Nov 23, 2024 Last Updated 12:40 PM, Nov 23, 2024

Escribe José Castillo

Cuando se realizaron las elecciones de 1983 ya nada quedaba de ese movimiento nacionalista burgués que, con todas sus contradicciones, se había enfrentado así sea parcialmente al imperialismo yanqui treinta años antes. La vuelta de Perón, que tantas expectativas había despertado, terminó con la Triple A, el ajuste del Rodrigazo y el desastre del gobierno de Isabel. Durante la dictadura militar, si bien muchísimos de los desaparecidos y presos políticos se reivindicaban peronistas, poco y nada era lo que el “movimiento nacional justicialista” (así solía denominarse) había hecho y dicho en esos años. Italo Argentino Luder fue el candidato del Partido Justicialista en 1983, el mismo que había firmado en 1975 los “decretos de aniquilación de la subversión” que la dictadura genocida utilizó como “excusa legal” para la represión genocida. En plena campaña electoral Luder apoyó la “autoamnistía” de Bignone, el último dictador, con la que los militares pretendían cerrar cualquier castigo a sus crímenes. Por eso no sorprendió que el 30 de octubre de 1983 el peronismo sufriera la primera derrota electoral de su historia. Una fracción importante de la propia clase obrera industrial formó parte del 52% que le dio la victoria a Raúl Alfonsín.

El régimen político bipartidista

Nació un nuevo régimen político que se dedicó a sostener y profundizar la semicolonización y la entrega de nuestro país hambreando cada vez más al pueblo trabajador con infinidad de planes de ajuste. Radicales y peronistas constituyeron un “bipartidismo”, los peronistas, aun derrotados por primera vez en una elección presidencial, gobernaron provincias, intendencias, tuvieron bancas en las cámaras de Diputados y Senadores, en las legislaturas provinciales y en los concejos deliberantes de todo el país. Fueron ejecutores directos o cómplices, según el caso, de miles de leyes y resoluciones antipopulares que se fueron sucediendo en los años siguientes.

Los viejos dirigentes peronistas que venían de antes de 1976, desprestigiados al extremo, fueron rápidamente reemplazados por una camada que pasó al primer plano, la llamada “renovación”, detrás de algunos viejos referentes “menos quemados” como Cafiero y Menem, y detrás de ellos De la Sota, Grosso, Manzano y, en una tercera línea, prácticamente todos los dirigentes que son protagonistas aún hoy. Los políticos de la “renovación” posaban de “modernos” y, con la justificación de “garantizar la gobernabilidad”, le fueron dando al PJ el perfil de partido patronal confiable a las empresas y el imperialismo, con aspiraciones de volver al poder, ya no solamente como “última opción” ante el ascenso, como sucedió en 1973, sino en un marco de “normal alternancia democrática”. Incluso el peronismo promovió y le dio “acceso” a la vida política a dirigentes de la dictadura, como fue el caso de Domingo Cavallo, que llegó a diputado nacional de la mano de De la Sota en Córdoba.

Un peronismo en crisis

La integración total y absoluta del peronismo a un régimen democrático burgués que garantizaba y profundizaba la semicolonización no fue gratis. El viejo “movimiento nacional” agonizaba, ciertamente bajo una montaña de votos. En su folklore seguía existiendo la marcha que recitaba “combatiendo al capital”, pero los dirigentes ni siquiera disimulaban que eso era solo una “una licencia poética”. Por tradición familiar, costumbre, o porque aún quedaba una vieja camada que seguía recordando las conquistas de la década del ’40, la mayoría de la clase trabajadora y los sectores populares seguían votando al peronismo. Pero crecía como nunca había sucedido hasta entonces la apatía, ya nadie daba “la vida por Perón”, como se decía en las décadas anteriores. Los burócratas sindicales, que ya habían tenido que soportar el desafío de la nueva vanguardia que los enfrentó en el período 1969-76, y que habían respondido con matonaje, asesinatos y, en algunos casos, delatando a los militares genocidas a esos compañeros, eran más odiados que nunca. Comenzaba una etapa donde las nuevas camadas de trabajadores y de la juventud ya no se referenciarían directa y mayoritariamente con el peronismo. 

Menem y una vuelta de tuerca en la semicolonización

El ajuste sistemático implementado por el gobierno de Alfonsín para garantizar los pagos de una deuda externa que, generada por la dictadura militar, había sido reconocida por el gobierno radical, lo llevó a su rápido desgaste. Así pasaron los hambreadores planes Austral y Primavera. Un sector de la dirigencia sindical peronista, encabezado por Saúl Ubaldini, buscó canalizar la bronca, contundentes paros generales con multitudinarias movilizaciones eran seguidos por períodos donde la burocracia sindical dejaba “correr el ajuste”, sumiendo a los trabajadores en la desmoralización, dejando aisladas las innumerables luchas parciales en las que se iba forjando una nueva vanguardia, con centenares de cuerpos de delegados y comisiones internas con influencias de la izquierda.

El gobierno radical, que ya había sufrido una fuerte derrota electoral a manos de la “renovación” peronista, terminó cayendo en medio de la hiperinflación, la bronca popular y los saqueos en 1989. El peronismo ganó las elecciones presidenciales con Carlos Saúl Menem prometiendo “salariazo” y “revolución productiva”.

Sin embargo, apenas asumió, el nuevo gobierno peronista se lanzó a un salvajísimo ajuste. Privatizó, en tiempo récord, todas las empresas públicas: Aerolíneas Argentinas, Entel, Gas del Estado, Ferrocarriles Argentinos, YPF fueron entregadas al saqueo del capital extranjero. Las que no pudieron ser vendidas “enteras” fueron desguazadas. El caso de los ferrocarriles fue paradigmático, ramales enteros fueron levantados por “no ser rentables”, dejando regiones enteras sin comunicación y más de 100.000 compañeros en la calle. La desocupación creció astronómicamente. Los salarios cayeron también en forma vertical. El hambre, literalmente, empezó a aumentar en los barrios populares. Si bien importantes sectores de la clase trabajadora salieron a pelear, en particular en las propias empresas que se querían privatizar, fueron aislados y finalmente derrotados. La burocracia sindical dejó pasar el conjunto del ajuste, en algunos casos con la política de oponerse declamativamente y no hacer nada, como el caso de Ubaldini, y en otros, directamente apoyando y transformándose en “socios” y nuevos “patrones” de la privatización (como el caso de Pedraza en la Unión Ferroviaria).

Menem convocó a dirigentes ultraliberales y a los grandes empresarios a directamente hacerse cargo del gobierno. Así, la privatización de Entel estuvo a cargo de María Julia Alsogaray (la hija del histórico dirigente liberal ultragorila Álvaro Alsogaray). El Ministerio de Economía directamente le fue entregado a Bunge y Born y, luego del fracaso de este grupo, a Domingo Cavallo, que puso en marcha la “convertibilidad”, el plan económico que, de conjunto, garantizó el ajuste y la entrega entre 1991 y 2001. El sometimiento internacional al imperialismo yanqui llevó a que la Argentina enviara dos naves a la “guerra del Golfo” (el ataque a Irak del presidente Bush -padre-, en 1991). El ministro de Relaciones Exteriores, Guido Di Tella, afirmó que debíamos tener “relaciones carnales” con los Estados Unidos, mientras que Menem se transformaba en el principal impulsor del ALCA (Área de Libre Comercio para las Américas).

Como si todo esto fuera poco, Menem dio un salto cualitativo en la impunidad a los genocidas. Ya el gobierno de Alfonsín había promulgado las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, pero ahora el gobierno peronista procedió a liberar a absolutamente todos los genocidas por medio de dos decretos de indultos. Un símbolo final de este peronismo fue el abrazo de Menem nada menos que con el almirante Rojas, principal conductor de la “revolución fusiladora” de 1955.

Los peronistas “opositores”

La crisis del peronismo no se cerró con la victoria electoral de 1989. Al contrario, se profundizó. Millones de trabajadores miraban azorados cómo el viejo “movimiento” de Perón y Evita llevaba adelante estas políticas que acabamos de describir. Algunos dirigentes trataron de capitalizar esta bronca, así nació el Frente Grande, de la mano de dirigentes peronistas que habían militado para la presidencia de Menem y llegado al Congreso en sus listas, como Chacho Álvarez y Germán Abdala, junto con otros referentes de la centroizquierda de otros orígenes,como Graciela Fernández Meijide.

Apoyándose en el repudio que en muchos sectores causó el “Pacto de Olivos” (acuerdo entre Menem y Alfonsín), por el que peronistas y radicales facilitaron una reforma constitucional en 1994 para habilitar la reelección de Menem, el Frente Grande, ya denominado Frepaso, sumó al gobernador peronista Bordón y logró ser la segunda fuerza en las elecciones presidenciales de 1995.

El Frepaso posteriormente se unió al radicalismo para dar lugar a la Alianza, que terminó ganando las elecciones de 1999. Sus dirigentes hacían oposición basándose en las denuncias de corrupción del menemismo, pero cuidándose muy bien de decir a la vez que apoyaban la continuidad de la convertibilidad y las privatizaciones. Este espacio tuvo también su pata sindical, nacida casi en el mismo momento, en 1992, la CTA. Con peso particularmente en los gremios estatales y docentes, retóricamente se “oponía” a las políticas de ajuste y privatización, mientras dejaba aisladas a las luchas efectivas que se dieron en el período.

La derrota del peronismo en 1999 y los dos años de De la Rúa

Las consecuencias del ajuste y la entrega menemista mostraban todas sus secuelas hacia el fin de siglo. La deuda externa había vuelto a crecer y sus pagos eran otra vez imposibles de sostener. La desocupación alcanzaba niveles históricos, millones de trabajadores estaban precarizados y con salarios de miseria. En ese marco, el peronismo fue derrotado en las elecciones de 1999. La Alianza continuó el ajuste en los dos años que gobernó. Los gobernadores y legisladores peronistas, tal como habían hecho antes durante su gobierno, acompañaron el ajuste en nombre de la gobernabilidad. O de la billetera, como se vio cuando en el Senado facilitaron una ley de flexibilización laboral (conocida desde entonces como ley Banelco).

Todo terminó estallando en ese histórico levantamiento popular conocido como “Argentinazo”, en diciembre de 2001. La mayor síntesis de hasta dónde había llegado la crisis del régimen político bipartidista se expresó en sus dos consignas centrales “¡que se vayan todos!” y “sin radicales ni peronistas vamos a vivir mejor”.

 

 

Escribe Adolfo Santos

El período transcurrido entre 1973 y 1976 fue uno de los más convulsionados de la historia política reciente de nuestro país. Dos importantes hechos marcaron aquel momento. Por un lado, el gran ascenso iniciado con el Cordobazo, que en la primera mitad de los años ’70 adquirió una fuerza extraordinaria. Por otro, el fin de ese proceso con la derrota de la clase trabajadora a manos del más sangriento golpe militar sufrido en nuestro país. En esos cuatro años se sucedieron cuatro gobiernos, el de Héctor J. Cámpora, el de Raúl Lastiri (asumió de forma provisional), el de Juan Domingo Perón y el de María Estela Martínez de Perón. Todos ellos gobernaron con el objetivo de cerrar el proceso abierto con el Cordobazo. En ese cortísimo espacio de tiempo amplios sectores de masas pasaron de la euforia por reinstalar un gobierno peronista después de años de proscripción, a la necesidad de tener que enfrentarlo con grandes huelgas y movilizaciones. En ese desarrollo vertiginoso y conflictivo, en el que sectores importantes de la dirigencia peronista enfrentaron desde el gobierno a los trabajadores y sus demandas, se fue incubando el golpe contrarrevolucionario de marzo de 1976 que, finalmente, cerró la etapa abierta con el Cordobazo.

La lucha de clases acaba con la dictadura

Desgastada y acorralada por las luchas, la autodenominada Revolución Argentina, que en 1966 llegó anunciando “tenemos objetivos pero no tenemos plazos”, fue perdiendo fuerzas. Acosada por conflictos e insurrecciones obreras, estudiantiles y populares, su último representante, el general Alejandro Agustín Lanusse, no tuvo más remedio que rehabilitar a los partidos políticos y negociar con los principales líderes burgueses, fundamentalmente con Perón, desde su exilio en Madrid, y con Ricardo Balbín, de la UCR, la convocatoria a elecciones para canalizar el ascenso. Como parte de este acuerdo, después de muchos años, se levantó la proscripción al peronismo, aunque con una maniobra leguleya (solo podían ser candidatos los residentes en el país hasta antes del 25 de agosto de 1972) se impidió la postulación de Perón.

Cámpora al gobierno, Perón al poder

El peronismo debía actuar como dique de contención de las crecientes luchas que habían comenzado a generar nuevas direcciones antiburocráticas, clasistas e independientes, cuya dinámica colocaba en peligro el sistema vigente. Sin embargo, como quedó demostrado en el período posterior a la asunción del gobierno, era evidente que la fórmula presidencial encabezada por Cámpora y el conservador Solano Lima no tenía la autoridad suficiente para controlar el proceso. Se necesitaba una dirección de verdad, algo que solo se podía conseguir con la intervención directa del general Perón. De alguna manera, los sectores que impulsaron la consigna Cámpora al gobierno Perón al poder, formulada en el lanzamiento de la campaña del Frente Justicialista de Liberación (Frejuli) en el mes de enero, estaban materializando esa necesidad, como quedó demostrado en la breve “primavera camporista” iniciada el 25 de mayo.

En la medida que los trabajadores veían el triunfo electoral como propio y se sentían con el derecho de exigir nuevas demandas, las movilizaciones no paraban de crecer. En la noche del mismo día 25 de mayo miles de personas rodearon la cárcel de Devoto exigiendo la libertad de los presos políticos. En apenas unas horas casi quinientos presos, muchos de ellos dirigentes de organizaciones guerrilleras, fueron liberados de las cárceles de Devoto, Rawson, Caseros, La Plata, Tucumán y Córdoba, algo que con una “ley de amnistía”, como proponían los políticos, hubiera demorado meses. Una gran ola de conflictos por reivindicaciones largamente postergadas, exigiendo la reincorporación de los despedidos durante la dictadura y por cuestiones democráticas y económicas, se extendió como reguero de pólvora. Las huelgas con ocupaciones de fábrica, muchas veces con miembros de la patronal como rehenes, se convirtieron en moneda corriente. La zona norte del Gran Buenos Aires, donde se habían instalado centenas de fábricas, fue la vanguardia de este proceso. Las metalúrgicas Ema, Wobron y Tensa, Editorial Abril, las ceramistas Lozadur y Cattaneo, los astilleros Astarsa, fideos Matarazzo, DPH y Panam, del plástico, entre otras, fueron protagonistas de la efervescencia obrera de ese momento y generaron una nueva vanguardia que le disputaba espacios a la burocracia sindical.

Impotente frente al ascenso, Cámpora renuncia

Apenas habían pasado cuarenta y nueve días cuando Cámpora, débil para detener el ascenso, fue obligado a renunciar el 13 de julio para abrirle camino a Perón, el único dirigente con autoridad para intentar frenar las luchas. El golpe palaciego que destituyó a Cámpora instaló a Raúl Lastiri, un desconocido de las mayorías, del entorno de Isabel Perón y yerno de López Rega, que asumió interinamente la presidencia. El Pacto Social, un proyecto de conciliación de clases impulsado desde el gobierno de Cámpora, no conseguía cumplir su cometido. El proyecto, ideado por el ministro de Economía José Ber Gelbard –dirigente de la Confederación General Económica, donde se nucleaba el empresariado nacional–, que centralmente apuntaba al control de los salarios, fue firmado el 8 de junio por la CGT encabezada por José Rucci. Sin embargo, las luchas no se detenían y los burócratas sindicales empezaron a ser desbordados por un nuevo activismo.

El regreso del líder, un viejo anhelo del pueblo trabajador argentino, fue una primera demostración de cómo serían las cosas en adelante. El 20 de junio, cerca de un millón de personas se dirigieron a Ezeiza para recibir al general que volvía del exilio. Preocupados por que las corrientes de izquierda, como la JP y Montoneros, le robaran la escena, como había acontecido el 25 de mayo con la liberación de los presos, la burocracia sindical y el aparato del Partido Justicialista, bajo la “conducción” del ministro de Bienestar Social, José López Rega, armaron un escenario de guerra. Para impedir que la multitud se acerque a Perón la derecha peronista montó un cerco frente al palco y comenzó a disparar a mansalva. El resultado oficial de esa “batalla” fue de trece muertos, 365 heridos y decenas de presos y torturados. Testigos aseguran que los muertos fueron muchos más.

Septiembre de 1973: Perón es presidente por tercera vez

Con Perón en la Argentina, el aparato peronista se empezó a preparar para acabar con la “primavera camporista” y comenzar a controlar la situación. Después de lo de Ezeiza, Perón, que ya había adjudicado a los trotskistas la responsabilidad de la liberación de los presos, dirigió un mensaje al país para mostrar que había tomado las riendas. “Los peronistas tenemos que retomar la conducción de nuestro movimiento”, dijo, y volvió a embestir contra los “infiltrados” y los “enemigos embozados y encubiertos a los que había que combatir”. Un claro mensaje contra la izquierda. Sin embargo, tanto las FAR como Montoneros defendían la tesis de que Perón estaba cercado por las fuerzas de derecha proimperialistas comandadas por López Rega y la burocracia sindical, lo que le impediría “dialogar con su pueblo”. Negaban una realidad palpable, el robustecimiento de los sectores de derecha y más reaccionarios a la hora de la toma decisiones del gobierno peronista. Y, peor, apuntalados por el propio Perón.

Desde el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) respondimos a ese argumento denunciando que los grupos de derecha que atacaron en Ezeiza, cuando llegó Perón, pretendían organizarse de forma permanente para reprimir a toda la izquierda, peronista y no peronista. Dábamos como ejemplo los ataques sufridos en la fábrica Citroën, en SIAT, o en la construcción en Córdoba, entre otros. Estaba instalada la batalla entre las aspiraciones de cambios sociales y el avance de conquistas manifestadas en las luchas obreras, populares y estudiantiles, fogoneadas por las nuevas direcciones, y el aparato peronista instalado en el  gobierno, junto a la burocracia sindical, bajo el liderazgo de Perón. Frente a esta situación, nuestro partido tuvo una política permanente de coordinar las luchas en curso para fortalecerlas y para poder resguardar de esos ataques a la nueva vanguardia.

El 23 de septiembre se realizaron nuevas elecciones presidenciales. La fórmula Perón-Perón (con Isabel como vice) ganó ampliamente. El imperialismo, los grandes y medianos empresarios, sectores de la oligarquía, las fuerzas armadas, la burocracia sindical y la Iglesia cerraron filas detrás del general con la esperanza de que pusiera fin al “caos social” imperante y estabilice la situación. Como se sabe, Perón ganó holgadamente en la primera vuelta. Contradictoriamente, el amplio triunfo obtenido con el apoyo de las masas iba en la dirección de consolidar el proyecto de fondo: derrotar al movimiento obrero, que venía en ascenso desde el Cordobazo. 

Coral-Páez, una alternativa obrera y socialista

El PST, que era parte importante de la vanguardia que participaba de ese proceso, interviniendo en las luchas, era también la única corriente de izquierda que daba la pelea electoral con una política de independencia de clase. Como lo había hecho en las elecciones de marzo, en septiembre también convocó al clasismo surgido de las luchas del Cordobazo para dar juntos esa batalla. Con la consigna “Contra Manrique, Balbín, Perón, la izquierda debe votar unida”, una vez más le propuso a las principales figuras de ese proceso, como Tosco, Salamanca y Jaime, dirigente del peronismo revolucionario, encabezar la fórmula utilizando la legalidad del PST. Lamentablemente, una parte de esos sectores acabó votando a Perón y otra mantuvo una actitud sectaria y abstencionista llamando al voto en blanco. El PST presentó una fórmula encabezada por el dirigente socialista Juan Carlos Coral, acompañado por uno de los más importantes dirigentes del clasismo cordobés, el compañero José Francisco Páez. Los casi 200.000 votos obtenidos por el partido, a pesar de las dificultades económicas y el vacío de la prensa burguesa, demostraron el acierto de esa participación. Esos miles de compañeros, muchos de ellos activistas y dirigentes clasistas, habían asumido la propuesta de dar continuidad a las luchas fabriles, barriales y estudiantiles contra la conciliación de clases y el Pacto Social en el terreno electoral.

El tercer gobierno de Perón

El 12 de octubre de 1973 Perón asume su tercer mandato presidencial, que duró apenas nueve meses, hasta su muerte, el 1° de julio de 1974. A pesar del barniz de izquierda que la Juventud Peronista le quería imprimir a Perón, el general los descolocaba a cada paso. Para comprobar lo que decimos basta ver su visión: “Yo siempre he tenido mucha más fe en los hombres de empresa, que son los que han demostrado que saben hacerlo. El país, como negocio, es un gran negocio individual amplificado, de manera que el que es capaz de manejar un gran negocio, a este otro gran negocio puede también manejarlo”. Quien quiera entender…

Desde el comando, Perón reafirmaba la tarea que había comenzado a ejecutar desde su llegada el 20 de junio, derrotar el ascenso de la clase trabajadora sirviendo a las exigencias de la burguesía, las multinacionales y el imperialismo. Los meses siguientes fueron turbulentos. La luchas continuaban, pero las organizaciones guerrilleras, con sus atentados y acciones ajenas a las necesidades de la clase trabajadora, generaban mucha confusión y le daban pretexto a los grupos de la lopezrreguista instalados dentro del propio gobierno peronista y a la burocracia sindical para avanzar con leyes represivas y ataques cada vez más truculentos. El fracasado asalto al Comando de Sanidad del Ejército el 6 de septiembre de 1973 organizado por el ERP, el asesinato de José Rucci por los Montoneros dos días después del triunfo de Perón, o el ataque al Regimiento de Caballería de Azul por parte del PRT/ERP el 19 de enero de 1974, entre otras acciones, favorecieron el proyecto de reprimir a los sectores de vanguardia, y en particular al movimiento obrero y entorpecieron las luchas en curso por nuevas conquistas, contra la burocracia sindical y el congelamiento salarial impuesto por el Pacto Social.

Luego de la acción guerrillera contra el cuartel militar de Azul se tomaron dos medidas. Una que afectaba a los propios sectores de la denominada izquierda peronista, la renuncia de Oscar Bidegain, gobernador de Buenos Aires, que le abrió el camino a su vice, el burócrata Victorio Calabró, dirigente metalúrgico de la zona norte, organizador de las patotas que atacaban activistas y que luego se complementaron con sectores militares en la conformación de la tristemente célebre Triple A (Alianza Anticomunista Argentina). El otro hecho afectó al movimiento de masas y sus luchas, el gobierno envió al Congreso la reforma del Código Penal y nombró a dos conocidos represores al frente de la Policía Federal, Alberto Villar y Luis Margaride.

En 1974 las bandas de ultraderecha comenzaron a realizar atentados contra locales y militantes de la JP, el PC y el PST. El 29 de enero, la Triple A difundió una larga lista de personalidades a ejecutar. Entre los primeros figuraba nuestro dirigente, Nahuel Moreno. Se allanaron librerías, se intervino la provincia de Córdoba, se atacaron avances democráticos conquistados por el sindicalismo clasista y se aplicó la Ley de Prescindibilidad, con la cual descabezaron la combativa dirección sindical del Banco Nación. Durante el acto del 1° de mayo Perón expulsó públicamente de la Plaza a los Montoneros, lo que les significó un gran golpe y los llevó a profundizar sus errores, pasando a la clandestinidad, radicalizando sus métodos y aislándose cada vez más del movimiento de masas.

La masacre de Pacheco

En ese marco de ataques de las bandas reaccionarias de derecha, se produce el asesinato de cuatro militantes del PST. El 7 de mayo fue asesinado el compañero Inocencio “Indio” Fernández, delegado de la fundición Cormasa e integrante de la Lista Gris de oposición a la burocracia metalúrgica de Calabró/Minguito. El 29 de ese mes, una banda armada de unos quince matones invadió el local del partido en General Pacheco, secuestró seis compañeros y, luego de liberar a tres compañeras, en un descampado entre Pilar y Tortuguitas ejecutó, con decenas de tiros, a los compañeros Oscar “Hijitus” Mesa, delegado de Astarsa, Mario “Tano” Zidda, dirigente estudiantil, y Antonio “Tony” Moses, obrero de Wobron. No fueron los únicos. Activistas de otras organizaciones de izquierda también fueron asesinados salvajemente en esos días.

El PST denunció claramente a esa organización fascista como parte integrante del gobierno peronista y convocó a un gran acto unitario. Decenas de dirigentes políticos,  sindicales y estudiantiles adhirieron a la convocatoria y al repudio de este brutal crimen. Miles de compañeros de diversas fábricas desfilaron encolumnados frente a la sede central del PST, donde se realizó el acto. En nombre del Comité Ejecutivo del PST, Nahuel Moreno pronunció un discurso reivindicando la historia de los compañeros asesinados y llamó a la más amplia unidad de acción para derrotar a la bestia fascista. “Al fascismo no se lo derrota en las elecciones” dijo, “…el fascismo tampoco se discute, se lo derrota en las calles, con los mismos métodos que ellos utilizan”. Y terminó haciendo un llamado a las corrientes allí presentes a construir brigadas o piquetes antifascistas para combatirlos.

El gobierno de Isabelita

En medio de esa turbulencia, el 1° de julio de 1974, a los 78 años, el general Perón muere de un infarto. La “Argentina potencia” prometida por Perón no consiguió salir del discurso, frustrando las ilusiones de los millones que creyeron en un supuesto proyecto de justicia social y liberación nacional. Dos días antes, su vice, María Estela Martínez de Perón, más conocida como Isabelita, ya había asumido las funciones presidenciales. Sin embargo, la verdadera conducción de ese nuevo período estuvo a cargo de José López Rega, un ex cabo de la Policía Federal que se dedicaba a la astrología, pero que esencialmente era un aventurero que se había introducido en el núcleo de Perón e Isabelita desde la época del exilio en Madrid. Desde el gobierno de Cámpora ocupó el cargo de ministro de Bienestar Social, cartera que utilizó para organizar a la banda fascista conocida como Triple A.

El nuevo gobierno peronista se fue enfrentando a un deterioro permanente de la situación económica producto de la crisis mundial del petróleo del ’74. Bajo la orientación reaccionaria imperante, el 5 de febrero de 1975 la presidenta María Estela Martínez de Perón dictó el decreto denominado Operativo Independencia, que ordenaba al Ejército “aniquilar el accionar de elementos subversivos que actuaban en la provincia de Tucumán”, y colocaba a las autoridades constitucionales de esa provincia bajo mando militar.

En consonancia con esa política de ataques al movimiento obrero, el 22 de marzo el gobierno lanza un gigantesco operativo contra los metalúrgicos de Villa Constitución. Desde la Lista Marrón, los trabajadores habían derrotado a la burocracia sindical que respondía a Lorenzo Miguel e instalaron una conducción antiburocrática. Alegando un supuesto “complot subversivo”, el gobierno llevó a cabo un brutal ataque. Desplegó 4.000 efectivos de la Policía Federal, Gendarmería, Prefectura y la policía provincial. Se allanaron las casas de los obreros, clausuraron el local de la UOM y detuvieron a la conducción y delegados del sindicato. La respuesta de la base fue heroica. Fueron dos meses de huelga con decenas de asambleas y actividades intentando ampliar la solidaridad con el conflicto que, Avanzada Socialista, nuestro periódico de esa época, definió como “la principal lucha librada bajo el actual gobierno”. Nuestro partido participó activamente, no solo impulsando la solidaridad y llamando a coordinar las luchas en curso con la huelga de Villa Constitución, sino integrando efectivamente el comité de lucha, que cumplió un importante papel a partir de la prisión de los compañeros de la dirección del sindicato. Finalmente, la terrible presión efectuada por el gobierno, la burocracia sindical y la patronal acabó derrotando esa huelga histórica.

El Rodrigazo y la descomposición del gobierno

En ese marco, el gobierno nombró a Celestino Rodrigo, hombre de López Rega, ministro de Economía. Asumió el 2 de junio y, junto con su viceministro, Ricardo Zinn, ligado a Martínez de Hoz, anunció su nuevo plan económico consistente en un tremendo ajuste. El plan, denominado “Rodrigazo”, consistía en una devaluación superior al 100%, aumento de los servicios públicos, liberación de los precios y suba de las tasas de interés. Pero además de la brutalidad de las medidas, apoyado en el Pacto Social aún vigente, limitaba el aumento de los salarios a un máximo de 40 por ciento. Con una inflación rondando 50%, muchos gremios ya habían negociado aumentos superiores, a los que el gobierno pretendía volver atrás con su tope. Eso despertó la furia de los trabajadores. La propia burocracia sindical se vio obligada a declarar la guerra y reclamar “paritarias libres”. Sin salida, y ante la presión de las bases, la CGT se vio obligada a decretar una huelga general de cuarenta y ocho horas los días 7 y 8 de julio. La masividad y la fuerza de la primera huelga general contra un gobierno peronista desestabilizó completamente el frágil andamiaje del gobierno. La presidenta se vio obligada a homologar todos los acuerdos salariales que se habían negociado, el poderoso y temible López Rega huyó del país y, dos días después, Rodrigo y Zinn renunciaron a sus cargos. El brutal ataque a la clase trabajadora y la respuesta con la huelga general iniciaron el fin del gobierno peronista.

El golpe se pone en marcha

Si bien después de este vertiginoso fin del lopezreguismo la burocracia sindical ganó algún espacio, lo que seguía determinando la situación era la impunidad de las bandas fascistas, como la Triple A, y su accionar represivo. Centenares de activistas políticos, sindicales y estudiantiles de izquierda aparecían muertos a diario en una completa banalización de la violencia. En ese proceso comenzó a establecerse el avance de un grupo de militares golpistas que habían comenzado a actuar, desde sus puestos, dentro del aparato represor del Estado.

En ese marco se dio lo que se conoció como la Masacre de La Plata. El 4 y 5 de septiembre de 1975 Roberto “Laucha” Loscertales, de Propulsora Siderúrgica; Adriana Zaldúa, trabajadora del Ministerio de Obras Públicas; Hugo Frigerio, delegado gremial del mismo ministerio; Ana María Guzner Lorenzo, trabajadora no docente de la UNLP; Lidia Agostini, odontóloga; Oscar Lucatti, trabajador del Ministerio de Obras Públicas; Carlos “Diki” Povedano, trabajador de Previsión Social, y Patricia Claverie, todos militantes del PST, fueron secuestrados, torturados y fusilados cerca de la ciudad de La Plata por bandas fascistas que actuaban al amparo del gobierno peronista. En esos momentos la región de La Plata, Berisso y Ensenada también era escenario de varias luchas y nuestros compañeros participaban activamente en la solidaridad con el conflicto de Petroquímica Sudamericana. Hasta el día de hoy continuamos reclamando justicia contra este brutal crimen que aún permanece impune.

El colapso económico que vivía el país después del Rodrigazo no se consiguió revertir. El gobierno de Isabel Perón designó al “histórico” Antonio Cafiero, que al poco tiempo renunció, para dar lugar a Emilio Mondelli. Entre diciembre de 1975 y los primeros meses de 1976 el aumento de los precios se hizo insoportable y la inflación se disparó. El nuevo ministro no tuvo mejor idea que echar mano a la misma receta intentada por Rodrigo, por lo que la clase trabajadora, que acababa de protagonizar el Rodrigazo, a pesar de la traición desembozada de la burocracia sindical, respondió con fuertes luchas. La burguesía y los grandes grupos económicos tenían en claro que el peronismo ya no les servía para detener el ascenso. Frente a esta crisis, sectores de los partidos patronales, incluidos el propio peronismo y la burocracia sindical, al contrario de lo que planteaba el PST, de organizar un nuevo “Rodrigazo”, comenzaron a tender puentes con sectores golpistas. A esto se sumaba el propio radicalismo, que en palabras de su máximo líder de entonces Ricardo Balbín, afirmaba que “no tengo soluciones”, mientras insistía en que lo principal era “aniquilar a la guerrilla fabril”, eufemismo con el que llamaba a liquidar a toda la nueva vanguardia obrera que había surgido en esos años.

El 24 de marzo, ante la pasividad y, en algunos casos, la complicidad de los principales dirigentes radicales y peronistas, de los sectores patronales y de la propia burocracia sindical, María Estela Martínez de Perón fue detenida. Una junta militar anunciaba que se hacía cargo del poder, disolvía el Congreso, reemplazaba a los miembros de la Corte Suprema e intervenía todas las provincias. Esa misma noche bandas armadas de militares ocuparon las principales ciudades, detuvieron civiles y asesinaron decenas de personas. Comenzaba a escribirse una de las páginas más trágicas de nuestra historia que dejaría un saldo de 30.000 desaparecidos, millares de exiliados y una economía destruida al servicio de los intereses de las multinacionales y el imperialismo. Con ese tenebroso acto se cerró el proceso de ascenso iniciado con el Cordobazo.

 

Nota: parte de los datos y análisis tuvieron como fuente de información el libro Historia del PST, tomos I y II, del historiador Ricardo de Titto.

Escribe José Castillo

La derrota de la lucha del frigorífico Lisandro de la Torre en enero de 1959 cerró una etapa de grandes y radicalizadas luchas del movimiento obrero. Se abrió, a partir de ese momento, un largo período de diez años donde prevalecieron peleas defensivas y un número importante de derrotas a nivel sindical. Al mismo tiempo, y como correlato, se fue consolidando y fortaleciendo una nueva burocracia sindical peronista, cuya figura emblemática fue Augusto Timoteo Vandor. Desde el punto de vista político, las distintas alas de la dirigencia política peronista (y el propio Perón desde el exilio) avanzaron en sus intentos de “institucionalización” del peronismo, buscando reinsertarlo en el régimen político, si bien muchas veces chocaron con la negativa de sectores de las fuerzas armadas y de fracciones de los partidos patronales. Mientras todo esto sucedía crecía, particularmente en la juventud estudiantil, la radicalización ideológica generada por la revolución cubana. El Cordobazo fue un parteaguas en todo este proceso.

De Frondizi a Onganía, pasando por Guido e Illia

La bronca popular contra el gobierno de Frondizi creció por la unión de dos hechos. Por un lado, el violento plan de ajuste contra la clase trabajadora y la represión a las luchas. Por el otro, la continuidad de la proscripción al peronismo, más allá de que el gobierno de Frondizi buscara “disfrazarla” con la autorización limitada a la participación electoral de expresiones toleradas y “dialoguistas” del peronismo. Esto estalló cuando, en marzo de 1962, triunfó en las elecciones para gobernador de la provincia de Buenos Aires la fórmula peronista (con el nombre de Unión Popular) y, por presión de los militares, se terminó anulando. Lo que no impidió que los mismos militares, diez días después, derrocaran a Frondizi. La dirigencia peronista ni siquiera reaccionó ante esta flagrante violación al resultado electoral, no llamó a ninguna movilización y el gobernador electo, Andrés Framini, se limitó a presentarse y constatar, con un escribano, que no se lo dejaba entrar en la casa de gobierno provincial.

En las elecciones de julio de 1963 se profundizaron los intentos del peronismo de ser aceptado “institucionalmente”. El propio Perón motorizó la constitución de un “frente nacional y popular” con la candidatura a presidente del conservador Vicente Solano Lima (incluyendo en su interior al propio frondizismo). Sin embargo, los partidos patronales y sectores del ejército más violentamente antiperonistas vetaron esta posibilidad, y el peronismo continuó proscripto, por lo que las elecciones fueron ganadas por el radical Arturo Illia. 

Illia enfrentó y reprimió las luchas obreras de ese entonces (el plan de lucha con ocupaciones de plantas de 1964) e impidió el retorno de Perón (su avión fue detenido en Río de Janeiro y obligado a regresar al Estado Español). Pero, apostando a una división entre Perón y el burócrata sindical Vandor, Illia autorizó la presentación de listas “neoperonistas” en las elecciones legislativas de 1965 en diversas provincias.

Cuando el presidente radical fue derrocado en 1966, las dos fracciones en que estaba circunstancialmente dividida la burocracia concurrieron a la asunción del general golpista Juan Carlos Onganía. Consultado sobre su posición, Perón opinó desde Madrid que no había que oponerse, ni mucho menos movilizarse contra el golpe: “Hay que desensillar hasta que aclare”.

Una nueva burocracia sindical se consolida

Con el golpe del ’55 la vieja burocracia sindical se “borró” completamente. Sin embargo, una nueva iría surgiendo, en parte prestigiada por haber participado en las luchas de los años 1956-1959 pero, sobre todo, al fortalecerse en el período de “baja” de las luchas posteriores a esa fecha. Negociando con patronales y gobiernos (y traicionando cada vez más las luchas) se va haciendo “confiable”, ganando cada vez más recompensas materiales y logrando que los sucesivos gobiernos le den beneficios (hasta llegar a la entrega total de las obras sociales en el gobierno de Onganía). Por supuesto que, a lo largo de esos años, las propias peleas por el aparato (y por los privilegios materiales) van a generar el surgimiento de rupturas y alas diversas. En todos los casos el “árbitro” fue Perón, desde el exilio. El máximo dirigente de esa burocracia, Vandor, en determinado momento priorizó su relación con los dirigentes políticos patronales y militares jugándose a encabezar un “peronismo sin Perón”, que terminaría derrotado por el propio líder, quién simplemente se limitó a darle aire a otra “ala” de la propia burocracia. Vandor posteriormente se “realinearía con el general” y desde ahí crecería el sector de la burocracia que lo sucedió después de su asesinato, en 1970.

La “revolución ideológica” juvenil

La Revolución Cubana impactó profundamente, en particular en sectores juveniles y estudiantiles, a comienzos de los años ’60. Las figuras del Che Guevara y Fidel Castro eran seguidas por millones. “La revolución que hablaba en español” demostraba que era posible construir el socialismo en Latinoamérica. Este proceso impactó en la izquierda, con rupturas en los partidos socialista y comunista y también en el peronismo. Con la figura emblemática de John William Cooke, que fue a formarse como combatiente a la isla, en el propio peronismo surgió un ala que se definió como revolucionaria, planteando que el peronismo debía seguir el camino que había tomado el Movimiento 26 de Julio castrista. Es muy ilustrativa al respecto la correspondencia entre Cooke y el propio Perón. Mientras que su ex delegado le insistía en que el peronismo debía transformarse en un movimiento revolucionario de liberación nacional e invitaba a Perón a instalarse en La Habana, este le respondía con evasivas desde el Madrid franquista.

Al mismo tiempo, en toda esta vanguardia juvenil surgía otro debate: ¿cuál era el método de la revolución latinoamericana? El Che Guevara, con su inmenso prestigio, abogaba por la guerra de guerrillas y, preferentemente, de base rural. Nuestra corriente salió a polemizar, volviendo a poner el centro en la construcción del partido revolucionario en el seno de la clase trabajadora y, más allá de las idas y venidas de dirigentes políticos y sindicales del peronismo, e incluso en algún momento del propio Perón, dejando claro que el peronismo era una fuerza política patronal, que cada vez buscaba una mayor integración al régimen. 

Para intervenir en esta etapa, en 1965 nuestra corriente creó el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), con la unión de Palabra Obrera (nuestro nombre anterior) y el FRIP, dirigido por Roberto Santucho. Lamentablemente, el debate sobre el guerrillerismo llevó a una nueva división en 1968, llevando a Santucho, y lo que se llamó PRT-El Combatiente, a la fundación del ERP. Nahuel Moreno, por su parte, planteó continuar la tarea de construcción en el movimiento obrero y la juventud con el nombre PRT-La Verdad.

El Cordobazo

La gran insurrección que estalló en Córdoba el 29 de mayo de 1969 (continuación de los sucesos de Corrientes y Rosario el mismo mes) cambió todo. Abrió una nueva etapa en el país, con un alza obrera y popular sin precedentes. El movimiento obrero retomó una ola de luchas que no se daba desde diez años antes. Nuevas insurrecciones sucedieron (segundo Cordobazo, Mendozazo, Tucumanazo, Rocazo). Surgió, como producto de todo esto, una nueva y extendida vanguardia obrera y juvenil, una parte de la cual, por primera vez, planteaba posiciones independientes del peronismo, dando lugar a lo que se pasaría a conocer como “clasismo”.

El Gran Acuerdo Nacional

El gobierno de la dictadura militar (en 1969 todavía estaba Onganía, que fue desplazado en 1970 y, tras un breve interregno de Levingston, terminó asumiendo el general Lanusse), el conjunto de la patronal y el imperialismo acordaron en que la salida para frenar el alza de masas sería el llamado Gran Acuerdo Nacional (GAN). Con la participación activa del peronismo, el radicalismo y de la burocracia sindical (liderada, tras la muerte de Vandor, por José Ignacio Rucci) se fue dibujando la única salida posible, el llamado a elecciones y la vuelta de Perón, con la aspiración de que con su liderazgo sería el único capaz de restablecer el orden capitalista.

El PST y la vuelta de Perón

Tres debates cruzaron a la vanguardia en esos momentos. El primero fue el de la guerrilla. El segundo, el del peronismo y el rol del propio Perón. El tercero, vinculado necesariamente a los dos anteriores, será el de si había o no que construir una alternativa que se animara a enfrentar al propio Perón en el terreno que se abría, el de las elecciones.

Nuestra corriente, PRT-La Verdad, se lanzó a participar con todo en este proceso. A partir de un acuerdo con un ala del viejo Partido Socialista que había girado a la izquierda a partir de su apoyo a la Revolución Cubana (la llamada “secretaría Coral”, por el nombre de su principal dirigente, Juan Carlos Coral), se terminó fundando el Partido Socialista de los Trabajadores. Al PST se incorporaron importantes dirigentes, como José Páez, uno de los principales referentes del Cordobazo y del clasismo. En la nueva coyuntura abierta por el GAN se salió a pelear por la construcción de un partido inserto en la clase trabajadora que le peleara a la burocracia en las fábricas, talleres y oficinas las comisiones internas y los cuerpos de delegados y que agrupara en listas opositoras a la nueva vanguardia obrera. Se debatió duramente con la guerrilla, planteando que ese no era el camino para la revolución en la Argentina, sino la pelea por una nueva dirección para la clase trabajadora, con un programa y una política que, a la vez, se enfrentara al peronismo y al propio Perón. Explicando pacientemente al conjunto de la clase obrera que Perón no volvía para reinstaurar los “días felices” del primer peronismo, sino para encorsetar las luchas detrás del pacto social entre burócratas sindicales y empresarios. Y discutiendo también con el enorme sector de la nueva vanguardia juvenil que se había hecho peronista y creía que con Perón y el peronismo se venían “la liberación” y “el socialismo nacional”.

Mientras las luchas continuaban y la represión arreciaba (como se vio dramáticamente en la masacre de Trelew, en agosto de 1972), el acuerdo del GAN, no sin contradicciones, seguía su curso. Finalmente, Perón volvió una lluviosa mañana de noviembre de 1972. No presionó por su candidatura (Lanusse, en uno de los tiras y aflojes de la negociación, había impuesto una cláusula que le impedía presentarse como candidato), creó el Frejuli (Frente Justicialista de Liberación) e impuso la fórmula compuesta por Héctor J. Cámpora y el conservador Vicente Solano Lima como vice.

La izquierda peronista, ya hegemonizada por Montoneros, fue la fuerza mayoritaria en la campaña electoral en marzo de 1973. El resto de los partidos de izquierda, con la excepción del PST, no salió a disputarle el terreno al peronismo, se abstuvieron con consignas ultras (“ni golpe ni elección, revolución”, o “ni votos ni botas, fusiles y pelotas”), o llamando a votar al Frejuli o alguna opción de centroizquierda (como hizo el PC con la APR, que llevó la fórmula Alende-Sueldo). El PST puso su legalidad, trabajosamente conseguida, al servicio de construir un frente de los trabajadores, pero los dirigentes más reconocidos por la nueva vanguardia (como Agustín Tosco o René Salamanca) se abstuvieron, sumándose de hecho a algunos de los planteos que citamos más arriba. El PST terminó dando la pelea electoral en soledad, levantando la fórmula Juan Carlos Coral-Nora Ciappone y llevando a José Páez como candidato en Córdoba. Esto le dio una gran autoridad para el período que se abrió a partir del 25 de mayo de 1973 con la vuelta del peronismo al poder tras dieciocho años de proscripción y la enorme frustración que luego se abriría para millones de trabajadores, jóvenes y sectores populares.

 

Escribe José Castillo

Reanudamos nuestra serie de artículos sobre el peronismo, que iniciamos en El Socialista 450 [“¿Qué es el peronismo?”], 451 [“El primer peronismo (1943-1955)”] y 452 [“El trotskismo morenista y el primer peronismo”]

En septiembre de 1955 triunfó el golpe gorila proyanqui, clerical y propatronal autodenominado “revolución libertadora”, que para la memoria histórica de la clase obrera quedó como “la fusiladora”. Fue una derrota muy dura para el pueblo trabajador. Perón no armó a los trabajadores, como se le había pedido reiteradamente y, básicamente, se entregó sin pelear. La burocracia sindical peronista y los dirigentes políticos “se borraron” o llamaron a “la tranquilidad” y “volver al trabajo”, mientras buscaban negociar la permanencia en sus cargos con el nuevo gobierno de Lonardi. Los núcleos de trabajadores que resistieron, en Rosario y sectores del conurbano bonaerense, solos y aislados, fueron ferozmente reprimidos.  

Se abrieron así dieciocho años de proscripción para el peronismo. Un largo período donde la clase trabajadora argentina no tuvo el derecho democrático elemental de votar a quien consideraba su líder. Sin embargo, los dirigentes políticos y sindicales peronistas, y el propio Perón, no fueron intransigentemente opositores a los diversos gobiernos, civiles y militares, que los proscribieron. Los historiadores del peronismo han inventado el mito de los dieciocho años de la resistencia peronista, que existió, sin duda, pero estuvo circunscripta a los años 1956-1959 donde, ante la violentísima ofensiva proyanqui por barrer todas las conquistas logradas en la época anterior, la clase obrera argentina resistió con huelgas, movilizaciones y dando lugar al surgimiento de una nueva camada de dirigentes muy combativos.

Pasamos a ser una semicolonia yanqui

Tras una década en la que nuestro país había mantenido una relativa independencia con respecto al ascendente imperialismo norteamericano, con la dictadura de Aramburu-Rojas pasamos inmediatamente a ser una semicolonia de los Estados Unidos, se firmaron los pactos con la OEA e ingresamos en el FMI.

El propósito del gobierno se centró en liquidar las conquistas obtenidas por la clase trabajadora. Para ello sabía que tenía que destruir al conjunto de la organización existente del movimiento obrero. Ese era el objetivo profundo de la “desperonización”, a la que le unía una represión generalizada sobre el conjunto de los sectores populares (se destruyeron bustos de Perón y Evita, se quemaron libros y se prohibió hasta el uso de los símbolos y aun nombrar a Perón y Eva Perón). Pero el gobierno de la “libertadora” fracasó en su intento. La clase trabajadora resistió con uñas y dientes desde la última línea, las comisiones internas y los cuerpos de delegados.

Frente a la “borrada” generalizada de la vieja dirigencia política y  sindical, una nueva camada de activistas obreros tomó la posta. Ya el 17 de octubre de 1955 el 70% de la clase trabajadora había acatado un llamado a la huelga general lanzado por nuestra corriente (en aquel momento aún con el nombre de Federación Bonaerense del PSRN), con el solo acompañamiento de una pequeña agrupación llamada Comando Nacional Peronista.

Durante 1956 y 1957 se sucedieron paros, luchas parciales, reagrupamientos, se crearon listas y se realizaron plenarios sindicales. Los interventores de la dictadura, y sus colaboracionistas del PS y el PC, no lograron hacer pie en la mayoría de los gremios.

Esa fue la línea en concreto que asumió esa nueva y joven dirección que estaba surgiendo en el movimiento obrero y que abrumadoramente se reivindicaba peronista. Sin embargo, los dirigentes políticos del peronismo (autoproclamados en algunos casos, o con el apoyo explícito de Perón desde el exilio) se jugaban a otra cosa. Para ellos la “resistencia” consistía en una sucesión de hechos (algunos vinculados al movimiento obrero, otros no, como la colocación de pequeños explosivos, popularmente llamados “caños”, o la expansión de “rumores” como que Perón descendería en algún lugar del país desde un avión negro), que sirvieran de soporte a un golpe militar nacionalista properonista. Que terminó sucediendo, y fracasando, en junio de 1956, con el levantamiento del general Valle. La respuesta de la dictadura fue profundizar la represión, dando lugar incluso al fusilamiento de civiles en los basurales de José León Suárez.

Las luchas obreras, sin embargo, se siguieron profundizando, siendo la más importante la que se dio en diciembre de 1956 con una gigantesca huelga metalúrgica en la que tuvieron una destacada participación los compañeros de nuestra corriente.

El MAO y Palabra Obrera

En esos años, ya ilegalizado por la dictadura el PSRN, del cual éramos parte a través de la ya mencionada Federación Bonaerense, organizamos el Movimiento de Agrupaciones Obreras (MAO), que fue más conocido por el nombre de su periódico, Palabra Obrera. Nacido como un frente único de agrupaciones en el que participamos los trotskistas junto con otras construidas por la nueva vanguardia peronista, se transformó rápidamente en nuestra forma pública de intervención. A partir de allí, los trotskistas de la tradición de Nahuel Moreno realizamos “entrismo” en el movimiento obrero peronista. Conservando la más absoluta independencia política (de hecho solo se trató de algunas concesiones formales, como declararnos “peronistas”), Palabra Obrera tuvo una destacadísima intervención, fue reconocida por miles de delegados y activistas y su periódico se vendía de a miles.

Ya en 1957 el fallido intento de la dictadura de “reorganizar” la CGT desde la propia intervención militar, dio nacimiento a las 62 Organizaciones (originalmente los 62 sindicatos que, siendo mayoría en el congreso de la CGT, impidieron que los 32 gremios colaboracionistas junto con la intervención militar se quedaran con la dirección formal del movimiento obrero). En medio de conflictos parciales, e incluso varias huelgas generales, las 62 Organizaciones llegaron en esos tiempos a funcionar con plenarios semanales con barra, verdaderas asambleas de activistas donde nuestros compañeros de Palabra Obrera llegaron a tener una presencia importante.

La crisis política y el pacto de Perón con Frondizi

Todas estas luchas del movimiento obrero pusieron en crisis al conjunto del proyecto de “desperonización” de la dictadura y los partidos patronales que la acompañaban. De hecho, esto generó la división del radicalismo en “radicales del pueblo” (UCRP, Ricardo Balbín) y “radicales intransigentes (UCRI, Arturo Frondizi) e incluso del viejo Partido Socialista, entre PSD (socialistas “democráticos”, más gorilas, con Américo Ghioldi que había pedido y aplaudido los fusilamientos de junio de 1956) y PSA (socialistas “argentinos”, con Alfredo Palacios, que también había apoyado a la dictadura y fue su embajador en Uruguay). En 1957 la convocatoria a elecciones para asamblea constituyente con el objetivo explícito de derogar la Constitución de 1949 terminó en un estrepitoso fracaso, ya que ganaron los votos en blanco.

Finalmente, se convocó a elecciones presidenciales para febrero de 1958. La movilización y organización obrera, los millones de votos en blanco obtenidos y la repulsa popular a la “libertadora”, ya llamada “fusiladora”, ponían contra la pared a todo su proyecto. Pero en ese momento Perón, desde el exilio, negoció el voto al candidato de la UCRI, Arturo Frondizi, con la supuesta promesa de la legalización futura del partido peronista y la normalización de la CGT. Nuestros compañeros de Palabra Obrera discutieron en innumerables asambleas obreras lo incorrecto de esa “orden” de Perón, pero primó la confianza en la “capacidad estratégica” del líder. Así se terminó acatando, en muchos casos a regañadientes, el voto a la UCRI. 

Frondizi ganó con los votos peronistas. Pero no cumplió con ninguno de los términos del pacto. Peor aún, profundizó el ajuste contra la clase trabajadora junto con la dependencia y semicolonización de nuestro país. En el mismo año 1958 entregó el petróleo a las multinacionales norteamericanas, creó las universidades privadas (un regalo para la Iglesia Católica) y llegó a nombrar como ministro de Economía a Álvaro Alsogaray, un ícono del gorilismo y una de las figuras más antiobreras de la historia argentina. La conducción política del peronismo y las direcciones sindicales, en las que muy lentamente se iba consolidando una nueva burocracia sindical alrededor de la figura de Augusto Timoteo Vandor, llamaron a “esperar” y, de hecho, se jugaron a la desmovilización durante casi todo el año.

La última lucha: el frigorífico Lisandro de la Torre

Finalmente, la presión de las bases obreras para salir a pelear contra Frondizi, y el propio intento del gobierno de privatizar el frigorífico Lisandro de la Torre, en Mataderos, provocó una enorme huelga en enero de 1959. El barrio fue prácticamente tomado por los trabajadores en lucha en una pelea que duró semanas y que solo pudo ser derrotado con una ferocísima represión, que incluyó la entrada de tanques en el propio establecimiento, tras militarizar la zona.

La “libertadora” impidió que el peronismo se integre al régimen político, pero siempre hubo sectores “integracionistas” que buscaron de una u otra forma pactar con el régimen. De hecho, fue el propio Perón, a partir del acuerdo con Frondizi, quien también lo intentaría en 1958. Sin embargo, en esos años fue el régimen político, en particular a través de la presión militar, el que vetó reiteradamente esta salida.  

Enero de 1959, la derrota del frigorífico Lisandro de la Torre marcó el cierre de esta etapa gloriosa de la clase trabajadora argentina. Vinieron luego diez años de batallas defensivas y derrotas obreras. Hubo, sin duda, importantes conflictos, pero fueron infinitamente menos que en los tres años que hemos relatado. El peronismo profundizó su línea de integración al régimen, llegando al extremo en 1966 de que la dirección burocrática de los dos sectores en que ocasionalmente estaba dividida la CGT se hicieran presentes en la asunción del dictador Onganía, al mismo tiempo que Perón llamaba a “desensillar hasta que aclare”.

Sin embargo, volviendo al mismo enero de 1959, este abrió un nuevo horizonte, fue el momento del triunfo de la revolución cubana. El triunfo de “los barbudos” Fidel Castro, Ernesto “Che” Guevara y Camilo Cienfuegos provocó una auténtica revolución ideológica en las cabezas de miles de jóvenes que se sumaron en los años siguientes a la lucha por la revolución socialista. Todo terminó confluyendo cuando se dio una nueva alza obrera, con el Cordobazo de 1969. Pero esa es otra historia que contaremos en el próximo número. 

 

Se cumplen 46 años de la Masacre de Pacheco, un duro golpe contra la militancia del Partido Socialista de los Trabajadores (PST, antecesor de Izquierda Socialista) y la organización obrera y sindical de la zona norte del Gran Buenos Aires. El 29 de mayo de 1974 una patota mixta de la fascista Triple A y de la burocracia de la Unión Obrera Metalúrgica atacó a balazos el local que el PST tenía en la localidad de Pacheco. A medianoche, previo corte de luz en toda la manzana y luego de ametrallar el frente del local, un grupo identificado con camperas de cuero y brazaletes ingresó a los tiros, provocando destrozos y golpeando a culatazos a los presentes. Seis compañeros fueron secuestrados. Tres compañeras fueron liberadas a las pocas cuadras.

Oscar “Hijitus” Meza, de 26 años, era miembro de la comisión interna de los Astilleros Astarsa, en Tigre. En 1973 formó parte de la toma de la planta luego de la muerte de un obrero, consiguiendo reducir la jornada laboral de doce a siete horas. Antonio “Toni” Moses, de 24 años, era obrero metalúrgico de la autopartista Wobron, dirigida por la antiburocrática Lista Gris y Mario “Tano” Zidda , de 22 años, dirigente estudiantil de la Técnica Nº 1 de Tigre y obrero de la textil Abea. Sus cuerpos aparecieron acribillados a balazos en Pilar un día después de secuestrado.

La Masacre de Pacheco formó parte de un plan sistemático de la reacción fascista contra la vanguardia obrera de zona norte, en donde el PST tenía amplia influencia en una franja muy grande del movimiento obrero industrial. En la UOM el trabajo del la Lista Gris del PST se destacaba por dirigir o tener influencia en establecimientos industriales como Cormasa, Wobron, De Carlo, Corni, Otis y Texas Instruments, entre otros. El ataque al PST y a sus jóvenes dirigentes generó el repudio de los trabajadores de la zona, que llegaron a parar sus fabricas en algunos casos. Al velatorio de Meza, en la sede Bomberos de Tigre llegaron más de mil trabajadores de Astarsa, Corni y Cormasa para envolver el féretro con una bandera roja. En el local central del PST miles acompañaron desde la calle la despedida que dio Nahuel Moreno.

Julio Yessi, de la Juventud Peronista de la República Argentina (JPRA), hombre cercano a Perón, Jorge Conti, yerno de López Rega y subjefe de Prensa de la Casa de Gobierno hasta 1975, y Salvador Siciliano, matón de la Triple A, fueron parte del operativo y, gracias al testimonio de las compañeras sobrevivientes, fueron juzgados y condenados.

Al cumplirse 46 años de la Masacre de Pacheco, como militantes revolucionarios recordamos con dolor a quienes nos precedieron en el camino de la lucha y nos declaramos orgullosos continuadores de izar las mismas banderas que levantó el PST durante los años de plomo de la Triple A y luego con la dictadura. ¡Antonio, Mario y Oscar presentes!

Basada en la nota escrita por Martín Fú para El Socialista N° 425

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