Inessa Armand, Konkordiia Samoilova y Klavdiia Nikolaeva fueron algunas de las principales referentes del Zhenotdel (Departamento de la Mujer), un organismo del Partido Bolchevique creado especialmente para fortalecer la organización de las mujeres y acercar a nuevas trabajadoras a las trincheras revolucionarias. Fueron ellas las que impulsaron con fuerza el programa del Partido Bolchevique para las mujeres y que se plasmó, en gran medida, en el Código Civil de 1918, que significó una transformación pionera en el mundo. Entre las principales medidas se destacaban la legalización del aborto y el divorcio y la despenalización del adulterio, la homosexualidad y la prostitución. También se reconoció a las mujeres igualdad de derechos en la esfera política que les permitió no solo votar, sino incluso acceder a cargos electivos. En el plano laboral, alcanzaron el derecho a recibir igual salario por igual trabajo y se otorgaron derechos específicos como la licencia por maternidad, la protección en el trabajo de las mujeres embarazadas y la gratuidad del cuidado y escolarización de los niños. En el ámbito de las relaciones de pareja, con el matrimonio civil, también se reconoció el derecho igualitario de las mujeres en ese ámbito, es decir, que la mujer dejaba de ser una esclava doméstica. Además, se reconocieron los mismos derechos entre los hijos nacidos dentro y fuera del matrimonio y se obligó a los varones a garantizar una manutención a sus hijos. Asimismo, las mujeres accedieron a tener pasaporte propio y a poder heredar.
Todas estas medidas significaron importantes conquistas para la sociedad de conjunto y para las mujeres en particular. En muy poco tiempo, muchos de los debates y reclamos del feminismo mundial se expresaron de manera concreta en esa revolución en curso. Sin embargo, no se trató de una transformación automática de la vida cotidiana e incluso ofreció muchas resistencias. El propio Trotsky señalaba en 1923 en Problemas de la vida cotidiana que la liberación de las mujeres era una tarea inconclusa para la revolución bolchevique. Muchas veces, decía Trotsky, el militante bolchevique que podía dar la vida por su compañero en el campo de batalla volvía a su hogar y azotaba a su mujer o abandonaba a sus hijos. En otros casos, los rastros de la vieja sociedad se observaban en la búsqueda de la opulencia de las fiestas matrimoniales y en las conductas de doble moral que remitían a las viejas concepciones religiosas de la sociedad anterior. Trotsky también veía con preocupación el proceso de burocratización de algunos sectores del Partido Bolchevique que comenzaban a tomar a trabajadoras más pobres en tareas de limpieza y cuidado de los hijos, a la usanza del viejo régimen.
Pero fue con el avance del stalinismo que las mujeres vieron coartadas muchas de estas conquistas revolucionarias de la primera época. Así se eliminó el derecho al aborto y en la década de 1930 Stalin creó el premio a la madre de siete hijos, incentivando a las mujeres a cumplir con el rol tradicional de madres. Las bases de la emancipación de las mujeres y de la creación de vínculos sociales más libres terminaron por ser socavadas.
Sin embargo, a cien años de esta gran revolución, mientras en el mundo seguimos luchando contra la opresión patriarcal y la explotación capitalista, por el derecho al aborto, la igualdad laboral y contra la violencia machista, no nos olvidamos de las enseñanzas de las feministas revolucionarias de esta primera época. Como señalaba Inessa Armand, no debemos olvidar que “si la liberación de la mujer es impensable sin el comunismo, el comunismo es también impensable sin la liberación de la mujer”.