darían permisos para visitar Berlín Occidental. Sin que nadie lo hubiera previsto o planificado, los alemanes orientales comenzaron a trasladarse en coche y a pie para visitar el otro lado sin restricciones. Frente al Muro de Berlín se abrazaban parientes y desconocidos. Pronto aparecieron los primeros picos y martillos y, bajo la mirada desconcertada de los soldados orientales, comenzó la demolición del hormigón. El pueblo alemán ponía en marcha no solo el fin de la dictadura estalinista sino, también, la reunificación alemana.

Un triunfo con un alto costo

Según los grandes medios de comunicación, los artífices de la reunificación alemana fueron el presidente yanqui, Ronald Reagan, y el papa Juan Pablo II, ayudados por Gorbachov. Pero no fue así. Los gobiernos capitalistas temían que una Alemania reunificada quebrara los frágiles equilibrios imperialistas. Por su parte, la burocracia estalinista aún pretendía retener el poder y encauzar la restauración capitalista bajo su propio dominio. Ambos le temían al ascenso revolucionario de las masas.

La caída del Muro fue una victoria del pueblo alemán y del mundo porque concretó y simbolizó el fin de las dictaduras burocráticas de los partidos comunistas. Fue una revolución política triunfante. Pero al mismo tiempo tuvo grandes limitaciones y contradicciones. Debido a la ausencia de una alternativa socialista revolucionaria que encabezara la movilización de las masas, no se enfrentó ni derrotó la restauración capitalista en marcha. Por el contrario, la confusión llevó a las masas a ilusionarse con el capitalismo. Se fortaleció la campaña ideológica de todos los reformistas y de los ideólogos capitalistas contra la expropiación y contra la propiedad estatal de las principales empresas de producción y servicios, que son la base económica y social de un auténtico socialismo.

El canciller demócrata cristiano Helmut Kohl fue uno de los líderes que más rápido comprendió la situación. La reunificación era un hecho que no tenía retorno. Entonces, asumió la conducción del proceso. Con millones de marcos, realizó concesiones económicas a la población oriental para estabilizar la situación del país y desmontar la movilización. El 3 de octubre de 1990, tras la firma del tratado de unificación, encabezó los festejos. El pueblo alemán pagaría después el alto costo de que se avanzara hacia una reunificación, pero bajo el capitalismo.

A partir de entonces, el conjunto de los trabajadores alemanes continuó haciendo su experiencia con el capitalismo y sus gobiernos, que nunca pudo ni podrá ofrecerles el progreso que anhelaban quienes tiraron el Muro de Berlín y propiciaron la reunificación. La relativa estabilidad lograda en Alemania como potencia imperialista, continuada por los gobiernos de Ángela Merkel, fue lograda a costa de brutales planes de ajuste a los trabajadores y los sectores populares. Hoy, ante la doble crisis de la pandemia y la economía, los trabajadores vuelven a pagarla con reducciones salariales y aumento del desempleo. Por eso sigue aún vigente la gran tarea de conquistar gobiernos de trabajadores, expropiar a la burguesía y avanzar hacia un verdadero socialismo con democracia obrera.

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