Noviembre 1918 - enero 1919: A 100 años de la revolución alemana
Escribe Mariana Morena
A fines de la Primera Guerra Mundial un motín de marineros fue el inicio de una revuelta obrera que se extendió por toda Alemania, logró el fin de la monarquía y avanzó por un “gobierno de consejos”, similar al de los soviets en Rusia. El Partido Socialdemócrata alemán traicionó la revolución, concilió con sectores burgueses y aristocráticos y, en alianza con el comando militar, encabezó la contrarrevolución que liquidó el levantamiento espartaquista y a sus principales referentes, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo.
Tras cuatro años de guerra interimperialista, el hartazgo de soldados, trabajadores y campesinos alemanes por las penurias padecidas, junto con el impacto que provocó la derrota del imperio alemán, se expresaron en un amotinamiento en la flota militar apostada en Kiel. A fines de octubre de 1918, los marineros se negaron a intervenir en la última batalla contra los británicos. Respondiendo a la represión del motín, desarmaron a oficiales, ocuparon los barcos y liberaron a los presos. Formaron un “consejo de trabajadores y soldados” que tomó el control del puerto y envió delegaciones a todas las grandes ciudades alemanas. La revolución se extendió rápidamente.
La traición del Partido Socialdemócrata alemán (SPD)
Ya hacía varias décadas que el SPD estaba a la cabeza del movimiento obrero alemán y de los congresos de la II Internacional. Para 1914 tenía un millón de miembros, dos millones de afiliados en los sindicatos, 110 diputados nacionales, 220 provinciales y 2.886 municipales. Publicaba noventa periódicos en todo el país. Su primera gran traición a la clase obrera se produjo en agosto de 1914, cuando sus diputados votaron a favor de los créditos de la guerra, apoyando la participación en la “carnicería” interimperialista por el reparto del mundo. La excepción fue Karl Liebknecht, quien por este motivo fue expulsado del partido y detenido a solicitud del mismo SPD. Junto con Rosa Luxemburgo y otros marxistas revolucionarios, que más tarde fundarían la Liga Espartaquista, fueron perseguidos y encarcelados por el káiser por denunciar la “unión sagrada” y la “paz civil” para intervenir en la guerra contra “el enemigo de afuera”.
De la revolución alemana a “el orden reina en Berlín”
Desde 1916 el poder pasó a manos del Comando Militar Supremo y se impuso el estado de sitio. En abril de 1917 el SPD se dividió en dos fracciones: una mayoría liderada por Friedrich Ebert, y una de “independientes” (Kautsky, Bernstein) que, junto con los espartaquistas, estaban por el fin inmediato de la guerra y la democratización, si bien carecían de programa político. Ese año hubo masivas huelgas organizadas de aproximadamente 300.000 trabajadores de la industria bélica en Berlín, Leipzig y Dusseldorf, y en enero tuvo lugar un verdadero “ensayo de revolución”, con un millón de trabajadores movilizados por los consejos de trabajadores y soldados. Cada vez más manifestantes luchaban por el fin de la guerra, la paz sin anexiones, contra la carestía de la vida y la monarquía. El káiser se vio forzado a prometer elecciones generales y Ebert se sumó a la dirección de los consejos, formados mayoritariamente por huelguistas del SPD, para frenar la movilización.
En agosto de 1918 cayó el frente occidental alemán, y a fines de octubre se inició el motín de los marineros que encendió la llama de la revolución por toda Alemania. “Si el emperador no abdica, la revolución social es inevitable. Pero yo no la quiero, la odio con toda el alma”, declaró Ebert. El káiser Guillermo II abdicó el 9 de noviembre y todos los príncipes de los estados alemanes lo hicieron en los días siguientes. El príncipe Max von Baden asumió como canciller de la república burguesa, con poder subordinado a la mayoría del Parlamento. El SPD celebró “el nacimiento de la democracia alemana” y se dispuso a conciliar con los partidos burgueses para definir la forma del Estado en el marco de la continuidad del régimen capitalista.
Pero ya en la noche del 8 de noviembre un centenar de jefes revolucionarios habían ocupado el Reichstag (parlamento). Conformaron un “consejo de representantes del pueblo” y llamaron a un congreso de los consejos de soldados y trabajadores. Mientras tanto, Ebert asumía como canciller del “nuevo gobierno de obreros”. Era una auténtica farsa: el aparato administrativo y represivo del Estado se mantuvo intacto. Para acabar con la radicalización del proceso, Ebert pactó con el alto mando del ejército y sus fuerzas paramilitares (llamadas Freikorps, afines a la monarquía) terminar con la influencia de los consejos.
La ausencia de partido revolucionario: un factor determinante
Hacia fines de diciembre los espartaquistas se decidieron a separarse de los socialdemócratas y fundar el Partido Comunista de Alemania (KPD). Rosa Luxemburgo redactó su programa. Pero ya era tarde. En enero un levantamiento con Liebknecht a la cabeza exigió el derrocamiento del gobierno y fue sofocado violentamente. Con la anuencia del propio SPD, que así terminó de consumar su segunda traición histórica a la clase obrera, cientos de trabajadores revolucionarios fueron fusilados por los Freikorps solo en Berlín. La noche del 15 de enero de 1919, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fueron apresados, torturados y asesinados. La falta de una dirección revolucionaria independiente, consolidada y consecuente como la de los bolcheviques de Lenin y Trotsky en Rusia, impidió que el levantamiento de los trabajadores alemanes impulsara la revolución europea que pudo haber cambiado definitivamente el curso de la historia.