Chile: La derrota de la “vía pacífica al socialismo” - Textos del PRT-La Verdad y el PST de 1970 -1973

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Chile: La derrota de la “vía pacífica al socialismo” - Textos del PRT-La Verdad y el PST de 1970 -1973Presentación de Abelardo Pardales*

El 11 de septiembre de 1973 triunfaba el golpe de estado que dieron las fuerzas armadas chilenas contra el gobierno de la Unidad Popular (UP) presidido por Salvador Allende. Pasadas varias décadas sigue siendo válido preguntarse: ¿era posible triunfar contra Pinochet? ¿Podrían los trabajadores haber tomado el poder? La lectura de los artículos que recopila el libro que presentamos, escritos entre 1970 y 1973, permitiría dar una respuesta afirmativa. Pinochet triunfó, pero pudo haber sido de otro modo. El proceso histórico no está fatalmente determinado, como si siguiera un libreto. Por el contrario, depende de la combinación de las luchas y de las organizaciones y direcciones que desarrollan en defensa de sus intereses las distintas clases en pugna. Variaciones en esa compleja combinación producen resultados totalmente distintos. Ver lo que faltó o estuvo débilmente desarrollado es la obligación que tenemos los revolucionarios para aprender de las experiencias vividas -victoriosas o derrotadas-, y lograr que las revoluciones triunfen, en un período en que el mundo se llena de ellas.

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El Partido Socialista (PS) y el Partido Comunista (PC) dicen que no se podía derrotar a Pinochet

Socialistas y comunistas fueron los principales partidos con base obrera y popular que integraban el gobierno de la UP. Ellos han dado una respuesta negativas a esas preguntas.

El PS tiene un balance claro: el gobierno de la UP fracasó porque fue muy rápido. Si hubiera ido más lento, no asustando a la burguesía, educándola sobre las bondades del socialismo como un sistema más racional, entonces las cosas hubieran sido de otro modo. El razonamiento es una justificación para ocultar la responsabilidad que tuvo el PS en el triunfo del golpe de estado. Toda la reaccionaria renovación de este partido, que culminó con la “transición” acordada con la Democracia Cristina y el propio dictador Pinochet, se justificó bajo ese verdadero mea culpa. Y tan fieles fueron al precepto de no ir tan rápido que en la era post Pinochet, los gobiernos socialistas de Lagos y Bachelet han sido los más pro imperialistas de la historia de Chile, totalmente al servicio de las ganancias de los conglomerados económicos.

Para el PC en cambio, no fue posible derrotar el golpe debido a “la traición de las FF.AA.” al gobierno de Salvador Allende. Hablar de “traición” es imprescindible para sostener la falsedad de que en las instituciones armadas existió la conducta opuesta, es decir, la lealtad al gobierno de la UP, las llamadas FF.AA. “patriotas”. Y así durante todo el período de la UP este partido se dedicó sistemáticamente a inculcar la idea contrarrevolucionaria de que las fuerzas armadas eran patriotas o como mínimo neutrales, y que estarían allí si la derecha o el fascismo atacaban. No está descartado que en un proceso revolucionario coyunturalmente haya divisiones y que incluso algún general pueda jugar puntualmente algún rol a favor de la revolución. Pero es fatal confundir esa posibilidad excepcional y pasajera con la definición marxista de las fuerzas armadas burguesas. Como dijeron Engels y Lenin, su razón de ser es la defensa de la clase burguesa dominante y su estado.

En junio de 1973 el general Carlos Prats tuvo un rol en la derrota del “tanquetazo”, el primer intento de golpe de estado. Luego de conjurar esta acción golpista, el PC sacó en su periódico El Siglo “Fuerzas Armadas, puro pueblo”. Así, el PC reforzó las falsas expectativas en las supuestas “FF.AA. patrióticas” que llevarían a la Unidad Popular a la derrota. El propio general Prats, quien hoy se encuentra en la abultada lista de víctimas de la represión, reafirmó su carácter de sostén del orden burgués, ya que no hizo nada cuando comenzaron las acciones directas que prepararon el golpe. Cuando se detuvo y torturó a los marineros de Valparaíso, que denunciaron esas preparaciones. Frente a la inminencia del golpe prefirió dar un paso al lado antes que combatirlo. En las vísperas del triunfo de Pinochet el PC acusaba de “traidores” a quienes denunciaba la detención de los marinos y el golpe que se avecinaba. Y esto fue crucial en el desenlace del golpe pinochetista como lo veremos más adelante.

El poder obrero

Pero si el tema de la política hacia las FF.AA. fue tan crucial se debió a que la lucha entre la burguesía y el imperialismo por una parte y los trabajadores y el pueblo por otra se hacía cada vez más aguda. Por fuera del gobierno de la UP empezó a surgir un creciente poder obrero en los denominados cordones industriales, que se unificaban no por rama de producción sino territorialmente. Esta organización alternativa de la clase obrera pegó un salto y se generalizó ante el paro patronal de octubre de 1972. En esencia fue la respuesta exitosa a la “huelga de la burguesía”. Ante el peligro que significaba este paro para la UP, las masas desplegaron toda su energía revolucionaria, haciendo por su cuenta funcionar a la sociedad. A la vanguardia de esta iniciativa estuvieron los trabajadores de los cordones, que generalizaron su organización a los centros industriales más importantes del país. Emergieron como el verdadero poder obrero, dirigieron las fábricas expropiadas para evitar el boicot económico y el sabotaje, mantuvieron la producción y la distribución. En coordinación con las distintas fábricas, compartieron el transporte, intercambiaron materias primas, combustibles, etc. En suma surgieron como los organismos que centralizaban y dirigían la lucha. Así fueron vistos por pobladores y campesinos que concurrían a ellos en busca de orientación. Los cordones industriales demostraron en la práctica no sólo que jugaron un rol central en la derrota del paro patronal sino que, además, eran capaces de poner en funcionamiento la producción y su distribución sin la tutela patronal. Comprobaron de esta manera que la burguesía no era necesaria en el proceso productivo y que constituía sólo una clase parasitaria.

Sin embargo, este poder obrero en el que estaba la clave del triunfo de la revolución chilena, fue boicoteado y combatido por el gobierno de la UP y especialmente por los ministros comunistas que constituían su ala derecha. Fue así como Orlando Millas, ministro de economía, y Mireya Baltra, ministra de trabajo, insistieron en lograr que las fábricas fueran devueltas a sus antiguos dueños. Por su parte la CUT, transformada de hecho en parte del gobierno y dirigida por el comunista Figueroa, quiso someter a los cordones industriales a sus burocráticas directivas. El PS nunca los apoyó como partido, si bien a título individual, heroicos militantes cumplieron labores de dirección en los cordones, pero en conflicto con las directivas de su partido. El MIR por su parte, no le dio importancia a este fenómeno por su concepción popular y no obrera de la revolución por lo cual apostaban a trabajar sobre los campesinos y pobladores como su lugar preferente. En suma la mayoría de las fuerzas de izquierda no pusieron en el centro de su política el apoyo a los cordones industriales y su desarrollo.

El enfrentamiento armado

La burguesía estaba cada vez más alarmada, pues veía que las masas habían derrotado al paro patronal, que surgía un poderoso poder obrero en los cordones industriales, que expropiaba las industrias y las hacía funcionar. El gobierno de la UP, que el imperialismo y la burguesía habían tolerado para ganar tiempo y contener y desviar las luchas, estaba siendo desbordado por las demandas cada vez más radicales de los trabajadores y el pueblo. Todos estos elementos combinados produjo en la burguesía un cambio radical en el año 1973: sin renunciar a trabar el funcionamiento del gobierno desde la justicia y especialmente desde el parlamento, se lanzó de lleno a la preparación del golpe de estado. Para ello contó con la conducción y financiamiento del imperialismo norteamericano que, a través de la CIA, de sus diplomáticos, las multinacionales y altos funcionarios del propio gobierno yanqui, le dio su pleno apoyo. Todos recordarán el famoso “Comité de los 40” dirigido personalmente por Henry Kissinger, que llevó a cabo el plan concreto para asesorar a las fuerzas armadas en el derrocamiento de Allende.

Sin embargo, paralelo a esta realidad, que se hizo cada vez más evidente, surgieron dentro de las propias fuerzas armadas, desde abajo y espontáneamente, sin que ningún partido se lo propusiera, numerosos grupos de suboficiales y soldados que se organizaban y denunciaban a los oficiales golpistas. Fue un crimen político que nadie tomara estas denuncias como punto de partida para organizar a los soldados y los suboficiales contra el golpe con la clásica política leninista de llevar la lucha de clases al seno de las fuerzas armadas para dividirlas, para romper la verticalidad del mando, para destituir al conspirador, para organizarse y unirse a los cordones industriales.

Allende, el PC y el PS, hicieron todo lo contrario. Ante las numerosas denuncias que realizan suboficiales y soldados sobre los golpistas, Allende las desestimaba, lo que llevó a que la oficialidad se ensañara con los denunciantes. El PC ya vimos que seguía proclamando a los cuatro vientos que las fuerzas armadas eran “patriotas” que defendían al gobierno de Allende, mientras los preparativos del golpe se hacían más palpables. El PS, por su parte, sacaba al escenario al verborrágico izquierdista Carlos Altamirano para decir que había que realizar la dictadura del proletariado, que había que superar al parlamentarismo burgués, que había que tomar el poder, etcétera, mientras no decía en concreto cómo hacerlo y terminaba apoyando a Allende, que iba en la dirección opuesta. El MIR tuvo en algún momento consignas correctas como “soldado denuncia al oficial golpista”, pero que no tenían consecuencias organizativas prácticas pues lo suyo se inscribía en una orientación conspirativa y alejada del verdadero poder centralizador que surgía en los cordones industriales.

Este fue un gran crimen político, que impidió el triunfo de la revolución chilena, ya que las conducciones mayoritarias no se apoyaron en esa división horizontal que se daba masivamente en las FF.AA., no la aprovecharon para derrotar a los golpistas. La simple orientación de organizar a los soldados cuando salían de franco para apoyarlos y organizarlos en su lucha al interior de las fuerzas armadas, le hubiera creado a la alta oficialidad dificultades insuperables para llevar a cabo su plan. Si se aprovechaba esta oportunidad, teniendo la política correcta para dividir a las fuerzas represivas y para movilizar y armar a los trabajadores, el golpe no hubiera triunfado.

Faltó una política revolucionaria de independencia de clase

Entonces la conclusión es clara: se podía derrotar a Pinochet, y estuvo plateada la pelea por tomar el poder y avanzar en la revolución socialista. El golpe triunfó porque Allende, el PC y el PS durante tres años inocularon el veneno de la conciliación de clases y la confianza en las fuerzas represivas burguesas, propia de todos los reformista, sean comunistas stalinistas o socialdemócratas. Les dijeron a los obreros y al pueblo chileno que avanzarían hacia el socialismo pactando con la burguesía progresista que tenía contradicciones con el imperialismo o de la mano de fuerzas armadas patrióticas y neutrales. Estos partidos se dedicaron a mojar la pólvora, al quitarle el filo revolucionario a las masas que demostraron una y otra vez, especialmente desde sus cordones industriales, la fuerza y la organización necesaria para hacer la revolución socialista. Faltó una política de independencia de clase y el planteo claro de avanzar hacia la conquista del poder, como los hicieron en la experiencia victoriosa de 1917 el Partido Bolchevique, con Lenin y Trotsky en la Revolución Rusa.

Recorriendo los artículos de este libro, el lector se encontrará con las caracterizaciones y propuestas políticas que fue desarrollando la corriente trotskista que encabezaba Nahuel Moreno, y que se fue expresando en sus publicaciones de entonces.

El PRT-La Verdad y el PST, siendo consecuentemente internacionalistas, iban siguiendo los procesos revolucionarios de Bolivia, Uruguay, Argentina y Chile, al calor de la situación revolucionaria abierta en todo el mundo desde 1968 con el mayo francés. Polemizaban con la mayoría de las fuerzas de izquierda latinoamericana, que alentaban la política equivocada, alentada por los partidos comunistas encabezados por Fidel Castro, de apoyar a los distintos gobiernos burgueses nacionalistas, en lugar de desarrollar la movilización independiente de las masas por su propio poder.

El “socialismo del siglo XXI” no es una política revolucionaria

Pasadas varias décadas, el “Socialismo del Siglo XXI” de Hugo Chávez o el “socialismo andino” de Evo Morales, asesorados por Fidel Castro, reeditan la fracasada y trágica experiencia de la Unidad Popular chilena en la utópica y reaccionaria política de que es posible lograr el progreso para los pueblos, e incluso el “socialismo”, conviviendo con el imperialismo, con una economía mixta capitalista con las multinacionales extranjeras, y con sectores de las burguesía “nacionales” o “progresistas” y sus fuerzas armadas.

En Venezuela lejos de avanzar hacia el socialismo, lo que hizo el presidente Chávez durante más de una década de gobierno, y luego su sucesor Nicolás Maduro, es mantener salarios miserables, desabastecimiento, violar y desconocer los contratos colectivos, vulnerar la autonomía de las organizaciones sindicales, criminalizar la protesta, llevar las empresas estatales a un verdadero desastre, y entregar la industria petrolera a las transnacionales a través de las empresas mixtas. En el caso boliviano, los frecuentes paros, huelgas y movilizaciones por pensiones y salarios dignos o de los indígenas del Tipnis por la integridad de su territorio, han ido mostrando que Evo Morales, lejos de gobernar para su pueblo lo hace para las multinacionales que dominan los grandes negocios del gas y del petróleo. Las penurias que siguen sufriendo esos pueblos en su supuesto avance hacia el “socialismo” demuestran una vez más que para lograr un progreso duradero, un auténtico bienestar para las mayorías obreras y populares, no hay otro camino que romper con la burguesía y el imperialismo, expropiar a las grandes empresas explotadoras, y reorganizar el conjunto de la economía, para que pase a ser dirigida democráticamente por los trabajadores. Los gobiernos del supuesto “socialismo del siglo XXI” no solo mantienen la explotación capitalista-imperialista, sino que, con un lenguaje de izquierda, son el más grande escollo para que las masas tomen el camino de la revolución y conquisten auténticos gobiernos obreros, campesinos y populares.

El mundo sigue mostrando procesos revolucionarios por todos lados, fogoneados por la sostenida crisis del sistema capitalista y el ascenso de las masas. En un momento, es Latinoamérica, en otro la caída de las dictaduras de los países árabes, o las huelgas y movilizaciones de los trabajadores europeos.

Luego de que fuera derrumbado por las movilizaciones de masas el aparato dictatorial y burocrático de los partidos comunistas en la ex URSS y el este europeo, surgen nuevas organizaciones y alternativas. Se abren nuevas oportunidades para avanzar en las luchas y para retomar el camino hacia la construcción de partidos revolucionarios que retomen la tradición y la política de un auténtico socialismo, y que vaya logrando los triunfos que permitan la derrota definitiva del capitalismo imperialista en todo el planeta. El socialismo será con democracia obrera y mundial o no será.

Junio 2013

Notas:

* Abelardo Pardales se incorporó en 1968 al PRT-La Verdad que encabezaba Nahuel Moreno. Fue fundador de la corriente morenista en Chile en 1979. Es dirigente en la actualidad del Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST) chileno.