El 1º de septiembre de 1939 comenzaba la Segunda Guerra Mundial, cuando la Alemania nazi invadió a su vecina Polonia. Al mismo tiempo, Stalin la invadía desde la frontera oriental, gracias a su pacto con Hitler, que se rompió cuando éste comenzó en junio de 1941 la invasión a la URSS.
El martirio de la población polaca fue atroz. En Varsovia, desde 1940, los judíos fueron recluidos en el tristemente célebre gueto. Luego eran deportados hacia el campo de exterminio de Treblinka. En abril de 1943, alentados por la derrota de los nazis en Stalingrado y el avance del Ejército Rojo, los judíos sobrevivientes del gueto protagonizaron un levantamiento que fue ahogado en sangre.
Desde 1943 avanzaban las tropas soviéticas
A partir del triunfo de Stalingrado en febrero de 1943, las tropas de Hitler comenzaron su retroceso. El avance del Ejército Rojo a lo largo de 1944 se hacía arrollador. En junio-julio avanzaba hacia el río Vístula en Polonia, al mando del general ruso-polaco Rokossovski. Los nazis consiguieron rechazarlo en un primer intento, pero ya habían liberado Polonia central y avanzaban hacia Varsovia.
A comienzos de junio se había producido el desembarco aliado en Normandía. El segundo frente estaba finalmente en marcha, y los alemanes se veían acosados desde el occidente, el sur y fundamentalmente el frente oriental*.
El 1º de agosto comenzó la insurrección
Con 50.000 combatientes de la Armija Krajowa (Ejército del Interior-AK), la resistencia polaca se lanzó a la lucha y ocupó gran parte de la ciudad. Con su armamento liviano enfrentaron a un número similar de tropas alemanas armadas con tanques, artillería pesada y aviones de combate. Los nazis esperaban aplastarlos en cinco días, pero duró casi 10 semanas de una encarnizada guerrilla urbana. Se fue peleando casa a casa y se utilizaron los túneles de alcantarillado y las cloacas para trasladarse y como refugios. Con su escasez de munición, los combatientes aguzaron la puntería de sus francotiradores con un lema: “una bala, un alemán”. Unos veinte mil soldados murieron en cada bando.
La población fue diezmada. Los SS masacraron a unos 50.000 ciudadanos; unos cien mil murieron en los bombardeos, medio millón fueron deportados a los campos de concentración o utilizados como mano de obra esclava. Tras la evacuación, la ciudad fue arrasada por completo por una orden personal de Hitler.**
La gran traición de Stalin
Según el historiador británico Norman Davies, los planes de la campaña soviética marcaban que Rokossovski debía tomar Varsovia el 2 de agosto. Y ese día habría contemplado la ciudad, que estaba en llamas, desde el otro lado del Vístula, mientras comenzaba a responder un contrataque alemán contra sus tropas que lo había demorado. Junto con el general Zhukov enviaron una propuesta a Stalin para tomar la ciudad y seguir el avance hacia Alemania.
Isaac Deutscher, investigador y periodista socialista polaco, autor de la primera gran biografía de León Trotsky, también escribió en 1949 Stalin, biografía política. En ese libro hace una interpretación justificatoria de las purgas, la represión y otros crímenes del dictador. Sin embargo, no es tan benevolente con la respuesta que dio Stalin a la insurrección. Dice: “La conducta de este fue sumamente extraña, por no decir más. Al principio no les dio crédito a los informes sobre el levantamiento y sospechó un engaño. Después prometió ayuda, pero no la dio. Todavía hasta entonces era posible darle una interpretación benévola a su conducta. Era posible, e incluso muy probable, que Rokossovsky, rechazado por los alemanes, no estuviera en condiciones de acudir al rescate de Varsovia, y que Stalin, ocupado entonces en grandes ofensivas en el sector sur del frente, en los Cárpatos y Rumania, no pudiera alterar sus disposiciones estratégicas para auxiliar al levantamiento inesperado. Pero a continuación hizo algo que horrorizó a los países aliados. Se negó a permitir que aviones británicos, volando desde sus bases para abastecer de armas y vituallas a los insurgentes, aterrizara en aeródromos rusos tras las líneas de combate. De esa manera redujo a un mínimo la ayuda británica a los insurgentes. Entonces, los rusos aparecieron llevando ayuda a la ciudad en llamas, cuando ya era demasiado tarde.”
Davies escribe que en 1997 se publicó el documento de Zhukov y Rokossovski que comentamos más arriba y que despeja las dudas de Deutscher sobre la capacidad del Ejército Rojo de aplastar a los alemanes en Varsovia. Y también agrega Davies que muchos consideran también que “hubo una cínica traición de los aliados occidentales, quienes, por no importunar a Stalin, no intervinieron en favor de sus aliados polacos”.
En síntesis: el Ejército Rojo se quedó del otro lado del río, permitiendo que los nazis aplastaran en forma salvaje la insurrección. Ni Churchill, ni Roosevelt, ni fundamentalmente Stalin hicieron nada para evitar la inmolación de un heroico pueblo que enfrentó con su heroísmo y su propia decisión a la máquina de destrucción del Tercer Reich. En su última trasmisión antes de ser silenciada para siempre, la radio de los insurrectos dio el siguiente mensaje: “Sepan los pueblos del mundo que todos los gobiernos son culpables.”
*Ver notas de El Socialista, Nºs 238, 248 y 269.
**Estos y otros datos en Europa en guerra, de Norman Davies (Planeta, Buenos Aires, 2008) y en Stalin, biografía política, de Isaac Deutscher (Era, México, 1988)
Rompiendo el silencio
Los nazis se rindieron en mayo de 1945. En el “reparto del mundo” que establecieron los imperialistas con el dictador Stalin de la URSS, la castigada Polonia quedó en la zona de ocupación de la burocracia soviética. Se estableció la dictadura del partido único stalinista, que condenó al total olvido a la heroica insurrección.
Una de las pocas voces que en aquellos momentos reivindicaron a los héroes de Varsovia fue el periodista y escritor socialista inglés George Orwell. Desde su participación en las milicias del POUM y la CNT en la guerra civil española se convirtió en fuerte crítico del totalitarismo de la burocracia de la URSS. En la publicación que dirigía Tribune, denunció su conducta criminal ante el levantamiento en 1944.
Ya citamos que Deutscher, en su biografía de Stalin de 1949 hizo un breve relato del levantamiento y mencionó la “malevolencia cruel” y lo “cínico” de la conducta de Stalin ante los polacos.
Fue en 1956 cuando una película impactó y sacó a la luz el tema. En 1953 había muerto Stalin, y comenzó a desarrollarse el descontento obrero y popular en Alemania Oriental, Polonia y Hungría (cuyo levantamiento fue aplastado en 1956) contra las dictaduras stalinistas. En Polonia comenzó cierta apertura, dando algo de espacio a expresiones culturales por fuera del monótono y digitado discurso oficial y el aberrante “arte proletario”. El joven director de cine Andrzej Wajda pudo filmar con un punto de vista propio sobre la guerra. Su segunda película se llamó Kanal. Basada en la novela de un sobreviviente, por primera vez se divulgaba la insurrección y la brutal represión nazi. Tomaba la experiencia de aquellos dos meses durante los cuales la población y los combatientes fueron utilizando los túneles de alcantarillado y cloacas de la ciudad para desplazarse y resistir. Situada a fines de septiembre de 1944, mostraba en forma angustiante el aislamiento de los combatientes, su lucha por sobrevivir y su situación sin salida. Pese a la censura, algunas escenas remitían a la traición de la burocracia soviética. Afortunadamente, la película pudo ser presentada en el Festival de Cine de Cannes en 1956, fue premiada, y desde entonces quedó su testimonio desgarrador.
Por último, podemos mencionar la muy buena película del polaco Roman Polansky, El pianista, de 2002. Está basada en la vida del pianista judío de Radio Varsovia Wladyslav Szpilman, que sobrevivió a las insurrecciones del gueto de 1943 y de toda la ciudad en 1944, hasta que se retiraron los nazis y llegó el Ejército Rojo. Ganó varios Oscars, la Palma de Oro en Cannes y otros premios.