A 10 años de la caída de Lehman Brothers: La crisis capitalista mundial
Escribe José Castillo
En septiembre de 2008 quebró uno de los más grandes bancos de inversión del mundo: Lehman Brothers. Fue el punto culminante de una debacle financiera que había comenzado un año antes. El propio Ben Bernanke, jefe de la Reserva Federal yanqui de entonces, la definió como “una crisis económica más profunda que la de 1930”.
La crisis había comenzado un año antes, en julio de 2007, cuando varios bancos yanquis quebraron porque miles de trabajadores de ese país, que se habían endeudado en los años anteriores con créditos hipotecarios para adquirir sus viviendas, ya no podían pagarlos. Los meses siguientes se vio cómo esos créditos incobrables no afectaban solamente a los bancos norteamericanos que los habían otorgado, sino incluso a otros de todo el planeta: se habían “empaquetado” y “vendido”, generando una impresionante bicicleta especulativa que terminó estallando.
Prácticamente todas las semanas aparecían noticias de que algún banco importante del mundo tenía parte de esos créditos incobrables escondidos en sus balances y corría el riesgo de quebrar, cosa que le sucedió a más de uno. Hasta que llegó septiembre de 2008, donde el que quebró fue uno de los más grandes bancos de las finanzas mundiales: Lehman Brothers, lo que provocó un auténtico sacudón en todos los mercados especulativos y bolsas del mundo.
Inmediatamente, el gobierno yanqui, en una decisión tomada justo en la “transición” entre los gobiernos de Bush (hijo) y Obama, decidió poner dos billones de dólares para rescatar a los bancos en problemas y salvar al sistema financiero. Mientras tanto, nada se hizo para evitar el drama de los que perdían sus casas, o quedaban sin trabajo en las fábricas que cerraban en masa. Poco después, como también estaban afectados grandes bancos del otro lado del océano, fueron los gobiernos europeos los que salieron al rescate. La consecuencia fue que el trance financiero se terminó transformando en una brutal crisis de endeudamiento ahora de los propios Estados. Y ahí, el Banco Central Europeo, el FMI y los propios gobiernos europeos decidieron quién debía pagarla: los trabajadores de los países más vulnerables de la región. Le siguieron los planes de hambre y ajuste que hundieron en su momento a Portugal, Irlanda, España, Italia y, particularmente, a Grecia.
Pasados diez años de los acontecimientos de la quiebra de Lehman Brothers, desde el establishment económico mundial nos quieren hacer creer que “esa crisis quedó atrás”. ¡Mentira! El capitalismo imperialista no logra superar la crisis abierta hace una década. Lo que hace es descargarla sobre las espaldas de los trabajadores. Mientras alguna bolsas de valores, como la de Wall Street, vuelve a florecer, o los grandes bancos tienen sus balances lo suficientemente maquillados como para poder volver a mostrar “que están sólidos”, millones de trabajadores perdieron sus empleos y nunca los recuperaron; aumentaron la precarización y los salarios de hambre; los planes de ajuste liquidaron sistemas jubilatorios enteros; los países que fueron sometidos a los ajustes del FMI vieron cómo se destruía su salud y educación públicas, y aumentó hasta niveles astronómicos la hipoteca de las deudas externas. En síntesis, los ricos se hicieron más ricos y los pobres más pobres.
Un mundo cada vez más desigual
La crisis dejó ganadores y perdedores. Según la ONG británica Oxfam, ocho megamillonarios hoy poseen la misma riqueza que 3.600 millones de personas en el mundo (el 50% de la población mundial). En estos últimos diez años, las 10 empresas más grandes del mundo facturaron más que el PBI de 180 países sumados. Mientras los salarios de los trabajadores se hunden, crecen las remuneraciones de los CEOs y directivos de las grandes firmas. Un directivo de cualquier gran empresa que cotiza en las principales bolsas del mundo gana en promedio lo mismo que 10.000 trabajadores sumados de las fábricas textiles de Bangladesh.
Un sexto de la población mundial no dispone de agua potable y 2.600 millones no acceden al saneamiento básico. Al mismo tiempo crecen la depredación y la contaminación ambiental, mientras se retrocede incluso en los acuerdos mínimos fijados décadas atrás para evitar la destrucción ecológica del planeta. Por si todo esto fuera poco, las grandes potencias, con los Estados Unidos de Trump a la cabeza, se lanzan a una guerra comercial que tiene como únicos perjudicados a los propios pueblos, como se observa en la cada vez mayor persecución y expulsión de trabajadores migrantes de todos los países imperialistas.
El capitalismo no va más
Si una característica de estos diez años fueron las políticas con que los distintos gobiernos buscaron descargar la crisis sobre los trabajadores y los pueblos sometidos del mundo, la contracara fue la resistencia de los explotados. Millones se movilizaron y siguen haciéndolo contra los planes de ajuste y saqueo en todos los continentes. Las rebeliones, pueden tirar gobiernos, como sucedió este año en Haití o Jordania, o generan movilizaciones de tal magnitud, haciendo que otros sólo mediante la represión mas extrema se puedan mantener en el poder, como sucede en Nicaragua o Venezuela.
Y se abre, naturalmente, el debate sobre las salidas y sus diferentes perspectivas. Nosotros somos claros: crisis como la que vivimos desde hace diez años no es “producto del neoliberalismo”, entendiendo por tal a un “capitalismo malo”, “financiero” o “excluyente”, que podría ser reemplazado por otro “bueno”, de “redistribución de la riqueza” o “productivo”. Por el contrario, esta es una crisis del capitalismo en todo el sentido del término. Así funciona el sistema. Los bienes que produce la humanidad, con los que hoy se podría alimentar, abrigar y curar a todo el planeta, se transforman en “capitales sobrantes”, que no encuentran “valorización”, terminando en el escándalo de que se queman alimentos mientras millones pasan hambre, o que pueblos enteros sufren epidemias de enfermedades curables por no poder pagar los medicamentos.
El capitalismo imperialista ya no tiene nada para ofrecer a la humanidad. Sólo más miseria, marginación y explotación, además de una crisis ambiental que pone en riesgo la existencia misma del planeta. Contra esta debacle, la única salida es luchar por terminar con este sistema capitalista imperialista y por su reemplazo por el socialismo en cada país y en el mundo, para producir los cambios de fondo que necesitan urgentemente los trabajadores y pueblos oprimidos.
La época imperialista y las crisis de los últimos cincuenta años
Lenin dijo en 1916, hace poco más de cien años, que el capitalismo entraba en una nueva fase: la del imperialismo, a la que definía como “época de guerras y revoluciones”. Pronosticaba así lo que iba a ser una realidad a lo largo de todo el siglo XX y lo que va del XXI: se terminó el tiempo en que el sistema capitalista era capaz de dar concesiones a la clase trabajadora (hecho que en el siglo XIX nunca sucedió “por propia voluntad” de las patronales, sino siempre producto de las luchas obreras). Comenzaba una nueva época, a partir de un capitalismo que había pasado a una “fase superior”, con la preeminencia de las grandes transnacionales monopólicas, del capital financiero y de la disputa sangrienta por el saqueo de los pueblos coloniales y semicoloniales del planeta por parte de las potencias imperialistas.
Unos años más tarde, León Trotsky completaría esta definición: “Las fuerzas productivas de la humanidad se estancan. Los nuevos inventos y mejoras técnicas ya no consiguen elevar el nivel de la riqueza material. Las crisis coyunturales, en las condiciones de crisis social del sistema capitalista en su conjunto, infligen a las masas privaciones y sufrimientos cada vez mayores. […] toda la civilización humana está amenazada por una catástrofe” .
En los últimos cincuenta años, este capitalismo imperialista decadente, generador de superexplotación, guerras y revoluciones, profundizó aún más su estancamiento: la economía mundial entró en una crisis económica crónica, donde se aceleraron los episodios de hundimientos agudos, como fueron las crisis del petróleo de 1973 y 1979, la de la deuda externa latinoamericana de 1982, la caída de Wall Street de 1987, las de los 90 (el “Tequila” mexicano del 94, la asiática del 97 y la rusa del 98), la Argentina de 2001 y la que se generó en 2008 en los Estados Unidos. Se extendió por todo el planeta y dio lugar al “estancamiento secular” (tal la expresión del economista Larry Summers) en que se encuentra sumida la economía capitalista mundial. Esta crisis sigue hundiendo cada día en una mayor bancarrota al nivel de vida de los pueblos explotados del mundo y hace más urgente que nunca su superación por la revolución socialista.
Lenin, Vladimir, El imperialismo, etapa superior del capitalismo, pág. 108, Editorial Anteo, Buenos Aires, 1973.
Trotsky, León, El programa de transición, Ediciones El Socialista, pag. 17 y 18, Buenos Aires, 2017.