Las Malvinas y otras islas fueron usurpadas por los británicos desde 1833. Desde entonces hay una arraigada tradición que se instala desde la temprana infancia en la escuela: “las Malvinas son argentinas”. Los reclamos diplomáticos por recuperar esos enclaves han sido muchos e infructuosos.
En 1982 los genocidas ya estaban en una profunda crisis, luego de seis años de brutal represión, entrega al imperialismo y los grandes empresarios, y ataques a los trabajadores. El 30 de marzo de ese año se produjo una gran movilización de la CGT -reprimida- mostrando el creciente malestar obrero y popular.
Galtieri y las cúpulas de las tres fuerzas armadas decidieron la ocupación de las islas especulando con una rápida victoria, que les permitiría fortalecerse y seguir en el poder. En su delirio, en particular del borracho Galtieri, esperaron contar con el apoyo del gobierno yanqui y con Inglaterra retirándose de esos enclaves. Obviamente, nada fue así. Los imperialistas reaccionaron como era de esperarse, fuerte y unidos. A los pocos días salía la flota británica. Por su parte, el pueblo argentino sí se lo tomó en serio, saliendo a las calles y apoyando masivamente y en todo el país un esfuerzo bélico verdadero para recuperar las islas. Argentina podría haber ganado.
¿Por qué perdimos la guerra?
Los militares ocuparon las islas de manera totalmente irresponsable y aventurera. De todos modos, la capacidad y el heroísmo de muchos oficiales y soldados, multiplicados por la movilización popular de apoyo a lo largo y ancho de todo el país, hubieran permitido el triunfo. Así lo han reconocido públicamente los propios ingleses. El general Julián Thompson, segundo jefe de las fuerzas de tierra desembarcadas en las islas, dijo: “Cada fuerza argentina libraba su propia guerra. Si las tres fuerzas hubieran actuado coordinadamente Gran Bretaña podría haber perdido la guerra”. Y agregó: “Argentina [léase Galtieri y compañía] no creyó que Inglaterra iba a atacar. Las seis semanas que transcurrieron entre el 2 de abril y el 21 de mayo, cuando desembarcamos en San Carlos, no fueron aprovechadas como correspondía para fortificar las propias posiciones” (Página 12, 6/11/1996).
Algo parecido dijo el parlamentario conservador, escritor y experto militar Rupert Simon Allason. Señaló que las acciones argentinas carecían de lógica militar y que, salvo un caso, no atacaron los decisivos barcos de suministros. “Cuando hundieron el Atlantic Conveyor estuvieron a punto de ganar la guerra. Hubieran atacado uno o dos buques más de la marina mercante y estábamos terminados. Por eso a mí se me ocurren dos explicaciones: uno es que las fuerzas argentinas estuvieron dirigidas por analfabetos en términos estratégicos. La segunda es que solo buscaban algo con valor de propaganda.” (La Nación, 19/10/1997. Datos de Malvinas, la prueba de fuego. Ediciones El Socialista, abril 2007).
La razón de fondo es que los genocidas prefirieron capitular, no quisieron ganar la guerra, porque temían quedar totalmente desbordados por la movilización popular. Por eso mantuvieron sus métodos represivos y la corrupción. Incluso en las islas los soldados sufrieron torturas y malos tratos por parte de sectores de la oficialidad. Un personaje abyecto como Astiz se rindió sin tirar un solo tiro.
Las movilizaciones masivas que se dieron durante los más de dos meses que duró el conflicto agudizaron la crisis de la dictadura. En la Plaza de Mayo, el 10 de abril, más de 150.000 personas chiflaron al enviado del imperialismo yanqui, Alexander Haig y al propio Galtieri. Por eso, como diría claramente el experto enemigo que mencionamos, “en términos estratégicos” los genocidas eligieron la rendición. No fue fácil. Hasta apelaron al papa Juan Pablo II, que llegó el 11 de junio. El PST sacó un volante denunciando que venía a imponer la derrota. En la misa en la catedral metropolitana, los militares asesinos se arrodillaron ante el papa y dos días después lo hicieron en Puerto Argentino ante los británicos.
Los milicos pagaron caro la traición.
Galtieri y compañía optaron por su “mal menor”, la capitulación, pero no pudieron evitar su propia caída. Argentina perdió la guerra (siguieron los enclaves y desde entonces se instaló una base mili- tar británica) y el pueblo echó a la dictadura.
El 14 de junio el general genocida Mario Benjamín Menéndez presentó la rendición en Puerto Argentino. Al día siguiente la cadena nacional comenzó a convocar a la población a la Plaza de Mayo para escuchar el informe de Galtieri. Una fuerte presencia policial custodia la Casa Rosada. Se va juntando una muchedumbre, primero silenciosa, que luego comienza a expresar su furia y frustración en sus gritos. Se va instalando aquel canto que se murmuraba desde el año anterior: “se va a acabar la dictadura militar” y que se había gritado con mucha fuerza el 30 de marzo, en vísperas de la ocupación de las islas. La multitud derriba las vallas en la plaza y se arrojan los primeros gases, que dan lugar a las primeras piedras como respuesta. Algunos policías titubean y discuten con la gente en las esquinas. Aparecen los carros de asalto. Hay enfrentamientos y se levantan barricadas. Se incendian un patrullero y dos colectivos. Luego arden otros más. La policía va perdiendo contunden- cia. A la madrugada del 16 de junio Galtieri firma su renuncia y se disuelve la sanguinaria junta militar. Una movilización revolucionaria puso fin al capítulo más negro de nuestra historia y se comenzaron a recuperar las libertades suprimidas durante aquellos años bajo la débil presidencia de Bignone.
El pueblo no perdonó ni olvidó los crímenes de la dictadura. Aquellos gritos de “paredón, paredón, a todos los milicos que vendieron la nación” se unieron a “se van, se van, y nunca volverán”. La movilización fue imponiendo el juicio y castigo a muchos de los genocidas.
Al mismo tiempo, radicales, peronistas, la iglesia católica y todas las fuerzas patronales fueron imponiendo la “desmalvinización”. La inauguró el radical Alfonsín desde diciembre de 1983, quien calificó aquella guerra justa de “carro atmosférico”. El peronista Menem siguió con sus relaciones carnales con los yanquis y un canciller que mandó ositos de peluche a los británicos en las islas. El kirchnerismo la mantuvo más allá de su típico doble discurso y las frases de rigor en las Naciones Unidas. Seguramente el nuevo gobierno de Macri tendrá su propia versión de la desmalvinización. Sigue y seguirá en manos de los trabajadores y el pueblo la gran tarea pendiente de recuperar nuestras islas.
El PST ante la guerra
Desde 1976 el PST había sido prohibido y actuaba en la clandestinidad total. Tenía casi cien militantes asesinados (varios bajo el gobierno de Isabel) y desaparecidos, decenas de presos y exiliados*.
El 30 de marzo la militancia del PST había participado en la movilización de la CGT compartiendo con entusiasmo el grito “se va a acabar, la dictadura militar” y también aguantando los gases. Dos días después, cuando se cerraba la edición de Palabra Socialista de abril, cuyo eje era la exigencia del plan de lucha a la CGT para darle continuidad a la movilización, se conoció la noticia de la ocupación militar de las islas. Rápidamente se definió una política: desarrollar con todo el esfuerzo militar para derrotar a los imperialistas ingleses, pero desde una posición independiente y sin darle ningún apoyo político a la junta genocida. La corriente del trotskismo que encabezaba Nahuel Moreno comenzó a impulsar la movilización “malvinera” en el país y la solidaridad desde Colombia, Perú, Venezuela, Brasil y otros países. En América Latina la simpatía por Argentina crecía día a día.
Llamando a la conducción de la CGT a ponerse a la cabeza de la unidad de acción antiimperialista, el PST denunciaba las medidas represivas e inconsecuentes de los militares y proponía una serie de medidas a imponer con la movilización para ganar la guerra. Se exigían -entre otras- plenas libertades, terminando con la represión dictatorial; suspender el pago de la deuda externa e incautar todas las empresas inglesas, así como las de su aliado el imperialismo yanqui; apelar al apoyo de los pueblos hermanos latinoamericanos que, como el peruano, se movilizaban en las calles apoyando a Argentina (Palabra Socialista, 15/5/1982).
Para mostrar por la vía de los hechos lo que significaba sumarse al esfuerzo bélico, tanto José Francisco Páez como el “Pelado Matosas”, quienes habían estado años presos y habían sido liberados poco antes del inicio del conflicto, se presentaron como voluntarios.
*Su principal dirigente, Nahuel Moreno, estaba exiliado en Bogotá. Véase su texto sobre la guerra de Malvinas y la caída de la dictadura 1982: comienza la revolución en www.nahuelmoreno.org