En los años ´20 Estados Unidos se consolidaba como la primera potencia económica imperialista en el mundo capitalista posterior a la guerra mundial de 1914/18. Era una sociedad convulsionada por crecientes contrastes. Una gran burguesía cada vez más poderosa, sectores fervientemente religiosos y racistas, más que nada en las pequeñas ciudades y pueblos, y en el medio rural, convivían con las luchas y huelgas obreras y la arrolladora modernización que dinamizaba toda la sociedad, formando una amplia clase media. Se masificaban los electrodomésticos y los medios de comunicación, se desarrollaban la radio y el cine, se bailaba el charleston y el jazz conquistaba públicos. También se intensificaba la represión a los inmigrantes, en particular a los que querían sindicalizarse para pelear por sus derechos, y se impuso la prohibición del alcohol. Renació la organización asesina de negros el Ku Klux Klan, con mayor raigambre en el sur rural, religioso y racista.
El juicio del mono
En marzo de 1925 la legislatura del estado sureño de Tennessee promulgó una ley que obligaba a enseñar en las escuelas, incluso públicas, que el origen del hombre era divino. Según lo dice la Biblia, en el libro del Génesis, “sobre la creación del mundo”: “1.1 Al principio Dios creó el cielo y la tierra. 2. La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo...” Apartarse de esto era prohibido, porque podía llevar a “perversiones morales”.
Un joven profesor de biología, de 24 años, John Thomas Scopes, que enseñaba en un secundario del pueblo de Dayton, en acuerdo con algunos padres, desafió la ley y al Génesis. Enseñó a sus alumnos las concepciones del origen y la evolución de las distintas especies, incluyendo al hombre, de Charles Darwin. Rápidamente fue denunciado y enjuiciado a partir del 10 de julio de 1925.
La acusación estuvo a cargo de William Jennings Bryan, abogado fundamentalista protestante, que había sido tres veces candidato a la presidencia. La defensa de Scopes la asumió la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU por sus siglas en inglés) y el abogado más conocido del país, Clarence Darrow. El juicio duró doce días. Fue seguido minuto a minuto por todo el país, a través de la radio, y por periodistas que viajaron de todo el mundo. La prensa lo denominó el “juicio del mono”.
Bryan impugnaba los argumentos de Darrow calificándolo de ateo. Los científicos que la defensa propuso como testigos impugnaron la ley, alegando que no se podía tomar a la Biblia, que es un texto religioso, como si fuese un libro de ciencias. Obviamente el juez rechazó esos testimonios por impertinentes. Scopes no negó que enseñaba a Darwin. El 21 de julio, declarado culpable, fue condenado a pagar una multa de 100 dólares y quedó libre.
Las apelaciones dieron lugar a que en 1927 la multa se redujera a 1 dólar. Esa ley nunca más se aplicó, y fue finalmente derogada por la Suprema Corte en 1968.
“Heredarás el viento”
En la década del 50, en medio de la oleada derechista y la “caza de brujas” del macartismo, se estrenó una obra de teatro con esa frase de la Biblia como título. El “juicio del mono” se reinstalaba como parte de las luchas democráticas y por la enseñanza de la ciencia contra el fundamentalismo cristiano. En una versión de ficción, se denunciaba la intolerancia religiosa y la imposición de las visiones creacionistas en la educación pública.
El director de cine Stanley Kramer la llevó al cine, y su guionista fue uno los “autores prohibidos” de Hollywood. Se estrenó en 1960 y se fue transformando en una película de culto, un hito en la lucha contra la enseñanza religiosa. Acusador y defensor fueron encarnados en un inolvidable duelo actoral por Spencer Tracy y Fredric March. Posteriormente hubo nuevas versiones. Entre otras, una con Kirk Douglas en 1988, y otra con Jack Lemmon en 1999.
El interés del tema del enfrentamiento entre el desarrollo de la ciencia y su enseñanza y las visiones religiosas se mantiene. Ha sino que ha sido una constante en la pugna de distintos sectores sociales y políticos en los Estados Unidos.
La ciencia se enfrenta al creacionismo cristiano
Actualmente casi un tercio de la población de los Estados Unidos no cree en la evolución, sino en la creación tal como la describe el libro del Génesis: que la Tierra existe desde hace menos de 10.000 años y que los seres vivos siempre han existido en su forma actual. A su vez tomando el total de la población, solo el 35% cree que la evolución se produce por selección natural; el 24% cree que la evolución existe, pero guiada por un ser superior, el así llamado “diseño inteligente” (ver recuadro)*. Estas concepciones dispares se han ido expresando en la larga lucha por erradicar de la escuela pública el creacionismo religioso.
En 1987, un caso del estado de Louisiana llegó a la Corte Suprema, que en junio de ese año determinó que no se podía enseñar la creación según el Génesis (o ningún otro libro religioso) en las escuelas públicas, por ser religión, y por lo tanto contrario a la Constitución norteamericana (ver Edwards v. Aguillard).
Este fallo dio lugar a la aparición del mencionado “creacionismo científico”, o “diseño inteligente”, que busca seguir divulgando la creación según la Biblia con “argumentos” pseudocientíficos.
En 2005 hubo un juicio importante (Kitzmiller v. Dover Area School District), cuando un grupo de padres de un pequeño pueblo de Pensilvania exigió que no se enseñara el “diseño inteligente” como alternativa válida a la evolución darwiniana en la escuela secundaria pública a la que iban sus hijos. El fallo de diciembre de 2005 les dio la razón a aquellos padres, al determinar que el “diseño inteligente” no es ciencia, “porque no puede desvincularse del creacionismo, es decir, de sus antecedentes religiosos”.
Hay bastante gente en Estados Unidos que manda a sus chicos a escuelas religiosas, o los educa directamente en su propia casa, para que aprendan biología con la Biblia. En varios estados del sur, como Texas, Kansas y Tennessee, etc. periódicamente reaparecen los intentos para que también se enseñe el diseño inteligente junto con Darwin por “razones democráticas”, para que el alumno pueda comparar y decidir. Uno de sus argumentos se los aportó el entonces presidente republicano George W. Bush, cuando dijo: “Evolution is only a theory” (“la evolución es solo una teoría”).
Sin duda, la lucha de aquel profesor acusado en 1925 y de todos los que lo apoyaron sigue vigente.
* Datos del Pew Research Center: http://www.pewinternet.org/2015/02/12/how-different-groups-think-about-scientific-issues/
El “diseño inteligente”
Según el creacionismo cristiano, los seres vivos son producto de Dios, el universo tendría entre 6.000 y 10.000 años de antigüedad y las distintas especies no han evolucionado con el tiempo.
Desde fines de los ochenta, la visión más textual de la Biblia debió evolucionar, ante sus fracasos en los tribunales de justicia de los Estados Unidos. Apareció la variante creacionista del “diseño inteligente”, una pretendida “teoría científica” alternativa al evolucionismo darwiniano.
Según este movimiento, no serían “creacionistas”, ni harían una lectura literal del relato del Génesis, pero sostienen que las características del universo o de los seres vivos son producto de una causa o agente superior inteligente. Para autosustentarse, intentan rebajar el carácter científico del darwinismo, alegando que tiene “eslabones perdidos”, o diciendo que plantea dudas o preguntas sin respuesta, y por eso sería una “teoría” entre otras, como si no fueran parte de la ciencia las dudas, las preguntas sin respuesta o la aceptación de la relatividad de las certezas y las verdades “absolutas”.
De todos modos este “diseño inteligente” ya fue rechazado en la Corte Suprema en 2005, como religión (ver artículo), y la Academia Nacional de Ciencias de EE.UU. lo catalogó como otra forma de creacionismo.
Un ejemplo de sus argumentos más conocidos es la supuesta “complejidad irreductible” de ciertos órganos. Dicen, por ejemplo, que el ojo tal como existe en toda su complejidad es perfecto y no pudo haber evolucionado, porque “medio ojo” o “un cuarto de ojo” no le sirven a ningún animal. Entonces, siempre existió tal como es, y lo creó una inteligencia superior. El debate es bastante pueril. La evolución del ojo es uno de los procesos más estudiados por la biología. Hay animales que tienen ojos “menos evolucionados”, como el perro, que no ve los colores; ciertos gusanos apenas distinguen la luz de la oscuridad. Sin embargo, su capacidad de visión sirve perfectamente a ambas especies para sus respectivos ambientes. Y el perro tiene un olfato mucho más “evolucionado” que la especie humana.