Escribe Mariana Morena
El 2 de febrero de 1943 las fuerzas alemanas se rindieron ante el Ejército Rojo tras 200 días de asedio a la ciudad de Stalingrado. Después de años de heroica resistencia de las masas al horror del nazismo, con su descomunal maquinaria bélica y sus campos de concentración y trabajo forzado, Stalingrado significó un punto de inflexión en la expansión del Tercer Reich, cambiando el curso de la Segunda Guerra Mundial. El pueblo soviético no se doblegó ante la ofensiva germana y defendió las conquistas sociales de la revolución de 1917 pese a la dictadura de Stalin. La derrota definitiva del nazismo no tardaría en llegar.
El 22 de junio de 1941, la Alemania nazi inició la invasión de la Unión Soviética con tres millones de soldados y la mayor maquinaria bélica de la historia. La ofensiva tomó por sorpresa a las masas trabajadoras soviéticas, adormecidas como resultado de las infames políticas estalinistas (la estrategia de los frentes populares aprobada en 1935 por la Internacional Comunista, la “tregua” pactada con el nazismo en 1939 y el descabezamiento de los mandos experimentados del Ejército Rojo en uno de los “juicios de Moscú”).
En diciembre de 1941, pese a haber aniquilado y capturado a cientos de miles de soldados del Ejército Rojo, era evidente el fracaso nazi de la denominada Operación Barbarroja en su objetivo de conquistar Leningrado y Moscú vía una campaña “relámpago”. A partir de entonces Hitler priorizará una nueva ofensiva a gran escala con el propósito de invadir la región del Cáucaso y acceder a los yacimientos de petróleo. La Operación Azul comenzó en junio de 1942 con importantes victorias alemanas. Y por sucesivas modificaciones al plan original, Stalingrado se terminó convirtiendo en un objetivo principal.
Ubicada en el curso del río Volga, a 480 kilómetros de su desembocadura en el mar Caspio, y fundada como Tsaritsyn, fue renombrada Stalingrado entre 1925 y 1961 a raíz del culto a la personalidad de Stalin (que fue su comisario político durante la guerra civil). En ese momento, la ciudad (actualmente Volgogrado) tenía 600.000 habitantes y una importante industria militar (con la fábrica de cañones y municiones Barricady y de tractores Octubre Rojo), plantas químicas y petroleras, silos cerealeros, un puerto fluvial y un nudo ferroviario crucial de la línea que unía Moscú con la región del Cáucaso.
El Sexto Ejército del general Paulus y el Cuarto Ejército Panzer del general Hoth avanzaron juntos sobre Stalingrado, con 330.000 de las mejores tropas de la Wehrmacht asistidas por más de 2.000 aviones, carros de combate, artillería pesada, y regimientos de sus aliados húngaros, rumanos e italianos. El 23 de agosto de 1942, exactamente tres años después de la firma del tratado de no agresión entre Hitler y Stalin, la Luftwaffe reducía gran parte de la ciudad a escombros en un atroz bombardeo. En las dos semanas que siguieron murieron 40.000 de sus habitantes.
La heroica resistencia popular soviética
El ataque duró hasta mediados de noviembre. La población quedó atrapada bajo los interminables bombardeos alemanes. Se volvió habitual vivir en agujeros excavados en las barrancas occidentales del Volga, y comer barro cuando se acabó el pan. Sin embargo, muchísimos jóvenes fueron incorporándose a las fábricas militares y luego a las filas del ejército; incluso hubo mujeres pilotos de combate y regimientos antiaéreos formados exclusivamente por ellas, mientras las adolescentes se sumaban a las tareas de rescate y auxilio de los heridos en quirófanos improvisados en los mismos barrancos.
Las fuerzas alemanas atenazaron Stalingrado pero las tropas soviéticas, dirigidas por el general Zhukov, las forzaron a una batalla fragmentada, calle por calle, fábrica por fábrica, casa por casa, cuerpo contra cuerpo aun en sótanos y cloacas, con bayonetas, minas antipersonales, bombardeos nocturnos, francotiradores y emboscadas, en un tipo de combate para el cual los nazis no estaban preparados (la rattenkrieg, “guerra de ratas”). Soldados alemanes sobrevivientes declararían que la ciudad era una “picadora de carne”, con el olor a descomposición de centenares de miles de muertos. Las temperaturas extremas del invierno ruso y el desabastecimiento fueron otros factores decisivos para definir el curso de la batalla. Durante el mes de octubre y los primeros días de noviembre, Stalin reforzó el 62° Ejército del general Chuikov para sostener la lucha por las ruinas de Stalingrado, al tiempo que reunía tropas frescas con las que llevar a cabo la contraofensiva.
El cambio del curso de la guerra
Se la llamó Operación Urano: lanzada el 19 de noviembre, aniquiló los flancos más vulnerables de las desmotivadas y desprovistas fuerzas rumanas, húngaras e italianas, y “embolsó” al Sexto Ejército y a la mayor parte del Cuarto Ejército Panzer con siete ejércitos soviéticos, rechazando todo intento alemán de socorrerlos y lanzando nuevas ofensivas que obligaron al ascendido mariscal Paulus, desobedeciendo a Hitler, a capitular. Junto con él se rindieron veintidós generales y 91.000 hombres desmoralizados, hambrientos, congelados y atacados por epidemias. Las bajas totales del Eje ascendieron a 800.000, entre muertos, heridos, desaparecidos o capturados. El Sexto Ejército y el Cuarto Ejército Panzer alemanes, y los ejércitos italiano, húngaro y rumano fueron aniquilados.
La batalla de Stalingrado, la mayor de la Segunda Guerra Mundial y la más sangrienta de la historia, redujo a una de las ciudades industriales más importantes de la URSS a un gigantesco campo de ruinas. Pero la heroica resistencia popular soviética, pese a la dirección burocrática de Stalin, le asestó al nazismo una derrota estratégica, frenando el avance expansionista de una maquinaria bélica que hasta ese momento se consideraba imparable. Los pueblos ocupados recuperaron la esperanza de derrotar a los nazis y la resistencia se fortaleció en todas partes. Seis meses más tarde, el Ejército Rojo les asestaría en Kursk el golpe definitivo y no detendría su avance arrollador hasta liberar Berlín en mayo de 1945.
Stalingrado cambió el curso de la historia
La Primera Guerra Mundial fue la manifestación más clara de que el capitalismo había entrado en un nueva época histórica: el imperialismo, tiempo de guerra y revoluciones, fase “superior” o “final” del capitalismo, tal como la definió Lenin.1 Se abría así una etapa donde estaba a la orden del día la posibilidad y necesidad del triunfo de la revolución socialista.
Pero la época imperialista no fue siempre igual. Tuvo distintos momentos. Nahuel Moreno decía que a una primera etapa revolucionaria (entre 1917 y 1922) signada por la revolución de octubre y el ascenso obrero y popular que le siguió, la continuó una segunda (abierta a partir del triunfo del fascismo en Italia), donde lo que prevalecieron fueron las derrotas. En los veinte años siguientes se dieron a continuación la burocratización de la URSS y el ascenso de Stalin, el acceso de los nazis al poder, las derrotas de las revoluciones china y española y, como expresión más terrible, el comienzo de la Segunda Guerra Mundial y el avance arrollador del Eje conquistando casi toda Europa.
Stalingrado cambió el signo de la guerra. Fue el principio del fin para el nazismo. Pero además abrió una nueva etapa, modificando las relaciones de fuerza a escala mundial: se iniciaba un alza de masas que llegaría a la expropiación de la burguesía en un tercio del planeta y al hundimiento de todos los imperios coloniales preexistentes. Nahuel Moreno lo explicaba así: “Toda época tiene sus etapas. Estas son períodos prolongados en que se mantiene constante la relación de fuerzas entre las clases en lucha […] La nueva etapa revolucionaria se inicia con la derrota en Stalingrado del ejército nazi y abre un período de revoluciones triunfantes que se extiende hasta el presente. La primera de ellas es la yugoslava; pasa por su máxima expresión con la Revolución China, y ha tenido su última victoria… hasta ahora, en Vietnam (1974) […] a diferencia de la etapa abierta por la Revolución Rusa, que redujo sus efectos a algunos países de Europa y Oriente, en ésta la revolución estalla, y en ocasiones triunfa, en cualquier parte del globo”2.
1. Lenin, Vladimir, Imperialismo, fase superior del capitalismo, Buenos Aires, Anteo, 1973.
2. Moreno, Nahuel, Revoluciones del siglo XX, Buenos Aires, Cuadernos de Solidaridad Socialista, 1984.
Escribe Francisco Moreira
Fue un incansable constructor de partidos revolucionarios y de la Cuarta Internacional. Polemizó con aquellos trotskistas que abandonaban el programa revolucionario y la tarea de construir partidos. También, con quienes buscaban atajos influidos por distintas ideologías burguesas. CEHUS acaba de editar Problemas de organización (1984) junto con El partido (1943) y fragmentos del ¿Qué hacer? (1902) de Lenin, textos de gran utilidad para seguir dando esas peleas.
El pasado 11 de enero falleció a los 68 años el compañero Oscar Segundo Gramajo, conocido como “El Topo”. Tuvo una importante trayectoria en nuestra corriente morenista. Fue obrero y delegado de la Ford, donde participó de las luchas contra el Rodrigazo y de la histórica toma de la planta en 1985. Allí formó la primera lista de oposición contra la burocracia del Smata, la Naranja. Ingresó a nuestro partido, el entonces MAS, a principio de los ‘80, luego de ser simpatizante durante muchos años. Al ser despedido de la fábrica, fue un importante dirigente barrial de Los Polvorines, Malvinas Argentinas.
Buen jugador de fútbol e incansable luchador, desde Izquierda Socialista saludamos a su familia, amigos y compañeros.
En Unione e Benevolenza, colmado de viejos y nuevos militantes, Izquierda Socialista realizó el sábado pasado un gran acto en conmemoración de los cien años de la Revolución Rusa de 1917, reafirmando su vigencia. El evento incluyó una galería de reproducciones de fotografías de la gesta revolucionaria y carteles gráficos representativos de las vanguardias artísticas que impulsó la revolución. Asimismo, contó con la proyección del saludo desde Coyoacán, México, de Esteban Volkov, nieto de León Trotsky, de 91 años de edad, que fue testigo del asesinato del líder bolchevique en 1940. También hubo videos con saludos fraternos de los partidos hermanos de la Unidad Internacional de los Trabajadores-Cuarta Internacional (UIT-CI). El mismo día se desarrolló otro gran acto en Córdoba, con la presencia de una delegación del conflicto de Plascar, y hubo distintas actividades del partido en las demás provincias.
Escribe Malena Zetnik
La Revolución de Febrero de 1917 se inició con las acciones callejeras de las mujeres que exigían comida para sus familias en el día de conmemoración de la Mujer Trabajadora. Sin embargo, el papel de las mujeres trabajadoras y, en especial, de las militantes del Partido Bolchevique, fue mucho más allá. Ellas desarrollaron un trabajo militante muy intenso que permitió el triunfo de la revolución. Y en el período posterior, su trabajo en los asentamientos de las fábricas para garantizar el acceso a la alfabetización, la atención en salud y la colectivización del trabajo doméstico, fue clave para el desarrollo de la revolución en la vida cotidiana que permitió a muchas mujeres alejarse del yugo de la vieja familia zarista que había que destruir.