Escribe José Castillo
Carlos Marx no se equivocó: el capitalismo sigue engendrando miseria, marginación y explotación. Aún está pendiente la gran tarea: que la clase obrera tome el poder, expropie a la burguesía y comience a construir el socialismo, planificando democráticamente una economía mundial al servicio de las necesidades y el desarrollo de la humanidad.
Brückenstraße 10 en Trier, Alemania. Ahí está el Museum Karl-Marx-Haus. En el primer piso se puede visitar la habitación donde nació Marx. Hace ya 200 años. 170 desde que se escribió el Manifiesto Comunista. Y 151 desde la publicación de El Capital. A pesar de que se lo quiso “enterrar” decenas de veces, el legado del mensaje de Marx sigue presente.
¿A qué se debe la vigencia de Marx? A que no se equivocó en lo esencial: el capitalismo, ese régimen social que había llegado a la historia “chorreando lodo y sangre” no ofrecía ni ofrece ninguna salida a la humanidad. Sólo puede generar, y más aún en nuestra época imperialista, más explotación, opresión, miseria, marginación, guerras y destrucción planetaria. Por eso, la tarea central es destruirlo.
Un programa para la emancipación del proletariado
El planteo de Marx es claro. La clase obrera tiene que unirse para pelear por sus derechos contra la explotación capitalista. Esa organización no alcanza con que sea sólo sindical. Tiene que organizarse en un partido propio, separado y diferente de los partidos patronales. Y tiene que hacerlo para triunfar en la revolución socialista, tomando el poder del estado capitalista. Ahí, desde un gobierno de los trabajadores, tiene que expropiar los medios de producción y comenzar a construir el socialismo, planificando la economía y, al mismo tiempo, extender la revolución por todo el mundo ya que el socialismo sólo será realizable a escala internacional.
Las traiciones “en nombre de Marx”
Lamentablemente, se cometieron en “nombre del marxismo” muchas traiciones a la clase obrera. Así la socialdemocracia de la II Internacional -grandes partidos socialistas que se organizaron en el último tercio del siglo XIX- comenzó a negar que para construir el socialismo era necesaria la revolución. Cogobernó con la burguesía y mandó al archivo para “los días de fiesta” la necesidad de expropiar a la burguesía y construir el socialismo. Sus máximas traiciones fueron, sin duda, haber apoyado la Primera Guerra Mundial, mandando a la clase obrera de ambos bandos a masacrarse mutuamente al servicio del capitalismo imperialista. Y, a posteriori de la guerra, ponerse en la vereda de enfrente de la primera revolución socialista triunfante de la historia, la revolución de octubre de 1917 en Rusia, así como de las que comenzaron a estallar por toda Europa a partir de 1918, llegando hasta a asesinar a líderes obreros como Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo.
La otra gran traición sería la del stalinismo, que hundiría en una feroz dictadura burocrática a la mayor conquista del proletariado de toda su historia, el gobierno de los soviets surgido de la revolución bolchevique dirigida por Lenin y Trotsky. A la aberración de llamar “socialismo en un solo país” a lo que estaba sucediendo en una Rusia sumida en privaciones y contradicciones, le siguió la expulsión, el silenciamiento, la represión y finalmente el asesinato en masa de toda la vieja guardia dirigente de la revolución. En nombre “de Marx, de Engels, de Lenin y de Stalin” se traicionarían y hundirían revoluciones en las décadas siguientes. Más adelante, serían las propias clases trabajadoras quienes derribarían a esos regímenes que se autoproclamaban “marxistas” y “socialistas”, en un proceso revolucionario cuya expresión más emblemática fue la caída del tristemente célebre Muro de Berlín.
Y en los últimos años volvimos a ver tergiversadas y arrastradas por el fango las enseñanzas de Marx, con la aparición del autoproclamado “socialismo del siglo XXI”, que explicando que podía “trascenderse el capitalismo” con economía mixta y sin expropiar a la burguesía, gobiernan al servicio del saqueo de las multinacionales, hambreando y reprimiendo al pueblo, como hoy lo hacen Maduro en Venezuela u Ortega en Nicaragua. O, peor aún, vemos regímenes como el de la dictadura capitalista china, que sigue llamándose “comunista”.
Y sin embargo Marx siempre vuelve
El Capital vuelve a ser un best-seller, las obras de Marx se reimprimen por millones en todos los idiomas. Nuevas generaciones de luchadores se proclaman anticapitalistas y buscan, una vez más, una guía para la acción en el viejo barbudo alemán. Lo trae de regreso el capitalismo imperialista, con sus crisis, sus millones de nuevos desocupados, sus multinacionales que depredan el planeta, sus guerras y masacres.
Por eso, a pesar de las tergiversaciones y las traiciones, volvemos a Marx. Nahuel Moreno (fundador de la corriente a la que pertenece Izquierda Socialista) sostenía que “los trotskistas hoy día son los únicos defensores, según mi criterio, de las verdaderas posiciones marxistas [...] mientras exista el capitalismo en el mundo o en un país, no hay solución de fondo para absolutamente ningún problema […] Es necesaria una lucha sin piedad contra el capitalismo hasta derrocarlo, para imponer un nuevo orden económico y social en el mundo, que no puede ser otro que el socialismo”.1
Porque, como lo proponía Marx, la gran tarea es construir el partido y la internacional revolucionaria de la clase trabajadora. Para seguir luchando por aquello que escribió ese gran revolucionario que nació hace 200 años:
“Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente. Las clases dominantes pueden temblar ante una revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar.
¡Proletarios de todos los países, uníos!”.2
1. Nahuel Moreno (1985), Ser trotskista hoy, 1985.
2. Carlos Marx y Federico Engels (1848), Manifiesto Comunista, Anteo, 1973.