Escribe Francisco Moreira
Así titulaba la contratapa de “Solidaridad Socialista”, semanario del MAS (antecesor de Izquierda Socialista) del 8/12/1983. Era un llamado a los trabajadores que habían votado a Alfonsín a reflexionar juntos, arrancando de la pregunta: “¿qué podemos esperar del nuevo gobierno?”.
“El doctor Alfonsín ha dicho que gobernará para todos y en unidad nacional con todos. ¿Es posible? [...] aunque el gobierno tuviera la honesta intención de gobernar para todos, siempre resultaremos embromados los trabajadores, porque no se puede confiar en la oligarquía ni el imperialismo. El que se une a ellos, termina sirviéndoles. [...] Unido, desgraciadamente, a ellos, sólo podemos esperar que el nuevo gobierno continúe o agrave la miseria, los tarifazos y la superexplotación. Y unido, como está, al Fondo Monetario Internacional, sólo podemos esperar que nos mantenga convertidos en una virtual colonia de Estados Unidos. […] Tenemos un país gravemente enfermo, que a su vez forma parte de un mundo capitalista totalmente en crisis, dónde también crece la miseria y se extiende la desocupación. No hay otra alternativa que quitarles las propiedades y la riqueza a la oligarquía y al imperialismo. Eso es lo que proponemos los socialistas. Eso es el socialismo. […] La única unidad que nos sirve es la de los trabajadores y el pueblo, en nuestro país y en el mundo, para enfrentar y expropiar a los grandes capitalistas, las multinacionales y los terratenientes. […] La lucha del pueblo argentino derribó (es decir, obligó a dar elecciones e irse) a la dictadura militar. Y antes de ello le arrancó derechos democráticos que Videla y Martínez de Hoz habían pisoteado. [...] La miseria, los tarifazos, el hambre, los desalojos, la explotación y la enfermedad no esperan. [...] Luchemos y organicémonos desde abajo, para reclamar por nuestras necesidades más apremiantes.”
Escribe Federico Novo Foti
Eugenio Pacelli (Pío XII) encabezó la Iglesia Católica desde 1939 hasta su muerte en 1958. Antes de iniciar su papado, durante el ascenso del nazismo, había sido diplomático vaticano en Alemania. Mantuvo un silencio cómplice ante las atrocidades cometidas por el nazismo. Tras la caída de Hitler, adujo no haber tenido información fidedigna para emitir una posición. Pero documentos del Vaticano desclasificados recientemente lo desmienten y exponen el verdadero rostro de la Iglesia Católica.
Eugenio María Giuseppe Pacelli nació en Roma en 1876, en el seno de una familia de abogados del Vaticano. El joven Eugenio se ordenó e incorporó como abogado de la curia siguiendo la tradición familiar. Se destacó en la redacción del “Código de Derecho Canónico”, que defendía la “infalibilidad y primacía del papado” como cabeza espiritual y administrativa de la Iglesia Católica.1 El código era parte de la reacción de la Iglesia en defensa de sus territorios y riquezas, amasadas durante siglos de opresión y saqueo de diversos pueblos del mundo, y ante la pérdida de soberanía del Vaticano tras la unificación italiana. Publicado y promulgado en 1917, respondía también a lo que consideraba la amenaza “judío bolchevique”.
La influencia de Pacelli en el Vaticano continuó creciendo y fue nombrado nuncio (representante diplomático) del Vaticano en Munich y Berlín (Alemania). En enero de 1933 Adolf Hitler fue nombrado Canciller, comenzando a instalar el régimen nazi en Alemania a fuerza de persecuciones, asesinatos y la suspensión de partidos políticos opositores y sindicatos. En julio de ese mismo año Pacelli impulsó el Concordato entre la Santa Sede y el Reich (imperio) alemán. El tratado firmado autorizaba al papado a imponer el nuevo código a los católicos alemanes y garantizaba generosos privilegios a las escuelas católicas y el clero. A cambio se comprometía a la Iglesia Católica alemana, su partido político parlamentario (Partido del Centro) y a sus cientos de organizaciones y periódicos a no entrometerse en la actividad social y política alemana. La capitulación del catolicismo político, impulsado por Pacelli, permitió que el nazismo pudiera asentarse sin la oposición del Vaticano. Privilegiaba así el enfrentamiento contra la “peste del socialismo” y “la raza maldita” de los judíos, tal como lo afirmaban en el Vaticano.
Sin embargo, en el ascenso y consolidación del nazismo había sido decisiva la política del Partido Comunista alemán, orientado por José Stalin y la burocracia soviética, que había dividido y paralizado a los trabajadores por su decisión de enfrentar a la socialdemocracia, considerada “el principal enemigo”. León Trotsky y sus seguidores, perseguidos por la burocracia estalinista, fueron la honrosa excepción al llamar a constituir un frente único de los partidos de trabajadores para enfrentar al nazi-fascismo en ascenso. Pero no fueron escuchados.2
Pío XII y los horrores del nazismo
El 10 de febrero de 1939 murió el Papa Pío XI, predecesor de Pacelli en la silla de San Pedro, quien sería elegido Papa por el Cónclave de Cardenales el 2 de marzo. Cuatro días más tarde, Pío XII enviaba una carta “Al ilustre Herr Adolf Hitler, Führer y canciller del Reich alemán” deseando seguir “comprometidos en el bienestar espiritual del pueblo alemán confiado a su liderazgo”.3 En septiembre de ese año, las tropas alemanas invadieron Polonia, dando comienzo a la Segunda Guerra Mundial.
En marzo de 1942, comenzaron las deportaciones de poblaciones judías, como parte de la llamada “Solución Final” impulsada por el nazismo. En sólo dos años fueron exterminados seis millones de judíos y cientos de miles opositores a la contrarrevolución nazi y su régimen supremacista (gitanos, homosexuales, comunistas, socialistas), asesinados en los campos de concentración y exterminio.4 Pío XII hizo silencio.
Tras la caída del líder fascista italiano, Benito Mussolini, en abril de 1945, y a medida que se aproximaba la derrota definitiva del nazismo alemán, el Vaticano protagonizó un espectacular giro en su discurso, reivindicando la lucha “democrática” y plegándose a las celebraciones de la liberación. Entonces, Pío XII adujo que aquel silencio se había debido a que no estaba suficientemente informado sobre las atrocidades cometidas por el fascismo y el nazismo. Sin embargo, investigaciones recientes cuestionan la versión papal. Giovanni Coco, un investigador y archivista del Vaticano, publicó una carta del 14 de diciembre de 1942 escrita por el sacerdote jesuita alemán Lothar König, dirigida al secretario personal de Pío XII. En ella, informaba que “cada día mueren hasta 6.000 hombres, sobre todo judíos y polacos” en el campo de exterminio de Belzec, cerca de la ciudad de Rava Ruska (hoy Ucrania). Mencionaba también otros campos de exterminio, como Auschwitz, y hacía referencia a cartas previas con abundante información que aún no han sido publicadas.5 El Papa no podía desconocer los horrores del fascismo y el nazismo.
El Papa de Hitler
El 9 de octubre de 1958 murió Pío XII, l’ultimo Papa, como lo llaman aún en Italia. Su papado duró casi veinte años, bajo la Segunda Guerra Mundial y los primeros años de la posguerra. Poco después de su muerte, en 1959, se puso en marcha el proceso para su beatificación (santificación). Por entonces, la versión oficial del Vaticano era que Pío XII había dado órdenes expresas para salvar a cientos de miles de judíos, dándoles refugio en conventos y parroquias.
Pero en 1963 una obra de teatro estrenada en Alemania expuso una fuerte denuncia que se ha ido alimentando hasta nuestros días. En “El Vicario” de Rolf Hochhuth aparecía la afinidad de Pío XII con el nazismo y su complicidad con la “Solución Final”, retratado como un personaje cruel y cínico, más preocupado por salvar los bienes materiales del Vaticano que a los judíos perseguidos.6 En 1999, John Cornwell publicó “El Papa de Hitler”, una documentada investigación que terminó por confirmar las denuncias realizadas. Nada de esto impidió que el Papa Benedicto XVI (Joseph Ratzinger) intentara reflotar el proceso para su beatificación en 2008.
Sin dudas hubo muchos católicos que dieron su vida luchando contra la bestia nazi fascista. También hubo sacerdotes y monjas que protegieron a judíos y demás perseguidos. Pero el papado de Pío XII en el Vaticano mantuvo fielmente la trayectoria de una institución reaccionaria y oscurantista, contribuyendo siempre a sostener a los grandes capitalistas y el imperialismo, siendo acérrima enemiga de la movilización de los pueblos y el socialismo.
En pleno siglo XXI, los crecientes cuestionamientos a la Iglesia obligaron a la renuncia de Benedicto XVI en 2013. La coronación del Papa Francisco (el argentino Jorge Bergoglio) buscó lavarle la cara a la milenaria institución en crisis. Sin embargo, a diez años del reinado de Francisco, aquellos fieles que habían cifrado esperanzas en una posible reforma progresista de la Iglesia Católica fueron defraudados. La Iglesia sigue cruzada por denuncias de corrupción, fraudes financieros y abusos sexuales nunca esclarecidos. Francisco, con una estética más “austera” y un discurso “popular”, continúa representando a la vieja y reaccionaria Iglesia Católica defensora de los capitalistas.
1. Ver John Cornwell. “El Papa de Hitler. La verdadera historia de Pío XII”. Editorial Planeta, Barcelona, 2000.
2. Ver León Trotsky. “La lucha contra el fascismo en Alemania”. Ediciones Pluma, Buenos Aires, 1974.
3. John Cornwell. Op. Cit. Página 235.
4. Ver Nahuel Moreno. “Revoluciones del siglo XX”. Ediciones CEHuS, Buenos Aires, 2021. en nahuelmoreno.org
5. Antonio Carioti. “Pío XII sabía del Holocausto” en Corriere della Sera (16/09/2023)
6. Rolf Hochhuth. “El Vicario”. Editorial Norte, México, 1964.
En 2013, a pocas semanas de la coronación del Papa Francisco, la UIT-CI, organización internacional socialista que integra Izquierda Socialista, se expresaba sobre la crisis del Vaticano y la Iglesia Católica afirmando que “es parte de la crisis política del imperialismo”. Afirmaba que: “la Iglesia Católica no se ha podido exceptuar del proceso de decadencia del capitalismo y que cada vez más los pueblos movilizados y explotados toman distancia de la institución. El Vaticano ha sido siempre parte del frente contrarrevolucionario mundial. Contribuyendo, en unidad con el imperialismo norteamericano y europeo, a tratar de sostener al capitalismo y derrotar las luchas del movimiento de masas. En ese sentido, fue claro el rol del papa polaco Juan Pablo II, que jugó un gran papel contrarrevolucionario en el proceso de restauración capitalista y buscó activamente liquidar las revoluciones como, por ejemplo, con sus viajes a Nicaragua, El Salvador y a Argentina por la guerra de Malvinas. La inédita renuncia del Papa Ratzinger, algo que no ocurría desde hace más de 600 años, es reflejo de una aguda crisis que sufre la Iglesia y el Vaticano. […] La designación de Bergoglio como nuevo Papa muestra que la Iglesia busca dar un golpe de timón, nombrando por primera vez a un representante de Latinoamérica y de la orden de los jesuitas. Buscan con ello cambiar la imagen de la Iglesia ‘rica’, corrupta y alejada de la gente. […] Bergoglio posiblemente no cambie mucho las estructuras ni las doctrinas ultrarreaccionarias de la Iglesia, pero puede darle una imagen de “estar más cerca de la gente” [...] Este nombramiento podrá mejorar la imágen, pero no la crisis de fondo de la Iglesia Católica.
Ver “Tesis Políticas Mundiales. Una propuesta para las luchas del siglo XXI” en Correspondencia Internacional, Edición Especial, Buenos Aires, abril de 2013. Publicada en www.uit-ci.org
Escribe Federico Novo Foti
En septiembre de 1983, el dictador Reynaldo Bignone promulgó la “ley de autoamnistía”, que buscaba impunidad para los genocidas de la última dictadura militar. La lucha obrera y popular obligó a anularla. Sin embargo, los sucesivos gobiernos peronistas, radicales y macristas continuaron intentado salvar a los genocidas. Hoy lo hacen los ultraderechistas Milei y Villarruel. Pero la lucha por juicio y castigo a los asesinos de la dictadura continúa.
El 22 de septiembre de 1983, el dictador general Reynaldo Bignone firmó la “Ley de Pacificación Nacional” (ley 22.294), que se conocería públicamente como “Ley de autoamnistía” de los militares. A pocas semanas de las elecciones, fijadas para octubre, los militares intentaban cubrir con un manto de impunidad sus crímenes atroces.
En su articulado, la ley suspendía “las acciones penales emergentes de los delitos cometidos con motivación o finalidad terrorista” y establecía que los jueces dejaran todas las denuncias “sin sustanciación alguna”. Transformaba en ley las concepciones ya definidas en el “Documento Final” de la Junta Militar, elaborado en abril del mismo año, donde reivindicaba la “guerra contra la subversión y el terrorismo”, aunque cínicamente reconocía “errores que, como sucede en todo conflicto bélico, pudieron traspasar a veces los límites del respeto de los derechos humanos fundamentales”.1
Se instauraba así la falsa “teoría de los dos demonios”, cuyo planteo central era que el país había sufrido una “guerra interna” con dos bandos militares enfrentados y, en aras de la “pacificación nacional”, se proponía dejar impune lo que se calificaba como “excesos en la lucha antisubversiva”. El objetivo era ocultar el terrorismo de Estado y el genocidio perpetrado por los militares.
Intento desesperado de una dictadura moribunda
El 24 de marzo de 1976, los militares encabezados por el general Jorge Rafael Videla dieron el golpe de Estado. La dictadura vino a imponer un brutal plan de ajuste, acordado con las patronales y el imperialismo, y terminar con el ascenso de las luchas obreras y populares iniciado en 1969 con el “Cordobazo”. La dictadura suprimió las libertades democráticas e impuso el terrorismo de Estado, un plan sistemático de represión y muerte contra miles de activistas obreros, estudiantiles y populares, que dejó 30.000 detenidos-desaparecidos, entre ellos, más de cien pertenecientes al Partido Socialista de los Trabajadores (PST), antecesor de Izquierda Socialista.
A comienzos de 1981 el país entró en una profunda crisis económica. Las luchas del movimiento obrero se multiplicaron contra la política económica iniciada por el ministro José Alfredo Martínez de Hoz y continuada por quienes lo siguieron. La crisis fue tal que el general Roberto Viola, sucesor de Videla, duró sólo seis meses, siendo reemplazado por Leopoldo Fortunato Galtieri. Tras la huelga de la CGT Brasil, el 30 de marzo de 1982, la Junta Militar intentó desviar los cuestionamientos con la invasión a las Islas Malvinas. Pero su maniobra desencadenó un enorme movimiento popular antiimperialista que genuinamente peleó por la recuperación de las islas de manos del imperialismo británico. La rendición impuesta por la Junta Militar, incapaz de romper con el imperialismo, aumentó la bronca contra el gobierno y profundizó su crisis.2 Miles de personas salieron a las calles al grito de “rendición es traición” y “¡Junta Militar la vergüenza nacional!”.
La abrupta caída de Galtieri y la disolución de la Junta Militar, el 16 de junio, fue un triunfo revolucionario de las masas populares. La división de las fuerzas armadas y la crisis del régimen militar fue tan profunda que durante dos semanas no hubo gobierno, hasta que el 1º de julio asumió el general retirado Bignone. Pero la dictadura ya estaba herida de muerte. Las huelgas y movilizaciones obreras y populares continuaron bajo su gobierno y restauraron de hecho las libertades democráticas cercenadas por la dictadura. Con el objetivo de frenar la movilización revolucionaria y desviarla hacia las elecciones, pactadas para octubre de 1983, Bignone se apoyó en la Multipartidaria, integrada por el PJ, la UCR, el PC y las dos alas de la CGT.3
Fue durante esa dictadura débil y moribunda que Bignone firmó la ley de autoamnistía con la que los genocidas buscaron evitar el castigo por sus crímenes. La ley contó con el escandaloso apoyo de Ítalo Argentino Luder, candidato presidencial del PJ, que había firmado los “decretos de aniquilación de la subversión” en 1975, los cuales habían servido de excusa “legal” para el golpe de 1976.
La lucha contra la impunidad continúa
Aquella ley fue ampliamente repudiada y, tras las elecciones, el presidente Raúl Alfonsín (UCR) debió anularla. Sin embargo, los intentos por dejar impunes los crímenes cometidos por los genocidas continuaron bajo los llamados a la “reconciliación nacional” de los sucesivos gobiernos. Con ese objetivo, el propio Alfonsín impuso las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, Carlos Menem (PJ) los indultos a las cúpulas militares, los Kirchner (PJ) los juicios a cuentagotas y Macri intentó beneficiar a los genocidas encarcelados con el 2x1. Hoy son los ultraderechistas Milei y Villarruel quienes levantan las banderas del negacionismo y la impunidad para los torturadores y asesinos de la dictadura.
Pero la masiva lucha popular continúa contra los crímenes cometidos por la dictadura. Logró en estos años anular las leyes de impunidad (Obediencia Debida y Punto Final), los indultos, reiniciar los juicios y frenar los beneficios para los genocidas detenidos. Hoy la lucha sigue contra la impunidad y los negacionistas de ultraderecha que quieren levantar cabeza. Desde Izquierda Socialista/FIT Unidad, junto al Encuentro Memoria, Verdad y Justicia, seguimos exigiendo cárcel para los genocidas y justicia por los 30.000 detenidos-desaparecidos (entre ellos nuestras compañeras y compañeros del PST). Una vez más, decimos: ¡No perdonamos, no nos reconciliamos!
1. Ver Ley 22.294/1983 y “Documento final de la Junta Militar sobre la guerra contra la subversión y el terrorismo” en la web.
2. Ver Nahuel Moreno. “Argentina: una revolución democrática triunfante”. Ediciones El Socialista, Buenos Aires, 2015. nahuelmoreno.org
3. Ver Nahuel Moreno. “1982: comienza la revolución”. Ediciones CEHuS, Buenos Aires, 2021. nahuelmoreno.org
El MAS contra la autoamnistía
El Movimiento al Socialismo (MAS), fue el partido sucesor del PST. En la nueva situación definida por la irrupción del movimiento obrero y de masas, la conquista revolucionaria de la caída de Galtieri y bajo el débil gobierno de Bignone, se abocó a la tarea de unir y desarrollar las luchas y a construir un partido socialista revolucionario contra los viejos partidos patronales y la burocracia sindical. Conocida la promulgación de la ley de impunidad, llamó a movilizar en rechazo, junto a organismos de Derechos Humanos como Abuelas y Madres de Plaza de Mayo. En un volante titulado “Ni olvido, ni amnistía, toda la verdad” expresaba: “los socialistas del MAS estamos con las Madres, las Abuelas y los Familiares, decididos a no olvidar. […] No olvidemos que los militares secuestraron, torturaron y masacraron a miles de hombres, mujeres y niños, pero tampoco olvidemos que fue el gobierno peronista de Ítalo Luder e Isabel Perón [PJ] el que firmó el decreto que pedía la intervención de las Fuerzas Armadas […] tampoco olvidemos que esa represión se hizo bajo el lema de ‘eliminar a la guerrilla industrial’, y que no fue un general el que lo inventó, sino el doctor Balbín [UCR], que de esa manera pretendía acallar la huelgas […] No olvidemos que si pudieron quedarse siete años en el poder, a pesar del odio de todo el pueblo, fue porque los viejos partidos y sus viejos dirigentes […] les dieron un apoyo total. Y tan correcto es lo que decimos que cuando la dictadura militar estaba derrumbada, como consecuencia de la derrota de Malvinas, estos viejos dirigentes corrieron presurosos a apuntalarla”. El volante terminaba exigiendo la nulidad de la ley de autoamnistía, libertad a todos los presos políticos y gremiales, el levantamiento del estado de sitio y el desmantelamiento del aparato represivo.1
1. Volante “Ni olvido, ni amnistía, toda la verdad” del MAS (03/10/1983)
Escribe Federico Novo Foti dirigente de Izquierda Socialista/FIT Unidad
El 11 de septiembre de 1973 un golpe de estado derrocó al gobierno de la Unidad Popular presidido por Salvador Allende e impuso la dictadura del nefasto General Augusto Pinochet. Fracasaba así el intento de lograr el socialismo por “la vía pacífica”, en acuerdo con la burguesía.
Desde finales de los sesenta un fuerte ascenso revolucionario de las masas sacudió Latinoamérica. En Chile, en 1967, comenzó un período de luchas protagonizado por los trabajadores, al cual se sumaron campesinos, barrios populares y estudiantes.1 En este contexto nacía la Unidad Popular (UP), integrada por los dos partidos mayoritarios de la clase trabajadora, el Partido Socialista de Salvador Allende y el Partido Comunista, y el pequeño Partido Radical (burgués), para canalizar el ascenso por la vía electoral.
En las elecciones presidenciales del 4 de septiembre de 1970, la UP alcanzó el 36,6% de los votos, superando el 34,9% del derechista Jorge Alessandri y el 27,8% de la Democracia Cristiana (DC). Gracias a un pacto con la DC, la UP logró que el parlamento diera la presidencia a Allende, quien asumió el 4 de noviembre de 1970 en medio de la euforia popular. En su primer discurso como presidente, Allende criticó al capitalismo y anunció que “Chile inicia su marcha hacia el socialismo” en una “evolución pacífica”.2 Por su parte, el Partido Comunista anunció el inicio de la experiencia de la “vía chilena al socialismo”, un camino de reformas que desembocaría en el socialismo por medio de la conciliación con la burguesía. Fidel Castro, el Partido Comunista de la URSS y sus satélites, y hasta el Vaticano apoyaron al nuevo gobierno chileno.
Bajo el gobierno de la UP se fortaleció el golpismo
El primer año, al calor de las movilizaciones, la UP nacionalizó parte de la industria, expropió el 30% de los grandes latifundios y las grandes empresas del cobre sin indemnización. Aumentó el poder adquisitivo de los trabajadores (entre 12% y 38%) y cayó el desempleo (de 7,2% a 3,9%). Se acordó con la Central Única de Trabajadores (CUT), con dirección mayoritaria de comunistas y socialistas, una creciente participación de los trabajadores en distintos aspectos de la vida social y política.3 Todas estas medidas se fueron realizando bajo las leyes y mecanismos constitucionales burgueses, con discursos presidenciales prometiendo “paz y democracia”. La “vía pacífica” ilusionaba a los trabajadores con encontrar una salida en acuerdo con los patrones “progresistas” e irritaba a los explotadores locales y extranjeros.
Pero en el segundo año de gobierno, comenzó a verse que las medidas eran insuficientes. La baja del precio internacional del cobre, sumada a la necesidad de comprar productos alimenticios del exterior, provocaron una espiral inflacionaria y la falta de productos indispensables para la vida cotidiana. La burguesía opositora y el imperialismo yanqui, que hasta el momento habían tolerado al gobierno, aprovecharon la situación para agitar a sectores de clase media descontenta. En octubre de 1972 se produjo el primer gran enfrentamiento abierto, con un “lock out” patronal, una huelga de propietarios de camiones, y las empresas yanquis del cobre impulsaron un embargo a los cargamentos en el exterior. Las masas obreras y populares respondieron a la huelga patronal con su lucha y organización, formando los “cordones industriales”, un inicio de doble poder.
La revolución chilena se enfrentaba a una encrucijada: avanzar por la vía de la movilización en la ruptura con la burguesía, el poder obrero y el socialismo o frenar la movilización y ceder ante las presiones del imperialismo y la burguesía opositora. El gobierno de Allende y la burocracia de la CUT, las direcciones mayoritarias de las masas, se decidieron por el segundo camino. Llamaron a la “calma” para intentar sostener la “unidad” entre las distintas clases, haciendo cada vez más concesiones a la envalentonada burguesía opositora. Se detuvieron las nacionalizaciones e incorporaron a las fuerzas armadas (“patrióticas”) en el gabinete nacional.
Durante 1973 se profundizó la polarización social. Los obreros y las poblaciones reclamaban y se organizaban. La burguesía y la cúpula de las fuerzas armadas aceleraron sus planes golpistas. En la base del ejército y la marina soldados y suboficiales denunciaron a sus jefes. Pero el gobierno no los escuchó ni los defendió cuando muchos de ellos fueron apresados y torturados en Valparaíso. El 11 de septiembre, pese a la heroica resistencia de los obreros de los cordones industriales de Santiago y otras ciudades, sucedió el golpe de estado comandado por el nefasto General Augusto Pinochet, quien había sido nombrado Comandante en Jefe del Ejército pocas semanas antes y presentado por el presidente un “general sanmartiniano”. Allende murió resistiendo el bombardeo de la Casa de la Moneda. Hubo miles de muertos, desaparecidos, torturados y presos. Así terminaba la “vía chilena al socialismo”. Diecisiete años duró la dictadura pinochetista que sirvió para entregar al país a las garras del imperialismo y la burguesía, aumentando el saqueo, la superexplotación, la pobreza y la miseria.
El fracaso del falso socialismo
Ya ha pasado medio siglo del fracaso de la “vía pacífica al socialismo” chilena. Sin embargo, hoy en día se repiten los cantos de sirena, anunciando falsamente que es posible alcanzar un mejoramiento duradero en la vida de los pueblos o incluso lograr el socialismo en acuerdo con las multinacionales o las burguesías “progresistas”. Esta utopía reaccionaria se reedita con nombres diversos, como “socialismo del siglo XXI” o “socialismo de mercado”. En todas ellas, lejos de avanzar al socialismo han aumentado la miseria y las penurias de los pueblos, ensuciando las banderas del verdadero socialismo.
El capitalismo vive su peor crisis económica de la historia. Un enorme ascenso de las luchas recorre nuevamente el mundo, protagonizado por pueblos que rechazan que los gobiernos capitalistas de todo pelaje descarguen la crisis sobre sus espaldas. Los socialistas revolucionarios tenemos la obligación de intervenir en las luchas combatiendo a los gobiernos patronales y también enfrentando a los falsos socialistas que pregonan la conciliación de clases que lleva a nuevas decepciones. Para lograr progresos permanentes y el verdadero socialismo no hay otro camino que construir partidos revolucionarios que alienten la movilización independiente de las masas, la ruptura con la burguesía y el imperialismo para avanzar hacia gobiernos de trabajadores y trabajadoras que expropien a las grandes empresas y reorganicen toda la economía bajo la dirección democrática de los propios trabajadores. A esa tarea nos abocamos las y los militantes de Izquierda Socialista y la UIT-CI.
1. Ver AA.VV. “Chile: la derrota de la ‘vía pacífica al socialismo’”. Ediciones El Socialista, Buenos Aires, 2013.
2. Salvador Allende. “Primer discurso del presidente S. Allende pronunciado el 5 de noviembre de 1970”. Ministerio de Asuntos Exteriores, Departamento de Impresos, Santiago, 1970.
3. AA.VV. Op. Cit.
Nahuel Moreno: la línea de colaboración de clases fue un desastre
En diciembre de 1973 se realizó el Primer Congreso Nacional del Partido Socialista de los Trabajadores (PST). En su intervención final, reproducida en Avanzada Socialista, Nahuel Moreno dijo: “La tremenda derrota del proletariado chileno estuvo presente [en este Congreso] […] en tres sentidos. Primero, porque nos planteó -y nuestro Congreso supo responder- que frente a una derrota de clase contra clase, se plantea el frente único. Acá tenemos que estar todos unidos para defender a los mártires de la siniestra dictadura gorila chilena […] Pero hay dos aspectos más: con Chile tenemos la prueba de cuál línea es la correcta. El estalinismo, desde 1935, viene insistiendo en que la solución de todos los problemas del mundo se van a dar a través de ‘frentes populares’. [...] Es decir, la unidad con las burguesías ‘progresistas’ y los militares ‘progresistas’. […] Y después de tantos años de hablar, el reformismo y el estalinismo mundial dijeron: […] ‘Chile es el ejemplo, ésta es la vía pacífica. Este es el ejemplo más categórico de que se puede unir un partido obrero con la burguesía ‘progresista’ y llegar al socialismo poquito a poquito, con mucha paciencia, sin destruir al estado burgués ni al aparato militar del régimen.’ […] Los trotskistas vaticinamos que la ‘vía pacífica’ del ‘frente popular’ que se estaba aplicando en Chile iba a llevar a la vía violenta del fascismo y de la reacción pro imperialista. [...] Despreciemos de una vez a los traidores que se unen al explotador […] ese era el principio fundamental del trotskismo, que el estalinismo, todos los reformistas o el nacionalismo burgués niegan completamente. [...] Es decir, compañeros que, en su tercer aspecto, la experiencia chilena que presidió este Congreso, confirmó total y absolutamente las premisas, la política, el programa, la teoría de la revolución permanente y de nuestro movimiento mundial; confirmó la necesidad del partido y la Internacional.” [...][4]
4. Ver AA.VV. Op. Cit.