1916-2016: Yrigoyen presidente
Se cumplen cien aós del primer gobierno elegido "democráticamente". Desde un punto de vista, la Argentina cambió. Sin embargo para los trabajadores fueron aós de represión salvaje.
Escribe: Tito Mainer
La revolución de julio de 1890 conocida como la “Revolución del Parque” (porque se desarrolló en el Parque de Artillería, actual Plaza Lavalle de Buenos Aires donde están los Tribunales y el Teatro Colón) fue el punto de partida. La Unión Cívica que la dirigió derivará en un ala “radical” que realizará nuevos alzamientos (como en 1893 y 1905) con el objetivo de lograr “limpieza” electoral. La UCR expresaba a la nueva clase media de la ciudad y el campo -los chacareros de la pampa húmeda- que querían gozar de derechos políticos. Pero la oligarquía dominante había instalado lo que se conocerá como la “república de los notables” que decidía al próximo presidente en reuniones de un puñado de políticos integrantes de aquella verdadera aristocracia “con olor a bosta”, como decía Sarmiento. Las elecciones, así, eran una verdadera farsa que se cumplía cada seis años para, con toda formalidad, entregar “el sillón de Rivadavia” al sucesor acordado en esos acuerdos secretas de la elite política y económica.
El alzamiento de 1890 tuvo un primer éxito y logró tirar al corrupto presidente Juárez Celman, quien fue sucedido por su vice, Carlos Pellegrini. Logró cierta depuración de las formas del gobierno pero, traicionado por una parte de sus dirigentes, no alcanzó a democratizar el régimen político. Su jefe más consecuente, Leandro Alem, terminó por suicidarse.
Para un país nuevo, un régimen nuevo
Reflejando esa nueva sociedad, con miles de inmigrantes recién llegados, el radicalismo exigía cambios. Pero la oligarquía -con Roca, Tornquist, y otros grandes ganaderos y estancieros- vivía años de gloria: la Argentina se convertía en el “granero del mundo” y la gran burguesía local nadaba literalmente en plata gracias a las exportaciones agropecuarias. Además de la producción de cereales, la industria frigorífica aseguraba también la exportación de carnes congeladas, sobre todo a Inglaterra que era el principal comprador. La gran bonanza económica permitía así un crecimiento deformado -como un país dependiente del imperialismo- pero que, de algún modo, contenía a las clases medias.
También se estructuraba una clase obrera que sumaba sus propios reclamos. En 1896 se funda el Partido Socialista y los primeros sindicatos por industria que, al iniciar el siglo XX, conformarán federaciones como la FORA (Federación Obrera Regional Argentina, 1901) dirigida por el anarquismo y la Unión General de Trabajadores socialista (UGT, 1902). Los radicales, liderados por un mítico Hipólito Yrigoyen, lideraron la “causa”, nombre con el que identificaban su reclamo democrático. Mientras no “se abrieran las urnas al pueblo” mantienen una actitud abstencionista, negándose a “concurrir” a las elecciones. A esta lucha se agregarán huelgas, piquetes y reclamos propios de la clase obrera, como el de la jornada de ocho horas, la reglamentación del trabajo de los niños y las mujeres, la salubridad en las fábricas, etcétera.
Las elecciones, sin embargo, todavía no entusiasmaban a las masas: la participación alcanzaba apenas al 30% de los habilitados -unas 20 a 30 mil personas- que representaba entre un 3 y un 4% de la población. Hacia 1905 había un millón de habitantes. Uno de cada tres era inmigrante y la inmensa mayoría sin nacionalizar. La mayoría de los votantes concurría “acarreado” por algún caudillo y el voto individual casi no existía. Además, había trampas de todo tipo porque las elecciones se desarrollaban en los atrios de las iglesias y el voto era “cantado”. De todos modos, está comprobado que la gran mayoría de los votantes eran trabajadores: según dicen los informes predominan los peones y jornaleros, carreros, reseros, ovejeros, domadores, albañiles, pintores, sastres, carpinteros y otros obreros con y sin calificación, tanto urbanos como rurales. Los profesionales y los miembros de la “clase alta” consideraban que era un acto “bajo” eso de mezclarse con la plebe en las mesas de votación: en realidad ese desprecio era porque los resultados se sabían de antemano. Tan era así que quien será conocido como el gran reformador del régimen, el presidente Roque Sáenz Peña, fue elegido tras ser candidato único a la presidencia con el 100% de los votos del Colegio Electoral.
Entre las reformas y las revoluciones
La oligarquía sintiéndose segura de su dominio decidió abrir un poco la llave de la presión social y “desde arriba” -aunque presionado por las luchas- organizó una reforma electoral para instalar un régimen de “democracia moderna”. La ley “Sáenz Peña” que se aprueba en 1912 concede el voto universal (para los hombres empadronados en el servicio militar) secreto y obligatorio y cambiará drásticamente la situación. Con el nuevo sistema la participación electoral creció de modo notable: en 1916 llegó al 30% y en 1928 al 41%.
Además varió el panorama político. El nuevo régimen resuelve que los comicios sean por “lista incompleta”: la primera minoría se asegura un tercio de los representantes electos y los nuevos partidos se fortalecen y conquistan bancas legislativas. Radicales y socialistas predominan en las elecciones de la Capital: el 7 de abril de 1912 cosechan 35 mil votos el PS y 23 mil la UCR y al año siguiente, los socialistas alcanzan 48 mil votos y 30 mil los radicales.
Esta visión “liberal” del mundo a la que se quería incorporar la burguesía argentina chocaría sin embargo, con una realidad internacional cruzada por guerras y revoluciones. En 1914 la democracia burguesa estalló en mil pedazos en los campos de batalla y las trincheras de Europa en esa verdadera carnicería humana conocida como la “Gran Guerra” o “Primera Guerra Mundial”. Y la lucha contra esa guerra criminal engendraría revoluciones en varios países -como Alemania, Italia y Hungría, derrotadas- y la toma del poder en Rusia por parte de los trabajadores y el Partido Bolchevique en 1917. Entró en crisis también -momentáneamente- la bonanza de la oligarquía y de allí también que, en la lejana Argentina, los trabajadores buscaran otros caminos que el electoral para hacer oír sus reclamos y las luchas obreras crecieran año a año.
La democracia renga
En las elecciones del 2 de abril de 1916 se presentaron tres fórmulas presidenciales, todas representativas de las nuevas corrientes políticas: Yrigoyen-Pelagio Luna, de la UCR; Lisandro de la Torre-Alejandro Carbó, del Partido Demócrata Progresista (PDP) y Juan B. Justo-Repetto, del Partido Socialista. Los conservadores sólo votaron por listas de electores. La fórmula radical logró 339 mil votos (143 electores), los demoprogresistas 131 mil votos (65 electores), la concentración conservadora 141 mil (69 electores) y el Partido Socialista 52 mil votos (14 electores). Tras una serie de negociaciones Yrigoyen reúne 152 votos contra 102 de Concentración Nacional y 20 que apoyan a De la Torre. El triunfo del líder de la “causa radical” abre un período de catorce años consecutivos de gobiernos de la UCR hasta que el mismo “Peludo” es derrocado por un golpe, en 1930. Aunque limitada a los hombres -hasta 1951 cuando participan las mujeres- la era de la democracia burguesa había comenzado. Claro que la burguesía argentina, las fuerzas armadas y el imperialismo no tendrán empacho en dar golpes de estado anulando los derechos cívicos cada vez que la situaciones de crisis pusieron en riesgo su dominio, como en 1930, 1943, 1955, 1966 y 1976 y proscribiendo a partidos opositores a sus gobiernos títere, como entre 1932 y 1938 a la UCR y entre 1955 y 1966 al peronismo. Se cumplen, en consecuencia, cien años de una democracia “renga”.
Años de represión
Yrigoyen asumió como abanderado de la democracia. Sin embargo ese régimen inaugurado en 1916 se tiño rápidamente con la sangre obrera derramada en toda la geografía del país. Hasta la década del setenta (con el peronismo primero y con la dictadura militar después) ningún otro gobierno había sido tan brutalmente antiobrero como la primera presidencia de Yrigoyen. En enero de 1919 y apañando el accionar de grupos fascistas reprimió salvajemente y en las calles una huelga de los Talleres Vasena que se extendió a muchos otros gremios. La “semana trágica”, según informes de la embajada de los Estados Unidos, dejó cerca de mil muertos, la mayoría trasladados secretamente desde la morgue y “escondidos”. El gobierno de Yrigoyen prohibió a los medios que difundieran noticias sobre la cuestión: cientos de cuerpos fueron desaparecidos.
Entre 1920 y 1921 la lucha de los trabajadores rurales de Santa Cruz terminó con una cifra de entre 300 y 1500 obreros fusilados por el ejército y enterrados en fosas comunes. El jefe de la represión, el teniente coronel Héctor Benigno Varela -luego asesinado por un anarquista- fue homenajeado por la Sociedad Rural. También en 1921 la tercera oleada de huelgas en los quebrachales de la empresa angloalemana La Forestal, en Chaco, Santiago del Estero y Santa Fe, en reclamo de la jornada de 8 horas y condiciones de trabajo dignas, culminó en el envío de tropas nacionales. Hubo también decenas de muertos y presos. La “democracia” de los patrones radicales no significó ningún progreso de fondo para la vida de los explotados.