Escribe Adolfo Santos
Se cumplen 200 años del natalicio de Federico Engels. Nacido el 28 de noviembre de 1820, en Barmen, Alemania, Federico era hijo de un industrial textil. Presionado por su padre, abandonó sus estudios y comenzó a trabajar en los negocios de la familia. Con apenas 18 años, después de acompañar a su progenitor por Inglaterra, donde tenían una fábrica en Manchester, se instaló en Bremen para iniciar su aprendizaje. Pero no era eso lo que más le interesaba. Rápidamente tomó contacto con los “jóvenes alemanes”, un movimiento que se oponía al régimen prusiano y exigía reformas políticas de fondo.
En esa época, Engels comenzó a escribir sus primeros textos. Firmando con un seudónimo para evitar disgustos con su familia, publicó Cartas desde Wuppertal en las que hace duras críticas a las terribles condiciones de vida de los trabajadores. Visitaba y entrevistaba obreros para obtener informaciones directas sobre su situación. Denunció el trabajo infantil y la preferencia patronal de emplear niños para pagarles menos a pesar de sufrir las mismas condiciones de trabajo que acababan tempranamente con sus vidas. Fueron sus primeros contactos con la clase trabajadora, a la que acabaría dedicándole su vida.
Manchester le abre las puertas al socialismo
En 1841 regresó a su ciudad natal, donde rápidamente sintió rechazo por el ambiente reaccionario de su entorno y decidió alistarse en el ejército para instalarse en Berlín. Allí continuó en contacto con jóvenes intelectuales que renegaban de la religión y de la moral, ideas centrales que guiaban el régimen prusiano. En 1842, con solo 22 años, tuvo su primer encuentro con Marx, que con 24 años era el editor de Rheinische Zeitung en Berlín. Varios autores describieron esa reunión como “poco amistosa”, dada la rigurosidad de Marx para con los artículos que publicaba.
Mientras tanto, decidido a introducirlo definitivamente en el mundo de los negocios y alejarlo del radicalismo político, su padre lo envió a Manchester para hacerse cargo de la industria familiar. Sin embargo, Engels ya había emprendido un camino del que no volvería atrás. En Manchester tomó contacto con grupos socialistas como los owenistas y los cartistas y comenzó una estrecha amistad con dirigentes obreros. Aunque continuó con sus tareas en la fábrica, los centros de su vida pasaron a ser los ambientes obreros y las sedes de las organizaciones socialistas.
En esas andanzas, en 1843 conoció a Mary Burns, una operaria textil de origen irlandés, un amor de juventud que se convirtió en su compañera de vida. Fue ella quien mejor logró introducirlo en la vida de los trabajadores, fundamentalmente de los inmigrantes irlandeses, uno de los sectores más explotados. Ese conocimiento de dos mundos diferentes, el de la clase obrera y el de los dueños de las industrias, tuvo una influencia decisiva en la construcción de su pensamiento. De ahí surgió su primera obra importante, Elementos de una crítica de la economía política, publicada en un periódico que editaba Marx, quien quedó impactado por aquellos “apuntes geniales”, como los llegó a llamar. En 1845 publicó La situación de la clase obrera en Inglaterra, en la que detalla con minuciosas estadísticas la miseria del sistema capitalista reflejada en la explotación fabril.
Engels y Marx, una sociedad al servicio de la clase trabajadora
En 1844, en un viaje de Manchester a Barmen, Engels hizo una escala en París para visitar a Marx. Fueron días de tertulias en los que descubrieron una gran afinidad. Desde ese encuentro no solo se tornaron inseparables durante cuarenta años, hasta la muerte de Marx en 1883, sino que iniciaron una estrecha sociedad de trabajo mediante la cual elaboraron las más importantes obras sobre las relaciones sociales y económicas que se hayan conocido. Tiempo después, Engels dijo: “Nuestra concordancia completa en todos los campos se volvió evidente y nuestro trabajo conjunto comenzó allí”.
Y vaya si hubo concordancia. Realizaron la mayor elaboración política, económica y social de la historia de la humanidad al servicio de la clase trabajadora. En 1845 se publicó el primer texto escrito en forma conjunta, La sagrada familia, o crítica de la crítica crítica. Una obra escrita para polemizar con los jóvenes hegelianos que defendían una política meramente liberal en contraposición al régimen monárquico prusiano. Marx y Engels desecharon esa idea y propusieron una nueva visión donde aparece el carácter de la lucha de clases como el motor de transformación social.
En 1846 escribieron La ideología alemana, que marcó un antes y un después en relación con el pensamiento socialista conocido hasta ese momento, el socialismo utópico. Partiendo de reconocer la importancia de Hegel en relación con la dialéctica y de la visión de Feuerbach sobre el materialismo a partir de una postura crítica por la parcialidad y limitación de ambos autores, fueron capaces de sintetizar esas dos fuentes de pensamiento para combinarlas y dar lugar a lo que Engels llamó socialismo científico. Un verdadero salto en el pensamiento humano.
Pero Marx y Engels no limitaron su tarea a la elaboración teórica, sino que se incorporaron a las organizaciones existentes en aquella época. En 1847 se integraron a la Liga de los Comunistas, un pequeño grupo de revolucionarios que actuaba de forma clandestina y contaba con gran cantidad de inmigrantes que huían de la represión de sus países. En ese mismo año, en un congreso de la organización realizado en Londres, el partido definió sus objetivos: “[…] la derrota de la burguesía, el poder del proletariado, la abolición de la vieja sociedad burguesa que se basa en el antagonismo de clases y la fundación de una nueva sociedad, sin clases y sin propiedad privada”. Gracias a la intervención de Marx y Engels comenzaba a superarse el socialismo utópico.
Ese congreso les encargó la elaboración de un texto que, sobre esos principios, propusiera un programa para unir a todos los que estuvieran de acuerdo con esas tareas. Ese texto, que vio la luz en los primeros días de 1848, es El Manifiesto Comunista, definido por León Trotsky como “el más genial entre todos los de la literatura mundial”. Elaborado sobre las incipientes bases del materialismo histórico, el Manifiesto comienza afirmando: “La historia de las sociedades no es sino la historia de la lucha de clases”. Ese manifiesto y ese pequeño partido fueron la base para, en 1864, fundar la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), también conocida como Primera Internacional.
Engels, un punto de apoyo fundamental para Marx
En todo ese tiempo, el aporte de Engels para sustentar a la familia Marx fue fundamental. Sacrificó parte de su vida, sus estudios y elaboraciones, convencido de que su eterno amigo tenía que dedicarse a una tarea fundamental e impostergable, escribir El Capital. A ese esfuerzo dedicó su vida hasta la muerte de Marx, en 1883, cuando solo estaba publicado el primer tomo (1867). Muerto su compañero, se dedicó, junto con sus hijas, a concluir la obra. Fueron años de trabajo y elaboración, además de tener que descifrar los complicados manuscritos de Marx. Finalmente, gracias a las elaboraciones conjuntas realizadas durante tantos años de trabajo común consiguió editar los tomos II y III.
En 1889 impulsó la formación de la Segunda Internacional para dar continuidad a los trabajos de la primera. Fue una organización de partidos socialistas representando a una veintena de países.
La obra de Engels es monumental. La clase trabajadora mundial le debe un reconocimiento eterno, tanto por sus aportes teóricos como por la construcción de las herramientas organizativas para llevar adelante las tareas del proletariado. Falleció el 5 de agosto de 1895 en Londres.
Sus enseñanzas fueron plasmadas en jornadas como la Revolución de Octubre de 1917 y son parte del legado de Lenin y Trotsky. Junto con Nahuel Moreno, el fundador de la corriente de la cual Izquierda Socialista es parte, nosotros abrazamos las enseñanzas de Engels y por eso construimos la Unidad Internacional de las y los Trabajadores - Cuarta Internacional.