Nov 27, 2024 Last Updated 6:40 PM, Nov 26, 2024

El 29 de mayo de 1969 cambió la historia del país. En medio de una huelga general, obreros y estudiantes se movilizaron y derrotaron a la policía tomando el control del centro de la ciudad de Córdoba. La dictadura de Onganía quedó herida de muerte.

En el marco de un contexto mundial signado por las movilizaciones contra la intervención militar estadounidense en Vietnam y las grandes luchas obreras y estudiantiles ocurridas en países como Italia, Japón y México, tras el Mayo francés que puso en jaque al gobierno de De Gaulle en Francia, hacia 1968 comenzaba a producirse un cambio en la situación política argentina.

El contexto nacional

Desde 1966 gobernaba el dictador Onganía. La represión y la miseria comenzaron a generar un creciente malestar en los sectores obreros y populares. El estudiantado del interior empezó a luchar y fue duramente reprimido. El movimiento obrero comenzaba a recuperarse después de años de estancamiento. Durante 1968 se dieron tres luchas obreras importantes: la de los petroleros de YPF en Ensenada, la de los gráficos de Fabril Financiera en Barracas y la de Citroën, también en la ciudad de Buenos Aires. Fueron tres luchas largas y con mucha fuerza en la base. Fueron derrotadas, pero el ascenso no se interrumpió y se trasladó a las provincias.

En marzo de 1969 hubo conflictos estudiantiles en Tucumán y Rosario. Las luchas obreras las encabezaron los metalúrgicos, Luz y Fuerza,Smata, estatales y docentes.

A mediados de mayo se movilizaron los estudiantes correntinos en contra de la privatización del comedor universitario y fueron duramente reprimidos. Juan José Cabral, de 22 años, que cursaba Medicina, fue asesinado por la policía. Esto generó una inmediata movilización en Rosario que dio origen al Rosariazo. El 16 de mayo los estudiantes comenzaron a movilizarse y enfrentar en las calles a la policía hasta derrotarla. El 21 de mayo se sumaron sectores del movimiento obrero día en que fue asesinado el joven metalúrgico Luis Blanco.

El Cordobazo

En este contexto de ebullición, la CGT se vio obligada a convocar un paro de 24 horas para el 30 de mayo. En Córdoba la CGT regional decidió adelantar el paro para el 29, transformando la acción en una huelga de 36 horas. Tal era la bronca que había entre los trabajadores que la medida tuvo una adhesión del 98% y para el mediodía se movilizaron al centro de la ciudad junto con los estudiantes. En un área de aproximadamente 150 manzanas se enfrentaron con la policía. Se levantaron barricadas, los vecinos colaboraron con los manifestantes reprimidos se fueron sumando a la protesta. La policía mató al obrero del Smata Máximo Mena y el estudiante Daniel Castellanos. Pese a esto los manifestantes pasaron a controlar cada vez más esquinas de la ciudad de Córdoba y la policía se tuvo que retirar. Hasta las 17 los puntos neurálgicos estuvieron controlados por obreros y estudiantes, quienes protagonizaron una insurrección espontánea detonada por el odio a la dictadura militar. Después ingresó el ejército en el centro de la ciudad pero el movimiento ya se había replegado hacia los barrios. El gobierno de Onganía nunca se pudo recuperar de aquel golpe.

Las lecciones que nos dejó

El Cordobazo marcó un antes y un después en la lucha de clases que produjo un sostenido ascenso que fortaleció a los sectores antiburocráticos y clasistas del movimiento obrero. Esto se prolongó hasta 1976, cuando el golpe genocida de Videla vino a derrotar a los trabajadores. Después de que fracasara el Gran Acuerdo Nacional (GAN) pergeñado entre radicales y peronistas y comandado por Perón en su retorno al poder en 1973, con el objetivo de contener las luchas obreras.

Más allá de la narración de los hechos históricos, lo importante es reflexionar acerca de las lecciones políticas que nos dejó el Cordobazo. El “mayo cordobés” nos demostró que cuando la clase obrera se organiza masivamente y se moviliza con decisión puede torcer el rumbo de la historia, pese a los intentos de frenar las luchas de las patronales, los partidos burgueses y la burocracia sindical.

Si el ascenso iniciado en el Cordobazo pudo ser frenado y no siguió avanzando hacia una revolución socialista fue porque la conducción de los trabajadores era mayoritariamente peronista, un movimiento político que vino a garantizar la “estabilidad” del país para los empresarios. De allí que la otra gran lección de este proceso sea la necesidad de progresar en la construcción de una dirección revolucionaria, política y sindical que encauce las luchas hacia un gobierno de los trabajadores.


Qué decía Nahuel Moreno

“ […] Lo que ha ocurrido en Rosario, y principalmente en Córdoba, tiene un nombre muy claro, ha sido una semiinsurrección […]Tanto en Rosario como en Córdoba hemos presenciado el encuentro de los obreros y estudiantes con las fuerzas represivas, como la derrota de estas. Uno de los principales brazos armados del régimen, la policía, fue puesta en retirada por las fuerzas populares.

[…] En Córdoba el ejército intervino violentamente, originando una situación semiinsurreccional, de lucha civil, aunque por falta de dirección no fue respondida en la misma forma por el movimiento obrero y estudiantil. Hubiera sido suficiente que los trabajadores se hubieran armado para responder al fuego del ejército para que la guerra civil y la insurrección hubieran sido un hecho […] Lo que faltó tanto en Córdoba como en Rosario fue un partido revolucionario que supiera organizar a las masas para la insurrección. Si ese partido hubiera existido, hubiéramos logrado armas para los obreros y estudiantes, así como hubiera sabido elaborar un plan insurreccional para golpear a las fuerzas de la reacción en sus puntos neurálgicos […]

Moreno,Nahuel, Después del Cordobazo, Ediciones El Socialista, Buenos Aires, 2013

Basado en artículo escrito por Diego Martínez para El Socialista N° 425

El pasado sábado 16 se cumplieron dieciséis años del fallecimiento de nuestras compañeras Amelia Beato y Rita Astacio. Ambas eran militantes de nuestra corriente morenista y secretarias general y gremial respectivamente del Suteba General Sarmiento (que concentra los municipios de Malvinas Argentinas, San Miguel y José C. Paz). Ese día sufrieron un accidente automovilístico al regresar de San Luis, donde habían ido a apoyar un conflicto docente.

Ellas están siempre presentes en la comunidad docente de Malvinas, donde se ganaron el respeto y admiración por su trayectoria de lucha inclaudicable por la escuela pública, contra la burocracia sindical y por una sociedad socialista. Siguen siendo un ejemplo a seguir.

Desde nuestra agrupación, Docentes en Marcha, e Izquierda Socialista hacemos llegar un saludo a sus familias y a todos los que acompañaron su lucha. Y a quienes se han sumado en estos años, incorporándose sin haberlas conocido a la pelea y la construcción política y gremial que Amelia y Rita sostuvieron por años, lo que nos enorgullece. ¡Queridas Amelia y Rita, siempre presentes en cada lucha! 



El 2 de mayo de 1945 los nazis se rindieron en la capital alemana. La derrota nazi representó el más colosal triunfo revolucionario y democrático de la historia de la humanidad. Se abrió una nueva etapa de ascenso revolucionario donde aún sigue vigente la tarea de construir una dirección revolucionaria.

Escribe Francisco Moreira

En marzo de 1939 los ejércitos de Hitler invadieron Checoslovaquia. En septiembre entraron en Polonia. Una semana antes, la conducción burocrática de la Unión Soviética, con Stalin a la cabeza, había facilitado el avance nazi al firmar un aberrante y escandaloso pacto de “paz y ayuda mutua” con Hitler, con quien se repartieron Polonia.

Trotsky, que venía denunciando desde el ascenso del nazismo en Alemania en 1933 la perspectiva de una nueva guerra imperialista, calificó al pacto germano soviético como “una capitulación de Stalin ante el imperialismo fascista con el fin de resguardar a la oligarquía soviética”. Denunciaba que el fascismo y el nazismo tenían por objetivo imponer regímenes de superexplotación en los países conquistados y borrar del mapa a la Unión Soviética donde, a pesar de la dictadura burocrática, se mantenían las bases socialistas del gran triunfo revolucionario de 1917.

En junio de 1941, efectivamente, comenzó la Operación Barbarroja, la invasión nazi a la Unión Soviética. La confianza de Stalin en su pacto con Hitler y la desorganización del Ejército Rojo, descabezado a fuerza de purgas por la burocracia estalinista en su intención de barrer toda oposición “trotskista”, no permitieron oponer resistencia a la maquinaria de guerra nazi. Para diciembre ya habían ocupado Lituania, Bielorrusia, Ucrania y llegado hasta las puertas de Moscú, ocupando Stalingrado y sitiando Leningrado. En 1942 gran parte de Europa y un tercio de la Unión Soviética habían caído bajo las garras del nazismo y el fascismo.

La batalla de Stalingrado, hacia la derrota del nazismo

Pese a las terribles penurias vividas, el pueblo soviético logró recuperarse y poner de pie al Ejército Rojo nuevamente. Luego del desastre inicial se pusieron al frente del ejército los generales soviéticos más capacitados, como Zukhov, Rokossovski y Chuikov. Stalin se autotituló “jefe de la defensa”. Así comenzaba “la gran guerra patria” de los pueblos soviéticos.

En feroces combates y, a pesar de los continuos desastres provocados por la burocracia, el Ejército Rojo fue recuperando terreno y haciendo retroceder a los nazis. En febrero de 1943 se produjo la primera gran victoria soviética, la rendición de los nazis que ocupaban Stalingrado, que cambió el curso de la guerra. Fue el principio del fin del nazismo.

El triunfo en Stalingrado devolvió a los pueblos ocupados la esperanza de que era posible derrotar a los nazis. Los movimientos de la resistencia se fortalecieron en todas partes. En Polonia se levantó el Gueto de Varsovia en abril de 1943 y toda la ciudad en agosto de 1944, pese a que había sido abandonada por orden de Stalin. Los maquis franceses, los partisanos italianos (cuyo himno de resistencia era el famoso Bella Ciao) y las guerrillas yugoslavas y griegas se fueron fortaleciendo. En junio de 1944 ingleses y estadounidenses desembarcaron en Normandía, en la Francia aún ocupada por los nazis. En agosto la resistencia liberó París.

La batalla de Berlín

El 12 de enero de 1945 el Ejército Rojo entró en territorio alemán. Tras un avance arrollador, el 14 de abril llegó a las afueras de Berlín. Dos días después comenzaría la batalla final de la guerra en Europa.

Los nazis organizaron dos líneas defensivas para defender la ciudad sitiada. Prepararon barricadas y cientos de búnkeres. Con lanzagranadas enfrentaron el avance de los tanques del Ejército Rojo. El costo para los soviéticos fue altísimo. Solo en esta batalla tuvieron casi 80.000 muertos y más de 270.000 heridos.

La acción final se libró por el control del Reichstag (Parlamento), que era el edificio más alto del centro de la ciudad y cuya captura tenía un valor simbólico. En la tarde del 30 de abril soldados soviéticos lograron la toma del edificio e hicieron ondear la bandera roja. En esas horas Hitler, que había intentado seguir dando órdenes desde su búnker, se suicidó. Dos días antes, en Italia, el fascista Mussolini había sido capturado y fusilado por los partisanos.

El 2 de mayo el comandante a cargo de la defensa de Berlín firmó la rendición ante los generales soviéticos. El 8 de mayo se realizó una ceremonia con la presencia de generales ingleses, franceses y estadounidenses que, junto a Zhukov, firmaron un acta con la definitiva rendición del alto mando alemán. La guerra había terminado en Europa, dejando tras de sí más de cincuenta millones de muertos, de los cuales veintidós millones eran soviéticos.

Una nueva etapa revolucionaria

El triunfo de los pueblos soviéticos y europeos, iniciado en la batalla de Stalingrado y consolidado con la toma de Berlín, abrió una nueva etapa de enorme ascenso de masas mundial. El dirigente trotskista argentino Nahuel Moreno insistió en sus elaboraciones en que la derrota del nazismo había iniciado una nueva etapa revolucionaria mundial. Desde el fin de la guerra “el proletariado y las masas del mundo entero obtienen una serie de triunfos espectaculares. El primero es la derrota del ejército nazi, es decir, de la contrarrevolución imperialista, por parte del Ejército Rojo, aunque esto fortifica coyunturalmente al estalinismo, que es quien dirige la URSS”.

Efectivamente, desde entonces, las masas populares protagonizaron numerosas revoluciones triunfantes logrando la independencia de decenas de colonias y hasta la expropiación de la burguesía en un tercio del planeta en países como Yugoslavia, China, Cuba y Vietnam.

Pero durante esta etapa también salieron fortalecidas direcciones burocráticas del movimiento obrero y de masas. Stalin, por ejemplo, utilizó su renovada autoridad para rechazar la extensión de la revolución socialista e imponer pactos con los gobiernos imperialistas en la reconstrucción capitalista de Europa. El Partido Comunista soviético impuso el desarme de los maquis franceses y partisanos italianos para construir gobiernos de unidad con los partidos burgueses de esos países. También permitieron el aplastamiento de la guerrilla griega a manos británicas. Tras la muerte de Stalin, otros aparatos y dirigentes estalinistas o nacionalistas burgueses continuaron con esa política.

Estas experiencias dejan una doble enseñanza para el siglo XXI. En primer lugar que, como lo demuestra el triunfo sobre el nazismo, los pueblos pueden lograr enormes triunfos aun con dirigentes burocráticos y traidores, cuyo máximo exponente fue Stalin. Pero también que la tarea más difícil y necesaria sigue siendo la de construir una nueva dirección revolucionaria para acabar definitivamente con la contrarrevolución imperialista, en cualquiera de sus variantes, y con todo el dominio capitalista mundial.

 

  

 

 

 

 

En ocasión de cumplirse 45 años de la derrota militar norteamericana en Vietnam reproducimos una nota de Mercedes Petit de abril de 2015, publicada en El Socialista 288.

El 30 de abril de 1975 el gobierno títere de Vietnam del Sur, sostenido por el imperialismo norteamericano, se rindió ante las tropas de las heroicas guerrillas del Vietcong, apoyadas por Vietnam del Norte, que lo enfrentaron durante más de diez años. Por primera vez en toda su historia los yanquis sufrían una derrota militar que los marcó desde entonces.

Escribe Mercedes Petit, dirigente de Izquierda Socialista y de la UIT (CI)

Distintos imperialismos dominaron la península de Indochina desde el siglo XIX. Con un heroísmo increíble, el pueblo vietnamita resistió y los fue expulsando. En la década de los ’50, luego de la división del país (Vietnam del Norte y Vietnam del Sur), los yanquis fueron el principal sostén de la odiada dictadura de Ngo Dinh Diem en el sur. La resistencia fue fortaleciendo a una guerrilla de masas, el Vietcong o Frente de Liberación Nacional (FLN), que contaba con el apoyo de Vietnam del Norte, limítrofe con China, siendo ambos países lo que los trotskistas denominábamos Estados obreros burocráticos. A medida que fue creciendo la resistencia popular a la dictadura, el ejército de Vietnam del Sur mostró su incapacidad para sostener al gobierno títere en el poder. Los yanquis tuvieron que pasar del envío de asesores y la ayuda militar a los bombardeos y la intervención directa de sus tropas invasoras, en 1964, bajo el gobierno de Lyndon B. Johnson.

Bombas, tropas y napalm

Durante ocho años, el todopoderoso imperialismo yanqui desarrolló una masacre cotidiana contra un pueblo que resistió con incalculables sacrificios. Llegó a enviar más de medio millón de soldados, tuvo cerca de 50.000 muertos y gastó más de 150.000 millones de dólares (lo que influyó en la crisis económica mundial de 1973/74). Hicieron conocer en todo el mundo una palabra siniestra: napalm, un combustible que produce una combustión más duradera que la de la gasolina simple, que arrojaban desde sus aviones. Toneladas de bombas, de napalm y de químicos exfoliantes arrasaban con los cultivos y toda la vegetación. Los soldados yanquis tuvieron que pelear cuerpo a cuerpo con los heroicos campesinos, transformados en guerrilleros.

Un heroísmo sin límites

La prensa mundial comenzó a poner ante los ojos del mundo todas esas atrocidades. La guerra se transmitía cotidianamente por televisión, los periodistas y reporteros gráficos divulgaban la infinita crueldad de la invasión yanqui mostrando los efectos del napalm, los asesinatos a civiles y otras monstruosidades. Comenzó a ganar espacio entre los luchadores la solidaridad con el pueblo vietnamita. Por su parte, las burocracias china y soviética solo lo ayudaban “con cuentagotas”, sin involucrarse en forma contundente junto al pueblo agredido. En 1965 la delegación del PC cubano hizo en el XXIII Congreso del PCUS una propuesta fundamental: exigió a las conducciones de los partidos comunistas de la URSS y China que declararan a Vietnam parte inviolable de sus propios territorios para derrotar contundentemente la invasión. El Che hizo su llamado: “Hagamos dos, tres, muchos Vietnam…”. Los burócratas hicieron oídos sordos.

1968: un punto de inflexión

Las masas vietnamitas comenzaron a inclinar la balanza a su favor desde lo que se llamó “la ofensiva del NET”, cuando en febrero de 1968 se produjeron levantamientos en las principales ciudades del sur. Y con el Mayo Francés y el ascenso de las movilizaciones en todo el mundo la solidaridad con el pueblo vietnamita se instaló entre la juventud estudiantil y los luchadores de Europa y América. En los Estados Unidos comenzó a desarrollarse un movimiento contra la invasión a Vietnam cada vez más masivo y vigoroso. En 1970 se produjo la célebre “marcha sobre Washington”, que convocó a más de un millón de manifestantes en la capital. También marcharon en cientos de ciudades de todo el país. La represión comenzó, hubo centenares de presos, heridos e incluso muertos. En la vida política norteamericana, en las universidades, los medios intelectuales y de prensa y en la industria cinematográfica se instaló cotidianamente el tema de Vietnam. La actriz Jane Fonda tuvo la valentía de visitar durante quince días Vietnam del Norte en 1972. El veterano marine Ron Kovic, que había viajado como voluntario entusiasta en 1967 y volvió parapléjico, se sumó al repudio a la invasión. En 1974 escribió su autobiografía en el libro Nacido el 4 de julio (publicado en 1976 y llevado al cine en 1989 por Oliver Stone). Millones fueron saliendo a las calles con la consigna “traigan los soldados a casa ahora”. En enero de 1973, el gobierno yanqui y su títere en Saigón, Cao Ky, tuvieron que firmar “acuerdos de paz” que incluían la retirada de los yanquis y un consejo –que involucraba al Vietcong– para convocar elecciones. Aunque los yanquis comenzaron a retirar las tropas (más que nada obligados por el repudio en los Estados Unidos y el mundo), no cumplieron con todo lo acordado, pero la suerte de los dictadores del sur y sus amos imperialistas ya estaba echada.

Un triunfo histórico

En el inicio de 1975 el avance del FLN era arrollador. En marzo ya casi no había respuesta por parte del gobierno de Saigón y sus tropas. El 29 de abril entró en la historia la foto de los helicópteros que sacaban a los pocos funcionarios que aún quedaban por los techos de la embajada norteamericana. El 30, un fugaz presidente, Duong Van Minh, ordenó a lo que quedaba de su ejército suspender las hostilidades y se rindió, transfiriendo el poder al gobierno del FLN. Los vietnamitas habían triunfado derrotando a la más grande potencia militar, los Estados Unidos. La tremenda capacidad de lucha de las masas vietnamitas había quedado demostrada en años de heroica resistencia. La solidaridad mundial había jugado un papel decisivo para llevarlas hacia el triunfo. Pero de todos modos estaba planteado con toda agudeza el problema de la dirección, en manos del FLN, aliado del Partido Comunista de Vietnam del Norte, que encabezaba Ho Chi Minh. El Partido Socialista de los Trabajadores (PST), orientado por Nahuel Moreno, señalaba en su periódico el carácter burocrático e inconsecuente de la dirección comunista. Valga de ejemplo que Duong Van Minh y otros altos funcionarios fueron puestos en libertad de inmediato e invitados a formar parte del nuevo gobierno. Decíamos que “[…] la falta de una dirección consciente y consecuentemente revolucionaria y de la democracia obrera seguirá siendo un formidable obstáculo para la revolución vietnamita” (Avanzada Socialista 146, 10/5/75). Así se demostró al producirse la reunificación de Vietnam bajo las condiciones totalitarias de la burocracia del norte. Y mucho más aún cuando acompañó el curso restauracionista de la burocracia china, abriendo las puertas al retorno del capitalismo. Pero nada de eso puede esconder la tremenda importancia que tuvo la derrota del imperialismo yanqui en 1975. Se demostró que se podía vencer a semejante monstruo. El “síndrome de Vietnam” lo llevó a buscar negociaciones y abstenerse de invadir países durante unos cuantos años. Y cuando reincidió, las masas de Afganistán y de Irak retomaron aquellos caminos propinándole nuevas derrotas.

Treinta años de guerra

Desde fines del siglo XIX el imperialismo francés dominaba toda la península de Indochina. Para entonces, ya había nacido el nacionalismo vietnamita. En la década del ’20 se fundó y se hizo fuerte un partido comunista, que desde los años ’30 tuvo una importante ala trotskista, fundamentalmente en las ciudades y en el movimiento obrero.

En la década del ’40 se fundó el Vietminh, que impulsó la resistencia al ocupante japonés. En 1945 se vivía un poderoso ascenso de masas que puso prácticamente el poder en manos de la resistencia. Pero los acuerdos de Stalin con el imperialismo en las reuniones de Yalta y Potsdam permitieron que los imperialistas franceses se reinstalaran en su dominio colonial.

En 1946 empezó la lucha, que logró derrotar a los franceses en 1954. Se negoció una retaceada independencia que le permitió a los yanquis tomar la posta de Francia. Se resolvió una partición, el norte para el Partido Comunista (encabezado por Ho Chi Minh), y el sur conducido por un títere de los yanquis, Ngo Dinh Diem. En 1956 se iban a realizar elecciones para reunificar el país.

Ante una inminente derrota en las urnas, Diem desató una feroz represión, el país quedó dividido y se reinició la guerra de guerrillas en las zonas rurales del sur. En 1960 se fundó el Frente de Liberación Nacional (o Vietcong). Como el dictador ya era un lastre para el gobierno títere, lo asesinaron sus propios funcionarios, pero eso profundizó la crisis.

Desde 1956 los yanquis mantenían miles de asesores militares para apuntalar al ejército de Vietnam del Sur, que se debilitaba cada vez más ante la resistencia de una guerrilla de masas que ganaba el apoyo creciente del campesinado.

A mediados de 1964, el presidente Johnson denunció un supuesto ataque a uno de los barcos de su Séptima Flota en el golfo de Tomkin (que luego se supo fue prácticamente fraguado por los yanquis) para comenzar a bombardear Vietnam del Norte y enviar miles y miles de marines, lo que puso en marcha la invasión, que culminaría en 1973 con el inicio del retiro de las tropas y la derrota total de abril de 1975.

 

El 1° de mayo de 1886 estalló una huelga en Estados Unidos por la jornada laboral de ocho horas. En Chicago, el conflicto recrudeció y la policía asesinó a manifestantes. El gobierno culpó a varios de sus dirigentes, que fueron encarcelados y asesinados. Pasarían a la historia como “los mártires de Chicago”. En 1889, la Internacional Socialista declaró ese día como jornada de lucha obrera, socialista e internacionalista.  

Escribe Francisco Moreira

A lo largo del siglo XIX se dio un avance arrollador de la industria capitalista. Las enormes ganancias se obtenían a costa de la brutal explotación de los obreros y obreras, quienes debían realizar jornadas de trabajo extenuantes de doce horas en promedio, con salarios muy bajos y viviendo en míseras condiciones. 

Pero a mediados de 1800 comenzaron a tomar fuerza las luchas obreras que exigían mejoras en las condiciones laborales. Uno de los reclamos más generalizados fue la jornada laboral de ocho horas.

Los mártires de Chicago

En Estados Unidos, tras años de luchas reivindicativas, en 1881 se constituyó la American Federation of Labor (Federación Norteamericana del Trabajo). Desde su nacimiento, exigió el cumplimiento de la jornada laboral de ocho horas. Pero las dilaciones y negativas patronales la llevaron a anunciar en 1884 que, si para el 1° de mayo de 1886 no se había implementado en todos los lugares de trabajo, comenzaría la huelga. La fecha llegó sin respuestas y la huelga estalló, a pesar de las propias dudas de muchos dirigentes sindicales. Nunca antes el país había vivido un levantamiento obrero de esas dimensiones. Más de cinco mil fábricas pararon y 340.000 obreros salieron a las calles y plazas a manifestar sus exigencias: “¡8 horas de trabajo! ¡8 horas de reposo! ¡8 horas de recreación!”. Ese mismo día, unos 125.000 obreros conquistaron la jornada laboral de ocho horas. A fin de mes, otros 200.000. Para fin de año, un millón ya la había logrado.

Pero en Chicago, uno de los grandes centros comerciales e industriales, los sucesos tomaron un giro dramático. Los obreros y obreras allí vivían en peores condiciones. Muchos trabajaban todavía catorce horas diarias. Numerosas familias habitaban hacinadas. Por eso el 2 de mayo la huelga continuó y la policía dispersó salvajemente una concentración de 50.000 trabajadores en el centro de la ciudad. Al día siguiente, la policía volvió a reprimir y asesinó a seis trabajadores que se encontraban en una protesta frente a la fábrica de maquinaria agrícola McCormik. El 4 de mayo, al finalizar un acto en la plaza Haymarket, convocado para denunciar esos brutales asesinatos, la policía volvió a cargar contra la multitud. Murieron treinta y ocho obreros. Durante la noche, el gobierno decretó el estado de sitio, estableció el toque de queda, los militares ocuparon los barrios obreros y organizaron violentas razzias en locales sindicales y hogares de dirigentes obreros. El gobierno culpó a anarquistas y socialistas por lo sucedido. Los dirigentes y activistas August Spies, Albert Parsons, Samuel Fielden, Adolph Fischer, George Engel, Michael Schwab, Louis Lingg y Oscar Neebe fueron llevados a un juicio maniatado en el que les impuso a cinco de ellos la pena de muerte. Su crimen había sido exigir un límite horario a la explotación laboral. Pasaron a la historia como “los mártires de Chicago”. 

Una jornada de lucha obrera, socialista e internacionalista

En 1889, cuando se fundó la Internacional Socialista (Segunda Internacional), se resolvió impulsar la jornada del 1º de Mayo para unificar las luchas obreras en todos los países. El congreso, reunido en París, denunció que el avance de la producción capitalista “implica la explotación creciente de la clase obrera por la burguesía […] y tiene por consecuencia la opresión política de la clase obrera, su servidumbre económica y su degeneración física y moral”. Por ello, establecía que los trabajadores de todos los países tenían “el deber de luchar por todos los medios a su alcance contra una organización social que les aplasta y, al mismo tiempo, que amenaza el libre desenvolvimiento de la humanidad”.

Al año siguiente, por primera vez, marcharon miles de obreros en decenas de ciudades del mundo en homenaje a los mártires de Chicago, por la jornada de ocho horas y otros reclamos y por el socialismo. Así, de la mano del socialismo revolucionario nacía la tradición del 1° de Mayo como una jornada de lucha obrera, socialista e internacionalista.

El 1° de Mayo en la Argentina

En nuestro país, unos tres mil trabajadores se reunieron en el Prado Español (Recoleta) en aquella jornada del 1° de mayo en 1890. En su mayoría, eran inmigrantes sometidos a condiciones inhumanas de explotación, que daban los primeros pasos del movimiento obrero en la Argentina. Desde esa jornada, la conmemoración del Día Internacional de los Trabajadores pasó por los avatares de la lucha de clases del país y la política de las direcciones mayoritarias del movimiento obrero. 

El 1º de mayo de 1909 un acto anarquista en plaza Lorea (hoy parte de plaza Congreso) fue reprimido por orden del jefe de policía Ramón Falcón. La muerte de ocho obreros desencadenó una huelga general que exigía la renuncia del jefe de policía. Seis meses después, el joven obrero anarquista Simón Radowitzky hizo justicia por mano propia y lo asesinó. Esa noche se desató otra brutal represión bajo el estado de sitio, con cientos de detenidos, torturados y deportados por la Ley de Residencia. 

En las décadas de 1920 y 1930 el avance de direcciones reformistas en el movimiento obrero, primero los sindicalistas y socialdemócratas (PS), y después los estalinistas (PC), fueron transformando el 1° de Mayo en una jornada “democrática”, de apoyo a los gobiernos o sectores “progresistas” patronales. Finalmente, en 1947, Perón impuso la “Fiesta del Trabajo”, un día de festejo, bailes, desfiles y hasta la elección de la “reina del trabajo”. Así buscó transformar la jornada del 1° de Mayo en un día festivo o de descanso. 

Los socialistas revolucionarios seguimos conmemorando el 1° de Mayo como una jornada de lucha obrera, socialista e internacionalista. Un día para honrar a los mártires de la clase obrera y reivindicar todas las luchas en la perspectiva de lograr gobiernos de trabajadores que terminen con la explotación capitalista. Así lo haremos, una vez más, este viernes 1° de Mayo, junto al sindicalismo combativo y el Frente de Izquierda Unidad.

 

 

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