En octubre de 1917 Lenin y Trotsky, dirigentes del Partido Bolchevique, encabezaron la toma del poder por los soviets en Rusia. Tras la muerte de Lenin y con el proceso de burocratización encabezado por Stalin desde 1924, Trotsky se convertiría en la principal figura de la oposición de izquierda. El estalinismo, para imponer su reaccionario programa de “socialismo en un solo país”, liquidaba toda democracia interna dentro del partido, persiguiendo y asesinando a la generación bolchevique que había encabezado la revolución. Mientras, Trotsky intentaría dar continuidad al legado de Lenin y la lucha por la revolución socialista. En 1938, exiliado y perseguido, fundó junto a unos pocos seguidores la Cuarta Internacional, procurando la construcción de un partido revolucionario mundial. Pero su asesinato en 1940 por un agente estalinista y las dificultades producidas por la Segunda Guerra Mundial disgregaron a la joven organización y muchos de sus adherentes originales empezaron a abandonar su programa.
El trotskismo argentino y el primer aporte de Moreno
En la Argentina los primeros trotskistas datan de 1928. En la década del ’30 varios intelectuales y algunos obreros (entre ellos Mateo Fossa, de la madera) defendían las posiciones de la oposición de izquierda y, desde 1938, de la Cuarta Internacional. Varios grupos intentaban publicar periódicos y folletos, todos de efímera duración. Su actividad principal pasaba por desarrollar interminables discusiones internas en un ambiente bohemio, cuyo lugar emblemático era el café Tortoni del centro porteño. Una de sus principales figuras era Liborio Justo (hijo del presidente general Agustín P. Justo) que usaba el pseudónimo Quebracho y se había sumado durante unos años al trotskismo.1
En junio de 1943 el joven Hugo Bressano, con sólo 19 años, se uniría a la LOR (Liga Obrera Revolucionaria) impulsada por Quebracho. Éste le puso el pseudónimo Nahuel Moreno, pero a los pocos meses -tal era su costumbre- lo expulsó. En julio de 1943 Moreno terminó de escribir El partido,2 un trabajo donde polemizaba con Quebracho y el trotskismo de café.
Aquel texto sería el resultado de un concienzudo análisis del ¿Qué hacer? de Lenin.3 Postulaba que, en la tarea de construir el partido, el “primer eslabón” sería “empalmarnos con la vanguardia proletaria actuando en los organismos de masa, como ser clubes barriales estalinistas, sindicatos, talleres, barrios, comités juveniles…”.
En 1944, con la orientación elaborada en El partido, Moreno fundaría el Grupo Obrero Marxista (GOM), llevando por primera vez a una organización trotskista argentina a militar entre los trabajadores. Comenzó su actividad en Avellaneda, zona industrial del sur bonaerense, en el barrio de Villa Pobladora.
Polémicas en el trotskismo de posguerra
El “morenismo” se forjó, en la Argentina, enfrentando en el seno de la clase trabajadora tanto al proyecto “nacionalista burgués” de Perón como a las demás direcciones que promovían falsas salidas dentro del marco capitalista. En 1948 Moreno participaría del segundo congreso de la Cuarta Internacional y, desde 1951, sería protagonista de sus debates más trascendentales. Ese año, en el tercer congreso de la Cuarta, Michel Pablo y su discípulo Ernest Mandel comenzaron a imponer una línea de capitulación al estalinismo (Tito, Mao, entre otros) y a los nacionalismos burgueses en Latinoamérica, Asia y África (Paz Estenssoro, Ben Bella y otros). Moreno alertó que esa orientación oportunista llevaba a renunciar a la construcción de partidos revolucionarios y de la Cuarta Internacional.
El triunfo de la revolución cubana en 1959 reavivó el debate. Moreno defendió la primera revolución que adoptó medidas de transición al socialismo en Latinoamérica, contra posiciones sectarias. Pero enfrentó a la corriente mandelista que capitulaba a la dirección castrista. La burocracia cubana finalmente se adaptó al estalinismo y, a la larga, restauró el capitalismo. Ante todos estos fenómenos, siguiendo la posición marxista de Lenin y Trotsky, Moreno reafirmó la necesidad de construir partidos revolucionarios como única alternativa de dirección para los trabajadores y demás sectores explotados y oprimidos.4
La lucha por construir partidos revolucionarios continúa
Las experiencias de lucha del movimiento de masas en los siglos XX y XXI demuestran que no hay otra alternativa de fondo para las masas explotadas que lograr nuevas revoluciones de octubre: conquistar gobiernos de trabajadores que luchen por el socialismo. Una y otra vez, la heroica lucha de los pueblos del mundo ha sido llevada al callejón sin salida de la política burguesa por culpa de direcciones reformistas o traidoras. Por eso la tarea sigue siendo superar la crisis de dirección revolucionaria en cada país y en el mundo. Está más vigente que nunca la lucha contra todos aquellos que ceden a la confusión en la conciencia y a las modas. Continúa la polémica con quienes plantean “cambiar el mundo sin tomar el poder”. También con aquellos que esperan hasta que exista una acumulación de fuerzas favorable, o quienes afirman que se trata de lograr “lo posible”, es decir, que sólo hay que arrancar conquistas parciales a los patrones y gobiernos capitalistas. Por ello, se proponen como horizonte hacer sólo sindicalismo o construir “movimientos sociales” o “partidos amplios anticapitalistas” con programas lavados. Son los que abandonan una clara diferenciación con los partidos burgueses o renuncian a la lucha por la expropiación y estatización de los resortes de la economía, y a la pelea por conquistar gobiernos de trabajadores.
La tarea por construir nuevos partidos revolucionarios sobre la base de un programa de lucha por el poder de los trabajadores y por el triunfo de nuevas revoluciones de octubre es el gran desafío del siglo XXI. La crisis de los aparatos políticos reformistas y burocráticos continúa. La rebelión de las masas contra los gobiernos y sus dirigentes políticos crece, y esto abre nuevas oportunidades para seguir peleando la dirección. En ese sentido, uno de los principales legados de Lenin, Trotsky y Moreno es que tenemos que estar abiertos a los nuevos fenómenos políticos y sindicales que puedan surgir, para intervenir sin sectarismo y con toda audacia, para construir partidos revolucionarios. Desde la Unidad Internacional de los Trabajadores (UIT-CI) seguimos el camino de reconstruir la Cuarta Internacional, buscando la unidad con otras fuerzas revolucionarias.
1. González, Ernesto (coordinador). El trotskismo obrero e internacionalista. Tomo 1. Editorial Antídoto. Buenos Aires, 1995.
2. Moreno. “El partido” en Problemas de organización. CEHUS. Buenos Aires, 2017.
3. Moreno. Op. cit.
4. Moreno, Nahuel. El partido y la revolución. Ediciones El Socialista. Buenos Aires, 2013.