Vuelve el peronismo del doble discurso
Se fue Macri y asumió el peronismo del Frente de Todos. Alberto Fernández empieza a gobernar con todos los índices sociales a la baja. Lo usa para enarbolar el discurso de la famosa herencia recibida (“tierra arrasada”) diciendo que habrá que esperar y que muchos temas no tienen soluciones inmediatas. Su promesa de crecer para posteriormente honrar los pagos de una deuda usurera, es una receta que ya se probó en los doce años kirchneristas, el país no se desendeudó y los males sociales persistieron. Las expectativas en el nuevo gobierno chocarán con la necesidad de salir a enfrentar la carestía de la vida y el pacto social que preparan empresarios y burócratas sindicales.
Macri se despidió de la Casa Rosada ante unos pocos empleados con caras largas. Les dijo, es un “lunes especial”. Es que los Ceos de Cambiemos perdieron el poder. Si bien logró remontar dos millones de votos en las elecciones de octubre, el grueso de los trabajadores y sectores populares lo castigó. Su resignado objetivo sólo fue entregar el sillón de Rivadavia sin trastabillar, conformándose con que un gobierno no peronista termine el mandato.
Millones esbozan alegría al sacarse de encima a un gobierno ajustador y mentiroso, títere del FMI, las multinacionales y la patria financiera. Hoy asume el Frente de Todos, pero los luchadores, el sindicalismo combativo y la izquierda tuvieron mucho que ver para echar a Macri, ya que la rebelión de diciembre de 2017 contra el robo jubilatorio (ante la claudicación de la CGT y el voto favorable de la ley de gran parte del peronismo) significó un antes y un después del cual Macri nunca se pudo recuperar. El pacto con el FMI lo terminó de enterrar.
Desde allí la burocracia sindical traicionó las luchas y junto al peronismo fueron cómplices de Macri en la aplicación del ajuste llamando a canalizar la bronca vía las elecciones. Así culminó el ciclo de la denominada “derecha liberal”.
La vuelta del peronismo y la receta de la renegociación
El Frente de Todos comandado por Alberto Fernández y Cristina Kirchner es el tercer gobierno peronista desde que cayó la dictadura. En la asunción hubo decenas de miles movilizados y siguen las muestras de importantes expectativas con el nuevo gobierno. Pero el propio Fernández le viene bajando los decibeles a las apresuradas aspiraciones de que se puedan resolver los males que deja Macri.
Son tan desastrosos los índices sociales que cualquier medida que adopte el nuevo gobierno, aunque sea parcial o cosmética, será considerada como positiva. Los anuncios de un bono para jubilados, la asignación por hijo o una suma fija para los trabajadores, serán solo un paliativo. En eso consistirá la política de “ponerle plata al bolsillo de la gente”. Pero la pobreza que superó el 40%, el 50% de la industria parada, la pérdida salarial y jubilatoria del 20% y los 158.000 puestos de trabajo privados industriales que se perdieron, necesitan medidas de fondo para combatirlos, no parches coyunturales.
Fernández asume en una mayor crisis capitalista comparado con la que la que le tocó al kirchnerismo en 2003 cuando asumió. En ese momento había un viento de cola, un elevado valor de las materias primas (la soja al doble de la actual) y un país que había dejado de pagar la deuda por varios años. Eso le permitió hacer algunas ayudas sociales imprescindibles. Hoy la crisis capitalista nacional y mundial se lo impedirá.
No negamos que la crisis sea profunda, el debate está en qué políticas hacen falta para enfrentarla. Se ha instalado en el ideario popular por dichos del flamante Ministro de Economía estrella -como fue presentado el catedrático Martín Guzmán -que el gobierno “dejaría de pagar la deuda por dos años”. Pero nunca el Frente de Todos dijo que va a desconocer el acuerdo con el Fondo Monetario ni mucho menos que no va a pagar.
La receta que propone el gobierno es la “renegociación constructiva” de la deuda para postergar por un tiempo los vencimientos, lo que no tiene nada que ver con ningún “no pago”, ni desconocimiento del acuerdo con el FMI. El no pago de la deuda lo impuso el Argentinazo de 2001 tras una enorme rebelión popular. El plan de Fernández es otro, la renegociación.
Los bonistas privados que deberían cobrar los vencimientos de 2020 seguramente pedirán para renegociar la cobertura política del FMI, organismo que seguirá actuando en la vida nacional y exigirá más condicionamientos económicos y políticos. Si Argentina posterga algunos vencimientos tal vez lo haga con el visto bueno de Trump y el FMI para amortiguar la tremenda crisis social y evitar un estallido. Lo harán a cambio de asegurarse que con Fernández se van a garantizar los pagos de la deuda a costa de más ajuste aunque el gobierno lo intente encubrir. Por eso no habrá ninguna “renegociación nacional y popular”.
La política de Fernández solo tiende a postergar vencimientos cuando lo que hace falta es romper con el FMI. Lo dicen hasta los propios especialistas en el tema (ver reportaje a Eric Toussaint donde recomienda romper con dicho organismo, algo que no está en la prédica de Fernández).
Fue tan siniestro el endeudamiento de Macri y el préstamo de 46.000 millones de dólares del FMI, que Fernández lo aprovecha para que le tiren una soga y tratar de renegociar en mejores condiciones. Si lo logra, simulará que “convenció” al Fondo Monetario ante la crítica situación, dándole el carácter de un FMI bueno, cuando se trata de un organismo imperialista que donde actuó solo impuso ajustes, tarifazos, privatizaciones y más endeudamiento de la mano de los gobiernos de turno desde siempre.
“Los muertos no pagan”, decía Néstor Kirchner, frase quereplica el actual gobierno. El plan de renegociar (con quita o no) es para volver a pagar como ya lo hizo el kirchnerismo pos Argentinazo. Pasamos de un Macri que decía “el FMI nos va a salvar”, a un Alberto Fernández que a través de su doble discurso dice “vamos a renegociar para crecer y poder pagar”. Vuelve a quedar claro que la alternativa sigue siendo, o priorizar la plata para salario, trabajo, comida, salud, educación, vivienda o presupuesto para combatir la violencia de género, como postula la izquierda, o pagarle a los usureros internacionales como pregonan los Fernández.
Las perspectivas de Argentina en una Latinoamérica convulsionada
“La luna de miel entre las sociedades civiles y los gobiernos son cada vez más cortas. Los “cheques en blanco” sencillamente ya no existen. Alberto Fernández entrará a la Casa Rosada con gran legitimidad de origen que tendrá que revalidar día a día”, escribió el periodista peronista Mario Wainfeld (Página12, 1/12). Está reconociendo que el gobierno tendrá momentos difíciles.
Por su parte, Monseñor Ojea (presidente de la Conferencia Episcopal Argentina) dijo en la misa que brindó en Luján delante de Macri y Alberto Fernández: “Todos somos conscientes de lo que viene en el mundo y en Latinoamérica. Necesitamos de todos, nadie sobra en esta construcción”. La “misa anti-grieta” celebrada por esta institución retrógrada y privilegiada va en consonancia con el mensaje moderado y por la “unidad” de Alberto Fernández en la asunción, y del macrismo en su rol de opositor. Larreta dijo “si a Alberto le va bien nos va bien a todos”. Es un mensaje a la clase capitalista de que más allá del signo político de los gobiernos que se alternan, sean de derecha o nacionales y populares, el objetivo de ellos pasará por recomponer las ganancias empresariales e intentar maniatar a los que luchan. Cuando hablan de cerrar la grieta, se refieren a eso.
El famoso pacto social (“contrato ciudadano”) entre gobierno, empresarios, dirigentes sindicales y la Iglesia, tiene ese objetivo. Van a simular que se controlarán los “precios y salarios”, mientras se mantendrán el robo de las privatizadas, la flexibilización laboral por gremio, la garantía de que seguirá el saqueo con una ley especial de hidrocarburos para las multinacionales que operan en Vaca Muerta y los pagos de la deuda.
Como no habrá soluciones de fondo, el espejo en el que se tendrá que mirar Alberto Fernández, en perspectiva, será Chile, más allá de las desigualdades en los procesos de lucha de cada país. En el país trasandino no pueden parar una rebelión popular contra el modelo capitalista y represivo de Piñera.Antes fueron Puerto Rico (donde cayó el gobernador), luego Ecuador, donde se frenó un aumentazo en las naftas aconsejado por el FMI, y ahora la rebelión en Colombia, como parte de una oleada que recorre el mundo, ahora con epicentro en la huelga ferroviaria en Francia.
Sacar las rejas de la Plaza de Mayo para simular que desde ahora ese espacio “vuelve a ser del pueblo” o la actitud de Cristina de no mirar a Macri o no usar la misma lapicera para firmar el libro del cambio de mando, son gestos para posar de que se está ante “un gobierno distinto”, que “rechaza el ajuste de la derecha”, dando el mensaje que con gobiernos nacionales y populares se solucionarán los problemas. Pero no solo están siendo repudiados los gobiernos ligados directamente a Trump como Macri, Piñera, Iván Duque de Colombia o Lenin Moreno de Ecuador, sino también los gobiernos patronales supuestamente progresistas del doble discurso, como Lula, Evo Morales, Maduro y Ortega, que por mantener los pilares del capitalismo y no aplicar medidas de fondo (lo cual han envuelto en discursos “antiimperialistas y contra la derecha”), han permitido que la derecha se fortalezca, o llevado a regímenes totalitarios en Venezuela y Nicaragua, y en todos aplicando el ajuste. El hecho de que Fernández haya invitado a su jura al presidente ajustador y represor de Chile, Sebastián Piñera -el cual no pudo venir porque se cayó un avión militar- y el compromiso de visitar aquel país, es un claro apoyo a ese mandatario repudiado por millones y un revés al heroico pueblo chileno en su lucha por sacarlo.
El sindicalismo combativo y la izquierda tienen el desafío de acompañar al pueblo trabajador ante el nuevo gobierno de Alberto Fernández, llamando a que el salario, las jubilaciones y el trabajo no pueden esperar. Lo mismo el reclamo del movimiento de mujeres por el aborto legal, el cual ni fue mencionado por Fernández en su largo discurso en el Congreso. El paro de las Guardas del Sarmiento que lograron abrir una negociación para que se cumplan las condiciones laborales de higiene y seguridad; la rebelión de los residentes de CABA que con su lucha obligaron a que se retrotraiga una ley que los superexplotaba y precarizaba, y las aguerridas docentes y estatales de Chubut que dieron una enorme pelea contra el gobernador Arcioni (Frente de Todos) marcan el camino. Un gran aliciente para seguir llamando a enfrentar el pacto social y seguir denunciando que si Argentina sigue sometida a los dictados de las multinacionales, los bancos y el FMI y pagando una deuda fraudulenta, no habrá solución a los males sociales. Para dar estas peleas llamamos a seguir fortaleciendo a Izquierda Socialista y al Frente de Izquierda Unidad.
Berni y Solá
Felipe Solá es el flamante canciller de Alberro Fernández. Desde hace tiempo se viene impulsando en su contra la campaña #ConEllosNo en repudio a quien es acusado ante la justicia por ser autor político e intelectual de la Masacre de Avellaneda, donde fuerzas de seguridad reprimieron una protesta social y asesinaron a los militantes Darío Santillán y Maximiliano Kosteki.
La orden de reprimir la dio Felipe Solá, entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, junto a otros miembros del Poder Ejecutivo. Solá dijo ante los hechos que se trataba de ‘un enfrentamiento de pobres contra pobres’ y felicitó públicamente al entonces comisario y asesino Fanchiotti. “Los asesinos de ayer no pueden ser los salvadores de hoy”, dicen los familiares. Sergio Berni, por su parte, fue designado por Kicillof como ministro de Seguridad bonaerense. El ex carapintada Berni es experto en reprimir conflictos obreros, como en Lear. El propio Berni se autodenomina “un hombre de derecha” y un soldado de Cristina, y es defensor de las pistolas taser de Bullrich y mucho más. Una pinturita.