Jul 16, 2024 Last Updated 1:58 PM, Jul 16, 2024

Escribe José Castillo

La derrota de la lucha del frigorífico Lisandro de la Torre en enero de 1959 cerró una etapa de grandes y radicalizadas luchas del movimiento obrero. Se abrió, a partir de ese momento, un largo período de diez años donde prevalecieron peleas defensivas y un número importante de derrotas a nivel sindical. Al mismo tiempo, y como correlato, se fue consolidando y fortaleciendo una nueva burocracia sindical peronista, cuya figura emblemática fue Augusto Timoteo Vandor. Desde el punto de vista político, las distintas alas de la dirigencia política peronista (y el propio Perón desde el exilio) avanzaron en sus intentos de “institucionalización” del peronismo, buscando reinsertarlo en el régimen político, si bien muchas veces chocaron con la negativa de sectores de las fuerzas armadas y de fracciones de los partidos patronales. Mientras todo esto sucedía crecía, particularmente en la juventud estudiantil, la radicalización ideológica generada por la revolución cubana. El Cordobazo fue un parteaguas en todo este proceso.

De Frondizi a Onganía, pasando por Guido e Illia

La bronca popular contra el gobierno de Frondizi creció por la unión de dos hechos. Por un lado, el violento plan de ajuste contra la clase trabajadora y la represión a las luchas. Por el otro, la continuidad de la proscripción al peronismo, más allá de que el gobierno de Frondizi buscara “disfrazarla” con la autorización limitada a la participación electoral de expresiones toleradas y “dialoguistas” del peronismo. Esto estalló cuando, en marzo de 1962, triunfó en las elecciones para gobernador de la provincia de Buenos Aires la fórmula peronista (con el nombre de Unión Popular) y, por presión de los militares, se terminó anulando. Lo que no impidió que los mismos militares, diez días después, derrocaran a Frondizi. La dirigencia peronista ni siquiera reaccionó ante esta flagrante violación al resultado electoral, no llamó a ninguna movilización y el gobernador electo, Andrés Framini, se limitó a presentarse y constatar, con un escribano, que no se lo dejaba entrar en la casa de gobierno provincial.

En las elecciones de julio de 1963 se profundizaron los intentos del peronismo de ser aceptado “institucionalmente”. El propio Perón motorizó la constitución de un “frente nacional y popular” con la candidatura a presidente del conservador Vicente Solano Lima (incluyendo en su interior al propio frondizismo). Sin embargo, los partidos patronales y sectores del ejército más violentamente antiperonistas vetaron esta posibilidad, y el peronismo continuó proscripto, por lo que las elecciones fueron ganadas por el radical Arturo Illia. 

Illia enfrentó y reprimió las luchas obreras de ese entonces (el plan de lucha con ocupaciones de plantas de 1964) e impidió el retorno de Perón (su avión fue detenido en Río de Janeiro y obligado a regresar al Estado Español). Pero, apostando a una división entre Perón y el burócrata sindical Vandor, Illia autorizó la presentación de listas “neoperonistas” en las elecciones legislativas de 1965 en diversas provincias.

Cuando el presidente radical fue derrocado en 1966, las dos fracciones en que estaba circunstancialmente dividida la burocracia concurrieron a la asunción del general golpista Juan Carlos Onganía. Consultado sobre su posición, Perón opinó desde Madrid que no había que oponerse, ni mucho menos movilizarse contra el golpe: “Hay que desensillar hasta que aclare”.

Una nueva burocracia sindical se consolida

Con el golpe del ’55 la vieja burocracia sindical se “borró” completamente. Sin embargo, una nueva iría surgiendo, en parte prestigiada por haber participado en las luchas de los años 1956-1959 pero, sobre todo, al fortalecerse en el período de “baja” de las luchas posteriores a esa fecha. Negociando con patronales y gobiernos (y traicionando cada vez más las luchas) se va haciendo “confiable”, ganando cada vez más recompensas materiales y logrando que los sucesivos gobiernos le den beneficios (hasta llegar a la entrega total de las obras sociales en el gobierno de Onganía). Por supuesto que, a lo largo de esos años, las propias peleas por el aparato (y por los privilegios materiales) van a generar el surgimiento de rupturas y alas diversas. En todos los casos el “árbitro” fue Perón, desde el exilio. El máximo dirigente de esa burocracia, Vandor, en determinado momento priorizó su relación con los dirigentes políticos patronales y militares jugándose a encabezar un “peronismo sin Perón”, que terminaría derrotado por el propio líder, quién simplemente se limitó a darle aire a otra “ala” de la propia burocracia. Vandor posteriormente se “realinearía con el general” y desde ahí crecería el sector de la burocracia que lo sucedió después de su asesinato, en 1970.

La “revolución ideológica” juvenil

La Revolución Cubana impactó profundamente, en particular en sectores juveniles y estudiantiles, a comienzos de los años ’60. Las figuras del Che Guevara y Fidel Castro eran seguidas por millones. “La revolución que hablaba en español” demostraba que era posible construir el socialismo en Latinoamérica. Este proceso impactó en la izquierda, con rupturas en los partidos socialista y comunista y también en el peronismo. Con la figura emblemática de John William Cooke, que fue a formarse como combatiente a la isla, en el propio peronismo surgió un ala que se definió como revolucionaria, planteando que el peronismo debía seguir el camino que había tomado el Movimiento 26 de Julio castrista. Es muy ilustrativa al respecto la correspondencia entre Cooke y el propio Perón. Mientras que su ex delegado le insistía en que el peronismo debía transformarse en un movimiento revolucionario de liberación nacional e invitaba a Perón a instalarse en La Habana, este le respondía con evasivas desde el Madrid franquista.

Al mismo tiempo, en toda esta vanguardia juvenil surgía otro debate: ¿cuál era el método de la revolución latinoamericana? El Che Guevara, con su inmenso prestigio, abogaba por la guerra de guerrillas y, preferentemente, de base rural. Nuestra corriente salió a polemizar, volviendo a poner el centro en la construcción del partido revolucionario en el seno de la clase trabajadora y, más allá de las idas y venidas de dirigentes políticos y sindicales del peronismo, e incluso en algún momento del propio Perón, dejando claro que el peronismo era una fuerza política patronal, que cada vez buscaba una mayor integración al régimen. 

Para intervenir en esta etapa, en 1965 nuestra corriente creó el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), con la unión de Palabra Obrera (nuestro nombre anterior) y el FRIP, dirigido por Roberto Santucho. Lamentablemente, el debate sobre el guerrillerismo llevó a una nueva división en 1968, llevando a Santucho, y lo que se llamó PRT-El Combatiente, a la fundación del ERP. Nahuel Moreno, por su parte, planteó continuar la tarea de construcción en el movimiento obrero y la juventud con el nombre PRT-La Verdad.

El Cordobazo

La gran insurrección que estalló en Córdoba el 29 de mayo de 1969 (continuación de los sucesos de Corrientes y Rosario el mismo mes) cambió todo. Abrió una nueva etapa en el país, con un alza obrera y popular sin precedentes. El movimiento obrero retomó una ola de luchas que no se daba desde diez años antes. Nuevas insurrecciones sucedieron (segundo Cordobazo, Mendozazo, Tucumanazo, Rocazo). Surgió, como producto de todo esto, una nueva y extendida vanguardia obrera y juvenil, una parte de la cual, por primera vez, planteaba posiciones independientes del peronismo, dando lugar a lo que se pasaría a conocer como “clasismo”.

El Gran Acuerdo Nacional

El gobierno de la dictadura militar (en 1969 todavía estaba Onganía, que fue desplazado en 1970 y, tras un breve interregno de Levingston, terminó asumiendo el general Lanusse), el conjunto de la patronal y el imperialismo acordaron en que la salida para frenar el alza de masas sería el llamado Gran Acuerdo Nacional (GAN). Con la participación activa del peronismo, el radicalismo y de la burocracia sindical (liderada, tras la muerte de Vandor, por José Ignacio Rucci) se fue dibujando la única salida posible, el llamado a elecciones y la vuelta de Perón, con la aspiración de que con su liderazgo sería el único capaz de restablecer el orden capitalista.

El PST y la vuelta de Perón

Tres debates cruzaron a la vanguardia en esos momentos. El primero fue el de la guerrilla. El segundo, el del peronismo y el rol del propio Perón. El tercero, vinculado necesariamente a los dos anteriores, será el de si había o no que construir una alternativa que se animara a enfrentar al propio Perón en el terreno que se abría, el de las elecciones.

Nuestra corriente, PRT-La Verdad, se lanzó a participar con todo en este proceso. A partir de un acuerdo con un ala del viejo Partido Socialista que había girado a la izquierda a partir de su apoyo a la Revolución Cubana (la llamada “secretaría Coral”, por el nombre de su principal dirigente, Juan Carlos Coral), se terminó fundando el Partido Socialista de los Trabajadores. Al PST se incorporaron importantes dirigentes, como José Páez, uno de los principales referentes del Cordobazo y del clasismo. En la nueva coyuntura abierta por el GAN se salió a pelear por la construcción de un partido inserto en la clase trabajadora que le peleara a la burocracia en las fábricas, talleres y oficinas las comisiones internas y los cuerpos de delegados y que agrupara en listas opositoras a la nueva vanguardia obrera. Se debatió duramente con la guerrilla, planteando que ese no era el camino para la revolución en la Argentina, sino la pelea por una nueva dirección para la clase trabajadora, con un programa y una política que, a la vez, se enfrentara al peronismo y al propio Perón. Explicando pacientemente al conjunto de la clase obrera que Perón no volvía para reinstaurar los “días felices” del primer peronismo, sino para encorsetar las luchas detrás del pacto social entre burócratas sindicales y empresarios. Y discutiendo también con el enorme sector de la nueva vanguardia juvenil que se había hecho peronista y creía que con Perón y el peronismo se venían “la liberación” y “el socialismo nacional”.

Mientras las luchas continuaban y la represión arreciaba (como se vio dramáticamente en la masacre de Trelew, en agosto de 1972), el acuerdo del GAN, no sin contradicciones, seguía su curso. Finalmente, Perón volvió una lluviosa mañana de noviembre de 1972. No presionó por su candidatura (Lanusse, en uno de los tiras y aflojes de la negociación, había impuesto una cláusula que le impedía presentarse como candidato), creó el Frejuli (Frente Justicialista de Liberación) e impuso la fórmula compuesta por Héctor J. Cámpora y el conservador Vicente Solano Lima como vice.

La izquierda peronista, ya hegemonizada por Montoneros, fue la fuerza mayoritaria en la campaña electoral en marzo de 1973. El resto de los partidos de izquierda, con la excepción del PST, no salió a disputarle el terreno al peronismo, se abstuvieron con consignas ultras (“ni golpe ni elección, revolución”, o “ni votos ni botas, fusiles y pelotas”), o llamando a votar al Frejuli o alguna opción de centroizquierda (como hizo el PC con la APR, que llevó la fórmula Alende-Sueldo). El PST puso su legalidad, trabajosamente conseguida, al servicio de construir un frente de los trabajadores, pero los dirigentes más reconocidos por la nueva vanguardia (como Agustín Tosco o René Salamanca) se abstuvieron, sumándose de hecho a algunos de los planteos que citamos más arriba. El PST terminó dando la pelea electoral en soledad, levantando la fórmula Juan Carlos Coral-Nora Ciappone y llevando a José Páez como candidato en Córdoba. Esto le dio una gran autoridad para el período que se abrió a partir del 25 de mayo de 1973 con la vuelta del peronismo al poder tras dieciocho años de proscripción y la enorme frustración que luego se abriría para millones de trabajadores, jóvenes y sectores populares.

 

Escribe José Castillo

Reanudamos nuestra serie de artículos sobre el peronismo, que iniciamos en El Socialista 450 [“¿Qué es el peronismo?”], 451 [“El primer peronismo (1943-1955)”] y 452 [“El trotskismo morenista y el primer peronismo”]

En septiembre de 1955 triunfó el golpe gorila proyanqui, clerical y propatronal autodenominado “revolución libertadora”, que para la memoria histórica de la clase obrera quedó como “la fusiladora”. Fue una derrota muy dura para el pueblo trabajador. Perón no armó a los trabajadores, como se le había pedido reiteradamente y, básicamente, se entregó sin pelear. La burocracia sindical peronista y los dirigentes políticos “se borraron” o llamaron a “la tranquilidad” y “volver al trabajo”, mientras buscaban negociar la permanencia en sus cargos con el nuevo gobierno de Lonardi. Los núcleos de trabajadores que resistieron, en Rosario y sectores del conurbano bonaerense, solos y aislados, fueron ferozmente reprimidos.  

Se abrieron así dieciocho años de proscripción para el peronismo. Un largo período donde la clase trabajadora argentina no tuvo el derecho democrático elemental de votar a quien consideraba su líder. Sin embargo, los dirigentes políticos y sindicales peronistas, y el propio Perón, no fueron intransigentemente opositores a los diversos gobiernos, civiles y militares, que los proscribieron. Los historiadores del peronismo han inventado el mito de los dieciocho años de la resistencia peronista, que existió, sin duda, pero estuvo circunscripta a los años 1956-1959 donde, ante la violentísima ofensiva proyanqui por barrer todas las conquistas logradas en la época anterior, la clase obrera argentina resistió con huelgas, movilizaciones y dando lugar al surgimiento de una nueva camada de dirigentes muy combativos.

Pasamos a ser una semicolonia yanqui

Tras una década en la que nuestro país había mantenido una relativa independencia con respecto al ascendente imperialismo norteamericano, con la dictadura de Aramburu-Rojas pasamos inmediatamente a ser una semicolonia de los Estados Unidos, se firmaron los pactos con la OEA e ingresamos en el FMI.

El propósito del gobierno se centró en liquidar las conquistas obtenidas por la clase trabajadora. Para ello sabía que tenía que destruir al conjunto de la organización existente del movimiento obrero. Ese era el objetivo profundo de la “desperonización”, a la que le unía una represión generalizada sobre el conjunto de los sectores populares (se destruyeron bustos de Perón y Evita, se quemaron libros y se prohibió hasta el uso de los símbolos y aun nombrar a Perón y Eva Perón). Pero el gobierno de la “libertadora” fracasó en su intento. La clase trabajadora resistió con uñas y dientes desde la última línea, las comisiones internas y los cuerpos de delegados.

Frente a la “borrada” generalizada de la vieja dirigencia política y  sindical, una nueva camada de activistas obreros tomó la posta. Ya el 17 de octubre de 1955 el 70% de la clase trabajadora había acatado un llamado a la huelga general lanzado por nuestra corriente (en aquel momento aún con el nombre de Federación Bonaerense del PSRN), con el solo acompañamiento de una pequeña agrupación llamada Comando Nacional Peronista.

Durante 1956 y 1957 se sucedieron paros, luchas parciales, reagrupamientos, se crearon listas y se realizaron plenarios sindicales. Los interventores de la dictadura, y sus colaboracionistas del PS y el PC, no lograron hacer pie en la mayoría de los gremios.

Esa fue la línea en concreto que asumió esa nueva y joven dirección que estaba surgiendo en el movimiento obrero y que abrumadoramente se reivindicaba peronista. Sin embargo, los dirigentes políticos del peronismo (autoproclamados en algunos casos, o con el apoyo explícito de Perón desde el exilio) se jugaban a otra cosa. Para ellos la “resistencia” consistía en una sucesión de hechos (algunos vinculados al movimiento obrero, otros no, como la colocación de pequeños explosivos, popularmente llamados “caños”, o la expansión de “rumores” como que Perón descendería en algún lugar del país desde un avión negro), que sirvieran de soporte a un golpe militar nacionalista properonista. Que terminó sucediendo, y fracasando, en junio de 1956, con el levantamiento del general Valle. La respuesta de la dictadura fue profundizar la represión, dando lugar incluso al fusilamiento de civiles en los basurales de José León Suárez.

Las luchas obreras, sin embargo, se siguieron profundizando, siendo la más importante la que se dio en diciembre de 1956 con una gigantesca huelga metalúrgica en la que tuvieron una destacada participación los compañeros de nuestra corriente.

El MAO y Palabra Obrera

En esos años, ya ilegalizado por la dictadura el PSRN, del cual éramos parte a través de la ya mencionada Federación Bonaerense, organizamos el Movimiento de Agrupaciones Obreras (MAO), que fue más conocido por el nombre de su periódico, Palabra Obrera. Nacido como un frente único de agrupaciones en el que participamos los trotskistas junto con otras construidas por la nueva vanguardia peronista, se transformó rápidamente en nuestra forma pública de intervención. A partir de allí, los trotskistas de la tradición de Nahuel Moreno realizamos “entrismo” en el movimiento obrero peronista. Conservando la más absoluta independencia política (de hecho solo se trató de algunas concesiones formales, como declararnos “peronistas”), Palabra Obrera tuvo una destacadísima intervención, fue reconocida por miles de delegados y activistas y su periódico se vendía de a miles.

Ya en 1957 el fallido intento de la dictadura de “reorganizar” la CGT desde la propia intervención militar, dio nacimiento a las 62 Organizaciones (originalmente los 62 sindicatos que, siendo mayoría en el congreso de la CGT, impidieron que los 32 gremios colaboracionistas junto con la intervención militar se quedaran con la dirección formal del movimiento obrero). En medio de conflictos parciales, e incluso varias huelgas generales, las 62 Organizaciones llegaron en esos tiempos a funcionar con plenarios semanales con barra, verdaderas asambleas de activistas donde nuestros compañeros de Palabra Obrera llegaron a tener una presencia importante.

La crisis política y el pacto de Perón con Frondizi

Todas estas luchas del movimiento obrero pusieron en crisis al conjunto del proyecto de “desperonización” de la dictadura y los partidos patronales que la acompañaban. De hecho, esto generó la división del radicalismo en “radicales del pueblo” (UCRP, Ricardo Balbín) y “radicales intransigentes (UCRI, Arturo Frondizi) e incluso del viejo Partido Socialista, entre PSD (socialistas “democráticos”, más gorilas, con Américo Ghioldi que había pedido y aplaudido los fusilamientos de junio de 1956) y PSA (socialistas “argentinos”, con Alfredo Palacios, que también había apoyado a la dictadura y fue su embajador en Uruguay). En 1957 la convocatoria a elecciones para asamblea constituyente con el objetivo explícito de derogar la Constitución de 1949 terminó en un estrepitoso fracaso, ya que ganaron los votos en blanco.

Finalmente, se convocó a elecciones presidenciales para febrero de 1958. La movilización y organización obrera, los millones de votos en blanco obtenidos y la repulsa popular a la “libertadora”, ya llamada “fusiladora”, ponían contra la pared a todo su proyecto. Pero en ese momento Perón, desde el exilio, negoció el voto al candidato de la UCRI, Arturo Frondizi, con la supuesta promesa de la legalización futura del partido peronista y la normalización de la CGT. Nuestros compañeros de Palabra Obrera discutieron en innumerables asambleas obreras lo incorrecto de esa “orden” de Perón, pero primó la confianza en la “capacidad estratégica” del líder. Así se terminó acatando, en muchos casos a regañadientes, el voto a la UCRI. 

Frondizi ganó con los votos peronistas. Pero no cumplió con ninguno de los términos del pacto. Peor aún, profundizó el ajuste contra la clase trabajadora junto con la dependencia y semicolonización de nuestro país. En el mismo año 1958 entregó el petróleo a las multinacionales norteamericanas, creó las universidades privadas (un regalo para la Iglesia Católica) y llegó a nombrar como ministro de Economía a Álvaro Alsogaray, un ícono del gorilismo y una de las figuras más antiobreras de la historia argentina. La conducción política del peronismo y las direcciones sindicales, en las que muy lentamente se iba consolidando una nueva burocracia sindical alrededor de la figura de Augusto Timoteo Vandor, llamaron a “esperar” y, de hecho, se jugaron a la desmovilización durante casi todo el año.

La última lucha: el frigorífico Lisandro de la Torre

Finalmente, la presión de las bases obreras para salir a pelear contra Frondizi, y el propio intento del gobierno de privatizar el frigorífico Lisandro de la Torre, en Mataderos, provocó una enorme huelga en enero de 1959. El barrio fue prácticamente tomado por los trabajadores en lucha en una pelea que duró semanas y que solo pudo ser derrotado con una ferocísima represión, que incluyó la entrada de tanques en el propio establecimiento, tras militarizar la zona.

La “libertadora” impidió que el peronismo se integre al régimen político, pero siempre hubo sectores “integracionistas” que buscaron de una u otra forma pactar con el régimen. De hecho, fue el propio Perón, a partir del acuerdo con Frondizi, quien también lo intentaría en 1958. Sin embargo, en esos años fue el régimen político, en particular a través de la presión militar, el que vetó reiteradamente esta salida.  

Enero de 1959, la derrota del frigorífico Lisandro de la Torre marcó el cierre de esta etapa gloriosa de la clase trabajadora argentina. Vinieron luego diez años de batallas defensivas y derrotas obreras. Hubo, sin duda, importantes conflictos, pero fueron infinitamente menos que en los tres años que hemos relatado. El peronismo profundizó su línea de integración al régimen, llegando al extremo en 1966 de que la dirección burocrática de los dos sectores en que ocasionalmente estaba dividida la CGT se hicieran presentes en la asunción del dictador Onganía, al mismo tiempo que Perón llamaba a “desensillar hasta que aclare”.

Sin embargo, volviendo al mismo enero de 1959, este abrió un nuevo horizonte, fue el momento del triunfo de la revolución cubana. El triunfo de “los barbudos” Fidel Castro, Ernesto “Che” Guevara y Camilo Cienfuegos provocó una auténtica revolución ideológica en las cabezas de miles de jóvenes que se sumaron en los años siguientes a la lucha por la revolución socialista. Todo terminó confluyendo cuando se dio una nueva alza obrera, con el Cordobazo de 1969. Pero esa es otra historia que contaremos en el próximo número. 

 

Se cumplen 46 años de la Masacre de Pacheco, un duro golpe contra la militancia del Partido Socialista de los Trabajadores (PST, antecesor de Izquierda Socialista) y la organización obrera y sindical de la zona norte del Gran Buenos Aires. El 29 de mayo de 1974 una patota mixta de la fascista Triple A y de la burocracia de la Unión Obrera Metalúrgica atacó a balazos el local que el PST tenía en la localidad de Pacheco. A medianoche, previo corte de luz en toda la manzana y luego de ametrallar el frente del local, un grupo identificado con camperas de cuero y brazaletes ingresó a los tiros, provocando destrozos y golpeando a culatazos a los presentes. Seis compañeros fueron secuestrados. Tres compañeras fueron liberadas a las pocas cuadras.

Oscar “Hijitus” Meza, de 26 años, era miembro de la comisión interna de los Astilleros Astarsa, en Tigre. En 1973 formó parte de la toma de la planta luego de la muerte de un obrero, consiguiendo reducir la jornada laboral de doce a siete horas. Antonio “Toni” Moses, de 24 años, era obrero metalúrgico de la autopartista Wobron, dirigida por la antiburocrática Lista Gris y Mario “Tano” Zidda , de 22 años, dirigente estudiantil de la Técnica Nº 1 de Tigre y obrero de la textil Abea. Sus cuerpos aparecieron acribillados a balazos en Pilar un día después de secuestrado.

La Masacre de Pacheco formó parte de un plan sistemático de la reacción fascista contra la vanguardia obrera de zona norte, en donde el PST tenía amplia influencia en una franja muy grande del movimiento obrero industrial. En la UOM el trabajo del la Lista Gris del PST se destacaba por dirigir o tener influencia en establecimientos industriales como Cormasa, Wobron, De Carlo, Corni, Otis y Texas Instruments, entre otros. El ataque al PST y a sus jóvenes dirigentes generó el repudio de los trabajadores de la zona, que llegaron a parar sus fabricas en algunos casos. Al velatorio de Meza, en la sede Bomberos de Tigre llegaron más de mil trabajadores de Astarsa, Corni y Cormasa para envolver el féretro con una bandera roja. En el local central del PST miles acompañaron desde la calle la despedida que dio Nahuel Moreno.

Julio Yessi, de la Juventud Peronista de la República Argentina (JPRA), hombre cercano a Perón, Jorge Conti, yerno de López Rega y subjefe de Prensa de la Casa de Gobierno hasta 1975, y Salvador Siciliano, matón de la Triple A, fueron parte del operativo y, gracias al testimonio de las compañeras sobrevivientes, fueron juzgados y condenados.

Al cumplirse 46 años de la Masacre de Pacheco, como militantes revolucionarios recordamos con dolor a quienes nos precedieron en el camino de la lucha y nos declaramos orgullosos continuadores de izar las mismas banderas que levantó el PST durante los años de plomo de la Triple A y luego con la dictadura. ¡Antonio, Mario y Oscar presentes!

Basada en la nota escrita por Martín Fú para El Socialista N° 425

El 29 de mayo de 1969 cambió la historia del país. En medio de una huelga general, obreros y estudiantes se movilizaron y derrotaron a la policía tomando el control del centro de la ciudad de Córdoba. La dictadura de Onganía quedó herida de muerte.

En el marco de un contexto mundial signado por las movilizaciones contra la intervención militar estadounidense en Vietnam y las grandes luchas obreras y estudiantiles ocurridas en países como Italia, Japón y México, tras el Mayo francés que puso en jaque al gobierno de De Gaulle en Francia, hacia 1968 comenzaba a producirse un cambio en la situación política argentina.

El contexto nacional

Desde 1966 gobernaba el dictador Onganía. La represión y la miseria comenzaron a generar un creciente malestar en los sectores obreros y populares. El estudiantado del interior empezó a luchar y fue duramente reprimido. El movimiento obrero comenzaba a recuperarse después de años de estancamiento. Durante 1968 se dieron tres luchas obreras importantes: la de los petroleros de YPF en Ensenada, la de los gráficos de Fabril Financiera en Barracas y la de Citroën, también en la ciudad de Buenos Aires. Fueron tres luchas largas y con mucha fuerza en la base. Fueron derrotadas, pero el ascenso no se interrumpió y se trasladó a las provincias.

En marzo de 1969 hubo conflictos estudiantiles en Tucumán y Rosario. Las luchas obreras las encabezaron los metalúrgicos, Luz y Fuerza,Smata, estatales y docentes.

A mediados de mayo se movilizaron los estudiantes correntinos en contra de la privatización del comedor universitario y fueron duramente reprimidos. Juan José Cabral, de 22 años, que cursaba Medicina, fue asesinado por la policía. Esto generó una inmediata movilización en Rosario que dio origen al Rosariazo. El 16 de mayo los estudiantes comenzaron a movilizarse y enfrentar en las calles a la policía hasta derrotarla. El 21 de mayo se sumaron sectores del movimiento obrero día en que fue asesinado el joven metalúrgico Luis Blanco.

El Cordobazo

En este contexto de ebullición, la CGT se vio obligada a convocar un paro de 24 horas para el 30 de mayo. En Córdoba la CGT regional decidió adelantar el paro para el 29, transformando la acción en una huelga de 36 horas. Tal era la bronca que había entre los trabajadores que la medida tuvo una adhesión del 98% y para el mediodía se movilizaron al centro de la ciudad junto con los estudiantes. En un área de aproximadamente 150 manzanas se enfrentaron con la policía. Se levantaron barricadas, los vecinos colaboraron con los manifestantes reprimidos se fueron sumando a la protesta. La policía mató al obrero del Smata Máximo Mena y el estudiante Daniel Castellanos. Pese a esto los manifestantes pasaron a controlar cada vez más esquinas de la ciudad de Córdoba y la policía se tuvo que retirar. Hasta las 17 los puntos neurálgicos estuvieron controlados por obreros y estudiantes, quienes protagonizaron una insurrección espontánea detonada por el odio a la dictadura militar. Después ingresó el ejército en el centro de la ciudad pero el movimiento ya se había replegado hacia los barrios. El gobierno de Onganía nunca se pudo recuperar de aquel golpe.

Las lecciones que nos dejó

El Cordobazo marcó un antes y un después en la lucha de clases que produjo un sostenido ascenso que fortaleció a los sectores antiburocráticos y clasistas del movimiento obrero. Esto se prolongó hasta 1976, cuando el golpe genocida de Videla vino a derrotar a los trabajadores. Después de que fracasara el Gran Acuerdo Nacional (GAN) pergeñado entre radicales y peronistas y comandado por Perón en su retorno al poder en 1973, con el objetivo de contener las luchas obreras.

Más allá de la narración de los hechos históricos, lo importante es reflexionar acerca de las lecciones políticas que nos dejó el Cordobazo. El “mayo cordobés” nos demostró que cuando la clase obrera se organiza masivamente y se moviliza con decisión puede torcer el rumbo de la historia, pese a los intentos de frenar las luchas de las patronales, los partidos burgueses y la burocracia sindical.

Si el ascenso iniciado en el Cordobazo pudo ser frenado y no siguió avanzando hacia una revolución socialista fue porque la conducción de los trabajadores era mayoritariamente peronista, un movimiento político que vino a garantizar la “estabilidad” del país para los empresarios. De allí que la otra gran lección de este proceso sea la necesidad de progresar en la construcción de una dirección revolucionaria, política y sindical que encauce las luchas hacia un gobierno de los trabajadores.


Qué decía Nahuel Moreno

“ […] Lo que ha ocurrido en Rosario, y principalmente en Córdoba, tiene un nombre muy claro, ha sido una semiinsurrección […]Tanto en Rosario como en Córdoba hemos presenciado el encuentro de los obreros y estudiantes con las fuerzas represivas, como la derrota de estas. Uno de los principales brazos armados del régimen, la policía, fue puesta en retirada por las fuerzas populares.

[…] En Córdoba el ejército intervino violentamente, originando una situación semiinsurreccional, de lucha civil, aunque por falta de dirección no fue respondida en la misma forma por el movimiento obrero y estudiantil. Hubiera sido suficiente que los trabajadores se hubieran armado para responder al fuego del ejército para que la guerra civil y la insurrección hubieran sido un hecho […] Lo que faltó tanto en Córdoba como en Rosario fue un partido revolucionario que supiera organizar a las masas para la insurrección. Si ese partido hubiera existido, hubiéramos logrado armas para los obreros y estudiantes, así como hubiera sabido elaborar un plan insurreccional para golpear a las fuerzas de la reacción en sus puntos neurálgicos […]

Moreno,Nahuel, Después del Cordobazo, Ediciones El Socialista, Buenos Aires, 2013

Basado en artículo escrito por Diego Martínez para El Socialista N° 425

El pasado sábado 16 se cumplieron dieciséis años del fallecimiento de nuestras compañeras Amelia Beato y Rita Astacio. Ambas eran militantes de nuestra corriente morenista y secretarias general y gremial respectivamente del Suteba General Sarmiento (que concentra los municipios de Malvinas Argentinas, San Miguel y José C. Paz). Ese día sufrieron un accidente automovilístico al regresar de San Luis, donde habían ido a apoyar un conflicto docente.

Ellas están siempre presentes en la comunidad docente de Malvinas, donde se ganaron el respeto y admiración por su trayectoria de lucha inclaudicable por la escuela pública, contra la burocracia sindical y por una sociedad socialista. Siguen siendo un ejemplo a seguir.

Desde nuestra agrupación, Docentes en Marcha, e Izquierda Socialista hacemos llegar un saludo a sus familias y a todos los que acompañaron su lucha. Y a quienes se han sumado en estos años, incorporándose sin haberlas conocido a la pelea y la construcción política y gremial que Amelia y Rita sostuvieron por años, lo que nos enorgullece. ¡Queridas Amelia y Rita, siempre presentes en cada lucha! 



Nuestro semanario. En el que te acercamos el reflejo de las luchas del movimiento obrero, las mujeres y la juventud, además un análisis de los principales hechos de la realidad nacional e internacional.

Es una herramienta fundamental para fortalecer a Izquierda Socialista y al Frente de Izquierda.

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