Escribe José Castillo
Ganó notoriedad el “salto” pegado por los cinco diputados radicales que, después de haber votado a favor la Ley Jubilatoria, se reunieron con Milei, se sacaron fotos y pasaron a votar en contra. Algunos dirigentes de la UCR los acusaron de traidores a la “tradición popular del radicalismo”, un partido que, supuestamente, tendría en sus banderas “la defensa de los jubilados” o de “la educación pública”, por citar otro tema.
Pero la realidad histórica marca otra cosa. Podríamos retrotraernos a un radicalismo que, ya en época de Hipólito Yrigoyen masacró obreros en la Semana Trágica (1919) o en la Patagonia Rebelde (1922). O que más tarde encabezó la pro-yanqui Unión Democrática en 1946, o promovió el golpe gorila de 1955.
Pero vamos a concentrarnos en el radicalismo “moderno”, el de 1983 a esta parte. Fue el que, con Alfonsín, prometió que “con la democracia se come, se cura y se educa”, para terminar hambreando al pueblo, tras reconocer la deuda de la dictadura y poner en marcha los planes de ajuste del FMI, que terminaron llevando al desastre de la hiperinflación de 1989. El mismo Alfonsín que, en el terreno de los juicios a los militares genocidas, promulgó las leyes de impunidad de Punto Final y Obediencia Debida.
Fue el radicalismo también el partido, ahora de “oposición”, que le dio los votos al menemismo, los que abrieron el camino a las privatizaciones de los ´90. Y que luego, con Alfonsín a la cabeza, firmaron el llamado Pacto de Olivos, el que le garantizó la reelección a Menem. Por todo eso, la UCR perdió en 1995 su condición de segunda fuerza política, a manos del Frepaso.
Los radicales, rescatados justamente por el Frepaso, formaron parte de la Alianza, con la que volvieron al gobierno en 1999. Fue la presidencia del radical De la Rúa, el mismo que, tras ajustar al pueblo como nunca, terminó trayendo de vuelta a Cavallo, el ministro de Economía de Menem, y que terminó echado en la insurrección popular del Argentinazo de diciembre de 2001.
A partir de allí los radicales llegaron a su mínima expresión: en la elección de 2003 su candidato, Leopoldo Moreau (hoy ferviente kirchnerista) sacó apenas el 2,34% de los votos, el número más bajo jamás obtenido por el histórico partido. De la UCR salieron, en esos años, Elisa Carrió, Ricardo López Murphy, Margarita Stolbizer, formando cada uno su propio partido.
De ahí en adelante, hubo radicales en el primer gobierno de Cristina (su vice fue Julio Cobos). Luego se incorporan a Juntos por el Cambio, dándole la extensión nacional al PRO (entonces una fuerza limitada a la Ciudad de Buenos Aires) que le permitió a Mauricio Macri llegar al gobierno e implementar su propio ajuste.
El año pasado, hubo radicales tanto en las listas de Horacio Rodríguez Larreta como de Patricia Bullrich. De ahí sale Luis Petri, el actual ministro de Defensa de Milei. Del otro lado, tenemos a Martín Lousteau, actual presidente del partido, el mismo que en 2008 fue el ministro de Economía de Cristina Fernández cuando se dio la crisis de la Resolución 125.
Con todos estos antecedentes, no nos debe llamar la atención la conducta de estos cinco diputados radicales tránsfugas. No es más que un nuevo capítulo de un viejo partido patronal, ya en su máxima decadencia y descomposición. Que obviamente, no tiene absolutamente nada para ofrecer al pueblo trabajador.