Con esta medida prometían erradicar el consumo de aquello que consideraban la causa principal del ausentismo en las fábricas y de problemas familiares que sufrían los trabajadores, que les impedía cumplir con el ritmo de explotación que imponía la floreciente industria norteamericana. Argumentaban que el consumo de bebidas alcohólicas en los hogares (antes los americanos, por su costumbre de origen anglosajón, lo hacían sólo en los bares) pertenecía a los maliciosos usos y costumbres traídos por los millones de inmigrantes europeos que habían venido a “hacerse la América”, los que atentaban contra el “estilo de vida americano”, que debía ser preservado a cualquier costo.
Las consecuencias fueron desastrosas. Además de no lograr el objetivo pretendido -sólo durante el primer año se redujo considerablemente el consumo-, inmediatamente volvió casi al mismo nivel que antes de la prohibición. Aumentó considerablemente el número de muertes por ingerir grandes cantidades de alcohol de mala calidad fabricado en alambiques clandestinos. Cientos de miles de personas comenzaron a fabricar bebidas artesanalmente ante la oportunidad de obtener ganancias fabulosas. Aumentó su precio; emergió y se expandió el mercado negro y el contrabando a gran escala, la delincuencia, las mafias, la trata de mujeres y la prostitución a la que éstas eran forzadas en los burdeles y otros “negocios colaterales”. Se estima que llegaron a existir unos 100.000 bares clandestinos a lo largo de todo el país. Se multiplicó la corrupción policial, la de los jueces, políticos y funcionarios del estado, el contrabando de armas y comenzó a extenderse el consumo ilegal de cocaína y otras sustancias que hasta entonces no tenían difusión. Todo sucumbía ante la gigantesca masa de dinero que generaba esta industria empujada a la ilegalidad (ver El Socialista N° 156, 16/12/2009).
Consecuencias fatales
Según el artículo “El noble experimento” de Francisco Moreno, publicado en www.liberalismo.org, durante los catorce años que estuvo en vigencia la Ley Seca, “30.000 personas murieron intoxicadas por ingerir alcohol metílico; 100.000 sufrieron lesiones permanentes como ceguera o parálisis, 270.000 fueron condenadas por delitos federales relacionados con el alcohol, de las cuales un cuarto fueron sentenciadas a prisión y el resto fueron multadas, los homicidios aumentaron un 49% y los robos un 83% con referencia a la década anterior; más de un 30% de los agentes encargados de hacer cumplir la ley fueron condenados o separados de su servicio por diversos delitos (extorsión, robo, falsificación de datos, tráfico o perjurio). La población reclusa en las cárceles federales se triplicó debido fundamentalmente a delitos ligados a infracciones a la “National Prohibition Act”.
Con el correr de los años los sucesivos gobiernos hicieron intentos de resolver las consecuencias de esta medida aumentando de los 1.000 dólares iniciales hasta 10.000 dólares las multas y desde los seis meses a cinco la cantidad de años de prisión a los infractores. De nada les sirvió. Ante este fracaso rotundo, comenzaron a popularizarse los movimientos a favor de derogar la prohibición. Se estima que, para 1932, el 75% de la población estaba a favor de terminar con la veda de alcohol. Antiguos partidarios de la misma se pasaron a las filas de los “revocacionistas” -entre los que se destaca el magnate John D. Rockefeller-. No lo hacían por la salud de la población y la sociedad norteamericana. Los tiempos habían cambiado. La esplendorosa década del ́20 llegó bruscamente a su fin con el hundimiento de la Bolsa de New York en octubre de 1929, iniciando la gran crisis de los años 30. Los gobernantes cayeron en la cuenta de que con la prohibición el fisco se había perdido de recaudar unos 500 millones de dólares anuales y resultaba imprescindible comenzar a recuperar ese dinero para paliar la crisis. Y había quienes consideraban que la industria del alcohol, al ser nuevamente legalizada, podría transformarse en un factor dinamizador de la economía yanqui que en ese momento se encontraba en plena depresión.
En febrero de 1933, el recientemente elegido presidente “revocacionista” Franklin Roosvelt, del Partido Demócrata, que había incluido en los postulados de su campaña electoral sus intenciones de eliminar todas las leyes que imponían la Ley Seca, legalizó la venta de cervezas de hasta 3,2 grados como máximo y la venta de vino, con lo que logró que al día siguiente la bolsa subiera un 15%. Finalmente, el 5 de diciembre de ese año el Senado derogó definitivamente la prohibición, y se aprobó la Enmienda XXI a la Constitución que anulaba la Enmienda XVIII que, catorce años antes, había hecho constitucionalmente viable la prohibición. Fue la primera vez en la historia que una enmienda se creaba para revocar a otra.
Las consecuencias de los catorce años de vigencia de la Ley Seca perduran hasta nuestros días. Después de la legalización, inmediatamente el mercado negro del alcohol dejó de ser un negocio rentable. También, entre otros motivos, se debe a aquellos años el alcoholismo tan difundido en la sociedad norteamericana. La organización Alcohólicos Anónimos nació en Estados Unidos en 1938.
A pesar de esta contundente experiencia, los partidarios de mantener la prohibición de las drogas esgrimen los mismos o similares argumentos que se utilizaron para promover la Ley Seca. Y, fundamentalmente, igual que sucedió durante la prohibición del alcohol en los años 20, son los más grandes empresarios yanquis y las multinacionales quienes dejan correr a toda costa la ilegalidad de las drogas, debido a las mega millonarias utilidades vía el lavado de dinero que derivan de la clandestinidad de este mercado, que se ha transformado en una de las actividades más dinámicas y rentables del mundo (ver página 4).
La película
Se han producido y difundido mundialmente innumerables películas y series televisivas que reflejan la situación en las ciudades de Estados Unidos bajo el imperio de las mafias y la corrupción, durante los años de la Ley Seca. ¿Quién no ha oído hablar de Eliot Ness y sus agentes, “Los Intocables”, o de gangsters como Al Capone, capo máximo de la mafia de Chicago? Recientemente, en diciembre de 2012, vio la luz “Los Ilegales” (“Lawless”), una película novedosa por su enfoque sobre el tema, dirigida por John Hillcoat, cuya trama es una adaptación de la novela de Matt Bondurant “The Wettest Country in the Wolrd”, donde narró los hechos vividos por su abuelo y su familia. A diferencia de las anteriores, ésta se trata de una obra cuya historia transcurre en un pequeño pueblo del estado de Virginia. Allí, tres hermanos que llevaban una vida austera y pueblerina, encuentran en la fabricación casera clandestina de bebidas alcohólicas la posibilidad de ascender de estrato social. Así es como se ven envueltos en una guerra despiadada, en medio de bandas poderosas que quieren quedarse con su negocio, policías corruptos que hacen la vista gorda y oficiales federales empecinados en hacer caer sobre ellos el peso de la nueva Ley. Recomendamos verla.