Por Prensa UIT-CI
“Un verdadero acontecimiento político-cultural”
En la sede del sindicato docente de Ademys (Buenos Aires, Argentina) se realizó, el 15 de diciembre de 2022, la presentación del libro «Sobre el marxismo» de Nahuel Moreno de Editorial Cehus, a cargo de Mercedes Petit y Reynaldo Saccone, investigadores y reconstructores de este texto. Coordinó Mariana Scayola, secretaria general de Ademys. (ver presentación completa en www.izquierdasocialista.org)
Eduardo Grüner, destacado intelectual, sociólogo y ex vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales UBA -Fue militante del partido PRT-La Verdad y luego el PST, que conducía el propio Nahuel Moreno, entre fines de la década del 60 y principios de la del 70-, envió un saludo que reproducimos.
Estimadas compañeras y compañeros:
Lamento mucho que, por cuestiones personales, no he podido estar físicamente presente en este acto. Sin embargo, no quería dejar de saludar con la mayor emoción la presentación del libro de Nahuel Moreno, cuya publicación considero un verdadero acontecimiento político-cultural. Y cuando digo “acontecimiento” y digo “emoción”, no me estoy dejando llevar por palabras fáciles u ocasionales, sino que le doy a esos términos todo su alcance.
Se trata, en efecto, de un acontecimiento. El rescate de estos escritos y clases del “compañero Hugo” (como lo llamábamos en los viejos tiempos), rescate hecho posible gracias a lo que imagino un trabajo ciclópeo de la compañera Mercedes Petit y el compañero Reynaldo Saccone, supone contar con la posibilidad de una intervención decisiva en un momento histórico de crisis radical del Capital a nivel mundial y por supuesto nacional. En ese contexto, estoy seguro, este libro provocará (o, con toda seguridad, debería provocar) todo un alud de discusiones, debates, replanteos y generación de renovados interrogantes sobre el lugar que ocupa el marxismo en la cultura y la política contemporáneas. Porque, en efecto, en una época en que las variopintas formas de la ideología dominante pretenden hacernos creer que el marxismo es una pieza arqueológica, o una ensoñación utópica superada, o en el mejor de los casos una interesante teoría del siglo XIX, digna de entrar en la bibliografía de alguna materia universitaria de historia de las ideas, pero que ya no tiene pertinencia alguna en el reino de la política “real”, el libro de Nahuel Moreno viene a inquietarnos nuevamente con la enorme vigencia de algo que –como lo explica el propio autor- no es una mera “concepción del mundo” (según la célebre expresión de Henri Lefebvre), que podría ser refutada o darse por agotada o por anacrónica. Muy por el contrario, el marxismo es para Moreno -como es, humildemente, para mí- un movimiento permanente de producción material de conocimiento y transformación de la realidad. Es decir, una praxis en permanente estado de apertura, de renovación y complejización, puesto que no es una filosofía construida en el aire, o en la pura cabeza de un filósofo, sino entretejida íntimamente con los metabolismos a veces sangrientos de la historia y la lucha de clases.
El marxismo, pues, viene a recordarnos este libro, sigue vigente no porque sea un recetario de ideas perfectas y acabadas, o de certezas irrefutables, sino porque las condiciones de su emergencia histórica no solo siguen siendo las nuestras, sino que lo son más que nunca, ya que sus transformaciones en las últimas décadas –incluyendo a la crisis que mencionábamos hace un momento- hacen que por primera vez en la historia tengamos que presenciar la posibilidad de que el Capital mundializado arrastre a la humanidad entera a un apocalipsis terminal. Esto es algo que Marx y Engels, o incluso Lenin y Trotski, no podían prever en su propia época. Es bueno entonces que un libro como este que estamos presentando remueva el avispero y nos empuje a seguir interrogando a ese marxismo que, hasta nuevo aviso, es la forma de pensamiento crítico, y de praxis, que más consistente y radicalmente ha profundizado en el análisis de las razones por las cuales el capitalismo no se limita a ser una sociedad probadamente injusta, sino que es una auténtica catástrofe civilizatoria que conduce a la más abyecta barbarie.
Lo cual, por otra parte, debería dar por definitivamente liquidadas esas argumentaciones absurdas (cuando no interesadas desde la peor de las ideologías) que hablan del “fracaso” del marxismo identificándolo con el igualmente “fracaso” de las revoluciones que se han hecho en su nombre a lo largo del siglo XX. Por supuesto que es una tarea irrenunciable de los marxistas revisar esas experiencias, meter lo más hondamente posible el escalpelo crítico en las razones de su denominado “fracaso” (o derrota, o agotamiento, o incluso traición, como lo dijo claramente Trotski respecto del estalinismo). Pero, justamente, solo ese marxismo abierto y crítico a que nos convoca Nahuel Moreno puede llevar adelante esa tarea, porque hacerla “desde afuera” suele tener la peor de las intenciones, y aún en el mejor de los casos, es el testimonio de una renuncia antes de tiempo. Renuncia, por ejemplo, de quienes se han refugiado en las tibiezas de alguna forma de socialdemocracia, de progresismo o de populismo, para seguir soñando con ser pensadores críticos, pero eso sí, retrocediendo tímidamente ante las fronteras últimas del Capital. Algunos de ellos gustan de llamarse post-marxistas, un divertido síntoma que bien puede inscribirse en la lógica tanguera de “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”, pues de otra manera, si son tan críticos del marxismo, ¿para qué conservar ese nombre? Y ello sin advertir, claro está, que por las razones que venimos invocando, decir post-marxismo equivale a decir pre-marxismo, cuando no anti-marxismo.
Y bien, en este libro se encontrarán multitudes de ideas para discutir estas cuestiones y muchas otras. No es poca cosa, en nuestros tiempos de dramática decadencia política e intelectual. No importan mucho los grados de acuerdo o de diferencia que se puedan tener con esta o aquella tesis que el libro expone: no existe ningún “marxómetro” que nos permita medir milimétricamente esas gradaciones. Lo que sí importa es que se lancen otra vez al ruedo los problemas que, como decíamos, siguen siendo acuciantes para todo marxista que se precie. Y además, no por parte de cualquiera, sino de alguien que tuvo un papel pionero en la introducción de esos temas en la teoría y en la praxis del marxismo, y particularmente del trotskismo, en la historia argentina. Alguien quizá se extrañará de que se nos vuelva a proponer una definición del marxismo, o un análisis detallado hasta la obsesión de las Tesis sobre Feuerbach, o una interrogación sobre el concepto de alienación, o sobre la diferencia entre materialismo histórico y materialismo dialéctico. Pero, cómo: ¿Todo eso no estaba ya “resuelto”? Pues no, de ninguna manera. Porque, insistamos, el marxismo es un organismo vivo, en permanente transformación y crecimiento, que requiere ser alimentado con siempre renovados componentes nutritivos. Si hubiera un mensaje que pudiera desprenderse del libro de Nahuel Moreno, sería ese.
Me falta tan solo justificar una palabra que usé al principio, la palabra emoción. Quizá sea una cuestión puramente personal, pero no quisiera rehuirla. Durante algunos años, entre fines de la década del 60 y principios de la del 70, yo milité en las filas del partido que el compañero Hugo estaba construyendo, por entonces llamado PRT La Verdad, y tuve la fortuna de asistir a algunos de los cursos que este libro recupera. Fue para mí una experiencia absolutamente decisiva, que dejó sus marcas hasta el día de hoy. Cualquier militancia, pero sobre todo la juvenil, es un inigualable aprendizaje de teoría y de política, pero es sobre todo un aprendizaje de vida, que –salvo para algunos tránsfugas como los que mencionábamos hace un rato- ya no tiene vuelta atrás. Entonces, es atendiendo a esa emoción que les agradezco infinitamente que me hayan permitido hacer esta pequeña intervención.
Les envío un fuerte y fraternal abrazo, Eduardo Grüner
El 25 de enero de 1987 fallecía Nahuel Moreno. Fue uno de los más destacados dirigentes del trotskismo en la segunda mitad del siglo XX. Dejó una extensa elaboración teórica y política de enorme actualidad. Izquierda Socialista y la UIT-CI reivindican su trayectoria y continúan su legado revolucionario y la vigencia del marxismo.
Escribe Federico Novo Foti
Nahuel Moreno perteneció a la generación que se incorporó a la militancia revolucionaria después del asesinato de León Trotsky en 1940. Se convirtió en uno de los dirigentes más destacados del trotskismo, aportando sus esfuerzos en la construcción de la Cuarta Internacional desde 1948.
Moreno fue reconocido por sus enormes capacidades políticas y organizativas. Por haber sacado al trotskismo argentino de su primera etapa de “fiesta” y de los debates de café y llevarlo a la clase obrera, para convertirlo en una corriente revolucionaria pequeña pero políticamente existente en la realidad argentina y latinoamericana. Moreno, además, realizó aportes en el terreno teórico, los cuales enriquecieron las elaboraciones del trotskismo y el marxismo de conjunto. Buena parte de su elaboración teórica surgió al calor del combate político concreto, atendiendo a las continuidades y cambios en la realidad de la posguerra del siglo XX, el desarrollo de la lucha de clases y la tarea de construir partidos revolucionarios internacionalistas, enfrentando a los nacionalismos burgueses, como el peronismo, a la izquierda estalinista y al revisionismo oportunista o sectario que condenó al trotskismo a la marginalidad.
Uno de sus aportes teóricos más destacados fue la defensa -en polémica dentro de la izquierda- de que el marxismo es lo opuesto al dogma instaurado por la burocracia estalinista, que no es una iglesia ni tiene una “biblia”. Sin salirse de la “ortodoxia”, es decir, manteniendo la fidelidad a la clase obrera y a los principios marxistas, afirmaba que el marxismo debía ser actualizado al calor de los nuevos fenómenos de la realidad, como las revoluciones de posguerra. Promovió lecturas críticas y no dudó en señalar errores puntuales de los grandes maestros o incluso errores propios.1
¿Qué es el marxismo?
El partido bolchevique de Vladimir Lenin y León Trotsky encabezó la Revolución de Octubre de 1917 e instauró el primer gobierno revolucionario obrero y campesino de la historia. El gobierno de los soviets (organismos democráticos de obreros y campesinos) proclamó como su objetivo el socialismo en Rusia y el mundo, siguiendo la concepción marxista. Con ese propósito se fundó la Tercera Internacional, integrada por los nuevos partidos comunistas.
Pero desde 1924 se fue consolidando un aparato burocrático en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y la Tercera Internacional, liderado por José Stalin, que liquidó la democracia obrera y abandonó la lucha por el socialismo mundial bajo la utópica y reaccionaria concepción del “socialismo en un solo país”. Para dar autoridad a sus privilegios y su política contrarrevolucionaria, el estalinismo instaló la falsedad política de que era “la continuidad del marxismo”. Al decir de Trotsky, bajo el rótulo de “marxismo”, el estalinismo creó “una gigantesca fábrica de falsificaciones históricas, teóricas y de todo tipo”.2 Desde entonces, el estalinismo definió al “marxismo” como un “dogma” o “doctrina” cerrada, que no podía ser actualizada, y donde la acción aparece de manera subordinada.
Trotsky y un puñado de seguidores en la Cuarta Internacional, fundada en 1938, batallaron contra el colosal aparato burocrático y falsificador estalinista que traicionó la lucha revolucionaria y obstaculizó las elaboraciones marxistas. Tras el asesinato de Trotsky, Moreno se sumó al combate en las filas del trotskismo impulsando la construcción de partidos revolucionarios y continuando las elaboraciones de Trotsky y los maestros del marxismo con el objetivo de dar sólidas bases al marxismo revolucionario.
Moreno invirtió la concepción estalinista y afirmó que el marxismo es primeramente “el movimiento del proletariado y las masas explotadas y oprimidas del mundo contra el capitalismo y la implantación del socialismo”.3 Fue fundado por Carlos Marx y Federico Engels a mediados del siglo XIX, quienes lo llamaron “socialismo científico”, y tuvo su primera expresión política organizativa en la Liga de los Comunistas y su programa, El Manifiesto Comunista.
De acuerdo a Moreno, el marxismo, como todo movimiento social y político, efectivamente trae consigo una ideología propia. Fundamenta su acción revolucionaria sobre bases científicas, no en falsas ideologías o concepciones utópicas. Pero, en tanto el movimiento aún lucha por derrocar el capitalismo e instaurar el socialismo, en el marxismo existen infinidad de problemas y debates abiertos. De igual manera, existen debates abiertos y avances en las ciencias. Por lo que Moreno también rechazó el planteo estalinista del marxismo como “dogma” en el terreno ideológico, incorporó la idea de “totalidad abierta” y defendió la libertad de opinar de manera seria y fundamentada.
¿Sigue vigente?
En la posguerra hubo nuevas revoluciones triunfantes que lograron la expropiación de la burguesía en la tercera parte de la humanidad, en países como China, Cuba o Vietnam. Pero allí se impuso el llamado “socialismo real”, las terribles dictaduras burocráticas estalinistas contra la clase obrera y los pueblos, que se negaron a extender la revolución al resto del mundo. Desde finales de la década de 1980, tras la caída del Muro de Berlín, tal como lo había previsto Trotsky se restauró el capitalismo en la URSS y los demás países donde se había expropiado a la burguesía. Desde entonces se anunció el fracaso del socialismo y el triunfo del capitalismo sobre el marxismo. Muy por el contrario, la restauración capitalista fue el fracaso de las dictaduras burocráticas estalinistas, de la dirección mayoritaria de la clase obrera mundial que abandonó el marxismo y la lucha implacable contra el capitalismo imperialista y por el socialismo.
En el siglo XXI, el capitalismo imperialista continúa sumiendo a los pueblos del mundo en la miseria y amenaza con borrar toda forma de vida del planeta, saqueando y destruyendo el ambiente. Pero los pueblos del mundo luchan y protagonizan nuevas rebeliones y revoluciones. En ellas, Izquierda Socialista y la UIT-CI llaman a forjar una nueva dirección revolucionaria, reivindicando la vigencia del marxismo, la necesidad imperiosa de terminar con el capitalismo logrando gobiernos de trabajadoras y trabajadores con democracia para el pueblo trabajador e instaurar el socialismo mundial. Lo hacemos enfrentando a los partidos patronales, que dicen que el socialismo fracasó, tal como dijo Cristina en nuestro país, y a los falsos socialistas que promueven nuevas frustraciones bajo el nombre de “socialismo de mercado”, como la dictadura capitalista China, Maduro u Ortega. Para esa enorme tarea contamos con los aportes teóricos, políticos y organizativos que nos dejó Nahuel Moreno.
1. Ver Nahuel Moreno, Sobre el marxismo, Ediciones CEHuS, Buenos Aires, 2022.
2. Op. Cit. pág.12.
3. Op. Cit. pág. 43
Escribe Dirección de la Regional La Plata de Izquierda Socialista/FIT Unidad.
A comienzos del año 1976, cuando el accionar de las bandas fascistas amparadas por el gobierno de Isabel Perón era la antesala del infierno que luego fue el golpe militar del 24 de marzo, la noche del 13 de enero fue secuestrado en Ensenada Carlos Scafide, trabajador de Propulsora Siderúrgica (hoy Siderar/Techint) y militante del Partido Socialista de los Trabajadores (PST).
Carlitos era un querido compañero y reconocido activista. Quienes lo conocimos militando en el PST rápidamente nos encariñamos con él porque era un gran tipo, muy querible y popular, no solo para los compañeros del partido y la fábrica, sino también en la comunidad ensenadense.
Aunque él pertenecía al gremio de los supervisores (ASIMRA), no dudó acerca de dónde estaba su lugar y formó parte de la camada de luchadores que trabajaron y lograron echar a la burocracia sindical de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) de esa fábrica, aunque nunca fueron reconocidos oficialmente por el sindicato.
Cuando lo asesinaron, el PST ya venía de sufrir varios golpes, como la Masacre de Pacheco y la Masacre de La Plata, convirtiéndose Carlitos en el decimosexto asesinado del partido bajo los gobiernos de Perón e Isabel.
Bandas fascistas de la CNU (Concentración Nacionalista Universitaria) y de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), que se identificaron como personal del Ejército, secuestraron de la casa de su madre a Carlitos. También secuestraron al “Pampa” Delaturi, otro obrero y reconocido activista de Propulsora, y a Peláez, un activista del Astillero Rio Santiago, dejando sus cadáveres dinamitados y acribillados a balazos como estilaban hacer para que fuese un mensaje terrorífico para todo el activismo.
La respuesta exigiendo justicia por parte de los trabajadores de Propulsora no se hizo esperar. Resolvieron en asamblea parar todos los turnos desde el miércoles 14 por la mañana hasta el sábado siguiente por la tarde. En Astilleros resolvieron paros progresivos hasta el viernes. Hubo trabajadores de otras fábricas que se solidarizaron con las medidas de fuerza como Petroquímica Sudamericana de Olmos y Metalúrgica OFA de Villa Elisa. La Coordinadora de Gremios en Lucha llamó a un paro para el siguiente martes, al que se sumó una línea de micros y varios comercios de Ensenada. Se realizó un acto cuando enterraron a los compañeros, al cual asistieron 600 trabajadores de Propulsora (aproximadamente la mitad del personal de la fábrica).
José “el Petiso” Páez, histórico dirigente de Fiat del Sitrac Sitram y del “Cordobazo” habló en el acto en nombre de la dirección nacional del PST. Señaló que “la única posibilidad que tenemos los trabajadores de frenar estos ataques es nuestra movilización y nuestra organización para la defensa, en cada fábrica, en cada barrio, en cada lugar de trabajo; denunciando la tolerancia del gobierno y exigiendo la investigación y el castigo del salvaje crimen”.
A 47 años del asesinato de Carlitos Scafide, desde Izquierda Socialista, seguimos exigiendo juicio y castigo a los responsables de su muerte. La vida y la militancia de Carlitos, truncadas a sus 29 años, son un ejemplo para las nuevas y viejas generaciones de militantes revolucionarios que día a día dedican sus vidas en defensa de la clase obrera y en la lucha por un gobierno de trabajadores y el socialismo.
Carlos Scafide, compañeros asesinados y detenidos-desaparecidos del PST, ¡Presentes! ¡Hasta el socialismo, siempre!
Escribe Federico Novo Foti
Afectado por una grave enfermedad que lo llevaría a la muerte, Lenin dio su último combate junto a Trotsky contra las políticas contrarrevolucionarias y el naciente aparato burocrático en el Partido Comunista y la URSS. En su testamento político, escrito desde diciembre de 1922, propuso desplazar a Stalin. Pero la conducción del Partido Comunista, ya en manos de la burocracia, lo desconoció y ocultó. El trotskismo sostuvo desde entonces la continuidad del marxismo y el bolchevismo.
A finales de mayo de 1924, en el marco del XIII Congreso del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (PCUS), fueron llamados a una reunión los dirigentes de las delegaciones provinciales. Antes de comenzar se informó que nadie podría tomar notas. Inmediatamente, el dirigente Lev Kamenev comenzó a leer un documento en voz alta. Se trataba de la “Carta al Congreso” elaborada por Vladimir I. Lenin, máximo dirigente bolchevique y de la Revolución de Octubre, que había muerto poco tiempo antes, el 21 de enero de 1924.
Aquella carta pasaría a la posteridad como el “testamento” político de Lenin. Un documento que había sido escrito por un Lenin convaleciente con bastante anterioridad, entre el 23 de diciembre de 1922 y el 4 de enero de 1923, destinado al Congreso previo del partido. Durante un tiempo, en el que se esperaba la recuperación de Lenin, aquel texto había quedado bajo llave y solo era conocido por su esposa Nadia Krupskaia y la taquígrafa M. Volodicheva. Tras la muerte de Lenin, su esposa lo entregó para que fuera conocido por todo el partido en el Congreso.
La carta de Lenin recomendaba la reforma del partido y, en la posdata, proponía desplazar a José Stalin del cargo de secretario general. El naciente aparato burocrático conducido por Stalin desconoció el testamento, afirmando que había sido escrito por un hombre enfermo y bajo la influencia de su esposa y sus secretarias. Definió que el documento no se mencionaría en las reuniones plenarias del Congreso.
El testamento de Lenin no fue publicado oficialmente en la URSS hasta 1956, tras la muerte de Stalin. Solo los militantes de la Oposición de Izquierda en la clandestinidad, liderada por León Trotsky, lo divulgaron y defendieron bajo amenaza de cárcel, exilio y pena de muerte. En 1926, lo publicaron en países occidentales.
Lenin y Trotsky contra la burocratización
Lenin encabezó junto con Trotsky el primer gobierno revolucionario obrero y campesino de la historia, surgido de la Revolución de Octubre de 1917. El nuevo gobierno tuvo que enfrentar una sangrienta guerra civil contra los ejércitos de la contrarrevolución burguesa e imperialista. Stalin cumplía un rol secundario en este período. Trotsky fue el gran creador y dirigente del Ejército Rojo, que culminó en 1920 con el triunfo soviético. Mientras que Jacobo Sverdlov tuvo la enorme tarea de organizar el partido y el gobierno hasta su muerte en 1919, siendo reemplazado por un “triunvirato” que no integró a Stalin.
En 1920 la URSS estaba desangrada por la guerra civil, en el marco de aislamiento que le imponía la situación mundial, donde no se dieron otros triunfos de revoluciones obreras y socialistas en Europa. Este fue el caldo de cultivo de un proceso de burocratización creciente, que encontró en Stalin a su dirigente más resuelto. Manipulando el poder que le otorgaba su cargo de secretario general, fue adquiriendo cada vez más influencia entre arribistas, burócratas y conservadores dentro del partido.
En mayo de 1922 Lenin tuvo el primer ataque cerebral. Desde aquel primer episodio tuvo una actividad dispar. Durante ese periodo su colaborador más estrecho fue Trotsky. Sus trabajos estuvieron dedicados a combatir los primeros esbozos de la nueva política contrarrevolucionaria y la creciente burocratización que afectaba al funcionamiento del partido y el gobierno.
En diciembre de 1922, apoyado por Trotsky, derrotó el intento de Stalin de cuestionar el monopolio estatal del comercio exterior, política fundamental de la planificación económica, mientras se desarrollaba la Nueva Política Económica. Pero el desacuerdo más prolongado se produjo alrededor de la política hacia las nacionalidades. Lenin y Trotsky, siguiendo la tradición marxista y bolchevique, defendieron los derechos democráticos y la libertad para las nacionalidades que formaron por voluntad propia la URSS. Con este criterio, por ejemplo, se sumó Ucrania y Finlandia se independizó. Este era un componente fundamental del régimen de democracia obrera de los primeros años. En oposición, Stalin comenzó a imponer una concepción antagónica “centralista burocrática”, pretendiendo mantener la opresión gran rusa. Lenin preparaba un artículo que sus secretarias calificaron de “bomba contra Stalin” cuando en marzo de 1923 quedó definitivamente postrado por el último ataque cerebral.
Lenin comprendió que se estaba creando un aparato político administrativo totalmente ajeno a las concepciones y prácticas del bolchevismo y del centralismo democrático. Su testamento, llamando a desplazar a Stalin, había sido elaborado junto a otros textos con propuestas para reformar el partido y combatir al estalinismo naciente. Propuso crear una “Comisión de Control”, un organismo integrado por militantes experimentados y dignos de confianza, independientes de la dirección partidaria y del gobierno, que velara por la democracia partidaria y la moral revolucionaria. Asimismo, con objetivo de controlar a los altos funcionarios de gobierno, escribió: “Cómo tenemos que reorganizar la Inspección Obrera y Campesina” y “Más vale menos pero mejor”, publicado en marzo de 1923, poco antes del ataque definitivo 1.
El estalinismo es antagónico del leninismo
En 1924, tras la muerte de Lenin, se profundizaron los desacuerdos en el PCUS. Para darle una apariencia revolucionaria a los privilegios del aparato burocrático, Stalin puso en marcha la “lucha contra el trotskismo” en el marco de la política contrarrevolucionaria del “socialismo en un solo país”. La persecución contra los oposicionistas “trotskistas” recrudeció. Trotsky fue expulsado del partido en 1927 y de la URSS en 1929. Finalmente, fue asesinado por un agente estalinista en 1940.
Los partidos comunistas, encabezados por el PCUS, burocratizados desde la década del veinte, instalaron la falsedad política e histórica de que ellos eran la continuidad del “marxismo leninismo”. Así dieron autoridad a la política contrarrevolucionaria con la que desde entonces traicionaron a la clase obrera y los pueblos de la URSS y el mundo. El retorno del capitalismo en aquel tercio de la humanidad donde se había avanzado a la expropiación, pero con dictaduras de partido único, fue la confirmación por la negativa de aquella traición.
El triunfo de Stalin significó el quiebre de la tradición revolucionaria, internacionalista y de democracia obrera, que había comenzado a dar los primeros pasos en la URSS hacia el triunfo de la revolución socialista en el mundo. Pero no se pudo avanzar. La lucha por la continuidad del leninismo, el marxismo revolucionario y la verdad histórica, enterrada por los partidos comunistas, quedó en manos de Trotsky, la Oposición de Izquierda y, desde 1938, de la Cuarta Internacional. Los trotskistas con orgullo sostenemos la necesidad de construir en todos los países partidos revolucionarios con centralismo democrático, capaces de conducir al movimiento de masas a conquistar gobiernos de trabajadores en la pelea por el socialismo mundial. Esa es la tarea a la que se entrega toda la militancia de Izquierda Socialista y la Unidad de Trabajadoras y Trabajadores - Cuarta Internacional (UIT-CI).
La posdata
La posdata elaborada el 4 de enero de 1923 por Lenin decía: “Stalin es demasiado brusco, y este defecto, plenamente tolerable en nuestro medio y en las relaciones entre nosotros, los comunistas, se hace intolerable en el cargo de secretario general. Por eso propongo a los camaradas que piensen la forma de pasar a Stalin a otro puesto y de nombrar para este cargo a otro hombre que se diferencie del camarada Stalin en todos los demás aspectos sólo por una ventaja, a saber: que sea más tolerante, más leal, más correcto y más atento con los camaradas, menos caprichoso, etcétera. Esta circunstancia puede parecer una fútil pequeñez. Pero yo creo que, desde el punto de vista de prevenir la escisión y desde el punto de vista de lo que he escrito antes acerca de las relaciones entre Stalin y Trotsky, no es una pequeñez, o se trata de una pequeñez que puede adquirir importancia decisiva.” El testamento fue desconocido y ocultado a la base del partido y el pueblo soviético. La maquinaria de la contrarrevolución estalinista estaba en marcha.2
1. Ver León Trotsky. “Sobre el Testamento de Lenin” (1932). Ediciones El Socialista, Buenos Aires, 2010.
2. Ídem.
Escribe Federico Novo Foti
El 17 de noviembre de 1972 regresó Juan Domingo Perón a nuestro país tras diecisiete años en el exilio. Terminaba la proscripción del peronismo. Cristina Kirchner recordó la fecha afirmando que “Perón no quería volver a ser presidente” y que el peronismo siempre comprendió la “importancia del orden en una sociedad”. Entonces, ¿para qué volvía Perón? ¿Y qué orden venía a restaurar?
En 1955, la “revolución libertadora” derrocó al gobierno nacionalista burgués de Perón. Fue un golpe militar proyanqui, clerical, apoyado por los radicales (incluso por el PC y PS) y gran parte de las patronales. Instaló una dictadura sangrienta, que asesinó y encarceló a militantes, intervino a la CGT y a los sindicatos e ilegalizó al peronismo. Perón debió iniciar su largo exilio.
Pero la heroica resistencia de los trabajadores continuó tras el “golpe gorila”. “Perón vuelve” o “luche y vuelve” fueron consignas destacadas de aquellos años. La dictadura intentó ordenar la situación llamando a elecciones en febrero de 1958. Con el peronismo aún proscripto, desde España, Perón mandó a votar al representante de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI) Arturo Frondizi, quien acabó imponiéndose. El nuevo gobierno terminó entregando el petróleo, privatizó y abrió la educación a la Iglesia y a empresarios e impulsó y puso en marcha un plan de ajuste antiobrero. En 1959 el gobierno dispuso privatizar el frigorífico Lisandro de la Torre, a lo que los 9000 trabajadores respondieron con una toma que tuvo un gran apoyo popular y solo fue derrotada con una durísima represión en la que se utilizaron tanques de guerra, despidiendo a miles de trabajadores y encarcelando a los dirigentes y militantes sindicales.
Los trabajadores obligaron a los militares a traer a Perón
En junio de 1966 volvió la dictadura militar, tras el breve gobierno del radical Arturo Illia. El General Juan Carlos Onganía recibió la bienvenida de la burocracia sindical y el peronismo, incluyendo a Perón. Pero en mayo de 1969 estalló la insurrección obrera y estudiantil conocida como el “Cordobazo”. La dictadura quedó herida de muerte tras los distintos “azos” que sacudieron el país. El movimiento obrero retomó la oleada de luchas. Bajo la influencia de la revolución cubana y la lucha contra las capitulaciones de la burocracia sindical, surgía una nuevo activismo obrero y juvenil, una parte del cual planteaba posiciones independientes del peronismo.
La dictadura, ahora bajo la conducción del General Alejandro Lanusse, las patronales y el imperialismo fueron llegando a la conclusión de que la única salida posible para ordenar la situación era el llamado a elecciones y levantar la proscripción del peronismo. En 1971, Lanusse lanzó el “Gran Acuerdo Nacional” (GAN) y se creó “La Hora del Pueblo”, un agrupamiento político patronal encabezado por el radical Ricardo Balbín. Perón acompañó desde Madrid mientras maniobraba “por izquierda” con las “formaciones especiales” (los grupos guerrilleros peronistas) y coqueteaba con la “Patria Socialista”.
Pero la continuidad de las movilizaciones terminó por convencer a las patronales de que para encaminar la salida electoral era necesaria la presencia de Perón y que éste avalara personalmente los distintos pasos a implementar. Así fue que en la lluviosa mañana del viernes 17 de noviembre de 1972 un avión de Alitalia arribó al aeropuerto de Ezeiza proveniente de Madrid, trayendo al histórico dirigente y una comitiva de decenas de personas de distintos ámbitos como la política, la cultura y el deporte.
El retorno de Perón fue un triunfo de la lucha del movimiento obrero y popular. En medio de la alegría, muchos trabajadores peronistas honestos y luchadores y organizaciones que se reivindicaban peronistas “combativas” o “revolucionarias” creían que Perón venía a recuperar las conquistas y banderas “del ‘45”, fortalecer sus luchas y barrer a la burocracia sindical, enfrentar al imperialismo y hasta construir el “socialismo nacional”. Pero nada de eso sucedió.
La foto de su recepción al pie del avión ya mostraba cuáles eran sus verdaderas intenciones. Allí aparecía Perón junto al burócrata sindical José Ignacio Rucci, que lo cubría con su paraguas, rodeado por su esposa Isabel Perón y su secretario José López Rega, entre otros. Perón inmediatamente se reunió con los principales referentes de “La Hora del Pueblo”, prácticamente todos ellos “gorilas” en 1955. El símbolo fue su abrazo con Balbín. Allí terminó de sellar el GAN que llevó a las elecciones de marzo de 1973, en las que se impuso el peronismo, que presentó el Frente Justicialista de Liberación (Frejuli) con la fórmula Héctor Cámpora, delegado personal de Perón, y Vicente Solano Lima, un conservador. Los Montoneros, que eran mayoritarios entre las “formaciones especiales”, aceptaron la fórmula y lanzaron la consigna: “Cámpora al gobierno, Perón al poder”.
El peronismo no va más
Los trabajadores consideraron el triunfo electoral como propio y continuaron las movilizaciones por nuevas demandas laborales y democráticas. Perón llamaba a frenar las luchas. Apenas habían pasado cuarenta y nueve días de su gobierno cuando Cámpora, incapaz de detener el ascenso, fue obligado a renunciar por el propio Perón, a quien los militares le pidieron que asumiera personalmente la presidencia. El 23 de septiembre se realizaron nuevas elecciones en las que se impuso por amplio margen la fórmula Juan Perón e Isabel Perón.
El imperialismo, las patronales, las fuerzas armadas, la burocracia sindical y la Iglesia cerraron filas detrás de Perón con la esperanza de que pusiera “orden”. Imponer el orden significaba derrotar al movimiento obrero que venía en ascenso desde el Cordobazo para garantizar el saqueo imperialista y los negocios capitalistas. Por eso, tras el fracaso del “Pacto Social”, el intento de conciliación con las patronales congelando los salarios, y la continuidad de las movilizaciones y acciones guerrilleras, el gobierno de Perón profundizó la represión. Desde el Ministerio de Bienestar Social, el siniestro López Rega organizó la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A). Bandas fascistas que secuestraron y asesinaron a decenas de activistas.
El tercer gobierno de Perón marcaría un giro cada vez más claro hacia posiciones reaccionarias y pro imperialistas, que abrió el camino al golpe de 1976. No quedaba nada de aquel movimiento nacionalista burgués que, con todas sus contradicciones, había enfrentado al imperialismo yanqui y mejorado el nivel de vida obrero y popular. Era y es el partido de los Menem, Duhalde, de la burocracia sindical y el del doble discurso de los Kirchner y Alberto que, al igual que las otras fuerzas políticas patronales, aplica el ajuste del FMI y es garante de la entrega y el saqueo imperialistas. Por eso desde Izquierda Socialista en el Frente de Izquierda Unidad decimos que el peronismo no va más, al igual que no son salida otras fuerzas patronales como los radicales, el macrismo o los liberfachos.
Intervenimos en cada lucha obrera y popular para que triunfen y nos damos a la tarea aún vigente de construir un partido revolucionario que al calor de la movilización de las masas imponga un gobierno de trabajadoras y trabajadores y por el socialismo.