Escribe Mariana Morena
El 21 de agosto de 1968 los tanques y tropas del ejército soviético ocuparon la ciudad de Praga junto con sus aliados del Pacto de Varsovia. Pese a la tenaz resistencia popular, realizaron una masacre y derrotaron al movimiento obrero y estudiantil que pugnaba por un socialismo con bienestar y libertades contra el totalitarismo estalinista.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945, Stalin pactó con los imperialismos yanqui e inglés respetar la propiedad privada capitalista en las “zonas de influencia” ocupadas por el Ejército Rojo en Europa del Este. Pero la presión de las masas y el hecho de que la mayor parte de la burguesía había sido colaboracionista de los nazis y había huido, generó que se terminara expropiando los medios de producción en todos esos países.
En Checoslovaquia, el Partido Comunista llegó al poder en un frente popular en las elecciones de 1946 por el rol decisivo de sus activistas en la resistencia contra el nazismo. En 1948, en el marco de una huelga general en Praga, la presión de los sectores obreros y populares por mejoras económicas, combinada con la de la burocracia estalinista en defensa de sus propios intereses, llevó a la expulsión del gobierno de los representantes de la burguesía. Se decretó la propiedad estatal de las tierras, minas, fábricas, bancos y el comercio exterior, abriendo un período de mejoramiento de las condiciones de vida populares, pero bajo un régimen dictatorial de partido único subordinado al Kremlin. Fue el surgimiento de un Estado obrero burocrático, como en todas las “repúblicas populares” dominadas por el estalinismo.
El “socialismo con rostro humano”
Desde los años ´50, la burocracia estalinista checoslovaca implementó procesos judiciales y purgas que se cobraron unas 40.000 víctimas. Junto con la falta de libertades democráticas y el terror, se fue acentuando el deterioro del bienestar de la población a raíz de reformas cada vez más procapitalistas sobre la economía centralmente planificada (el producto nacional bruto pasó de 7% en 1961 a -0,1% en 1963).
En Praga se construyó el monumento a Stalin más grande de Europa. Su muerte en 1953 y el ascenso al poder de Kruschev en la URSS impulsaron un período llamado de “desestalinización”. La estatua fue demolida pero las cárceles siguieron atestadas de opositores. En junio de 1967, un grupo de escritores se manifestó por la independencia de la literatura de la doctrina del partido y por una real democracia obrera (entre ellos, Milan Kundera, autor de la novela La insoportable levedad del ser, que transcurre en los meses de la “primavera” que estaba por acontecer).
En octubre de 1967, una protesta estudiantil por problemas de suministro de luz y calefacción fue reprimida brutalmente. La burocracia se vio forzada a destituir al dictador Novotny y nombrar en su lugar a Alexandr Dubcek, un dirigente con más prestigio y tolerancia. En marzo del ’68 estalló una lucha interna dentro del partido, de la que el ala más “liberal” de la burocracia salió fortalecida por el escándalo de un ex ministro de Defensa que les vendió secretos militares a los yanquis. Para no perder el control, Dubcek encaró reformas democráticas por un “socialismo con rostro humano”, apostando a modificar los aspectos burocráticos y totalitarios del régimen.
Se abrió un período de debates y movilizaciones obreras y estudiantiles por mayor libertad que desbordaron totalmente a Dubcek. Era un espejo de lo que estaba sucediendo en Europa Occidental, inmersa en pleno Mayo Francés, y más a escala mundial, de las luchas emblemáticas representadas por el Che Guevara en Latinoamérica y la resistencia a la guerra de Vietnam. Jóvenes obreros y estudiantes ganaron las calles: fue la Primavera de Praga. Incluso, las movilizaciones se replicaron en otros países del este europeo, como Yugoslavia. La burocracia del Kremlin se conmovió, pero la represión a la revolución húngara del 1956 era el antecedente de que no permitirían rebeliones contra su dictadura.
La invasión
La URSS lanzó sobre Checoslovaquia medio millón de soldados y 5.000 tanques del Pacto de Varsovia invadieron el 21 de agosto. Desafiando los toques de queda, miles salieron a manifestarse, parándose frente a los tanques e incluso trepándose a ellos. Hubo enfrentamientos callejeros, actos de sabotaje y una huelga general el 23; incluso se dieron escenas de confraternización con los soldados. Pero finalmente primó la represión. Los tanques dispararon contra la multitud. Dubcek fue “invitado” a trasladarse a Rusia y volvió para darle cierta legalidad al gobierno títere que instaló Moscú una vez derrotada la resistencia.
La ocupación soviética de Checoslovaquia causó un centenar de muertos y una inmensa ola de emigración (un total de 300.000). En el primer aniversario de la invasión la persecución de manifestantes con perros pastores alemanes provocó que les gritaran “son como la Gestapo”. La represión de la Primavera de Praga fue ampliamente repudiada, incluso por varios partidos comunistas de Occidente. Fidel Castro, por el contrario, apoyó a los invasores. Nuestra corriente trotskista, encabezada por Nahuel Moreno, condenó la ocupación y fue acusada por eso de ser “agente del imperialismo”. Una falsa acusación que se nos hace cada vez que denunciamos a los regímenes totalitarios de izquierda. Pero seguimos insistiendo: estamos convencidos de que no habrá socialismo sin plena democracia obrera.
La Primavera de Praga fue un levantamiento contra la dictadura estalinista. Fue una de las primeras expresiones concretas de lo que Trotsky caracterizó en la década del ´30 como revolución política contra la burocracia. Hubo ensayos similares en los ´50, también derrotados, en Berlín Oriental, Polonia y Hungría, a los que se sumó Polonia en los ´70 y luego nuevamente en los ´80 con la lucha del sindicato Solidaridad.
En 1989 una ola generalizada de luchas sacudió todos los Estados obreros burocráticos y acabó con las dictaduras de los partidos comunistas gobernantes. La ausencia de alternativas revolucionarias y las ilusiones en el capitalismo hicieron que no se pudiera evitar la restauración capitalista y el imperialismo pudo recuperar el terreno perdido cuarenta años antes. La caída de las dictaduras estalinistas terminaría siendo una gran victoria popular, pero con las terribles contradicciones de la restauración capitalista, y sus consecuencias tanto materiales como en la conciencia de millones de trabajadores en el mundo.
En la misma Checoslovaquia, donde había acontecido la Primavera de Praga, el pueblo volvió a movilizarse contra la burocracia gobernante en 1989 y esta vez logró acabar con la dictadura estalinista en una revolución política triunfante. Por las razones que explicamos, hoy día hay dos pequeñas repúblicas capitalistas, Checa y Eslovaquia, semicolonias del imperialismo. Sigue planteada la lucha por un auténtico socialismo con democracia obrera como el que plantearon y comenzaron a desarrollar Lenin y Trotsky en la URSS en sus primeros años, y por el cual también se levantaron los obreros y estudiantes checoslovacos en la Primavera de Praga.
Escribe José Castillo
Carlos Marx no se equivocó: el capitalismo sigue engendrando miseria, marginación y explotación. Aún está pendiente la gran tarea: que la clase obrera tome el poder, expropie a la burguesía y comience a construir el socialismo, planificando democráticamente una economía mundial al servicio de las necesidades y el desarrollo de la humanidad.
Brückenstraße 10 en Trier, Alemania. Ahí está el Museum Karl-Marx-Haus. En el primer piso se puede visitar la habitación donde nació Marx. Hace ya 200 años. 170 desde que se escribió el Manifiesto Comunista. Y 151 desde la publicación de El Capital. A pesar de que se lo quiso “enterrar” decenas de veces, el legado del mensaje de Marx sigue presente.
¿A qué se debe la vigencia de Marx? A que no se equivocó en lo esencial: el capitalismo, ese régimen social que había llegado a la historia “chorreando lodo y sangre” no ofrecía ni ofrece ninguna salida a la humanidad. Sólo puede generar, y más aún en nuestra época imperialista, más explotación, opresión, miseria, marginación, guerras y destrucción planetaria. Por eso, la tarea central es destruirlo.
Un programa para la emancipación del proletariado
El planteo de Marx es claro. La clase obrera tiene que unirse para pelear por sus derechos contra la explotación capitalista. Esa organización no alcanza con que sea sólo sindical. Tiene que organizarse en un partido propio, separado y diferente de los partidos patronales. Y tiene que hacerlo para triunfar en la revolución socialista, tomando el poder del estado capitalista. Ahí, desde un gobierno de los trabajadores, tiene que expropiar los medios de producción y comenzar a construir el socialismo, planificando la economía y, al mismo tiempo, extender la revolución por todo el mundo ya que el socialismo sólo será realizable a escala internacional.
Las traiciones “en nombre de Marx”
Lamentablemente, se cometieron en “nombre del marxismo” muchas traiciones a la clase obrera. Así la socialdemocracia de la II Internacional -grandes partidos socialistas que se organizaron en el último tercio del siglo XIX- comenzó a negar que para construir el socialismo era necesaria la revolución. Cogobernó con la burguesía y mandó al archivo para “los días de fiesta” la necesidad de expropiar a la burguesía y construir el socialismo. Sus máximas traiciones fueron, sin duda, haber apoyado la Primera Guerra Mundial, mandando a la clase obrera de ambos bandos a masacrarse mutuamente al servicio del capitalismo imperialista. Y, a posteriori de la guerra, ponerse en la vereda de enfrente de la primera revolución socialista triunfante de la historia, la revolución de octubre de 1917 en Rusia, así como de las que comenzaron a estallar por toda Europa a partir de 1918, llegando hasta a asesinar a líderes obreros como Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo.
La otra gran traición sería la del stalinismo, que hundiría en una feroz dictadura burocrática a la mayor conquista del proletariado de toda su historia, el gobierno de los soviets surgido de la revolución bolchevique dirigida por Lenin y Trotsky. A la aberración de llamar “socialismo en un solo país” a lo que estaba sucediendo en una Rusia sumida en privaciones y contradicciones, le siguió la expulsión, el silenciamiento, la represión y finalmente el asesinato en masa de toda la vieja guardia dirigente de la revolución. En nombre “de Marx, de Engels, de Lenin y de Stalin” se traicionarían y hundirían revoluciones en las décadas siguientes. Más adelante, serían las propias clases trabajadoras quienes derribarían a esos regímenes que se autoproclamaban “marxistas” y “socialistas”, en un proceso revolucionario cuya expresión más emblemática fue la caída del tristemente célebre Muro de Berlín.
Y en los últimos años volvimos a ver tergiversadas y arrastradas por el fango las enseñanzas de Marx, con la aparición del autoproclamado “socialismo del siglo XXI”, que explicando que podía “trascenderse el capitalismo” con economía mixta y sin expropiar a la burguesía, gobiernan al servicio del saqueo de las multinacionales, hambreando y reprimiendo al pueblo, como hoy lo hacen Maduro en Venezuela u Ortega en Nicaragua. O, peor aún, vemos regímenes como el de la dictadura capitalista china, que sigue llamándose “comunista”.
Y sin embargo Marx siempre vuelve
El Capital vuelve a ser un best-seller, las obras de Marx se reimprimen por millones en todos los idiomas. Nuevas generaciones de luchadores se proclaman anticapitalistas y buscan, una vez más, una guía para la acción en el viejo barbudo alemán. Lo trae de regreso el capitalismo imperialista, con sus crisis, sus millones de nuevos desocupados, sus multinacionales que depredan el planeta, sus guerras y masacres.
Por eso, a pesar de las tergiversaciones y las traiciones, volvemos a Marx. Nahuel Moreno (fundador de la corriente a la que pertenece Izquierda Socialista) sostenía que “los trotskistas hoy día son los únicos defensores, según mi criterio, de las verdaderas posiciones marxistas [...] mientras exista el capitalismo en el mundo o en un país, no hay solución de fondo para absolutamente ningún problema […] Es necesaria una lucha sin piedad contra el capitalismo hasta derrocarlo, para imponer un nuevo orden económico y social en el mundo, que no puede ser otro que el socialismo”.1
Porque, como lo proponía Marx, la gran tarea es construir el partido y la internacional revolucionaria de la clase trabajadora. Para seguir luchando por aquello que escribió ese gran revolucionario que nació hace 200 años:
“Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente. Las clases dominantes pueden temblar ante una revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar.
¡Proletarios de todos los países, uníos!”.2
1. Nahuel Moreno (1985), Ser trotskista hoy, 1985.
2. Carlos Marx y Federico Engels (1848), Manifiesto Comunista, Anteo, 1973.
Escribe Martín Fú
El 29 de mayo de 1974 la Triple A golpeó a nuestro partido predecesor, el PST. Una patota atacó el local de Talar de Pacheco donde, luego de una balacera infernal, secuestraron a seis compañeros para luego ultimar a los tiros a tres de ellos.
Semanas antes, el 7 de mayo, en las cercanías de Benavídez, Inocencio “Indio” Fernández era asesinado por una patota de la Alianza Anticomunista Argentina, conocida como la Triple A. El Indio, obrero de la metalúrgica Cormasa en Tigre y joven militante del PST proveniente del peronismo, organizó su fábrica y presentó una lista de candidatos a delegados contra la burocracia oficialista de la UOM. Nuestro compañero fue torturado, ultimado a tiros y luego envuelto su cuerpo en un colchón y prendido fuego.
Con la vuelta del peronismo al poder en 1973 y el retorno definitivo al país de Perón, se había puesto en marcha el denominado “Pacto Social”, un acuerdo entre el gobierno, la burocracia de la CGT y los empresarios que congelaba los salarios y las paritarias por dos años. Ese pacto era resistido en numerosas fábricas por una activa vanguardia de trabajadores.
El PST tenía una importante participación en esas luchas, con una fuerte influencia entre los activistas antiburocráticos. Así se daba en la zona norte del Gran Buenos Aires, fruto de un sólido trabajo sindical y político. En la UOM, la lista Gris, orientada por nuestro partido, dirigía fábricas como Cormasa, Corni, De Carlo, Wobron y Astarsa Metalúrgica, entre otras. El trabajo sindical atravesaba diversas ramas de la industria. Fate, Texas Instruments, Matarazzo, Sylvania y Terrabusi tenían entre su activismo trabajadores y delegados que el PST estructuró o ganó al peronismo.
El ataque al local de Pacheco buscó quitarse de encima, a través de la violencia parapolicial amparada por el gobierno, a la vanguardia que se organizaba y luchaba en las fábricas, así como en escuelas y barrios. El 29 de mayo de 1974, a la medianoche, el PST perdió a manos de los matones de la Triple A a tres jóvenes militantes cuando una banda armada, luego de ametrallar el frente del local, secuestro a un grupo, para luego liberar a tres compañeras. Antonio “Hijitus” Mesa era miembro de la comisión interna de los Astilleros Astarsa, en Tigre. En 1973 formó parte de la toma y el control de la Comisión de Seguridad e Higiene laboral de la fábrica luego de la muerte de un obrero, consiguiendo reducir la jornada laboral de doce a siete horas. Antonio “Toni” Moses era obrero metalúrgico de la autopartista Wobron, planta que venía de conflicto en conflicto.
Mario “Tano” Zida era dirigente estudiantil de la Escuela Técnica 1 de Tigre y de la Juventud Socialista de Avanzada. Sus cuerpos aparecieron al otro día fusilados en cercanías de Campana.
En un masivo acto frente al local central del PST nuestro máximo dirigente, Nahuel Moreno, dijo: “Ellos eran jóvenes, no tenían una extraordinaria biografía, ni internacional, ni de ningún tipo. Eran tres modestos militantes. Pero por eso eran mucho más grandes todavía. Eran grandes porque era grande la lucha de ellos, eran grandes porque es grande nuestro partido, eran grandes porque es grande su ideología”.
Cuarenta y cuatro años después, desde Izquierda Socialista recordamos a Toni, Hijitus y el Tano continuando la inclaudicable lucha para que los autores materiales e intelectuales paguen por sus crímenes y seguimos levantando bien alto las mismas banderas que llevaron hasta su muerte, por un gobierno socialista y de los trabajadores.
Compañeros Antonio Mesa, Mario Zida y Antonio Moses, ¡presentes!
Julio Yessi es uno de los condenados por la Masacre de Pacheco, purgando su condena con prisión domiciliaria. Hace unas semanas dio un reportaje a la revista Noticias. Yessi fue muy cercano a José López Rega y tuvo un alto cargo en el Ministerio de Bienestar Social y desde ahí, ungido por el Brujo, fue dirigente de la recién creada Juventud Peronista de la República Argentina, conocida como JPRA. Ésta fue parte imprescindible del funcionamiento de la Triple A. Sus hombres pasaron a integrar y formar las bandas combinadas de la Triple A y la CNU (Concentración Nacional Universitaria) que perseguían a la oposición dentro y fuera del peronismo. Yessi tuvo un rol preponderante en la conformación y funcionamiento de este mecanismo.
Yessi fue identificado por una sobreviviente como uno de los integrantes de la banda que comandó, asaltó y fusiló a nuestros compañeros en Pacheco. Otros de los asesinos, Jorge Héctor Conti (yerno y secretario de López Rega) y Salvador Siciliano, también partícipes de la Masacre de Pacheco, fueron condenados y luego liberados. Desde Izquierda Socialista repudiamos la prisión domiciliaria para los asesinos y seguiremos movilizados hasta que todos los responsables terminen en prisión.
Escribe Francisco Moreira
A fines de junio de 1918 el gobierno de los soviets resolvió expropiar la gran industria rusa. Se realizó en el marco del descalabro económico desatado por las anexiones imperialistas al territorio ruso y el comienzo de la guerra civil. La medida sentó un precedente histórico: la revolución económico-social. La expropiación de los medios de producción se convirtió en pilar fundamental e ineludible para la resolución de las penurias obreras y populares.
La revolución de febrero de 1917, que sentenció la caída de la monarquía de los zares rusos, se hizo al grito de ¡paz, pan y tierra!. El gobierno provisional burgués, nacido en febrero y aliado a los terratenientes y antiguos nobles, desoyó los reclamos que habían desatado la revolución y fue perdiendo el apoyo de obreros, campesinos y soldados, que aún se encontraban en el frente de batalla combatiendo en la Gran Guerra (primera guerra mundial). La revolución de febrero también marcó el resurgimiento de los soviets. Los consejos de obreros, campesinos y soldados se convirtieron en un verdadero doble poder. El 25 de octubre, tras la toma del Palacio de Invierno en San Petersburgo, el II Congreso de los Soviets aceptó la fórmula del partido bolchevique de Lenin y Trotsky “¡todo el poder a los soviets!”. Así la revolución de octubre dio inicio al gobierno de los trabajadores, apoyado por campesinos y soldados, conducido por el partido bolchevique.
Del control obrero a la expropiación de la gran industria
Inmediatamente, el gobierno de los soviets debió abordar los más urgentes problemas populares. Entre los primeros decretos estuvo el llamado a la paz “sin anexiones ni contribuciones” (la paz no se alcanzaría sino hasta el 3 de marzo de 1918, con los acuerdos de Brest-Litovsk, en donde debieron aceptar extensas anexiones impuestas por los alemanes). El 26 de octubre, Lenin redactó el decreto sobre la tierra aboliendo “la propiedad inmueble sobre la tierra” de terratenientes y la Iglesia. En enero de 1918 se decretó el no pago de las deudas del Estado.1 El Código Civil de 1918 incluyó los reclamos de las mujeres y fue calificado como “la legislación más progresista que el mundo había visto jamás”.2
El programa económico bolchevique preveía el control obrero de la producción a través de comités de fábrica como paso previo a la expropiación completa de la burguesía. El decreto sobre el control obrero, del 14 de noviembre de 1917, legalizó la injerencia de los trabajadores en la gestión de las empresas. Las resoluciones de los órganos de control serían de cumplimiento obligatorio, incluso para los patrones, y el secreto comercial quedó abolido. De esta manera se buscaba que la clase obrera aprendiera a dirigir la industria antes de su expropiación definitiva.
Pero el sabotaje a la economía impulsado por los burgueses obligó a expropiar talleres y fábricas acelerando el proceso. Cuando un patrón suspendía el trabajo, eran los obreros quienes volvían a poner en marcha el taller o la fábrica. Como consecuencia, las autoridades locales comenzaron a quitar la propiedad a aquellos dueños que boicoteaban la producción o acopiaban los productos. La aceleración de este proceso llevó a la creación del Consejo Superior de Economía Nacional el 5 de diciembre de 1917 y unos días más tarde a la nacionalización de la banca, cuyos establecimientos financieros se opusieron al control. Para mayo de 1918 ya habían sido expropiadas 234 empresas.
La resistencia al control obrero y el sabotaje de la producción por parte de los industriales continuó en 1918. En mayo de ese año comenzó la guerra civil con el alzamiento de la Legión Checoslovaca, bajo mandos franceses. La intervención militar contrarrevolucionaria de las potencias imperialistas era inminente. En ese escenario de desmoralización y anarquía económica, la crisis se agravó. La hambruna amenazaba a las principales ciudades. El 28 de junio de 1918 el gobierno soviético promulgó el “decreto sobre la nacionalización de empresas de gran escala de la industria y el transporte ferroviario”.3 Expropió todas las empresas mineras, metalúrgicas, textiles, electrotécnicas, madereras, del caucho, cemento, curtidos, cuyo capital fuese superior a 500.000 rublos. El Consejo Superior conduciría la marcha de la economía por medio de direcciones colegiadas de las empresas, integradas por miembros designados por los consejos regionales y un tercio nombrados por los mismos obreros de las empresas.
Expropiar o no expropiar, esa es la cuestión
La fuerza de los acontecimientos obligó al gobierno de los soviets a acelerar los tiempos y realizar a fines de junio de 1918 la expropiación de la gran industria. Con ella, liquidó a la burguesía rusa. La expropiación permitió, a duras penas y tras incontables sacrificios, afrontar la guerra civil y terminar con el boicot económico. Sin la expropiación de seguro el gobierno obrero habría sucumbido. La propiedad estatal y la planificación de la economía se convirtieron en pilares fundamentales del Estado soviético y de las conquistas alcanzadas por los obreros de la URSS, aun tras el surgimiento del régimen estalinista.
A lo largo del siglo XX la decisión de expropiar o no a la burguesía marcó el destino de los gobiernos surgidos de procesos revolucionarios. Las revoluciones china (1949) y cubana (1959), encabezadas por Mao y Fidel Castro, debido a la presión popular y la intransigencia imperialista, llegaron a expropiar aun contra el programa que sostenían sus direcciones. A pesar de que esas conducciones congelaron en ese punto el proceso revolucionario, la expropiación representó el fin de la burguesía local y una enorme conquista para esos pueblos y su nivel de vida. Por el contrario, las revoluciones abortadas, como la nicaragüense (1979), encabezada por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y aconsejada por el propio Castro, que no avanzaron hacia la expropiación, pronto retrocedieron, así como el nivel de vida de las masas. En el siglo XXI las fallidas políticas de los gobiernos pseudoprogresistas de América latina repitieron la experiencia de esas revoluciones abortadas. La experiencia actual de la Venezuela chavista de Maduro evidencia que el rechazo a profundizar la revolución hacia la expropiación y la mantención de compromisos con la burguesía y las multinacionales, termina haciendo retroceder el proceso revolucionario y condena al pueblo venezolano al hambre.
1. Victor Serge. El año I de la revolución rusa. Capítulos IV y VII.
2. Wendy Goldman. La mujer, el estado y la revolución. Capítulo I. En 1920 se introduciría la legalización del aborto gratuito en los hospitales del Estado.
3. Victor Serge. Idem.
Nahuel Moreno, dirigente trotskista, maestro y fundador de nuestra corriente, caracterizaba así a la nacionalización de la gran industria en la Rusia soviética de 1918 en su trabajo Las revoluciones del siglo XX: “Un año después de la revolución de octubre aproximadamente se realiza la expropiación de la burguesía. Fue una medida defensiva del régimen soviético frente al sabotaje económico de los propietarios de las empresas industriales. Si bien la expropiación no es producto de ningún cambio en el carácter del Estado y del régimen político, que sigue siendo el poder de la clase obrera y el pueblo (estado) dirigido por soviets acaudillados por el partido bolchevique (régimen), es la gran revolución, porque transforma abruptamente las relaciones sociales de producción. A partir de la expropiación y estatización de las industrias, desaparece la burguesía como clase social y se instaura la economía nacionalizada, planificada y obrera. Esta revolución, la más importante de todas aunque no se da en la esfera política sino en la económica, se denomina revolución económica social. Es el cambio total del carácter de la economía”. *
* Nahuel Moreno. Las revoluciones del siglo XX. “La época de la revolución socialista internacional”, 1984. Ver www.nahuelmoreno.org
Escribe Mariana Morena
El 25 de julio de 1978 nació Louise Brown, la primera criatura humana concebida por fertilización in vitro, fuera del organismo materno. Desde entonces las técnicas de reproducción asistida no dejaron de avanzar y se calcula que alrededor de ocho millones de personas nacieron gracias a ellas. La reaccionaria Iglesia Católica condenó su implementación con la misma vehemencia con que actualmente se opone a la ley del aborto.
El nacimiento de Louise Brown tuvo tal impacto mundial que muchos lo compararon con la llegada del hombre a la Luna. Ocurrió hace 40 años en el Hospital General de Oldham (en las afueras de Manchester, Inglaterra). Tuvo que ser protegido como una fortaleza tanto que el día programado del parto su padre ingresó custodiado por policías. Pese al hermetismo que rodeó el procedimiento de fertilización y el embarazo, la noticia se filtró y centenares de periodistas y fotógrafos asediaron la maternidad.
Como la cesárea fue filmada, las imágenes de Louise recién nacida se multiplicaron en los medios televisivos y gráficos de todo el mundo. Era la primera “bebé de probeta”, concebida fuera del útero materno por una técnica de fertilización in vitro (FIV). El método consistía en extraer un óvulo (ovocito) del útero materno, fertilizarlo con el esperma del varón en el laboratorio y, una vez formado el embrión, implantarlo en el útero para su desarrollo.
Una revolución tecnológica
Los padres de Louise, Leslie y John Brown, intentaron el embarazo sin éxito durante nueve años. No lo lograban por una obstrucción en las trompas de Falopio de Leslie, una de las causas más comunes de infertilidad femenina. Por eso aceptaron el tratamiento experimental que le propusieron dos investigadores, Robert Edwards y Patrick Steptoe, quienes venían realizando ensayos desde una década atrás. No les advirtieron que, hasta ese momento, no lograban el resultado esperado. Llevaban una seguidilla de 78 fracasos incluyendo embarazos no evolutivos y comenzaban a ser muy criticados. Desde que en 1959 se documentó el nacimiento de un conejo fecundado in vitro, la tecnología de la reproducción en humanos avanzaba por el “gran milagro”. Esta vez el éxito fue total, Louise nació con 2,600 kg de peso y era perfectamente sana.
Desde entonces, las técnicas de reproducción asistida no dejaron de avanzar alcanzando un elevado grado de complejidad, seguridad y eficacia. Desde métodos de congelación para conservar embriones sobrantes para un posible uso futuro a otros basados en ultrasonido para evitar la incisión abdominal llegando a la inyección intracitoplasmática, por la que se inyecta un espermatozoide seleccionado específicamente en el óvulo, para casos donde el recuento de espermatozoides es muy bajo o cuando se tienen dificultades para acceder al ovocito. Por otra parte, se desarrollaron técnicas de diagnóstico embrionario para prevenir el nacimiento de hijos con enfermedades hereditarias ligadas al sexo, como la hemofilia o la fibrosis quística, entre otras, además de disminuir los riesgos de transmisión en personas portadoras de VIH.
Un beneficio para millones de personas
Cuarenta años después, la Sociedad Europea de Embriología y Reproducción Humana estima que unos ocho millones de bebés nacieron gracias a la reproducción asistida (en la Argentina la cifra ronda los 30.000; los primeros fueron mellizos, en 1986). Aproximadamente nacen 300.000 “bebés probeta” por año. La madre de Louise tuvo una segunda “bebé de probeta”, Natalie (la número 40 en el mundo) quien, a su vez, se convirtió en la primera mujer concebida por fecundación in vitro en ser mamá por vía natural.
Estos tremendos avances elevaron considerablemente las tasas de éxito haciendo que más personas recurran a la reproducción asistida para lograr un embarazo, tanto en el caso de parejas heterosexuales con problemas de fertilidad (se calcula que entre el 15% y el 20% de la población mundial los experimenta en distinto grado), como en el caso de parejas homosexuales y mujeres solteras. La demanda de la sociedad llevó a que las técnicas fueran incluidas en los sistemas de salud y que su implementación se democratizara. En la Argentina la ley nacional de reproducción asistida de 2013 estableció el acceso integral y gratuito a todos los tratamientos que pasaron a ser de cobertura obligatoria para el sector público, las obras sociales y las prepagas.
La oposición de la Iglesia Católica
La reproducción asistida conllevó la discusión de nuevas problemáticas desde el punto de vista ético y legal (como qué hacer con los embriones no utilizados o sobre la elección de los progenitores en el caso de las donaciones). Algunas van siendo saldadas, otras nuevas aparecen. Actualmente su utilización es algo completamente común y aceptado socialmente. Sin embargo no fue así para sus pioneros que fueron criticados con dureza por la sociedad científica y sectores religiosos. Debieron pasar décadas para que su trabajo fuera reconocido (Edwards recibió el Premio Nobel de Medicina en 2010, cuando Steptoe ya había fallecido). Se cuestionaba la calidad científica y la ética de sus investigaciones y el Consejo de Investigación Médica de Inglaterra se negó a financiarlos.
La Iglesia Católica jugó a favor de la “demonización” de estas tecnologías. Defendió con uñas y dientes su dogma reaccionario del “plan de Dios” que se veía jaqueado, reafirmando que para generar vida sólo es lícito el acto sexual entre varón y mujer, que hay vida desde la concepción y que todo embrión tiene derecho a la vida, los ejes que sigue defendiendo aún hoy. Hasta Francisco, el papa “progresista”, llama la atención sobre el descarte de embriones en lo que concibe como “cultura global del descarte”. Más de su doble moral permanente.
La institución más reaccionaria de la historia, que condenó los avances más espectaculares de la ciencia (como los casos emblemáticos de Galileo y Darwin), es socia del sistema capitalista imperialista en la explotación de los trabajadores y la violencia machista, volvió a oponerse a que las masas avanzaran en calidad de vida y en derechos. Cuarenta años después, sigue jugando el mismo rol retrógrado contra el aborto legal.
Una técnica para todo el mundo
Louise ha llevado la vida de millones de mujeres. Trabaja en una oficina de correo en Bristol, contrajo matrimonio y tuvo dos hijos que nacieron de manera natural. “Cuando nací me hicieron unas cien pruebas para comprobar que todo estuviera bien. Pero después me realizaron pocos estudios a lo largo de mi vida. No hay nada raro o diferente en mí ni en ningún otro niño nacido por fecundación in vitro”, declaró Louise en una entrevista que le realizaron en estos días (Perfil, 21/07/2018). Se considera una embajadora de la reproducción asistida, por lo que acepta participar de ceremonias, charlas y entrevistas en su apoyo. Una y otra vez repite que la técnica creada por los científicos ingleses está destinada a todas las parejas con problemas para concebir un hijo, independientemente de dónde vivan o de sus recursos económicos. “Mi madre y mi padre eran pobres. De hecho, cuando se fueron a vivir juntos dormían en un viejo vagón de tren”, contó el año pasado. “Bob Edwards tenía especial interés en que (esta técnica) fuera algo de lo que se beneficiara todo el mundo, no sólo los que pueden permitírselo”. (Fuente: El Periódico, edición Catalunya, 21/07/2018)