Jul 18, 2024 Last Updated 6:04 PM, Jul 17, 2024

Izquierda Socialista

Escribe Guido Poletti

 Los números oficiales no pueden ocultar la realidad del ajuste de Macri, los gobernadores y el FMI. Los salarios y las jubilaciones están por el piso frente a los aumentos de precios. Al mismo tiempo, este año ya se llevan perdidos 70.000 puestos de trabajo. Lagarde felicitó a Macri y a Dujovne por esto.

Los números son clarísimos: a fin de septiembre el promedio de los salarios subió 23,7% frente a una inflación acumulada de 40,5%. Son 16 puntos de deterioro del poder adquisitivo. En octubre, el Indec ya dijo que la inflación sumó otro 5,4%. Y todavía falta noviembre (con una suba de precios que en ningún caso bajará de 2,5%) y diciembre (donde habrá que sumar otro 3%). Por si esto fuera poco, el gobierno sigue echando leña al fuego con nuevas autorizaciones de aumentos, como ha sucedido esta semana con los peajes de acceso a la ciudad de Buenos Aires.
Estos números se agravan cuando vemos cómo impactan sobre los más pobres: el incremento salarial promedio de los trabajadores en negro (que son casi el 40% del total de los asalariados) fue de apenas 20,6%. Si lo comparamos con la suba de la canasta de pobreza, que creció de enero a septiembre 46%, tenemos que estos trabajadores perdieron un 25,4%.

Es evidente que con estos números no hay “bono” que alcance para recomponer nada. Sumémosle los 70.000 puestos de trabajo que se perdieron en 2018, de los cuales 42.200 son fabriles (y 30.000 solo en septiembre) y tenemos el combo completo: terminaremos un año con una recesión atroz y con consecuencias para la clase trabajadora mucho mayores que el frío número de lo que pueda dar la “caída promedio del PBI”, que orillará entre 2,4% y 2,7%.

Por todo esto resulta cínico que el ministro Dujovne anuncie que “estamos muy bien”. O que la titular del FMI, Christine Lagarde, felicite al gobierno argentino por los logros alcanzados con el plan. Se entiende: ellos festejan las superganancias que están generando para los bancos y las garantías de pago, a costa del ajuste, para los acreedores externos. Se felicitan a sí mismos porque lograron, endeblemente, “parar el dólar”, gracias a generar una nueva y fenomenal bicicleta financiera por medio de las llamadas “Leliq”, con tasas de interés que llegaron a estar al 75% anual. Este mecanismo de “estabilización financiera” dinamita cualquier posibilidad de reactivación, pulveriza salarios, jubilaciones, planes sociales, consumo popular y cualquier forma de crédito, además de crear una bola de nieve imparable (e impagable) retroalimentando la descomunal estafa de la deuda externa.

Así entraremos a 2019, donde el gobierno de Macri se juega a hacer pasar el superajuste estampado en el presupuesto, exigido por el FMI y votado en el Congreso con la complicidad de los gobernadores y parte sustancial de la oposición peronista. A la pérdida de poder adquisitivo de los salarios y las jubilaciones de este año y a los despidos aspiran a sumarle otro guadañazo, igual o mayor, el año próximo, mientras congelan las partidas de educación, salud, obra pública o ciencia y técnica.
Durante la reunión del G20 (que desarrollamos en páginas centrales) se dio la nueva “visita” de Christine Lagarde, que sucedió en el tiempo a la inspección realizada por los técnicos del FMI las semanas anteriores, donde “aprobaron” al gobierno por cómo está llevando adelante el ajuste. Digámoslo con todas las letras: si ellos le pusieron a Macri un “muy bien 10, felicitado” es porque perdió el pueblo trabajador.

Pero el ajuste que requieren los pulpos acreedores es mucho mayor. Y tenemos que salir a enfrentarlo ahora mismo. Porque está en juego si podemos recomponer lo que perdimos este año y qué va a pasar el que viene. Frente al bono miserable y en cuotas, hay que exigir un inmediato aumento de emergencia de salarios y jubilaciones que recomponga lo que se perdió, junto con la reapertura de las paritarias, donde se fijen aumentos que se actualicen por la inflación. A la vez que, dado lo desbocado de la crisis, se prohíban los despidos y las suspensiones. Teniendo en claro que, como todo este plan de ajuste es producto del acuerdo con el Fondo, la única salida es la inmediata ruptura con el FMI y la suspensión de los pagos de la deuda externa.

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Escribe Gabriel Massa

Axel Kicillof, ex ministro de Economía de Cristina y actual diputado nacional, respondió a un extenso reportaje para la revista Forbes. Sus dichos no tienen desperdicio.
El periodista inicia la conversación planteando: “Viajemos a 2019 y otra vez te toca decidir sobre la gestión económica. ¿Cuál es el plan?”. El ex ministro kirchnerista responde: “Va a haber un nivel de deuda externa preocupante en 2019. Y cerrado el financiamiento internacional, con una dependencia muy fuerte de los acreedores, y del auditor de los acreedores que se llama FMI. O sea que hay que entablar conversaciones con el FMI, indudablemente.” El periodista le dobla la apuesta: “Entonces, eso de romper con el FMI…” y Kicillof lo deja clarísimo: “No podés romper con el Fondo”.

Kicillof confía en “tener una conversación productiva con el FMI para que no obligue a aplicar políticas de austeridad exageradas”. También se declara a favor de los subsidios a los pulpos multinacionales del gas y el petróleo, afirmó que si llega al gobierno el kirchnerismo va a “asegurar la rentabilidad de las inversiones petroleras y gasíferas, porque si no no va a haber inversiones privadas. No somos antiempresa”.

Kicillof, uno de los dirigentes más cercanos a Cristina, no hace más que continuar con el doble discurso kirchnerista. Critica el acuerdo de Macri con el FMI y asegura “para la tribuna” que es el origen de todos los males que sufre el pueblo. Pero cuando habla para una revista como Forbes, una de las más leídas por el establishment empresario mundial, su mensaje es clarísimo: ahí afirma sin vueltas que un supuesto futuro gobierno peronista kirchnerista va a seguir pagando la estafa de la deuda externa. Y que para ello va a seguir negociando con el FMI, llamándonos a confiar en que el Fondo “no nos obligue a aplicar una política de austeridad exagerada”. Y asegura que va a seguir garantizando la “rentabilidad”, es decir, las ganancias de las multinacionales que saquean nuestras riquezas.

Entendemos que haya honestos compañeros kirchneristas que se sorprendan ante las declaraciones de Kicillof. Pero la verdad es que no es algo novedoso. De hecho, durante su período como ministro fue cuando se pagaron al Club de París casi 10.000 millones de dólares (reconociéndoles 3.000 millones más de intereses que la deuda original), o 6.000 millones a Repsol por YPF, mucho más de lo que valía la empresa. Y, en el período inmediato posterior, firmó desde la YPF ya nacionalizada el escandaloso acuerdo secreto con Chevron para el saqueo de Vaca Muerta. Sin hablar de los casi 200.000 millones en efectivo que se abonaron en concepto de “pagos de deuda externa” a lo largo de los doce años kirchneristas, mientras se mentía con el verso de que “nos estábamos desendeudando”.

Las declaraciones de Kicillof dejan en claro lo que venimos sosteniendo desde Izquierda Socialista y el Frente de Izquierda: somos los únicos que, frente al ajuste de Macri, los gobernadores y el FMI, planteamos romper el acuerdo con el Fondo y dejar de pagar la deuda externa. Esa es la única salida de fondo frente a la crisis.

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“Arde París” ha sido el titular de diferentes medios periodísticos que reflejaron así las consecuencias de la manifestación popular de los llamados “chalecos amarillos” del sábado 1° de diciembre en la capital de Francia. Miles en las calles de París y de todo el país enfrentaron y desbordaron la represión policial del gobierno conservador de Macron.
Hubo centenares de detenidos y cerca de cien heridos. Fue el punto más alto de una protesta que se inició días atrás contra el intento del gobierno de Macron de aumentar el combustible, que pasaría de 0,80 a 1,30 euros, lo cual llevaría a un aumento general de precios. Durante toda la semana se mantuvieron barricadas en los peajes y bloqueos a depósitos de combustible.
Los rebeldes, sin dirección ni organización sindical o política reconocida, se identifican con chalecos amarillos, que son de uso obligatorio en las rutas francesas. La mayoría de ellos son sectores populares de los pueblos y las ciudades que utilizan sus autos y motos para ir a trabajar.

Este aumento del combustible es parte del ajuste capitalista que viene aplicando Macron. Los trabajadores y el pueblo de Francia han sufrido un deterioro de sus condiciones de vida. Los aumentos no sólo se encuentran en el sector energético, sino también en la canasta básica donde por ejemplo, legumbres, mantecas y papas han aumentado entre 9% y 11,2%. Antes Macron buscó una reforma laboral contra los ferroviarios y trabajadores públicos.
Esta rebelión popular se dio justo cuando se reunía en Buenos Aires, Argentina, el G20 con la presencia de los Trump, Merkel, Macron, May, Erdogan, Xi Jinping, Putin, Macri o Temer. Son el imperialismo, el FMI y sus gobiernos capitalistas que en nombre de las multinacionales y el capital financiero pactan nuevos ajustes contra la clase trabajadora y los pueblos del mundo.

La rebelión de los “chalecos amarillos” es parte de la misma lucha que llevan adelante los pueblos del mundo contra el FMI, la deuda externa o el ataque al salario y las jubilaciones. Por eso los socialistas revolucionarios de la UIT-CI nos solidarizamos con esta lucha por derrotar este aumento de combustible.
Los manifestantes también expresaron el odio al gobierno capitalista de Macron y muchos reclamaron “Macron dimisión”. La gravedad del ajuste como de la represión hacen necesario que los “chalecos amarillos” se unan a los trabajadores, a las mujeres y a la juventud francesa para exigir a las centrales sindicales que se convoque a una huelga general contra el ajuste y el gobierno de Macron.
Llamamos a la más amplia solidaridad internacional en apoyo a la movilización popular de Francia contra el aumento del combustible, por la libertad de los manifestantes y contra la represión.

Unidad Internacional de los Trabajadores-Cuarta Internacional (UIT-CI)
1° de diciembre de 2018

Escribe José Castillo

Alguien podrá preguntarse si, en la disputa con Trump, los chinos representan algún polo “progresista”. Nada de eso. El gobierno de Xi Jinping es una dictadura, comandada por un partido que sólo de nombre continúa denominándose “Partido Comunista Chino”, que ha restaurado totalmente el capitalismo en ese país. China se ha transformado hace varias décadas en una semicolonia al servicio de las ganancias de las grandes transnacionales. Así están presentes allí las más importantes empresas yanquis y europeas. Asociadas a ellas, ha crecido también una capa de grandes capitalistas chinos, varios de los cuales integran las listas de “los multimillonarios del planeta”. La revista Forbes registra, a este año, la presencia de 259 multimillonarios de origen chino. Uno de los más renombrados, Jack Ma, el dueño de Alibaba, poseedor de una fortuna de 38.000 millones de dólares, acaba de anunciar su afiliación al Partido Comunista chino. No es algo novedoso, ya hace una década que dicho partido cambió su estatuto, para denominarse el partido “de los obreros, campesinos y los compañeros capitalistas”.

El capitalismo chino ha permitido enriquecerse a esos millonarios locales y a innumerables empresas transnacionales gracias a favorecer la superexplotación de los trabajadores, a los que se obliga a jornadas extenuantes, por salarios de hambre y reprimiendo cualquier protesta u organización sindical independiente. No es casual que recién en los últimos años, cuando el crecimiento de las luchas obreras obligó a aumentar los salarios desde ese piso de hambre y superexplotación, muchas empresas comenzaron a trasladarse a otros países del sudeste asiático. Y el crecimiento de la economía china se redujo de los dos dígitos de las dos décadas pasadas al actual 6% e incluso menos. La actual pelea entre Trump y el gobierno chino expresa, entonces, una disputa en el marco de una crisis de la economía mundial donde se achican los negocios para ambos.
Los acuerdos que se han firmado entre Xi Jinping y Macri, en el marco de la reunión del G20, por su parte, nada bueno dejarán para nuestro país: no son más que una oportunidad de negocios “compartida” entre esos mismos capitalistas chinos y los grandes pulpos locales al servicio del saqueo de nuestros recursos.

Escribe José Castillo

Trump, Macron, Merkel: los líderes imperialistas, los responsables del hambre, la explotación y el saqueo planetario, estuvieron juntos en la Argentina. Con ellos confluyeron el dictador chino Xi Jinping, el autócrata ruso Putin y el asesino saudita Mohamed Bin Salman, entre otros. A pesar de un enorme despliegue represivo, decenas de miles nos movilizamos repudiando su presencia y la propia cumbre.

El encuentro realizado en Buenos Aires fue una nueva expresión de la crisis económica, política y militar que viene sufriendo desde hace décadas la dominación imperialista. Con un Trump que volvió a tratar de sobreactuar su lugar de “jefe mundial” cuando se negó a participar de la única reunión a solas con todos los mandatarios presentes. Con un príncipe saudita que, siendo hasta hace pocos meses el aliado privilegiado de Trump en Medio Oriente junto con Israel, pasó por la cumbre casi como un “apestado”, al que solo se le acercó amigablemente Vladimir Putin.

Con un FMI que no puede dejar de mostrar que los números de crecimiento de la economía mundial y de sus distintas regiones se achican producto en el corto plazo de la llamada “guerra comercial” entre Estados Unidos y China, pero más de fondo por la fragilidad de un sistema financiero global que sigue generando una nueva burbuja especulativa con muchas probabilidades de volver a estallar y con un Macron que, mientras sonreía y buscaba lucir por sus dotes “culturales”, tenía a París “en llamas” por las protestas de los chalecos amarillos. Esta rebelión popular puso en evidencia el trasfondo del G20, sus planes de ajuste y la resistencia a ellos de los pueblos del mundo.

¿Se llegó a algún acuerdo importante?

El desarrollo de la propia crisis y su continuidad fue transformando al G20, surgido como reunión de presidentes en 2008, en un espacio donde cada vez se resuelve menos, en un evento más que refleja la crisis global. Esto es lo que volvió a pasar este fin de semana en Buenos Aires.
La no superación de la crisis económica capitalista abierta en 2007 lleva a choques interburgueses por sus negocios. La disputa comercial de Estados Unidos-China es parte de esa pelea por el reparto de la “torta” que se achicó. Por eso la única reunión que concitaba real interés era el encuentro entre los presidentes Trump y Xi Jinping. Que no pasó de una mera conversación en una cena de trabajo, donde se anunció la suspensión por noventa días de la suba de aranceles de 10% a 25% en la importación de productos chinos. A cambio, Xi Jinping se comprometió a comprar más productos yanquis para reducir el déficit comercial entre ambos países. De ninguna manera esto significa que se haya resuelto el conflicto entre los dos países. Es apenas un “alto el fuego” sin ninguna claridad de qué sucederá después.

Se quiere mostrar como un éxito que se haya logrado firmar un breve documento entre los participantes del G20. Ciertamente, se venía de dos reuniones escandalosas en los meses previos. En el último G7, Trump se había retirado sin aceptar ningún acuerdo. Semanas pasadas, también había fracasado la reunión del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico. Esta vez sí hubo un “texto final” de compromiso. Pero es apenas un documento de cinco páginas cerrado a las apuradas, a las 6 de la mañana, en un “contexto global muy difícil”, según reveló uno de los funcionarios argentinos que estuvo presente en la redacción.

Se trata de un texto de compromiso diplomático, con expresiones superficiales e incluso contradictorias, que no logran disimular las profundas diferencias existentes. Pero que refleja que están contenidas todas las exigencias planteadas por Trump. Así se llama a “destrabar los conflictos económicos”, pero, a diferencia de los documentos de todas las reuniones anteriores del G20, no figura la “condena al proteccionismo”, frase expresamente vetada por la delegación norteamericana. Para explicitar más claramente aún los problemas, se plantea “revisar el sistema multilateral de comercio”, porque “la OMC no alcanza sus metas”. La crisis es de tal dimensión que las propias potencias imperialistas cuestionan uno de sus propios organismos que supuestamente garantiza las reglas de juego del capitalismo.
El documento revela más que es una pura formalidad en el contradictorio párrafo sobre el cambio climático. Afirma por una parte: “El acuerdo de París es irreversible y se compromete a su completa implementación”. Para decir en el renglón siguiente: “Los Estados Unidos reiteran su decisión de retirarse del tratado de París”. ¡Las potencias imperialistas no dan un paso para evitar el desastre ambiental al que nos está llevando el saqueo y uso indiscriminado de los recursos no renovables del planeta!

Con respecto al drama de los millones de migrantes y refugiados que huyen de sus países producto de la miseria y las guerras provocadas por el propio saqueo del imperialismo, el texto plantea cínicamente “enfatizar la importancia de acciones compartidas para abordar las causas de los desplazamientos”, lo que deja abierta la puerta para cualquier cosa, desde la represión unilateral que lleva adelante Trump en la frontera mexicana, o Salvini ante los refugiados que intentan llegar a Italia, hasta una eventual “coordinación conjunta” para la represión y la deportación masiva.
Donde sí hubo un pleno acuerdo fue en los llamados a continuar profundizando la superexplotación de los trabajadores. Con el eufemismo “el futuro del trabajo”, se llamó a profundizar la flexibilización laboral a escala planetaria. Y, por supuesto, también hubo acuerdo pleno en cuanto a exigir mayores ajustes a los pueblos y al rol que en esa tarea le corresponde al FMI.

Todo lo que se discutió, en síntesis, fue en contra de la clase trabajadora y de los pueblos del mundo. Para garantizar la “seguridad” de esa reunión se montó un operativo de seguridad descomunal, nunca visto en la Argentina. Obviamente es que nada bueno iba a salir de esa cumbre. Pero los líderes presentes ni siquiera pudieron dar un paso en concreto para salir del empantanamiento y la crisis en que está sumido el capitalismo imperialista desde hace décadas. Se trató de una manifestación más de que es un sistema que no va más, que nada tiene para ofrecer a los pueblos del mundo. Por eso el camino sigue siendo la movilización de los trabajadores y los pueblos contra los ajustes del G20, el FMI y las multinacionales, en la perspectiva de imponer el cambio de fondo: el socialismo.

 

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