May 21, 2024 Last Updated 12:00 AM, May 21, 2024

La corriente fundada por Nahuel Moreno (de la que forma parte Izquierda Socialista) nació prácticamente en el mismo momento en que surgía el peronismo. Mientras la mayoría de la izquierda de entonces se enrolaba en la Unión Democrática, los trotskistas revolucionarios militaban en los sindicatos peronistas y peleaban contra los burócratas construyendo oposiciones sindicales. A partir de 1954 colocamos como centro la necesidad de luchar contra la ofensiva yanqui que culminaría en el golpe gorila de 1955.  

Escribe José Castillo

Nahuel Moreno había constituido en 1943 un pequeño grupo trotskista en Villa Crespo, Ciudad de Buenos Aires. Rápidamente sacaron la conclusión de que lo más importante, para salir de la marginalidad en que estaba sumido el trotskismo argentino de entonces era insertarse en la clase obrera. Decidieron entonces instalarse en Villa Pobladora, una extensa barriada obrera en Avellaneda, en donde se encontraban muchos de los principales frigoríficos de la época. Ahí, en el mismo momento en que estaba surgiendo el peronismo, en el corazón de la clase obrera, lo que luego sería el trotskismo “morenista” hizo sus primeras experiencias.  El GOM dio su primeros pasos, apoyando y participando de la huelga del frigorífico Anglo-Ciabasa en enero de 1945 y, a posteriori, formando parte de la creación de los nuevos sindicatos, cuerpos de delegados y comisiones internas, que a partir del peronismo comenzaron a tener un desarrollo desconocido hasta entonces. Villa Pobladora se convirtió en un “fortín trotskista” en medio de la marea peronista.

Años más adelante, el propio Nahuel Moreno rememoraría la importancia de esa experiencia: “fuimos los que dijimos que el lugar preferido de trabajo de los trotskistas debía ser los sindicatos peronistas. Supimos entender ese fenómeno decisivo. Y lo hicimos sin capitularle, porque denunciábamos el carácter totalitario y reaccionario de la burocracia sindical y del control estatal que ejercía sobre los sindicatos. Este acierto, opinó, es la página fundamental que escribió nuestro grupo y la razón última de que subsista hasta la fecha: el haberse ligado al movimiento obrero”. *

Corrigiendo definiciones políticas unilaterales

Nuestra corriente vio, correctamente, el enfrentamiento de Perón con el imperialismo yanqui. Pero en un primer momento lo minimizaba, al poner un signo igual con otra característica del peronismo: que era una fuerza política patronal, ligada a otro sector de la burguesía argentina, la más cercana al viejo imperialismo británico. Definir como patronal y bonapartista al gobierno de Perón era correctísimo: mientras el PS y el PC lo definían como “nazi-fascista”  y estaban en la Unión Democrática, hubo otras figuras que, proviniendo del trotskismo, como Abelardo Ramos, o del PC, como Rodolfo Puiggros, terminaron acríticamente apoyando a Perón. También era correcto señalar los lazos que unían a Perón con el viejo imperialismo británico, que se vería con claridad en los negociados que acompañaron la estatización de los ferrocarriles, donde se pagaron millonadas por contratos leoninos.  

Pero durante un período le dimos el mismo peso a todo esto que al enfrentamiento del peronismo con el imperialismo yanqui. Esto cambió cuando, a partir de nuestra participación en la  IV Internacional, aprendimos a ver el panorama mundial de conjunto. Ahí Nahuel Moreno, criticando nuestras posiciones anteriores, pudo pesar la importancia de lo que significaba el plan continental de colonización de los yanquis sobre Latinoamérica.

Nuestra intervención ante el golpe gorila de 1955

En 1948,el GOM pasó a denominarse Partido Obrero Revolucionario (POR). En los años finales del peronismo, actuando dentro de una escisión del viejo PS, que había roto por las posiciones gorilas de la dirección mayoritaria, pasamos a ser conocidos públicamente como “Federación Bonaerense del PSRN”, y editamos el periódico La Verdad. Habíamos crecido, participando en la fundación de sindicatos primero y en las listas opositoras a la burocracia peronista después. Nunca le cedimos al peronismo: criticamos una a una sus políticas, como los intentos, ya en su última etapa, de imponer un ajuste a los trabajadores vía lo que se llamó el “Congreso de la Productividad”. Pero, a la vez, veíamos el avance de la ofensiva yanqui para semicolonizar Latinoamérica.

Así advertíamos, en un artículo de La Verdad bajo el título “La Iglesia Católica al servicio del golpe de estado del imperialismo yanqui”: “el gobierno peronista no denuncia el verdadero instigador y sostenedor del golpismo: el imperialismo yanqui, ni llama tampoco a la clase obrera a jugar un papel combativo contra el imperialismo” (3/12/54). Esto se profundizará en los meses siguientes. La Federación Bonaerense del PSRN hizo una agitación inmensa denunciando el golpe patronal-clerical-proyanqui. Desde La Verdad y con miles de volantes llamaba a la organización y movilización obrera, a conformar milicias de trabajadores, a la vez que alertaba que Perón y la burocracia se negaban a hacerlo.

La que va a ser conocida como la “revolución fusiladora” terminó triunfando en setiembre de 1955. Perón renunció sin presentar resistencia y la burocracia de la CGT se llamó al silencio. Los trabajadores aislados, resistieron como pudieron. Allí estuvo, cerrando esta etapa, la Federación Bonaerense del PSRN, el trotskismo obrero de Nahuel Moreno, que  prácticamente sólo, se animó a llamar a un paro general el 17 de octubre de 1955, que tuvo un importante acatamiento en muchos sectores de la clase obrera. Fue el más digno final para un brillante período de intervención de nuestra corriente.

* Carrasco, Carmen y Hernán Cuello, Nahuel Moreno: Esbozo biográfico, Buenos Aires, 1988.


El 17 de octubre

Nuestra corriente jamás cometió el error catastrófico de los partidos mayoritarios de la izquierda argentina de entonces (Socialista y Comunista). Ambos, caracterizaban al peronismo naciente como la expresión local del “nazi-fascismo”, y marcharon codo a codo con el embajador norteamericano Spruille Braden y los partidos burgueses radical y conservador, participando en la tristemente célebre Unión Democrática que terminaría derrotada electoralmente por Perón en febrero de 1946.

Por supuesto que, en medio de la vorágine de los acontecimientos, era muy difícil precisar una caracterización exacta y correcta del fenómeno peronista. El GOM  tuvo unilateralidades, como contamos en la nota central, entre ellas minimizar el contenido del propio 17 de octubre. El propio Nahuel Moreno se autocriticaría de esto más adelante.

Pero el GOM tenía un reaseguro: estar metido a fondo, pese a ser un pequeño grupo, en el corazón del movimiento obrero y estar educado en el respeto a las decisiones de la base. Así, Elías Rodríguez, el primer gran dirigente captado por nuestra corriente, relata su participación el 17 de octubre: “Entremos ahora y cuando vengan a buscarnos […] hacemos una reunión al mediodía y votamos si seguimos trabajando o nos vamos a la calle con la demás gente´. Cuando estábamos trabajando llegaron los tipos (del piquete) que venían con garrotes. Entonces subí a la bancada y pegué un grito: ´¡Todo el mundo afuera! ¡Vamos a discutir!´. Pero el piquete no me dio pelota. ´Hay que salir´ y nada más…´¡Viva Perón! Entonces yo digo: ´Así yo no voy a la manifestación…´¡Qué Perón ni que ocho cuartos! […] Entonces Guillermo, el que me había presentado a los compañeros del GOM, me dice: ´Elías, la gente te reclama a vos, tenés que estar ahí adelante´. Fui a la puerta de la fábrica y ahí estaban todos los compañeros parados, esperando que yo fuera’. Entonces Elías se puso al frente y se fue a Plaza de Mayo, pasando por otras fábricas e invitando a los demás trabajadores, con el resto de sus compañeros, a incorporarse a la marea obrera.”*            

* González, Ernesto  El trotskismo obrero e internacionalista en la Argentina, Tomo 1. Antídoto, Buenos Aires, 1995.


¿Cómo enfrentamos el golpe gorila?

Los titulares de La Verdad son un testimonio impresionante: “El imperialismo yanqui y la Iglesia preparan un golpe de Estado: ¡Unidad de la clase obrera para enfrentarlo!” (19/5/55); “Movilización obrera: única respuesta contra el golpe de Estado clerical-patronal-imperialista” (10/6/55). Luego de los bombardeos a Plaza de Mayo del 16 de junio insistíamos: “El imperialismo yanqui y sus aliados siguen firmes en su ofensiva para colonizar el país”; y explicábamos: “preparemos la defensa de nuestras conquistas y organizaciones de los ataques de la reacción. El 16 de junio no ha terminado. Siguen planteados los mismos problemas y la lucha sigue en pie”. (25/6/55)

El 19 de agosto íbamos más a fondo: “¡La calle para los obreros! La reacción prepara un nuevo 16 de junio: ¡todos unidos para aplastarla!”. Y en la nota decíamos: “propugnamos que así como la reacción tiene armas y se prepara para usarlas contra la clase obrera, es preciso que ésta también se arme. Sólo así frenaremos a la reacción” (19/8/55). El último número antes del golpe titulábamos: “¡Leña a la reacción clerical-patronal-imperialista! ¡Manos libres a la clase obrera!”.

Dos años después del golpe, nuestra corriente editaría el libro “¡Quiénes supieron luchar contra la ´Revolución Libertadora´?”. Al final de su prólogo se decía: “Al terminar este trabajo el almanaque marca 20 de agosto. Hace 17 años que un agente de Moscú asesinó a León Trotsky. En la Argentina de 1957 el mejor homenaje a la memoria del gran conductor revolucionario está en las palabras que hace poco oímos de un dirigente obrero peronista refiriéndose a la tendencia que editaba La Verdad: “Deseo declarar públicamente que yo, dirigente peronista, hubiera querido tener la claridad y la valentía con que los compañeros trotskistas señalaron los errores del peronismo mientras combatían a la revolución libertadora”.*                     

* Moreno, Nahuel, El golpe gorila de 1955. Ediciones El Socialista Buenos Aires, 2012.

El próximo 24 de Marzo se cumplirán cuarenta y cuatro años del golpe cívico militar de 1976 encabezado por Videla y el imperialismo yanqui. Un golpe contra la clase trabajadora  y los sectores populares, contra la juventud, contra la militancia que venía creciendo masivamente desde el Cordobazo de 1969. Un golpe que tuvo como objetivo imponer un plan económico de hambre y entrega, al servicio de las multinacionales y el FMI, que nos dejó como herencia la inmoral, ilegal e impagable deuda externa que aún hoy seguimos arrastrando. Un golpe que implementó un plan sistemático de persecución  y exterminio a luchadores sindicales y políticos, estudiantes, referentes sociales y de derechos humanos, artistas y cualquiera que denunciara el carácter de la dictadura. Que para eso implementó un auténtico genocidio con la desaparición de 30.000 compañeras y compañeros. Y con otros hechos horrorosos como la apropiación de bebés por parte de los represores.

Un golpe que tuvo sus cómplices: los grandes empresarios beneficiados (los Pérez Companc, Fortabat, Rocca o Macri) y la cúpula de la Iglesia Católica. Se montaron cientos de centros de detención y tortura. Un golpe planificado por el imperialismo yanqui, como parte de un plan sistemático continental, que incluyó a casi todos los países del continente, con una represión conjunta a través de mecanismos como la Operación Cóndor.
Un golpe que generó, como contrapartida, una lucha contra la impunidad que aún no cesa. A pesar de que gobiernos posteriores lo intentaron, con el Punto Final, la Obediencia Debida o los indultos. Todos intentos derrotados por la movilización popular, como sucedió hace pocos años con el 2x1.

Centenares de miles nos movilizamos año a año. Gracias a esa continuidad, los juicios siguen y hay represores presos. Y, con mucho esfuerzo, gran parte de los niños apropiados (hoy adultos) han recuperado su identidad. Pero la tarea sigue inconclusa: la mayoría de los represores continúan sueltos, o en situaciones de “prisión domiciliaria” que nadie controla y es constantemente burlada. Los juicios tienen una lentitud exasperante. Y, en todos estos años, se han sucedido nuevos hechos de violaciones a los derechos humanos. Rafael Nahuel y Santiago Maldonado son los dos ejemplos más recientes, que integran la larga lista de asesinados y reprimidos en los años posteriores a la dictadura.
Por todo esto nos movilizamos cada 24. Más allá de que este año producto de la pandemia del coronavirus, no podamos estar masivamente en las calles, que nadie se confunda: ahí volveremos a estar marchando en cuanto la emergencia sanitaria termine.

Cuarenta y cuatro años después, el presidente Alberto Fernández pidió dar una “vuelta de página”, hacer borrón y cuenta nueva de este genocidio que atribuyó a “inconductas” de algunos. Fue tal el repudio, que tuvo que salir a desdecirse. Pero lo dicho, dicho estaba. Por eso lo acusamos de negacionista. Repudiamos sus dichos. Y seguimos afirmando como siempre: ¡no olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos!
Por todo esto, este 24 de marzo, desde Izquierda Socialista seguimos levantando todas  y cada una de las reivindicaciones que año a año, hemos levantado junto al Encuentro Memoria, Verdad y Justicia, el colectivo de organizaciones que orgullosamente hemos mantenido la independencia frente a la cooptación que sufrieron durante el kirchnerismo muchos organismos de derechos humanos. Y seguimos reivindicando la memoria de todos y cada uno de los 30.000 compañeras y compañeros detenido-desaparecidos, entre ellos los más de 100 del glorioso Partido Socialista de los Trabajadores (antecesor de Izquierda Socialista), gritando como lo hicimos tantas veces: ¡a los caídos no los vamos a olvidar, y con un mundo socialista volverán!

Esta es la primera nota de una serie que iremos publicando sobre el peronismo. En la década del ’40, un movimiento nacionalista burgués ganará a la mayoría de la clase trabajadora. Sus consignas de “independencia económica”, “justicia social” y “soberanía política” marcarán un enfrentamiento limitado contra el ascendente imperialismo yanqui. Sin embargo, los límites de ese primer peronismo saldrán claramente a la luz cuando Perón renuncie sin resistir al golpe gorila de 1955.

Escribe José Castillo

El entonces coronel Juan Domingo Perón pasó a ser conocido por los trabajadores a partir de su ascenso al cargo de Secretario de Trabajo y Previsión del gobierno militar surgido tras el golpe de 1943. Otorgando numerosas conquistas y laudando a favor de los obreros, se ganó rápidamente la simpatía del movimiento obrero. Pero, al mismo tiempo, siempre dejó en claro los límites: “No encontrarán ningún defensor más decidido que yo de los capitales”, diría en un famoso discurso ante grandes empresarios, mientras explicaba que su política tenía como objetivo que los obreros no cayeran “en manos comunistas”.

El centro de los roces y enfrentamientos del primer peronista fue contra el ascendente imperialismo yanqui. Perón, apoyándose sobre otros sectores patronales (más vinculados al viejo imperialismo inglés), resistió el embate de los yanquis que, fortalecidos, venían por la semicolonización de todos los países latinoamericanos.

Las medidas de gobierno 1946-1955

La clase trabajadora obtuvo innumerables conquistas, algunas que se afianzaron a partir del período que Perón estuvo al mando de la Secretaría de Trabajo y Previsión y otras que se dieron directamente en su presidencia. Así, la denominada “justicia social” se materializó en el salario mínimo, vital y móvil, el aguinaldo y las vacaciones pagas, el descanso semanal y los feriados obligatorios, la estabilidad y protección contra los despidos, la ley de accidentes de trabajo, el fuero laboral y muchas medidas más. A ello se le sumaron las grandes obras públicas: construcción de viviendas populares, escuelas, hospitales, colonias de vacaciones y hoteles sindicales.

Pero también el primer peronismo, en su enfrentamiento, con sus limitaciones pero real, contra el imperialismo yanqui, desarrolló una serie  de medidas que las podemos ubicar bajo su propio lema de “independencia económica”: nacionalización de la banca, creación del IAPI (que fue en cierta forma una nacionalización parcial del comercio exterior), estatización de varias empresas de servicios (Ferrocarriles, teléfonos, puertos, diques) y creación de otras (Aerolíneas Argentinas, Gas del Estado). Sus acciones expresaron muchas veces “soberanía política” frente a las presiones del imperialismo yanqui. Así, el gobierno peronista reconoció y estableció relaciones diplomáticas con la URSS, se opuso a la creación de la OEA y se negó a entrar al FMI.

Perón pudo hacer todo esto porque la Argentina se encontraba en una coyuntura económica internacional excepcional. Era el país semicolonial más avanzado del mundo. Venía de ser la quinta potencia comercial mundial y salía de la Segunda Guerra Mundial como acreedor de Gran Bretaña y con una enorme acumulación de divisas. Así, ese primer peronismo, sin tocar la propiedad de la tierra ni modificar la estructura oligárquica del país, pudo otorgar todas las conquistas arriba mencionadas.  

Los límites y el golpe del ‘55

Ya a comienzos de la década del 50 habían comenzado los problemas. La situación mundial había cambiado y las patronales ya no querían seguir sosteniendo los salarios y conquistas populares de los años anteriores. Perón trató de recomponer su relación con los yanquis: los apoyó en la guerra de Corea, invitó al hermano del presidente Eisenhower a visitar la Argentina y promovió contratos petroleros con empresas yanquis. A la vez, por medio del “congreso de la productividad” limitó los aumentos salariales, que perdieron poder adquisitivo frente a la inflación.
Pero nada de esto bastó. Los yanquis venían por todo en Latinoamérica. Ya habían derribado a Jacobo Arbenz en Guatemala y las presiones golpistas habían llevado al suicidio a Getulio Vargas en Brasil. No toleraban ningún gobierno con visos de independencia en la región, por más señales negociadoras que diera el peronismo.

Así se llegó al golpe gorila de 1955. Se forjó una alianza reaccionaria entre las patronales, el imperialismo y la Iglesia Católica. Tras hechos terroríficos, como el primer intento de golpe en el mes de junio, con bombardeos sobre la Plaza de Mayo, la clase trabajadora se radicalizó en defensa de Perón. Las movilizaciones y exigencias de “armas para el pueblo” se hicieron masivas. Sin embargo, cuando llegó el segundo y definitivo golpe, en setiembre, Perón decidió renunciar sin resistir. La propia CGT no movió un dedo. Miles de trabajadores, aislados y sin dirección aguantaron varios días en el Gran Buenos Aires y Rosario, pero, sin dirección ni coordinación, fueron aplastados.

¿Por qué Perón no resistió al golpe? Ahí se vieron los límites de ese primer peronismo. Hacerlo hubiera implicado armar milicias obreras, movilizarlas contra las patronales, la Iglesia, el ejército y la armada y poner en juego, ahora sí, la continuidad de la estructura capitalista de nuestro país. Pero Perón y el peronismo, por sobre todo, era un movimiento burgués, patronal, que nunca iba a hacerlo. Los trabajadores pagarían esto con planes de ajuste, represión y entrega en los años siguientes. La Argentina pasaría a ser una semicolonia de los yanquis.

El golpe gorila del ’55 se propuso liquidar las conquistas obreras del peronismo y sus organizaciones sindicales. Por medio de una enorme resistencia, la clase trabajadora argentina resistió a ese intento. Entonces la burguesía, las fuerzas armadas golpistas, los partidos políticos patronales y el imperialismo, cambiaron de estrategia y comenzaron a “integrar” al peronismo al régimen político. Las condiciones económicas internacionales también se habían modificado. Así, el peronismo dejaría de ser aquel movimiento nacionalista burgués, que, con todas sus contradicciones, enfrentaba al imperialismo yanqui y que, apoyado en esa coyuntura internacional excepcional de los ‘40, podía otorgar concesiones importantes a los trabajadores, y pasaría a ser lo que ya es desde hace décadas: un partido político patronal más, que al igual que las otras fuerzas políticas burguesas, lleva adelante las políticas de ajuste, entrega  y saqueo contra el pueblo trabajador.


Conciencia sindical y conciencia política

Los trabajadores argentinos venían reconociendo desde sus orígenes a direcciones de izquierda: anarquistas, socialistas y comunistas. Ya a mediados de la década del ’30, los anarquistas estaban muy debilitados, por lo que la dirección efectiva del movimiento obrero eran el PS y el PC. Pero eran direcciones reformistas y que se terminaron alineando, a partir del inicio de la Segunda Guerra Mundial, con el imperialismo yanqui. Por eso traicionaron innumerables luchas.

Con Perón, los obreros abandonaron a estas direcciones y se hicieron masivamente peronistas. Pasaron a confiar en que sus problemas se resolvían votando a un “patrón bueno”, o a un general. Significó un enorme retroceso político en la conciencia de la clase obrera. Desde entonces, los trabajadores argentinos votan y apoyan mayoritariamente a partidos patronales y no a sus propias organizaciones.

Este retroceso de la conciencia política, sin embargo, se combina con un ascenso de la combatividad sindical. Si bien el peronismo estatizó, burocratizó y regimentó los sindicatos, al mismo tiempo los fortaleció enormemente. El grado de sindicalización de la clase obrera argentina pasó a ser uno de los más altos del mundo. Y, por sobre todo, nacieron las comisiones internas y los cuerpos de delegados, que, más de una vez, se convirtieron en un auténtico “doble poder” en la fábrica, enfrentando a la autoridad del patrón. A partir de ellas, la clase trabajadora llevaría adelante innumerables y heroicas peleas.

Desde 1955, un objetivo principal del imperialismo y el conjunto de la patronal, ha sido destruir esta organización sindical. A pesar de las feroces represiones (incluyendo la de la dictadura militar del ´76) no lo lograron. La clase trabajadora resistió y siguió (y así continúa hasta hoy) peleando contra los planes de ajuste, de entrega o los abusos patronales.
Esta elevada conciencia sindical se combina, así, con una baja conciencia política. Lograr que los combativos trabajadores de nuestro país dejen de votar a partidos patronales como el peronismo, para pasar a apoyar y construir nuevas alternativas políticas de izquierda, para pelear por el gobierno de los trabajadores y el socialismo, es la gran tarea que tenemos pendiente.

El 25 de enero de 1987 falleció Nahuel Moreno. Fue uno de los fundadores del troskismo en Argentina y en Latinoamérica, y el gran constructor de nuestra corriente política, que hoy tiene continuidad en Izquierda Socialista.

Escriben Francisco Moreira y Diego Martínez

Nahuel Moreno se inició en el troskismo, a principios de la década de los 40 en circunstancias muy difíciles. En 1940, León Trotsky, quien junto con Lenin había encabezado la revolución rusa, había sido asesinado por un agente estalinista. Trotsky era por lejos el dirigente más probado y capaz de la IV Internacional y su muerte dejó un gran vacío. Como si esto fuera poco una gran parte del os principales cuadros y dirigentes que habían trabajado codo a codo con Trotsky fueron asesinados a manos del stalinismo y el fascismo. Frente a esta situación la IV Internacional había quedado disgregada y su dirección fuertemente debilitada. Moreno solía decir que el suyo fue un troskismo “bárbaro”. Se formó políticamente sin la guía de una dirección sólida.

Moreno se desarrolló como dirigente en el período posterior a la segunda guerra mundial. Fue una etapa signada por grandes revoluciones, como la China y la cubana, que contradictoriamente fueron dirigidas por aparatos contrarrevolucionarios que se fortalecieron al calor de esos grandes triunfos de la lucha de clases. Una parte importante de los dirigentes de la IV Internacional sucumbieron ante estas direcciones, adaptándose a ellas de forma oportunista. Otro sector se aisló sectariamente de estos procesos planteando que no hubo revoluciones. Moreno tuvo el mérito de participar e impulsar activamente los procesos de la lucha de clases de esta etapa sin capitular ante sus direcciones. Por eso creemos que es el dirigente troskista de la posguerra que mejor pasó la prueba.

Los inicios en el movimiento obrero

En 1944, Moreno fundó el Grupo Obrero Marxista (GOM), sacando al movimiento trotskista argentino de los debates de café y llevándolo al movimiento obrero. Un pequeño grupo de jóvenes del barrio porteño de Villa Crespo, aconsejados por Mateo Fossa, un gran dirigente obrero de la época, se ligaron a las huelgas de uno de las principales zonas industriales de la época, Avellaneda, en la zona sur del gran Buenos Aires, con el simple precepto de ponerse a disposición de lo que necesiten los trabajadores sin “bajar línea”. Así fue que se fueron ganando la confianza de los principales activistas, el grupo se fue a vivir al barrio de Villa Pobladora y se dieron los primeros pasos de la construcción del partido en el seno del movimiento obrero. Desde entonces Moreno y nuestra corriente fueron fanáticos de acercarse a las “pobladoras” de cada lugar donde el partido tuviese la oportunidad de construirse pegado al movimiento obrero.

Sin embargo no eran épocas sencillas para construir el troskismo en la clase obrera. Una gran mayoría de la clase trabajadora argentina estaba siendo ganado por el peronismo, que había otorgado importantes concesiones a los sectores obreros y populares. Nuestra corriente señaló, sin embargo que el peronismo era un movimiento burgués, que no había que depositar ninguna confianza en él y que por su carácter conciliador esas conquistas se podían perder. Esta definición no nos impidió luchar codo a codo junto a los activistas obreros que se identificaban como peronistas cuando vino el golpe gorila de 1955, orquestado por el imperialismo yanqui, contra la actitud del propio Perón quien se entregó pacíficamente y no movilizó a la clase trabajadora para dar la pelea.

Debates en la IV Internacional

En 1948 ocurrió un hecho muy importante en la historia de nuestra corriente que fue la participación en el II congreso de la IV Internacional, el primero que se realizaba después de la muerte de Trotsky. Para Moreno y para nuestro partido fue una gran experiencia y de allí sacamos como conclusión la importancia de ser parte de una organización internacional por más pequeña que esta sea. Desde entonces nuestra corriente tiene la obsesión por construir partidos en todas partes del mundo y por estar abiertos a la fusión con otras corrientes revolucionarias, así provengan de trayectorias diferentes a la nuestra.

En ese congreso de 1948 se eligió a la dirección de la internacional, encabezada por el griego Michel Pablo y el belga Ernest Mandel. Moreno la definió como una dirección inexperta, impresionista, formada en ámbitos intelectuales y no en la lucha de clases y sostuvo duras polémicas con ella.
Pablo y Mandel comenzaron a imponer una línea de permanente capitulación a los partidos comunistas que seguían al aparato de la URSS encabezado por Stalin y a los nacionalismos burgueses en Latinoamérica, Asia y África, como así también posteriormente al castrismo. Moreno alertó que esa orientación oportunista llevaba a renunciar a la construcción de partidos revolucionarios y al hundimiento de la Internacional e hizo especial hincapié en los setenta en la polémica con la política de elevar la táctica de la guerrilla, que se había mostrado como correcta para la revolución cubana, al plano estratégico, planteando que había impulsar la guerrilla en todos los países de Latinoamérica. Moreno sostuvo que este planteo llevaría al desastre a generaciones enteras de luchadores y sería contraproducente para el desarrollo de la revolución latinoamérica. Seguía los consejos de Lenin, quien había planteado que había que ser firmes en los principios y en el programa revolucionario y flexible en la tácticas, acoplándose a las formas de lucha que de la clase obrera y los sectores populares en cada parte del mundo.

La necesidad de partidos revolucionarios y la Cuarta

Pasaron más de treinta años del fallecimiento de Moreno y el capitalismo sigue aún sumido en una crisis crónica. Ante sus nefastas consecuencias millones en el mundo se levantan y protagonizan heroicas rebeliones y revoluciones. Las luchas de la clase obrera y los pueblos logran, muchas veces, enormes triunfos. Pero a pesar de ellas, el capitalismo aún no ha caído. Es que al frente de estas luchas surgen direcciones que dicen que existe una salida a la crisis en los marcos del capitalismo, como las experiencias ya fracasadas del falso “socialismo del siglo XXI” de Chávez, Evo o Lula. Frente a ellas es necesario recordar las enseñanzas de Moreno, quien afirmaba que no hay salida de fondo si la clase trabajadora no toma el poder, expropia a la burguesía y al imperialismo y comienza a construir el socialismo. Y que esta no es una tarea nacional, sino que forma parte de algo mucho más grande, la revolución socialista internacional.

Por eso sigue vigente el desafío de construir un partido y también una internacional revolucionarios. Esta la inmensa tarea que continuamos impulsando desde Izquierda Socialista y la Unidad Internacional de Trabajadoras y Trabajadores–Cuarta Internacional.


“Ser trotskista hoy” (Nahuel Moreno)

 En agosto de 1985, en un reportaje, Moreno resumió las definiciones centrales del trotskismo, destacándose la necesidad de construir partidos revolucionarios y la Cuarta Internacional. Este es uno de los legados por el que continuamos batallando desde Izquierda Socialista y la UIT-CI.

“[Ser trotskista] significa defender las posiciones de principio del socialismo, del marxismo. […] En el aspecto positivo, ser trotskista es responder a tres análisis y posiciones programáticas claras. La primera, que mientras exista el capitalismo en el mundo o en un país, no hay solución de fondo para absolutamente ningún problema: empezando con la educación, el arte y llegando a los problemas más generales del hambre, de la miseria creciente. Unido a esto, aunque no es exactamente lo mismo, el criterio de que es necesaria una lucha sin piedad contra el capitalismo hasta derrocarlo, para imponer un nuevo orden económico y social en el mundo, que no puede ser otro que el socialismo. Segundo problema, en aquellos lugares en donde se ha expropiado a la burguesía (hablo de la URSS y de todos los países que se reclaman del socialismo), no hay salida si no se impone la democracia obrera. El gran mal, la sífilis del movimiento obrero mundial es la burocracia (…) Y la tercera cuestión, decisiva, es que es el único consecuente con la realidad económica y social mundial actual, cuando un grupo de grandes compañías trasnacionales domina prácticamente toda la economía mundial. A este fenómeno económico social hay que responderle con una organización y una política internacional. […] Para eso, es necesario retomar la tradición socialista de la existencia de una internacional socialista, que encare la estrategia y la táctica para lograr la derrota de las grandes trasnacionales que dominan al mundo entero, para inaugurar el socialismo mundial. […] Por eso, la síntesis, del trotskismo hoy día es que los trotskistas son los únicos en el mundo entero que tienen una organización mundial (pequeña, débil, todo lo que se quiera) pero la única internacional existente, la Cuarta Internacional, que retoma toda la tradición de las internacionales anteriores y la actualiza frente a los nuevos fenómenos, pero con la visión marxista: que es necesaria una lucha internacional.”

 

Escribe Adolfo Santos

El próximo 9 de noviembre se cumplen 30 años de uno de los acontecimientos políticos más importantes del último siglo: la caída del Muro de Berlín. Para algunos, los acontecimientos de 1989, significaron el triunfo del capitalismo sobre el socialismo. Llegaron a afirmar que era el “fin de la historia” y sectores de la izquierda lo vieron como una derrota de la clase trabajadora mundial. Los socialistas revolucionarios tenemos otra visión.

La caída del Muro de Berlín causó una sorpresa mundial. Los medios de comunicación, asistían y relataban exultantes como aquella infranqueable barrera de hierro y cemento, que durante 45 años había dividido el territorio alemán, separando familias, amigos y generando un trauma social espantoso, se derrumbaba bajo la incontenible fuerza de la movilización popular.

Algunos medios, intentaron explicar el hecho adjudicándolo a una jugada magistral del capitalismo imperialista, encabezado por el entonces presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, junto al Papa Juan Pablo II y con la complicidad de Gorbachov. Hasta el día de hoy, el presidente ruso Vladimir Putin, dice que “Gorbachov se equivocó”, como si ese proceso histórico hubiera sido determinado por el acuerdo entre unas pocas figuras influyentes.

Ninguno de esos personajes, ni mucho menos el viejo dictador de la República Democrática Alemana, Erich Honecker, planificaron ese hecho. Al contrario, a todos les convenía mantener el “status quo” establecido al final de la segunda guerra mundial, cuando mediante los Pactos de Yalta y Potsdam, firmados por Churchill, Roosevelt  y Stalin, se repartieron el mundo con el compromiso de que el Kremlin limitaría su dominio sobre los países del este europeo e iría a colaborar para evitar revoluciones en el resto del mundo.

Por eso es importante resaltar que la caída del Muro de Berlín, no se limitó solamente a la reunificación de las dos Alemanias, lo que por sí solo sería una gran victoria. Ese proceso significó el derrumbe del aparato estalinista mundial que mantenía encorsetado el movimiento de masas y puso fin al acuerdo entre el imperialismo y la burocracia soviética. Un acuerdo contrarrevolucionario que llevó a los PC’s a traicionar revoluciones o cuando no lo conseguían, desviarlas para que no avancen.

Hasta 1989, el imperialismo había apelado al peso del PC, de Moscú y sus agentes locales para  evitar las revoluciones. Así actuaron para impedir nuevas Cubas, abortando procesos como el de Nicaragua o El Salvador. En Europa jugaron un papel similar en el Mayo Francés del ‘68 o en la revolución de Portugal del ’74. El estalinismo ahogó rebeliones apoyando dictaduras en los países africanos o enviando los tanques contra los levantamientos antiburocráticos del este europeo, como ocurrió en Hungría del ’56 y Checoslovaquia del ’68.

Esas traiciones, combinadas con las graves crisis económicas que afectaban los países del llamado “socialismo real”, crearon el caldo de cultivo donde se fue incubando un proceso de levantamientos y rebeliones que tuvieron en la caída del Muro de Berlín el hecho más destacado, acabando también con las dictaduras establecidas en Polonia, Hungría, Rumania y los demás países bajo el control estalinista incluyendo Rusia.

La reunificación alemana, por tanto, fue el resultado de un proceso de movilizaciones de las masas del Este europeo exigiendo democracia y bienestar, frente al deterioro de sus condiciones de vida impuestas por una economía dependiente del imperialismo, producto del estancamiento de la revolución mundial por la política estalinista. Sin embargo, debido a las ilusiones generadas en relación a las bondades del capitalismo y a la falta de una dirección revolucionaria, estas movilizaciones, no fueron capaces de evitar la restauración capitalista.

Pero a pesar de las fuertes contradicciones que generaron en la conciencia de los trabajadores, los socialistas revolucionarios consideramos que la caída del Muro de Berlín fue un hecho positivo, ya que el imperialismo perdió su principal aliado para frenar al movimiento de masas y hoy tiene mayores dificultades para controlar las rebeliones y movimientos revolucionarios que genera la profunda crisis del sistema capitalista, como lo demuestran los procesos en curso en Ecuador, Chile, Líbano, Irak y otros países.


Las contradicciones del triunfo

Decir que fue un hecho positivo no significa desconocer las contradicciones que generó la caída del Muro. Uno de los mayores problemas, fue que ese proceso de revolución política no consiguió parar el curso restauracionista que había iniciado la burocracia estalinista mucho antes de 1989.
En todos los países donde dominaba la política estalinista, se pudo avanzar en la restauración del capitalismo por la alianza de la burocracia con el imperialismo y las multinacionales y porque en ese proceso no surgió una dirección revolucionaria capaz de evitarla. La falta de una alternativa anti restauracionista, generó una inmensa confusión en la cabeza de millones de trabajadores que creyeron que con el capitalismo podrían tener, además de libertades, conquistas sociales cualitativas.

Los casi setenta años de opresión estalinista, fueron el motor capaz de mover las masas contra esas dictaduras. Eso fue aprovechado por la propaganda imperialista para martillar sobre el fracaso del socialismo. A esto se sumó la izquierda reformista, ex estalinistas, los castro-chavistas que comenzaron a hacer ideología de que el fracaso del “socialismo real” era por “exceso de estatismo” y del régimen de partido con centralismo democrático creado por Lenin. De ahí inventaron nuevas fórmulas, como las del “socialismo del siglo XXI” entrelazados con las multinacionales y los empresarios. Y a partir de la teoría de que el leninismo fue lo que originó la burocracia estalinista, algunos de estos sectores proponen partidos horizontalistas, sin centralismo democrático, o que se niegan a disputar el poder.

Sin embargo los hechos de la realidad colocan en jaque estas nuevas teorías. Con la crisis económica de 2007/2008, se ha desarrollado un proceso de luchas a nivel mundial que cuestionan el propio sistema capitalista provocando avances importantes en la conciencia del movimiento de masas. Es lo que vemos en los procesos en curso, donde reivindicaciones mínimas como el aumento de pasajes o la aplicación de un impuesto, se convierten en rebeliones que cuestionan seriamente el sistema capitalista y sus organismos que los representan, como el FMI. Esto nos abre posibilidades inmensas para pelear por el programa, las consignas y una organización con centralismo democrático, independiente, de los trabajadores y el pueblo, que nos conduzca a la revolución socialista.


Hay otros muros para derribarHay otros muros para derribar

“El Muro de Berlín era la noticia de cada día. De la mañana a la noche leíamos, veíamos, escuchábamos: el Muro de la Vergüenza, el Muro de la Infamia, la Cortina de Hierro... Por fin, ese muro, que merecía caer, cayó. Pero otros muros han brotado, siguen brotando, en el mundo, y aunque son mucho más grandes que el de Berlín, de ellos se habla poco o nada. Poco se habla del muro que Estados Unidos está alzando en la frontera mexicana […] Casi nada se habla del Muro de Cisjordania, que perpetúa la ocupación israelí de tierras palestinas y de aquí a poco será 15 veces más largo que el Muro de Berlín. Y nada, nada de nada, se habla del Muro de Marruecos, que desde hace 20 años perpetúa la ocupación marroquí del Sáhara occidental [...]” Extracto del texto “Muros”, del escritor y periodista Eduardo Galeano, denunciando la hipocresía de los medios de comunicación mundial. (Página12 23/04/2006).

 

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