El aplastamiento de la revolución obrera en Hungría

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Budapest, 1956: el pueblo detiene a los tanques rusosHace 60 años el pueblo se levantó contra la burocracia “comunista”.

Hungría fue parte de lo que se llamó el “socialismo real”: los países dominados por las burocracias del aparato contrarrevolucionario mundial que montó Stalin desde la Unión Sovietica (URSS). En octubre de 1956 los obreros se insurreccionaron contra la dictadura del partido único e impusieron su poder para defender el socialismo y la democracia obrera. Fueron aplastados por el Ejército Rojo.

Escribe Mercedes Petit

Hungría era uno de los países de Europa central que en la segunda guerra mundial se alineó con Alemania. El régimen pronazi fue derrotado por las tropas soviéticas que tomaron Budapest en febrero de 1945. En mayo de 1945 el Ejército Rojo entró en Berlín.

Hungría, un país “socialista” oprimido por la dictadura de los “comunistas”.

Como en los demás países ocupados por el Ejército Rojo, en Hungría la expropiación y la planificación estatal de la economía, aunque burocráticas, permitieron la recomposición de la producción y un cierto progreso en las condiciones de vida muy deterioradas por los cinco años de guerra. Pero en el marco de la opresión nacional por parte de la URSS y la total falta de libertades.

La publicación trotskista The Militant (21/1/1957) denunciaba: “de acuerdo con el armisticio de 1944, Hungría fue obligada a entregar a la Unión Soviética reparaciones por un valor de 600 millones de dólares. Además, los húngaros fueron obligados a pagar todos los gastos del Ejército Rojo estacionado y en tránsito por Hungría. Tan sólo en el primer año de la ocupación se expropiaron 4 millones de toneladas de cereal para alimentar a las tropas de ocupación rusas. Como en otros países de Europa oriental, los rusos constituyeron en Hungría sociedades mixtas. Esta maniobra le dio al Kremlin el control sobre la producción húngara de petróleo, bauxita, carbón, minerales, usinas, producción de maquinarias y automóviles, etcétera. Además, los rusos ‘invirtieron’ en esas compañías los valores que habían despojado a Hungría. Por ejemplo, en la Sociedad Mixta de Aviación, las inversiones del Kremlin consistieron en los once mejores aeropuertos húngaros que el ejército ruso había ‘liberado’ de los alemanes.”1

Desde 1949 el nivel de vida empezó a caer y la represión y falta de libertades eran agobiantes. Mientras los burócratas gobernantes “vivían en mansiones lujosas […] tenían escuelas especiales para sus hijos, tiendas especiales, bien surtidas, para sus mujeres, y hasta playas especiales […] Y para proteger el poder y los privilegios de esta aristocracia comunista estaba la policía secreta y, detrás, la sanción final, los tanques del ejército soviético.”2

En 1953, año signado por la muerte en marzo del dictador Stalin (véase El Socialista Nº 239, 27/2/2013), comenzaron a expresarse los primeros síntomas de enfrentamiento a la opresión burocrática. En los campos de detenidos políticos de la URSS en Vorkuta (Siberia) y Karaganda (los Urales) hubo huelgas de cientos de miles de presos con trabajos forzados. Y en mayo hubo una huelga insurreccional de los obreros de Berlín Oriental, reprimida por el Ejército Rojo (El Socialista Nº 245, 23/5/2013).

En Polonia, en 1955, comenzaron las huelgas y conflictos obreros. La burocracia pactó con la Iglesia Católica y logró ir desmontando ese ascenso. En 1956 le tocó el turno al pueblo húngaro, que protagonizó una tremenda revolución.

La revolución obrera y nacional contra los burócratas

En setiembre de 1956 comenzó la agitación estudiantil. Se movilizaron en Budapest 200.000 personas. El 23 de octubre se convocó una manifestación en solidaridad con los obreros polacos, aún más masiva; a los trabajadores se sumaron muchos oficiales y soldados.
Se exigió una política nacional independiente, el retiro de las tropas rusas, salvaguardar la propiedad estatal de las fábricas, minas y campos, y libertades políticas y sindicales, entre otras demandas. También se exigió el retorno al gobierno de Imre Nagy, un burócrata desplazado. Las autoridades reprimieron, acusando a los manifestantes de provocadores y contrarrevolucionarios. Los trabajadores se armaron y parte de los soldados rusos se plegaron a ellos, confraternizando con el pueblo. La policía fue desbordada. En la madrugada del 24 los burócratas aterrorizados convocaron a las tropas rusas que estaban en el país. Durante cinco días de insurrección se combatió con furia.

El 29 de octubre se retiraron las tropas rusas y las masas húngaras quedaron dueñas de la ciudad y el país. Los agentes de la policía secreta fueron colgados de los árboles o linchados. La burocracia había recibido un golpe mortal, y accedió a convocar a Imre Nagy, quien formó un débil gobierno que intentó negociar y desmontar la revolución. Pero ya se había instalado un nuevo poder, organizado en los concejos o soviets surgidos al calor de la lucha. Con ese doble poder imperante floreció una “primavera” obrera y popular que reclamó socialismo con libertad. Se pusieron en marcha diarios, partidos, sindicatos. El imperialismo buscó utilizar la situación para su propaganda “anticomunista”, pero sin intervenir. Algo parecido hizo la Iglesia Católica. Ambos rezaban para que no se expandiera la revolución obrera y la burocracia moscovita, al servicio de sus propios intereses, cumpliera su tarea represiva. Así fue.

El 4 de noviembre 5.000 blindados soviéticos atacaron Budapest. Los obreros y todo el pueblo defendieron durante varios días y con las armas en la mano sus concejos y sus libertades. Hubo numerosos episodios de confraternización con las tropas rusas. El 11 de noviembre seguían los combates. Zonas obreras enteras de Budapest quedaron en escombros. Un mes después aún seguían paradas las fábricas.

El proletariado húngaro mostró con su denodada resistencia que la auténtica contrarrevolución antiobrera y antisocialista estaba defendida por el aparato burocrático y los tanques rusos. Así protagonizaron la primera experiencia de una “revolución política” contra los burócratas. No tenían una dirección alternativa, el imperialismo dejó las manos libres al stalinismo para reprimir y los aparatos comunistas satélites difundieron la infamia de que los obreros húngaros peleaban “contra el socialismo”, cuando hicieron absolutamente lo contrario.

Retomar el camino revolucionario, o restauración capitalista

Esta fue la alternativa de hierro que ya había planteado Trotsky: si la burocracia se perpetúa en el poder, volverá el capitalismo. Hace 60 años en Hungría los obreros, estudiantes y todo el pueblo lucharon contra los burócratas y sus tanques, por la defensa del socialismo, las libertades y su independencia nacional. Fueron derrotados.

Sobrevivió el régimen dictatorial, que hizo algunas concesiones para desviar definitivamente aquella oleada de luchas. Asustados, el partido comunista soviético y sus satélites comenzaron lentamente a hacer cambios, pero hacia la apertura al imperialismo. Hungría fue una de las primeras experiencias.

En 1986, comentando esos procesos hacia la restauración capitalista, Nahuel Moreno reiteraba la alternativa de Trotsky: “socialismo con democracia obrera o triunfo del imperialismo”3.

En 1989 comenzaron en Rumania, Alemania Oriental, Hungría y demás países de Europa central y la propia URSS las huelgas y movilizaciones. Fueron derrotadas las dictaduras de partido único de aquellos estados obreros burocráticos (salvo en China). El símbolo fue la caída del muro de Berlín. En 1991 se disolvió la URSS.

Fueron los primeros pasos triunfantes de revoluciones antiburocráticas -“políticas”, según había definido Trotsky-, pero la ausencia de direcciones revolucionarias y las décadas de perversión del “socialismo” por parte de los burócratas impidió que se frenara la restauración capitalista.

Las tareas defendidas en 1956 por los obreros, estudiantes, intelectuales y todo el pueblo húngaro, para lograr el auténtico socialismo con libertad, siguen pendientes.


1“El marco histórico de la revolución húngara”, publicado en la revista de Palabra Obrera, Estrategia, en 1957. Texto completo en www.nahuelmoreno.org en Escritos sobre revolución política.
2 La tragedia de Hungría, 1956. Su autor, Peter Fryer, estuvo acompañando personalmente los acontecimientos como corresponsal del partido comunista inglés. Regresó a Londres y publicó la verdadera historia de esa revolución, fue expulsado y se unió al trotskismo.
3. Conversaciones. Editorial El Socialista, 2012. Próximamente también en www.nahuelmoreno.org


La expropiación de la burguesía en Europa del Este

El ejército soviético jugó un papel decisivo para derrotar a los nazis, pero desde la década del veinte en la URSS se había encaramado en el poder una burocracia contrarrevolucionaria encabezada por Stalin. Se aplastó la democracia obrera y se abandonó la lucha por el triunfo internacional del socialismo. Se formó el aparato mundial del stalinismo, que comenzó a pactar con el imperialismo y todo tipo de sectores burgueses en todos los países. Trotsky y miles y miles de revolucionarios que habían enfrentado a la burocracia habían sido derrotados. Trotsky definió a la URSS como un “estado obrero burocrático” y llamó a realizar una nueva revolución, política, contra esa burocracia.

Desde 1943, el tremendo heroísmo y espíritu de lucha y sacrificio de las tropas del Ejército Rojo y todo el pueblo soviético, con casi 20 millones de muertos, les permitió cumplir un papel protagónico en la derrota de los nazis. Esto se logró a pesar de la pésima política de Stalin y su conducción burocrática.

Desde 1945 el Ejército Rojo permaneció ocupando la región oriental de Alemania, incluyendo Berlín (compartida con los aliados) y todos los demás países europeos centrales, desde Polonia a Checoeslovaquia, Hungría, Rumania y Bulgaria, además de Estonia, Lituania y Letonia. El poder en esos países, devastados por los años de guerra, estaba en manos de fuerzas burguesas extremadamente débiles y fundamentalmente del ocupante Ejército Rojo y los burócratas “comunistas” locales.

Se produjo una situación altamente contradictoria: Stalin había pactado con las potencias imperialistas triunfantes (Estados Unidos e Inglaterra) que no impulsaría la revolución socialista en Francia e Italia (donde los partidos comunistas eran de masas, estaban armados y podían tomar el poder) y mantendría una “esfera de influencia” en todos los países ocupados por el Ejército Rojo, pero respetando la estructura capitalista tradicional. Cumplió al pie de la letra la primera parte, permitiendo la reconstrucción capitalista imperialista de Europa occidental. Pero en la zona oriental se había desmoronado a tal punto el capitalismo, que se avanzó en la expropiación total de la burguesía y surgieron los que el trotskismo definió como los nuevos “estados obreros burocráticos” gobernados por las dictaduras de los partidos únicos, satélites del partido comunista de la URSS y ocupados por sus tropas. Uno de ellos era Hungría.

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