Escribe Federico Moreira
El recuerdo del “primer peronismo” y de las conquistas obtenidas por los trabajadores y el pueblo es utilizado por los dirigentes peronistas para ganarse el favor popular. Pero lo cierto es que desde hace décadas no queda nada de aquel movimiento nacionalista burgués que había levantado las banderas de la justicia social, la soberanía política y la independencia económica. No existe más el peronismo de las conquistas obreras y populares.
Ya en 1973, el gobierno de Perón, contra las expectativas generadas, impuso el “pacto social” que no permitió a los trabajadores recuperar lo perdido en los años anteriores. Tras su muerte, vinieron el ajuste feroz del ministro Celestino Rodrigo y se profundizaron las persecuciones y asesinatos contra la resistencia obrera de parte de Isabel, López Rega y sus bandas fascistas. En 1989, el peronismo volvió con Menem y, pese a las promesas de “salariazo y revolución productiva”, llevó adelante otra feroz ofensiva contra los trabajadores y los sectores populares. Aumentó la desocupación, bajó los salarios y las condiciones de vida, mientras privatizaba todas las empresas públicas a precio de remate.
Desde 2003, los gobiernos peronistas de Néstor y Cristina Kirchner utilizaron el doble discurso e ilusionaron con un supuesto “retorno al primer peronismo”. Pero el kirchnerismo no fue nada de eso. Los Kirchner nos hicieron creer que nos desendeudábamos, pero pagaron como ningún otro gobierno anterior la deuda externa que siguió creciendo, mantuvieron las privatizaciones menemistas y con Chevron en Vaca Muerta continuaron entregando nuestros recursos naturales. Con la profundización de la crisis también aplicaron el ajuste reduciendo salarios y jubilaciones, crecieron el trabajo en negro, el desempleo y la pobreza mientras los ocultaban truchando los números del Indec.
Ahora, tras el desastre macrista, el peronismo está otra vez en el gobierno con Alberto Fernández y Cristina Kirchner. En medio de la pandemia del coronavirus y la crisis económica, pese a haber prometido que gobernaría para los “más vulnerables”, continúa con el ajuste y la entrega. Mientras los trabajadores recibieron en estos meses despidos, suspensiones o rebajas salariales, las multinacionales recibieron subsidios y rebajas de impuestos. Después de decir que “elegiría a los jubilados antes que al FMI”, Alberto pagó este año a los usureros internacionales y pretende seguir pagando tras la renegociación de la deuda.
Hace décadas que el peronismo se terminó de consolidar como un sostén fundamental de las patronales y del saqueo imperialista. Por eso no es salida para los trabajadores y los sectores populares. Hoy es la izquierda la que sigue defendiendo, en cada lucha, las históricas conquistas obreras y populares contra todos los gobiernos patronales, incluidos los peronistas como el de Alberto. Izquierda Socialista y el Frente de Izquierda son los que plantean que hay que romper con el imperialismo y el FMI, dejar de pagar la deuda, nacionalizar la banca y el comercio exterior y reestatizar las privatizadas. La experiencia de décadas realizada con el peronismo plantea también el desafío de luchar por un verdadero gobierno de trabajadores y el socialismo para dar una solución definitiva a los urgentes problemas sociales.
Escribe Francisco Moreira
El 3 de octubre de 1990 se firmó el tratado de unificación que, tras la caída del Muro de Berlín un año antes, selló formalmente la reunificación alemana. El pueblo alemán derrotó a la dictadura del partido único en el sector oriental y acabó con la división del país. Sin embargo, los desastres del falso socialismo de la burocracia estalinista y la ausencia de una dirección revolucionaria dieron lugar a la restauración capitalista. Sigue pendiente la tarea de avanzar hacia un verdadero socialismo con democracia obrera.
En mayo de 1945 se produjo la rendición de los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Hitler se suicidó cuando las tropas del ejército soviético tomaron Berlín, la capital de Alemania. Tras su triunfo, la burocracia de la URSS, encabezada por José Stalin, y los líderes imperialistas Winston Churchill (primer ministro inglés) y Franklin Roosevelt (presidente de los Estados Unidos) pactaron dividir el país. Así comenzaron a crear “esferas de influencia” para reconstruir el capitalismo y frenar los movimientos revolucionarios e independientes de los trabajadores y los pueblos del mundo. Además, se aseguraron de que el proletariado alemán, rico en tradición revolucionaria, tuviera más dificultades para volverse a levantar en el futuro.
La división de Alemania llevó a la creación, en la región occidental, más poblada e industrial, de la República Federal Alemana (RFA), con capital en Bonn. En la zona oriental, con menos población y menor desarrollo, se constituyó la República Democrática Alemana (RDA), con capital en Berlín, que quedó dividida. En 1961, la dictadura burocrática construyó el muro, símbolo de la división alemana y de la represión al pueblo alemán oriental.
En la RDA se instituyó un régimen parecido al de los gobiernos de Polonia, Hungría, Checoslovaquia y otras naciones de Europa Central, que los trotskistas llamamos “Estados obreros burocráticos”. Una dictadura del Partido Socialista Unificado, estalinista, un aparato burocrático y totalitario que respondía directamente a las órdenes de los jefes de Moscú y era protegido por las tropas rusas del Pacto de Varsovia. La población vivía bajo una constante represión, sin libertades y con una vida regimentada por el control burocrático. Con la eliminación de la burguesía y la planificación económica lograron mejoras, como pleno empleo y acceso masivo a actividades deportivas y culturales, aunque siempre modestas en relación con sus vecinos de la RFA, protegidos por el imperialismo yanqui.
Derrumbe estalinista y reunificación alemana
En la década de los ’80, las burocracias dominantes en los países donde se había expropiado a la burguesía profundizaron sus negociaciones con el imperialismo y la apertura hacia la penetración capitalista. La falta de libertades y la caída en los niveles de vida alentaron entre las masas un ascenso de las luchas. Se puso en marcha una rebelión antiburocrática y democrática. Comenzaron a darse los primeros triunfos de lo que León Trotsky denominó en los años ’30 “revolución política” contra el aparato burocrático. La revolución polaca fue una de las primeras, con el surgimiento del sindicato Solidaridad. Ya en 1989, en toda Europa Oriental, había movilizaciones. Las huelgas mineras sacudían a la URSS. Ese año, en junio, hubo una derrota importante en China, cuando la dictadura del Partido Comunista aplastó la revolución con la represión en la plaza Tiananmen. Pero esto no detuvo a las masas.
A comienzos de octubre de 1989, la RDA realizó los festejos por los cuarenta años de su fundación. Pero ya para esos días el régimen dictatorial estaba en total crisis, con un país semiparalizado en lo económico, sacudido por el éxodo creciente de su población a Hungría y Checoslovaquia y las movilizaciones populares. La visita de Mijaíl Gorbachov, jefe de Estado de la URSS, fue utilizada por las masas para expresar sus anhelos de cambio. El gobierno intentó calmar el descontento con algunos cambios. Destituyeron al viejo dictador Erich Honecker e impusieron a Egon Krenz. En noviembre, como parte de los cambios prometidos, Krenz anunció que se darían permisos para visitar Berlín Occidental. Sin que nadie lo hubiera previsto o planificado, los alemanes orientales comenzaron a trasladarse en coche y a pie para visitar el otro lado sin restricciones. Frente al Muro de Berlín se abrazaban parientes y desconocidos. Pronto aparecieron los primeros picos y martillos y, bajo la mirada desconcertada de los soldados orientales, comenzó la demolición del hormigón. El pueblo alemán ponía en marcha no solo el fin de la dictadura estalinista sino, también, la reunificación alemana.
Un triunfo con un alto costo
Según los grandes medios de comunicación, los artífices de la reunificación alemana fueron el presidente yanqui, Ronald Reagan, y el papa Juan Pablo II, ayudados por Gorbachov. Pero no fue así. Los gobiernos capitalistas temían que una Alemania reunificada quebrara los frágiles equilibrios imperialistas. Por su parte, la burocracia estalinista aún pretendía retener el poder y encauzar la restauración capitalista bajo su propio dominio. Ambos le temían al ascenso revolucionario de las masas.
La caída del Muro fue una victoria del pueblo alemán y del mundo porque concretó y simbolizó el fin de las dictaduras burocráticas de los partidos comunistas. Fue una revolución política triunfante. Pero al mismo tiempo tuvo grandes limitaciones y contradicciones. Debido a la ausencia de una alternativa socialista revolucionaria que encabezara la movilización de las masas, no se enfrentó ni derrotó la restauración capitalista en marcha. Por el contrario, la confusión llevó a las masas a ilusionarse con el capitalismo. Se fortaleció la campaña ideológica de todos los reformistas y de los ideólogos capitalistas contra la expropiación y contra la propiedad estatal de las principales empresas de producción y servicios, que son la base económica y social de un auténtico socialismo.
El canciller demócrata cristiano Helmut Kohl fue uno de los líderes que más rápido comprendió la situación. La reunificación era un hecho que no tenía retorno. Entonces, asumió la conducción del proceso. Con millones de marcos, realizó concesiones económicas a la población oriental para estabilizar la situación del país y desmontar la movilización. El 3 de octubre de 1990, tras la firma del tratado de unificación, encabezó los festejos. El pueblo alemán pagaría después el alto costo de que se avanzara hacia una reunificación, pero bajo el capitalismo.
A partir de entonces, el conjunto de los trabajadores alemanes continuó haciendo su experiencia con el capitalismo y sus gobiernos, que nunca pudo ni podrá ofrecerles el progreso que anhelaban quienes tiraron el Muro de Berlín y propiciaron la reunificación. La relativa estabilidad lograda en Alemania como potencia imperialista, continuada por los gobiernos de Ángela Merkel, fue lograda a costa de brutales planes de ajuste a los trabajadores y los sectores populares. Hoy, ante la doble crisis de la pandemia y la economía, los trabajadores vuelven a pagarla con reducciones salariales y aumento del desempleo. Por eso sigue aún vigente la gran tarea de conquistar gobiernos de trabajadores, expropiar a la burguesía y avanzar hacia un verdadero socialismo con democracia obrera.
Escribe Federico Novo Foti
El pasado viernes 18 de septiembre se cumplieron 14 años de la segunda desaparición de Jorge Julio López, quien había sido un testigo clave en la acusación que llevó a la cárcel al genocida y director de Investigaciones de la Policía Bonaerense durante la última dictadura militar, Miguel Osvaldo Etchecolatz. López había recibido amenazas por parte de Etchecolatz, incluso durante el juicio. Sin embargo, el entonces gobierno de Néstor Kirchner no le dio ninguna protección y, luego de su desaparición, no promovió ninguna investigación seria. En estos 14 años pasaron varios gobiernos, pero continuó la impunidad porque la causa por su segunda desaparición nunca avanzó. Por eso el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia realizó una concentración en Plaza de Mayo para seguir exigiendo justicia por López y denunciar la impunidad que se mantiene con los gobiernos de Alberto Fernández y Axel Kicillof, que no promueven el avance de la causa. Por su parte, la Multisectorial de La Plata, Berisso y Ensenada realizó una importante movilización incorporando al reclamo por López las denuncias contra la represión actual del gobierno, en el marco de la crisis del coronavirus y la crisis económica, por los más de cien casos de gatillo fácil sucedidos en cuarentena, la represión a los trabajadores del frigorífico Penta, la persecución a manteros y trabajadores ambulantes migrantes, como la comunidad senegalesa de La Plata, o las amenazas de desalojo en las tomas de tierras. La lucha por justicia por López, el juicio y castigo a los responsables de su segunda desaparición y por el desmantelamiento de las fuerzas represivas continúa.
Los días 4 y 5 de septiembre de 1975, ocho compañeros del PST de La Plata, partido antecesor de Izquierda Socialista, fueron secuestrados y asesinados por bandas fascistas que actuaban al amparo del gobierno peronista de Isabel Perón. Fue la antesala del golpe de 1976. José Rusconi, quien por entonces era militante de la Juventud Socialista del PST, recuerda los hechos, continúa exigiendo justicia y reivindica su ejemplo revolucionario.
Escribe José “Pepe” Rusconi
Cuando en septiembre de 1974 el compañero Roberto “Laucha” Loscertales me propuso apoyar el conflicto de una fábrica en el barrio de Villa Elisa me dio la posibilidad, como activista universitario, de hacer mi primera experiencia de lucha junto al movimiento obrero. Así, me sumé al Partido Socialista de los Trabajadores (PST). En ese momento era imposible imaginarme qué le pasaría a Laucha tan solo un año después.
El 5 de septiembre de 1975, en horas de la mañana, estábamos en el centro platense junto con otra compañera, Patricia Claverie. Regresábamos de una actividad militante. Ambos pertenecíamos a la Juventud Socialista del PST y éramos estudiantes de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Yo, además, era trabajador del Banco Nación. Caminábamos y charlábamos tranquilos. Patricia me acompañó hasta la entrada de mi trabajo y siguió rumbo a nuestro local partidario. No sabíamos nada de lo que había sucedido la noche anterior.
Esa noche, cinco compañeros y compañeras se habían dirigido hasta la planta de Petroquímica Sudamericana (hoy Mafissa) en Olmos, para brindar apoyo a sus trabajadores. En Petroquímica se venía desarrollando un conflicto gremial muy importante y nuestro partido, que apoyaba esa huelga como lo hacía en todos los conflictos, había organizado una colecta en la universidad para el fondo de lucha de los trabajadores. Las compañeras y compañeros que se habían dirigido a la fábrica para llevar lo recaudado eran Roberto “Laucha” Loscertales, que había sido dirigente estudiantil en la Facultad de Ingeniería y trabajador del Astillero Río Santiago; Adriana Zaldúa, referente estudiantil de Arquitectura y trabajadora del Ministerio de Obras Públicas (MOP); Hugo Frigerio, trabajador y delegado gremial, también del MOP; Ana María Guzner Lorenzo, trabajadora delegada no docente despedida de la UNLP por la “Misión Ivanissevich”, y Lidia Agostini, joven odontóloga integrante del frente de profesionales del partido. Pero nunca llegaron, porque fueron interceptados en el camino y secuestrados.
Yo aún estaba trabajando cuando me llegaron las primeras noticias sobre el hecho. Al terminar la jornada me dirigí rápidamente hacia nuestro local. Creo que fui el último en ingresar, porque detrás mío se cerraron las puertas para que nadie entrara ni saliera. Un rato antes había sucedido un segundo hecho. Cuatro compañeros habían salido del local para volantear en el Ministerio de Obras Públicas, donde se iba a realizar una asamblea por lo sucedido la noche anterior. Pero tampoco llegaron. A la vuelta del local, tres de ellos fueron obligados a ingresar a dos autos por personas armadas. Una cuarta compañera, que se había retrasado, pudo ver la situación volviendo rápidamente al local para dar aviso. Estos compañeros eran Oscar Lucatti, trabajador del MOP; Carlos “Dicky” Povedano, trabajador de una repartición pública llamada Previsión Social, y Patricia Claverie, estudiante de la Facultad de Ciencias Naturales, con la que habíamos compartido actividades unas horas antes.
Las bandas fascistas durante el gobierno peronista
Nos quedamos encerrados en el local toda la noche como medida de seguridad. Solo ingresó un grupo de compañeros y familiares de las víctimas que habían estado haciendo infructuosas gestiones para localizar a los secuestrados. Por la madrugada llegaron las noticias. Supimos que habían sido secuestrados por un grupo fascista que actuaba en la ciudad. Era la época de las bandas de extrema derecha, como la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), la Concentración Nacionalista Universitaria (CNU) y otras, que habían comenzado a actuar al amparo del gobierno de Perón, primero, y tras su fallecimiento, de su sucesora, Isabel Martínez de Perón, organizadas por el ministro de Bienestar Social José López Rega.
La patronal y el imperialismo no habían tenido éxito con su proyecto de traer a Perón al país en 1973 para intentar cerrar el inmenso ascenso obrero y popular abierto con el Cordobazo en 1969. El Pacto Social que había propuesto Perón para contener las luchas, congelando salarios y suspendiendo las negociaciones colectivas de trabajo, había fracasado. Los trabajadores siguieron reclamando ante la creciente inflación. En junio de 1975, la movilización obrera conocida como Rodrigazo hizo caer a Celestino Rodrigo, ministro de Economía, y al mismo López Rega, frustrando así el plan de ajuste. El gobierno peronista alentó la acción de las bandas fascistas y la represión a los activistas obreros y populares. La burguesía ya comenzaba a preparar el golpe de Estado.
Una militancia al servicio de construir el partido revolucionario y por el socialismo
Los cuerpos de los compañeros aparecieron en La Balandra (Berisso), acribillados y mutilados. El partido organizó el velatorio, donde estuvieron los restos de casi todos ellos. Al lugar se acercaron delegaciones de obreros de diferentes fábricas y comisiones internas de la región, conmocionadas por la masacre. Algunas de ellas expresaban que habían recibido la solidaridad de nuestros compañeros y del partido en sus luchas.
El PST estaba fuertemente inserto en el movimiento obrero y sus luchas. Tenía un enorme reconocimiento de los luchadores y el resto de la izquierda. Esto le valió el ensañamiento de las bandas fascistas y obligó a tomar medidas de seguridad. En mayo de 1974 ya habíamos recibido un golpe en la masacre de Pacheco. En aquel momento, Nahuel Moreno, dirigente de nuestra corriente, había llamado a la unidad de acción antifascista y a organizar la autodefensa obrera. Pero la mayoría de las organizaciones políticas lo desoyeron. Posteriormente, el golpe de Estado siguió ensañándose con el PST, que tuvo más de cien compañeros y compañeras asesinados y detenidos desaparecidos.
Hoy el recuerdo de los compañeros y las compañeras asesinados en la Masacre de La Plata es un homenaje en su memoria. Pero también es un reconocimiento a aquellos que entregaron sus vidas en la pelea por construir un partido revolucionario que aspira al gobierno de los trabajadores y las trabajadoras para terminar con la sociedad capitalista y construir, sobre sus ruinas, el socialismo. Izquierda Socialista, orgulloso continuador del glorioso PST, sigue exigiendo verdad y justicia para nuestros compañeros y compañeras asesinados en la Masacre de La Plata. Seguimos levantando, como lo hicimos desde un primer momento, los puños bien en alto y decimos ¡compañeras y compañeros asesinados y detenidos desaparecidos del glorioso PST, hasta el socialismo siempre!
Los días 4 y 5 de septiembre de 1975, ocho compañeros del PST de La Plata, partido antecesor de Izquierda Socialista, fueron secuestrados y asesinados por bandas fascistas, que actuaban al amparo del gobierno peronista de Isabel Perón. Fue la antesala del golpe de 1976. José Rusconi, quien por entonces era militante de la Juventud Socialista del PST, recuerda los hechos, continúa exigiendo justicia y reivindica su ejemplo revolucionario.
Escribe José “Pepe” Rusconi
Cuando en el mes de septiembre de 1974, el compañero Roberto “Laucha” Loscertales me propuso apoyar el conflicto de una fábrica en el barrio de Villa Elisa, me dio la posibilidad, como activista universitario, de hacer mi primera experiencia de lucha junto al movimiento obrero. Así me sumé al Partido Socialista de los Trabajadores (PST). En ese momento era imposible imaginarme qué le pasaría a “Laucha” tan sólo un año después.
El 5 de septiembre de 1975, en horas de la mañana, estábamos en el centro platense junto a otra compañera, Patricia Claverie. Regresábamos de una actividad militante. Ambos pertenecíamos a la Juventud Socialista del PST y éramos estudiantes de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Yo, a su vez, era trabajador del Banco Nación. Caminábamos y charlábamos tranquilos. Patricia me acompañó hasta la entrada de mi trabajo y siguió rumbo a nuestro local partidario. No sabíamos nada de lo que había sucedido la noche anterior.
Esa noche, cinco compañeros y compañeras se habían dirigido hasta la planta de Petroquímica Sudamericana en Olmos (hoy Mafissa), para brindar apoyo a sus trabajadores. En Petroquímica se venía desarrollando un conflicto gremial muy importante y nuestro partido, que apoyaba esa huelga como lo hacía con todo conflicto, había organizado una colecta en la universidad para el fondo de lucha de los trabajadores. Los compañeros y compañeras que se habían dirigido a la fábrica para llevar lo recaudado eran Roberto “Laucha” Loscertales, que había sido dirigente estudiantil en la Facultad de Ingeniería y trabajador del Astillero Río Santiago; Adriana Zaldúa, referente estudiantil de Arquitectura y trabajadora del Ministerio de Obras Públicas (MOP); Hugo Frigerio, trabajador y delegado gremial también del MOP; Ana María Guzner Lorenzo, trabajadora delegada no docente despedida de la UNLP por la “Misión Ivanissevich”; y Lidia Agostini, joven odontóloga integrante del frente de profesionales del partido. Pero nunca llegaron, porque fueron interceptados en el camino y secuestrados.
Al día siguiente, yo aún estaba trabajando cuando me llegaron las primeras noticias sobre el hecho. Al terminar la jornada, me dirigí rápidamente hacia nuestro local. Creo que fui el último en ingresar porque detrás mío se cerraron las puertas para que nadie entrara ni saliera. Un rato antes había sucedido un segundo hecho. Cuatro compañeros habían salido del local para volantear en el Ministerio de Obras Públicas, donde se iba a realizar una asamblea por lo sucedido la noche anterior. Pero tampoco llegaron al ministerio. A la vuelta del local, tres de ellos fueron obligados a ingresar a dos autos por personas armadas. Una cuarta compañera, que se había retrasado, pudo ver la situación volviendo rápidamente al local para dar aviso. Estos compañeros eran Oscar Lucatti, trabajador del MOP; Carlos “Dicky” Povedano, trabajador de una repartición pública llamada Previsión Social; y la misma Patricia Claverie, estudiante de la Facultad de Ciencias Naturales, con la que habíamos compartido la actividad unas horas antes.
Las bandas fascitas durante el gobierno peronista
Nos quedamos encerrados en el local toda la noche como medida de seguridad. Solo ingresó un grupo de compañeros y familiares de las víctimas que habían estado haciendo infructuosamente gestiones para localizar a los secuestrados. Por la madrugada llegaron las noticias. Supimos que habían sido secuestrados por un grupo fascista que actuaba en la ciudad. Era la época de las bandas de extrema derecha, como la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), la Concentración Nacionalista Universitaria (CNU) y otras, que habían comenzado a actuar al amparo del gobierno de Perón primero y, tras su fallecimiento, de su sucesora Isabel Martínez de Perón, organizadas desde el ministerio de Bienestar Social de José López Rega.
La patronal y el imperialismo no habían tenido éxito con su proyecto de traer a Perón al país en 1973 para intentar cerrar el inmenso ascenso obrero y popular abierto con el “Cordobazo” en 1969. El “Pacto Social”, que había propuesto Perón para contener las luchas, congelando salarios y suspendiendo las negociaciones colectivas de trabajo, había fracasado. Los trabajadores seguieron reclamando ante la creciente inflación. En junio de 1975, la movilización obrera conocida como “Rodrigazo” hizo caer a Celestino Rodrigo, ministro de economía y al mismo López Rega, monje negro del gobierno, frustrando así el plan de ajuste. El gobierno peronista alentó la acción de las bandas fascistas y la represión a los activistas obreros y populares. La burguesía comenzaría a preparar el golpe de estado.
Una militancia al servicio de construir el partido revolucionario y por el socialismo
Los cuerpos de los compañeros aparecieron en La Balandra (Berisso), acribillados y mutilados. El partido organizó el velatorio, donde estuvieron los restos de casi todos ellos. Al lugar se acercaron delegaciones de obreros de diferentes fábricas y comisiones internas de la región, conmocionadas por la masacre. Algunas de las delegaciones expresaban que habían recibido la solidaridad de nuestros compañeros y del partido en sus luchas.
El PST estaba fuertemente inserto en el movimiento obrero y sus luchas. Tenía un enorme reconocimiento de los luchadores y el resto de la izquierda. Esto le valió el ensañamiento de las bandas fascistas y obligó a tomar medidas de seguridad. En mayo de 1974 ya habíamos recibido el golpe de la masacre de Pacheco. En aquel momento, Nahuel Moreno, dirigente de nuestra corriente, había llamado a la unidad de acción antifascista y a organizar la autodefensa obrera. Pero la mayoría de las organizaciones políticas desoyeron este llamado. El golpe de estado siguió ensañado con el PST, que tuvo más de cien compañeros y compañeras asesinados y detenidos desaparecidos.
Hoy el recuerdo de los compañeros y compañeras asesinados en la Masacre de La Plata es un homenaje en su memoria. Pero también es un reconocimiento a aquellos que entregaron sus vidas en la pelea por construir un partido revolucionario que aspire al gobierno de los trabajadores y trabajadoras para terminar con la sociedad capitalista y construir, sobre sus ruinas, el socialismo. Izquierda Socialista, orgulloso continuador del glorioso PST, sigue exigiendo verdad y justicia para nuestros compañeros y compañeras asesinados en la masacre de La Plata. Seguimos levantando, como lo hicimos desde un primer momento, los puños bien en alto y decimos: ¡compañeras y compañeros asesinados y detenidos desaparecidos del glorioso PST! ¡Hasta el socialismo, siempre!