En el primer intercambio con muchos de estos compañeros surgen los debates acerca de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Pese al rechazo que muchos de ellos sienten por algunas políticas llevadas a cabo por el kirchnerismo -como las alianzas con los sectores más rancios del peronismo y la burocracia sindical, la corrupción en el manejo de la obra pública o la extendida precarización entre los trabajadores estatales- no existe una conclusión general de ruptura con las concepciones políticas que las alimentaron. Se defiende o justifica lo actuado en los 12 años de gobierno K con el argumento de que “no tenían otra” y que el camino emprendido por el gobierno anterior se enmarca en el único “cambio posible” que puede darse en este momento histórico. Incluso justifican que estos gobiernos no hayan ido más allá de lo que fueron con sus medidas a favor de los trabajadores ya que el kirchnerismo como parte del peronismo siempre fue una corriente política que nunca se planteó romper con el capitalismo. Planteamos una fraternal polémica con estos miles de jóvenes que con total honestidad creen que ese es el único camino para mejorar la situación de las mayorías populares en nuestro país.
¿Cambios de fondo o el engaño del “cambio posible”?
Como socialistas revolucionarios somos claros: planteamos que la única solución para erradicar las penurias de los trabajadores y el pueblo sólo vendrá de la mano de cambios de fondo para superar la estructura económica capitalista de nuestro país y poner todos los recursos materiales y humanos en favor de los trabajadores y el pueblo. En este punto muchos de estos jóvenes han coincidido en que el socialismo, como fin último de estas transformaciones de la sociedad, sería un objetivo deseable, pero nos han señalado que hoy resulta una utopía irrealizable. Sin embargo, la experiencia histórica ha demostrado exactamente lo contrario. Lo utópico es creer que con algunas medidas aisladas, paliativos o concesiones menores -que siempre son conquistadas con la lucha por los sectores populares-, se puede arribar a una mejora duradera en las condiciones de vida de las masas.
Sin éstas medidas de fondo, no solo no hay progreso, sino que las condiciones de vida de los trabajadores y sectores populares son cada vez peores. (ver nota “¿Cuál es nuestro modelo de país?”, El Socialista No 324). Más allá de mejoras coyunturales la realidad es que todo va de mal en peor. Menos salario, salud, educación, empleo; pobreza y marginalidad crecientes. Lo único “imposible” es progresar con estos gobiernos y este sistema económico.
En el marco de esta polémica surge invariablemente una y otra vez el concepto de “posibilidad”. Cuando señalamos que es imprescindible dejar de pagar la fraudulenta deuda externa, reestatizar las empresas privatizadas, nacionalizar la banca y el comercio exterior, surge una y otra vez la crítica de que son “imposibles”. Pero medidas de ese tipo se han dado, por lo menos esporádicamente, y han sido ayudas importantes.
A menudo estos compañeros nos responden que estos cambios no serían acompañados por el pueblo. Se nos contraponen, nuevamente, los cambios paliativos, y se los defiende desde el latiguillo: “esto es lo máximo que puede acompañar nuestra sociedad”. Desde nuestra óptica, este concepto es equivocado.
La acción política para lograr mejorar las condiciones de vida de las mayorías populares debe tomar en cuenta el nivel de conciencia de ellas. Pero no para limitarse a ese nivel de conciencia, sino para hacerlo avanzar en la comprensión de la ligazón profunda que existe entre sus penurias y los beneficios extraordinarios que obtienen un grupo reducido de capitalistas, a los cuales hay que atacar.
Este punto del “cambio posible” en contraposición a la pelea por la transformación de nuestra sociedad ha estado presente en las polémicas de varias generaciones. Desde los “posibilistas” en el movimiento obrero francés y luego, más en general, con el debate “Reforma o Revolución” desde fines del siglo XIX. La experiencia histórica si bien ha demostrado la multiplicidad de obstáculos y dificultades para la vía revolucionaria de la transformación de la sociedad, también ha dejado en claro que el camino reformista, sobre todo en los países dependientes como el nuestro, lejos de conducir a mejoras duraderas invariablemente conlleva, más allá de avances coyunturales, a la consolidación de una estructura social de desigualdad y enormes privaciones para las masas. Corriéndonos por un instante de nuestro país, podemos tomar cuenta de las experiencias del PT en Brasil o del chavismo en Venezuela.
Una pelea cotidiana por nuestros derechos
La discusión que venimos relatando entre la pelea por cambios de fondo o por el “cambio posible” incluye otra faceta que es importante aclarar. A quienes peleamos por una transformación revolucionaria de la sociedad se nos acusa de renunciar a resolver “en el presente” las urgentes necesidades de las masas. Muchas veces al calor del debate se nos endilga que nuestra pelea no atiende el problema de “los pibes que hoy se mueren de hambre”. Nada más lejano a nuestro accionar político cotidiano. En todos los ámbitos peleamos a diario por las reivindicaciones más inmediatas del pueblo trabajador. Por eso muchos de nuestras compañeras y compañeros son reconocidos como referentes en sus lugares de trabajo, de estudio o en sus barrios. En las antípodas de la concepción “cuanto peor mejor”, nuestra intervención política está orientada en cada lucha para que se logren las reivindicaciones, por más mínimas que éstas parezcan.
Los meses venideros nos volverán a encontrar peleando codo a codo contra las políticas de ajuste del macrismo. A la par de esa pelea crucial para el futuro de nuestro de pueblo, seguiremos dando este debate. Creemos que desde la confianza construida en la pelea común y al calor de un intercambio político muchas veces acalorado pero fraterno, muchos de ellos serán parte, más temprano que tarde, de la pelea por un gobierno de los trabajadores que impulse un cambio de sistema para comenzar a erradicar definitivamente los males que aquejan a nuestro pueblo.