La segunda guerra mundial comenzó en setiembre de 1939, a partir de que los ejércitos de Hitler invadieron Checoslovaquia. Italia y Japón se sumaron a los nazis. Francia fue ocupada en 1940 e Inglaterra comenzó a ser duramente bombardeada. En junio de 1941 comenzó la invasión a la URSS. En diciembre del mismo año bom- bardearon Pearl Harbor, obligando a EE.UU. a entrar en la guerra. El Tercer Reich encabezaba el intento de imponer regímenes de brutal superexplotación en los países conquistados y borrar del mapa a la Unión Soviética, donde, a pesar de la dictadura burocrática de Stalin, se mantenían las bases socialistas del gran triunfo revolucionario de 1917.
De Stalingrado hacia Alemania
En 1940-1942, el mapa de casi toda Europa y de buena parte de la antigua URSS era negro, si identificamos ese color con la expansión de los ejércitos de Hitler y el fascismo. La maquinaria bélica de Hitler era imparable. La conducción burocrática de Stalin le había facilitado el avance cuando en agosto de 1939 hizo un pacto de “no agresión” con Hitler y se repartieron Polonia. Menos de un año después, los ejércitos alemanes comenzaron la invasión a la URSS. Arrasaron Kiev, Minsk y otras ciudades, y llegaron a las puertas de Moscú, ocupando Stalingrado al sur y sitiando por hambre a Leningrado sobre el mar Báltico.
Casi un tercio del territorio de la URSS fue invadido, y las penurias sufridas por el pueblo soviético ante el ensañamiento y la crueldad de los alemanes eran infinitas. Sin embargo, se fueron recuperando fuerzas. La reacción de las masas rusas y del Ejército Rojo permitió ir cambiando la situación.
La URSS (que tuvo 22 millones de muertos) jugó un papel de primera magnitud en la derrota de Hitler, que es minimizado o directamente ocultado entre muchos historiadores y por los sucesivos gobiernos de los “aliados”.* En febrero de 1943 se produjo la primera gran victoria: la rendición de los nazis que ocupaban Stalingrado. Fue el punto de inflexión. Con feroces combates, enormes sufrimientos y los desastres propios de la dicta- dura de Stalin, el Ejército Rojo fue recuperando terreno, haciendo retroceder a los nazis palmo a palmo.
Las masas de Europa central y occidental desde febrero de 1943 comenzaron a recuperarse y a re- sistir. En Polonia se dio el levantamiento del gueto en abril de 1943 y de toda la ciudad en agosto de 1944 (dejada en el abandono por orden directa de Stalin, que retuvo a sus tropas en las afueras). Los maquis en Francia, los partisanos en Italia, la guerrilla antinazi en Grecia y Yugoslavia se fueron fortaleciendo. Ingleses y norteamericanos en junio de 1944 finalmente desembarcaron en Normandía. La resistencia liberó Paris en agosto de ese año.
La batalla de Berlín
El 14 de abril de 1945 el Ejército Rojo llegó a Berlín y empezó la batalla final. Hubo un intento encarnizado pero inútil de resistir. Mientras tanto, en Italia, el 28 de abril, Benito Mussolini fue capturado y fusilado por los partisanos del partido comunista. Por su parte, Hitler, que había intentado seguir dando órdenes irrealizables, se suicidó en su bunker, junto a Eva Braun, el 30 de abril, ordenando que sus restos fueran incinerados de inmediato.
El 2 de mayo el comandante a cargo de la defensa de la ciudad firmó la rendición ante los generales soviéticos. El horror había sido aplastado. Con un costo altísimo para los soviéticos: en esa última batalla tuvieron casi 80.000 muertos y más de 270.000 heridos. Distintos historiadores señalan que la conducción burocrática de Stalin y sus generales eran un factor importante para acrecentar las víctimas de los soldados rojos.
El 8 de mayo se realizó una ceremonia con la presencia de generales ingleses, franceses y yanquis, que junto al mariscal soviético Zhukov firmaron un acta con la definitiva capitulación del alto mando alemán. La guerra había terminado.
La traición de los partidos comunistas
Los gobiernos y ejércitos de las potencias imperialistas y la burocracia soviética que enfrentaron al nazismo iban tejiendo distintos pactos a medida que avanzaban sobre las fuerzas alemanas. Todos coincidían en garantizar la reconstrucción capitalista-imperialista de Europa, repartiéndose entre ellos “esferas de influencia”, es decir, territorios donde predominaran unos y otros.
La figura de Stalin surgió inmensamente fortalecida a partir de aquel tremendo e histórico triunfo. Su objetivo era liquidar todo atisbo de avance de nuevos triunfos revolucionarios y socialistas. Así podría consolidar y extender el dominio de la burocracia soviética, imponiendo otras dictaduras en países ocupados por el Ejército Rojo en Europa del este (parte de Alemania, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania y Bulgaria). En Francia e Italia se consumó una colosal traición. Allí la masiva resistencia antinazi (ma- quis y partisanos) estaba armada y dirigida por los partidos comunistas. Estos estaban en condiciones de impulsar el triunfo de nuevas revoluciones e imponer gobiernos obreros y socialistas en esos países clave. La orden del todopoderoso Partido Comunista de la URSS fue entregar las armas y sumarse a la reconstrucción capitalista, formando gobiernos de unidad con los principales partidos políticos de la burguesía, como la democracia cristiana en Italia o apoyando al gaullismo en Francia. En Grecia permitieron que las tropas británicas aplastaran a los guerrilleros que habían sido decisivos en la expulsión de los ocupantes alemanes.
En las conferencias de Yalta (en la península de Crimea) en 1943 y de Potsdam (en Berlín) en 1945, Stalin se reunió con el británico Churchill y el yanqui Roosevelt primero, y luego con Truman, para firmar esos acuerdos contrarrevolucionarios.
El fin de la segunda guerra: un triunfo histórico
A partir de 1943, la recuperación de las masas rusas y europeas, que dos años después permitió derrotar al nazismo, abrió una etapa de enorme ascenso mundial. El propio Stalin no pudo sostener cabalmente su compromiso con Churchill y Truman, y fue expropiada la burguesía en la parte de Europa oriental ocupada por el Ejército Rojo. Los imperios británico y francés se desmoronaban. Se liberaron gran parte de las colonias, comenzando por la más grande de ellas, la India. Y en 1949 triunfó una revolución socialista en el país más poblado del mundo, China. La burguesía fue expropiada en un tercio de la humanidad. De todos modos, a pesar del vigoroso ascenso y los grandes logros, el pacto entre la burocracia soviética y el imperialismo permitió la supervivencia del capitalismo.
*Uno de los historiadores que mejor documenta el decisivo papel del Ejército Rojo en la victoria sobre el Tercer Reich es Norman Davies, en Europa en guerra (1939-1945), Planeta, 2013.
Holocausto
En los inicios del siglo XX se abrió la época histórica del imperialismo. Es la fase decadente del sistema capitalista, que nació bañada en sangre con la carnicería interimperialista de la primera guerra mundial. El choque entre la revolución y contrarrevolución adquirió una envergadura planetaria. En Rusia se dio el gran triunfo de la primera revolución socialista obrera y campesina, y se fundó la URSS. En el otro polo, comenzó a desarrollarse el extremo de la contrarrevolución burguesa: el fascismo y luego el Tercer Reich de Hitler, que tomó el gobierno de Alemania en 1933.
El nazismo fue el intento monstruoso de imponer un nuevo sistema de superexplotación esclavista, racista y genocida. Surgieron los campos de exterminio y de mano de obra esclava, donde fueron a dar los judíos en primer lugar (se calcula unas seis millones de víctimas en el Holocausto), pero también los polacos, los gitanos, los izquierdistas, los intelectuales antifascistas y los soldados prisioneros. El trabajo agotador, el hambre y las cámaras de gas funcionaron durante años. Nunca, ni antes ni después, la humanidad vivió un horror semejante y a tan grande escala. La movilización de las masas pudo acabar con él, y aquel triunfo sigue siendo la más grande victoria democrática lograda por la humanidad.