A 30 años del atentado fallido contra el genocida: El día que se salvó Pinochet
El 7 de setiembre de 1986 un grupo de jóvenes armados del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) atacaron el auto en el que el dictador chileno regresaba a Santiago desde una de sus casas de descanso. Murieron cinco custodios pero Pinochet salió ileso, y reprimió salvajemente.
Escribe Mercedes Petit
En medio de la espantosa miseria y la represión que imponían los 10 años de dictadura genocida, desde 1983 el pueblo chileno había comenzado a levantar cabeza. Se sucedían los conflictos, movilizaciones callejeras y “jornadas” de protesta. El 30 de octubre de 1984 y el 4 de noviembre de 1985 hubo paros nacionales. El régimen militar seguía respondiendo con una feroz represión, pero se iba debilitando.
El Frente Patriótico Manuel Rodríguez había surgido en 1983, acompañando el inicio del ascenso en las luchas. Lo dirigía el Partido Comunista (PC), uno de los principales responsables -junto con el Partido Socialista- de la derrota que dio lugar a la dictadura genocida de Pinochet en setiembre de 1973*.
Con los atentados y acciones militares de su “brazo armado”, el PC buscaba desviar la creciente bronca de miles de jóvenes que comenzaban a movilizarse contra la dictadura para llevarlos al camino sin salida de la guerrilla.
Las vísperas: gran paro nacional del 2 y 3 de julio
Ante esta situación y buscando canalizar el ascenso para evitar que Pinochet cayera en medio de una revolución popular como Somoza en 1979, la Democracia Cristiana (DC) fue pasando a la oposición y buscaba negociar con los militares una “salida democrática” junto con distintos sectores burgueses, el imperialismo yanqui y el Vaticano. En 1985, junto con el Partido Socialista (secretaría Núñez), se firmó un pacto para la “transición” presentado por el cardenal Fresno, jefe de la iglesia católica. El PC estaba ilegalizado y formalmente excluido de las negociaciones, pero lo apoyó y reclamó ser parte. Paralelamente, impulsaba el accionar de su “brazo armado” el FPMR (ver recuadro). Era la fuerza mayoritaria en el movimiento obrero y poblacional, y sus abnegados militantes estaban en primera fila en las luchas.
La Asamblea de la Civilidad, el organismo opositor que era dirigido por la Democracia Cristiana y nucleaba a la mayor parte de las organizaciones sociales del país, convocó al paro nacional para el 2 y 3 de julio. Esta vez no sólo se sumaron con renovada fuerza los sectores estudiantiles, docentes y poblacionales. Por primera vez entraron a la lucha contra la dictadura la pequeña burguesía propietaria del trasporte, comerciantes minoristas, deudores hipotecarios y sectores profesionales como médicos, ingenieros y arquitectos.
Por primera vez el paro fue un éxito en casi todas las provincias. Y aunque con una participación muy desigual, diferentes sectores del movimiento obrero se plegaron a la medida de distintas maneras. Los trabajadores de servicios, como salud, docentes, choferes y empleados de comercio, entre otros, pararon masivamente, igual que los obreros de los puertos. En Santiago, Concepción y Valdivia se sintió fuerte el paro en la producción. En las grandes empresas estatales, del cobre, el petróleo, siderurgia y carbón, no pararon, pero se manifestaron masivamente. La movilización para echar a Pinochet dio un paso firme hacia adelante.
El atentado
Dos meses y días después del paro, el 7 de setiembre, Pinochet regresaba como cada domingo desde El Melocotón, donde tenía una de sus residencias de descanso, ubicada en las faldas de la Cordillera de Los Andes a unos 40 kilómetros al este de la capital chilena. Lo custodiaban una decena de vehículos, casi todos blindados, y militares fuertemente armados. A la altura de la Cuesta “Las Achupallas” fue sorprendido por los atacantes, armados con fusiles M-16 y lanzacohetes. El ataque, donde murieron cinco de sus escoltas y otros 11 resultaron heridos, duró pocos minutos. Los guerrilleros escaparon sin bajas.
Algunas horas después Pinochet apareció en la televisión con algunos rasguños en su mano izquierda vendada. La llamada “Operación Siglo XX” del FPMR había fracasado rotundamente.
Además de declarar el estado de sitio en el país, la dictadura y sus servicios secretos iniciaron esa misma noche una feroz cacería para vengarse de la muerte de los cinco escoltas en el enfrentamiento. Hubo numerosos detenidos y cuatro asesinados. Uno de ellos fue el periodista José Carrasco Tapia, un conocido dirigente de los profesionales de la prensa y militante del entonces proscrito Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).
“Y va a caer, y va a caer...”
Pinochet no cayó, pese a las grandes movilizaciones que se venían dando desde 1983 en las que se voceaba ese anhelo del pueblo chileno. Entre la represión dictatorial y la gran traición de los partidos obreros mayoritarios, el comunista y el “socialista”, el plan de las direcciones patronales, los yanquis y el Vaticano siguió su curso hacia la “transición”. El papa Juan Pablo visitó Chile en 1987 para apoyarlo. El gran logro del sufrido pueblo chileno fue imponer en 1988 el triunfo del NO en el referéndum en el que Pinochet pretendía eternizarse si ganaba el SI. Así se logró la convocatoria a elecciones presidenciales en 1990 y ganó Patricio Aylwin, de la Demo- cracia Cristiana. Pinochet asumió como senador vitalicio.
Luego se sucedieron dos gobiernos “socialistas” (apoyados por el PC). Hasta el día de hoy, no existen a lo largo y ancho del territorio chileno las decenas de miles de placas recordatorias ni los memoriales con las larguísimas listas de nombres que merecen las decenas de miles de víctimas del genocidio pinochetista. Pero sigue en la cuesta Las Achupallas el monolito con los nombres de los cinco custodios caídos. Ellos murieron protegiendo a aquel monstruo que en setiembre de 1986 nuestro partido antecesor, el MAS, definía como “un Hitler al otro lado de la cordillera”.
*Véase el libro Chile: la derrota de la “vía pacífica al socialismo”, con textos del PRT-La Verdad y el PST entre 1970 y 1973, de Ediciones El Socialista, 2013.
Traición con olor a pólvora
Chile es uno de los países de América Latina donde el Partido Comunista ha cumplido un papel más protagónico y nefasto. No solo en 1973, sino en los ochenta, cuando las masas obreras y populares comenzaron a retomar la lucha. El PC, desde la ilegalidad, apoyó fervientemente la “transición” patronal y proyanqui (ver artículo central).
En el mes de mayo de 1986, cuatro meses antes del fallido atentado, la dirección del PC chileno envió una carta abierta al vicecomandante de las fuer- zas armadas de Pinochet: “Los comunistas no buscamos el enfrentamiento con el ejército [...] Quisiéramos que el ejército cambiara de actitud y se allanara a dialogar con el 90% de los chilenos, que son los que anhelan la democracia y están representados en la Asamblea de la Civilidad. Ello es más que necesario, porque el país ve con inquietud cómo el régimen lo va conduciendo a una guerra civil, a una confrontación fratricida, sólo por la tozudez del capitán general.”*
El juego del PC era a dos puntas. Mientras fogoneaba un gobierno militar sin Pinochet, ante su “tozudez”, desde 1983 impulsaba al FPMR, que embarcaba a jóvenes luchadores que creían en la revolución en atentados y acciones militares.
Pero la traición política era la misma. A fines de julio, poco antes del atentado, el “comandante Daniel”, dirigente del FPMR, declaraba en la revista chilena Cauce (28/7): “A nosotros nos parece que si hay un militar dispuesto a encabezar el proceso político de recuperación de la democracia [...] va a contar con nuestro apoyo [...]”**
*En Solidaridad Socialista (periódico del MAS) No 159, 15/7/1986
** En Solidaridad Socialista No 162, 5/8/1986
“¡Busquen otro camino!”
Nuestra corriente internacional decía en una nota editorial de su revista Correo Internacional No 25, de diciembre de 1986, titulada “Abajo Pinochet”:
“Defendemos a todos los luchadores que combaten por tirar abajo el régimen militar que tiraniza al pueblo chileno. Esto lo hace independientemente de los métodos que en su combate utilicen, a pesar de que no sean nuestros métodos. [...]
“Los crímenes aberrantes de la dictadura fascista cometidos durante los trece años de ejercicio del poder han provocado la reacción desesperada de numerosos luchadores. En el salvajismo del régimen militar hay que buscar la causa de los atentados y asesinatos de funcionarios de la dictadura.
“Pero estos métodos desesperados están muy lejos de ser una salida para las masas que buscan sacudirse del yugo de la dictadura. Por el contrario, la utilización de estos métodos -como lo demuestra el atentado contra Pinochet- aumentan la confusión y la desorganización de la clase obrera y sectores populares, mientras que permiten al régimen extremar el dispositivo policial contra las masas. Van en contra de la movilización y retardan la caída de la dictadura.
“Defendemos a todos los luchadores que procuran la caída del dictador, pero al mismo tiempo les decimos: ¡Busquen otro camino! El camino de la movilización revolucionaria de los trabajadores y el pueblo.”