29 de junio de 1815 A doscientos años del Congreso de Oriente
Se recuerda siempre al Congreso de Tucumán como el que declaró la independencia, pero poco se sabe de otro congreso, que sesionó un año antes*. Esta es la historia.
Escribe: Tito Mainer
A mediados de 1815 el panorama de lo que muchos años después fue la Argentina se presentaba muy complicado. Por un lado el gobierno “central”, el Directorio, encabezado por la burguesía comercial porteña dirigía desde Buenos Aires las “Provincias Unidas del Río de la Plata”, por el otro José Artigas, el líder de la Banda Oriental, a la cabeza de un ejército –y un pueblo− en marcha había constituido la “Liga de los Pueblos Libres”, apoyando la autonomía de las provincias recién formadas con gobiernos propios (Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, la Banda Oriental y las Misiones -Occidentales y Orientales-).El Paraguay se había separado desde hacía tiempo y en el Alto Perú (la actual Bolivia) los realistas españoles controlaban casi todo el territorio que resistía en guerra abierta formando “republiquetas”. En el oeste, en Mendoza y San Juan, San Martín preparaba su ejército para liberar Chile y en el oriente, los portugueses y brasileños, desde sus fronteras y por mar, se preparaban para ocupar lo que después fue el Uruguay.
Además, tras la derrota de Napoleón de 1814, los monárquicos restablecen su poder en Europa y forman una “Santa Alianza” que apoya a Fernando VII para que recupere sus antiguas colonias. De hecho, el único territorio que queda independiente del dominio español es el del Río de la Plata.
Un congreso popular
Desde el 29 de junio de 1815, y, con sesiones irregulares, hasta mediados de agosto, el “artiguismo” reunió sus fuerzas en Arroyo de la China (Concepción del Uruguay, en la actual Entre Ríos) tras la elección de delegados en asambleas populares en todas las provincias que aceptaban la “protección” del líder oriental. Ellas bregaban por la autonomía y la aceptación de un régimen republicano y federal. El Directorio, por el contrario, influenciadospor la ola reaccionaria que dominaba Europa y temerosos de una invasión, cada vez más se adherían al modelo monárquico constitucional (al estilo inglés) y, por lógica, unitario y centralista (toda monarquía es centralista... de “mono”: uno)
Se enfrentaban dos proyectos que luchaban ya armas en mano –sobre todo en Córdoba y Santa Fe−, comenzando una larguísima guerra civil que, con idas y venidas, durará cuatro décadas, la que enfrentó a “unitarios” y “federales”. Los directoriales, que se reunirán al año siguiente en Tucumán, querían evitar a toda costa que en las provincias se instalaran gobiernos autónomos. Ellos pretendían que las “Provincias Unidas” aceptaran el mando de Buenos Aires. Y las provincias sublevadas –y otras, como Santiago del Estero , Salta y La Rioja−, por el contario, querían hacerse dueñas de sus destinos, elegir gobierno propio... y confederarse para constituir una nación más igualitaria y no dominada por la “capital”.
Intereses en pugna
En el fondo de las diferencias había importantes intereses económicos en juego. Las provincias del litoral “argentino” y, en parte, Córdoba y la Banda Oriental integraban, junto con Buenos Aires, una misma y rica cuenca ganadera. Para exportar tasajo, cueros y otros productos elaborados en los incipientes saladeros, los sectores rurales necesitaban puertos.Y la burguesía porteña quería controlar ese comercio impidiendo que el puerto de Montevideo, mucho más apto, se convirtiera en una salida alternativa. Lo mismo podría decirse de Ensenada o San Fernando –del lado “porteño”−, enfrentados a Colonia (sobre el Río de la Plata) o Maldonado (ya en aguas del Atlántico) –del lado “oriental”. La burguesía comercial porteña debía impedir que las autonomías provinciales hicieran negocios (con ingleses, franceses o norteamericanos) sin pasar por su aduana.
De allí que el liderazgo de Artigas –que se movilizaba todo el tiempo en la región que él “protegía”, entre Santa Fe y la Banda Oriental− se expandía y su prestigio crecía. El “Protector” aseguraba a las pequeñas burguesías regionales y a los estancieros, una forma de vender sus productos respetando sus gobiernos propios y aduanas locales. Por eso mismo, entre las primeras medidas posteriores al “Congreso de Oriente” (que sesionó hasta agosto), Artigas dictó dos reglamentos altamente progresivos, el referido a la tenencia de la tierra y el de comercio. Por el primero, se entregaba tierras a pequeños productores que quisieran afincarse; por el otro, se aseguraba el “comercio libre” a los productores regionales sin “apretar” con impuestos aduaneros desmesurados como hacía Buenos Aires. Y para ello, no solo enfrentó con sus “montoneras” a los ejércitos de Buenos Aires, sino que, además, armó corsarios con la bandera celeste y blanca cruzada por el rojo federal, que “cuidaban” las embarcaciones y el libre tráfico por el Paraná o el Uruguay. Mientras tanto, debía enfrentar también –como el cacique Andresito, en las Misiones− la permanente amenaza brasileña que también quería estrangular al artiguismo y, para ello, contaba con el guiño cómplice de Buenos Aires.
Dos modelos de país
Las propuestas de Artigas y los líderes del litoral fueron derrotadas momentáneamente por los ejércitos de los porteños y Artigas partirá al exilio hacia Paraguay en 1820. Luego, dejando a la Banda Oriental en manos brasileñas por una década y, en 1828, aceptando la formación del Uruguay como país independiente, la burguesía porteña – aunque con conflictos− se entenderá con los estancieros y productores del litoral. De ese modo aseguró su control aduanero de las exportaciones “argentinas”.
Por estas razones, el Congreso de Oriente o “los Pueblos Libres” casi desapareció de la historia nacional: al fenómeno artiguista, para decirlo en términos actuales, se lo ninguneó para esconder bajo la alfombra sus concepciones republicanas, federalistas y democráticas que se miraban en el espejo de la Constitución de los Estados Unidos (la única república que existía entonces, además del excepcional caso de la república negra de Haití que merece una explicación aparte) y se apoyaban en los conceptos de la Revolución Francesa. Por otro lado, la incipiente burguesía liberal porteña y las elites intelectuales del Río de la Plata, pretendían estructuras constitucionales de tipo monárquicas y realizar congresos al estilo “moderno”. Con prejuicios propios de la época,despreciaban las formas de la democracia “tumultuosa” ejercida por los caudillos agrarios, sus ejércitos “salvajes” sin demasiadas jerarquías claras ni uniformes, sus asambleas en las que los indios tenían iguales (o más) derechos que los “blancos”, como sucedía en las regiones guaraníes o charrúas. Por eso la historiografía la llamaba “democracia a caballo o de a poncho” oponiéndola a los mecanismos urbanos de los hombres de frac y levita, los hombres de la iglesia y los jurisconsultos con título universitario. No se trata aquí de hacer un panegírico de esas formas burguesas-populares muchas veces manipuladas por los caudillos, pero evidentemente eran –en un sentido– mucho más democráticas que las de los “directoriales” de Buenos Aires. Y vaya como botón de muestra que el propio Artigas, en los diversos congresos, llamaba a los reunidos con el término de “ciudadanos”, una palabra muy novedosa y heredera de la Revolución Francesa.
Una reunión de gran importancia
Las actas del Congreso de Oriente se extraviaron. Se ha logrado reconstruir esa historia en base al testimonio de diputados presentes. Se dice que allí se aprobó “la primera independencia” pero no consta (y circula por internet un texto apócrifo). De lo que no hay duda alguna es que ese es el espíritu que animó a todos los delegados reunidos. Prueba de ellos es que aún hoy los colores de la bandera “artiguista” son, por ejemplo, los del escudo de Córdoba. Por su parte, las provincias de Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones y Oriental, no solo no enviaron diputados a Tucumán sino que, además, nunca juraron la independencia aprobada el 9 de julio de 1816.
*La fuente de la que extrajimos estos conceptos es Las dos independencias. Sus protagonistas, de Ricardo de Titto. El Ateneo, 2015, de reciente aparición.
Artigas... ¿uruguayo?
La historiografía uruguaya, intentando tener una “historia oficial”, recién enalteció a Artigas como su “prócer” medio siglo después de muerto, en Paraguay, tras treinta años de exilio. Sin embargo, Artigas jamás volvió a pisar Montevideo desde que se fue en 1811 y eso no fue casual: él se sentía parte de las “Provincias Unidas del Río de la Plata” y manifestó una y otra vez su voluntad de construir una federación de provincias. Ese pasado en común –negado desde ambas márgenes− tiene un dato irrefutable: hasta bien entrado el siglo XX, la principal calle del centro de Montevideo era... 25 de Mayo.
El feriado que no fue
Cuando Sergio Uribarri, gobernador de Entre Ríos (donde está Concepción del Uruguay) era candidato a presidente por el Frente para la Victoria impulsó que el 29 de junio –fecha de inicio de las sesiones del Congreso de Oriente− fuera declarado feriado nacional en su bicentenario de 2015. De hecho, la cámara de diputados aprobó que se lo convierta en (otro) “Día de la Independencia”, como el 9 de julio. Pero senadores no votó el feriado nacional. Ahora el candidato “se bajó” así que su efecto buscado –hacer propaganda de su candidatura adueñándose de una fecha histórica de gran importancia− ha quedado sin efecto y sin quién la impulse. Tal vez la presidenta, enamorada de los fines de semana largos para quedar bien con los que pueden tomarse unos días y “favorecer el consumo” como parte de la campaña electoral oficial, arregle el asunto con un decreto “de necesidad y urgencia”. De todos modos, el Ministerio de Educación ha dispuesto que en las escuelas la fecha debe recordarse, en especial este año.