Desde el exilio en Ginebra: El regreso de Lenin a Rusia
Abril fue un mes clave para la revolución rusa de 1917, iniciada en febrero con la caída de la monarquía zarista. El nuevo gobierno no resolvía el hambre y las miles de muertes en la guerra interimperialista no cesaban. Crecían el descontento social y las luchas. La llegada de Lenin a Petrogrado fue clave para comenzar a orientar al partido bolchevique hacia la pelea por el poder de los soviets.
Escribe Diego Martínez
En febrero de 1917 obreros, soldados y campesinos rusos habían protagonizado una insurrección con centro en la capital, Petrogrado, que había acabado con el régimen dictatorial de los zares (ver El Socialista Nº 340, 15/2/17). Como consecuencia de ello se había instaurado un gobierno capitalista, llamado “gobierno provisional”, compuesto por el Partido Democrático Constitucional (conocido como partido de los kadetes y representante de la burguesía liberal), con el apoyo de los partidos reformistas que dirigían a obreros y campesinos: los mencheviques y los socialrevolucionarios (partido de base campesina). Kerensky, un dirigente socialrevolucionario, se había convertido en ministro y a partir de julio sería el jefe del gobierno provisional.
El nuevo gobierno no daba respuesta a los grandes problemas de las masas. El pan escaseaba, la tierra seguía en manos de los grandes terratenientes y los soldados caían por miles en el frente de batalla. La gran mayoría del pueblo se oponía a la participación en la guerra. Se trataba de una disputa entre potencias imperialistas, en la que Rusia participaba como furgón de cola en el bando de Inglaterra y Francia, que nada bueno significaba para el pueblo trabajador. Con 1,7 millones de muertos, Rusia fue el país que más bajas tuvo en la “gran guerra”.
De la revolución de Febrero habían surgido con mucha fuerza organismos democráticos, los Soviets, especie de asambleas de delegados, en los cuales principalmente los obreros y los campesinos deliberaban y tomaban decisiones de todo tipo. La importancia de estos organismos era tal que de hecho había un doble poder: por un lado estaba el poder oficial, el del gobierno, y por otro lado el de los soviets, en los que mencheviques y socialrevolucionarios eran la mayoría y los bolcheviques una minoría. Esta relación de fuerzas se invertirá semanas antes de la Revolución de Octubre.
Desde 1907 Lenin, el máximo dirigente del partido bolchevique1, vivía exiliado en distintos países de Europa. Durante esos años había colaborado con la construcción de partidos socialistas en el “viejo continente”, a la vez que seguía bien de cerca la marcha de los principales acontecimientos políticos y las luchas en Rusia.
Animado por las noticias de la Revolución de Febrero y preocupado por la política titubeante ante el nuevo gobierno que impulsaban Kamenev y Stalin desde la dirección del partido bolchevique, Lenin decide regresar a Rusia. El regreso se concreta el 3 de abril de 1917.
Las “jornadas de Abril”
Paralelamente al arribo de Lenin a territorio ruso, seguían desarrollándose las luchas.
El 23 de marzo se realizaron los funerales de las víctimas de la Revolución de Febrero con 800.000 manifestantes en las calles. Ese mismo día ingresa a la guerra Estados Unidos. Envalentonado por este hecho, el ministro de Relaciones Internacionales del gobierno provisional, Miliukov, del partido de los kadetes, lanza a la prensa su plan bélico que consiste en la ocupación de Constantinopla y otros territorios.
Estas declaraciones generaron malestar entre los obreros, quienes no apoyaban una política beligerante que alejara la posibilidad de llegar a la paz.
Entre los sectores burgueses la posibilidad de una ofensiva generaba entusiasmo. Fueron estos sectores los que impulsaron, el 17 de abril, una manifestación protagonizada por soldados inválidos bajo la consigna “guerra hasta el fin”.
Se producen entonces las “jornadas de abril”. En respuesta inmediata a esta convocatoria, al día siguiente 30.000 obreros se movilizan, acompañados por el partido bolchevique, por las calles de San Petersburgo exigiendo la renuncia de Miliukov. La movilización se repite el 21 de abril, jornada en la que crece la tensión entre los defensores de la ofensiva y los sectores obreros, cada vez más furiosos. La tensión cedió con la marcha atrás del “plan Milukov”. Éste tuvo que renunciar días más tarde, el 2 de mayo.
La conferencia bolchevique
Entre el 24 y el 29 de abril, luego del triunfo, se realizó la conferencia bolchevique, el primer evento legal en la historia del partido. Allí Lenin presenta un documento basado en sus famosas “tesis de Abril”, publicadas en Pravda, el periódico de los bolcheviques, tres semanas antes. En esas tesis, que no eran apoyadas por un sector importante de la dirección del partido, Lenin sostiene que el gobierno provisional, al que caracteriza con claridad como enemigo del pueblo trabajador, se había demostrado incapaz de dar respuesta a los sentidos reclamos que habían motivado la revolución de febrero: paz, pan y tierra. Ya desde marzo había enviado un telegrama exigiendo no depositar ninguna confianza en el nuevo gobierno. Pero en la medida en que las expectativas no se habían agotado del todo entre los campesinos y obreros, y los bolcheviques aunque crecían eran aún minoritarios, llamó a los militantes a “explicar pacientemente” esta postura.
Lenin postulaba, a su vez, la necesidad de impulsar una nueva revolución que impusiera a la clase obrera en el poder. Era la única clase que podía garantizar el cumplimiento de los reclamos mayoritarios. Para hacer concreta la idea de que gobiernen los obreros, Lenin formuló la consigna “¡Todo el poder a los Soviets!”.
La consigna propuesta por Lenin no parecía tan irrealizable en un futuro inmediato, dada la fuerza del doble poder. Sin embargo, sus tesis generaron intensas polémicas entre los bolcheviques. Hubo quienes las calificaron como “apresuradas” y “utópicas”, argumentando que la clase obrera no estaba preparada para gobernar. Tras un intenso debate, Lenin logró imponer su posición y el partido –minoritario en los soviets- puso el rumbo hacia la pelea por la revolución socialista.
La nueva orientación política de Lenin será un factor decisivo para que los bolcheviques fueran ganando la mayoría en los soviets y para el triunfo de la revolución de octubre de 1917, que conquistó, por primera vez en la historia un gobierno obrero y campesino revolucionario.
En sucesivas entregas de El Socialista reflejaremos los hechos históricos que desencadenaron ese gran triunfo revolucionario.
1. Bolchevique en ruso significa “representante de la mayoría”. En un congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR) celebrado en 1903 se produjo una gran división entre los socialistas de ese país. Los bolcheviques planteaban que la tarea central era construir un partido centrado en su acción en las luchas, capaz de dirigir una revolución, mientras que los Mencheviques (“representantes de la minoría”) planteaban que el partido debía estar centrado en la obtención de reformas, y que por debía basarse en una organización laxa.
Un viaje audaz
Una vez adoptada la decisión de volver a Rusia, Lenin y el puñado de revolucionarios que lo acompañaba en el exilio en Suiza planificaron el operativo del regreso. Contaban con una gran dificultad a sortear: debían atravesar necesariamente el territorio de Alemania, un país enemigo en plena guerra mundial. Después de descartar planes irrealizables de engaño a los oficiales alemanes basados en pelucas, maquillaje y pasaportes falsos, lograron pactar con el gobierno alemán cruzar el país en tren en un vagón precintado, sin que las autoridades germanas tuvieran derecho a pedir pasaportes ni revisar los equipajes.
El viaje de Lenin fue visto con buenos ojos por los ministros del gobierno provisional, quienes pronosticaban que el solo hecho de atravesar Alemania iba a desprestigiar por completo al líder revolucionario. Por la misma razón el viaje generaba dudas y malestar entre algunos bolcheviques. A Lenin no se le escapaban estas dificultades pero estaba convencido de que su vuelta a Rusia era fundamental.
Después de varios días de viaje, Lenin y su comitiva entraron a territorio ruso, llegando finalmente a la estación Finlandia en Petrogrado. Allí lo recibió con honores una delegación oficial que había preparado una pomposa recepción en el llamado “salón del Zar”. Con el rostro helado, vestido con un gorro redondo de piel y empuñando -a su pesar- un ramo de flores que le habían entregado, pronunció un discurso que contrastaba con el mensaje oficial de salutación emitido por un representante del gobierno provisional, en el que se incitaba al dirigente revolucionario a apaciguar las aguas defendiendo al nuevo gobierno “frente a ataques de adentro y de afuera”. Dirigiéndose a los millares de militantes y activistas que habían ido a recibirlo, Lenin dijo: “Queridos camaradas, soldados, marineros y obreros: Me siento feliz al saludar en vosotros a la revolución rusa triunfante, al saludaros como a la vanguardia del ejercito proletario internacional […] No está lejos el día en que respondiendo al llamamiento de nuestro camarada Karl Liebknecht, los pueblos volverán las armas contra sus explotadores capitalistas […] La revolución rusa, hecha por vosotros, ha iniciado una nueva era. ¡Viva la revolución socialista mundial!”1.