Dec 13, 2025 Last Updated 4:39 PM, Dec 12, 2025


Escribe Mercedes Trimarchi, diputada Izquierda Socialista/FIT Unidad CABA
 
Hace una década surgió un grito colectivo: #NiUnaMenos. En las inmediaciones del Congreso, el 3 de junio de 2015, miles nos movilizamos para decir: ¡Paren de matarnos! Así comenzaba un movimiento de lucha masivo protagonizado por mujeres que buscaba visibilizar la violencia de género producto de una sociedad desigual capitalista y patriarcal.

El detonante fue el femicidio de Chiara Pérez, una adolescente de 16 años, oriunda de la localidad de Rufino, Santa Fe. Ella estaba embarazada y su novio, Manuel Mansilla, la mató y la enterró en el patio de su casa. Un día después, la periodista Marcela Ojeda, conmovida por el hecho escribió en su cuenta de Twitter: “¿No vamos a levantar la voz? Nos están matando”. La retuitea la escritora y periodista, Florencia Etcheves quien con una decena de periodistas mujeres llaman a concentrarse frente al Congreso el 3 de junio. En esa jornada histórica se leyó un documento en el que se sintetizaron reclamos como la exigencia de presupuesto para la Ley de erradicación de la violencia hacia las mujeres que había sido sancionada en 2009 y la necesidad de que haya un registro oficial de los femicidios. El texto fue leído por la historietista Maitena, la actriz Érica Rivas y el actor Juan Minujín frente a una multitud de personas que se acercaron a decir #NiUnaMenos.

Una década de luchas contra la violencia de género

Aquel 3 de junio de 2015 fue un hito para la historia de la lucha feminista en nuestro país. Allí comenzó a visibilizarse masivamente la particularidad de la violencia hacia las mujeres, que no es solamente física sino también económica, simbólica, psicológica y sexual. También a reconocerse la figura del femicidio, hasta el momento nombrado sólo por el activismo: cuando un varón mata a una mujer por el hecho de ser mujer. Esa potestad de los hombres con base en el patriarcado, un sistema de jerarquías milenario que establece el dominio masculino sobre las mujeres y disidencias sexuales.

A partir de ese momento, nuestros reclamos contra la violencia machista y por nuestros derechos contra las desigualdades de género comienzan a tener mayor visibilidad. El #NiUnaMenos trasciende fronteras y Latinoamérica se pinta de violeta. Son los años de los Paros Internacionales de Mujeres, de las asambleas feministas, de los pañuelazos y de la #MareaVerde por el derecho al aborto. Así entramos a surfear la cuarta ola de luchas feministas en nuestro país. A nivel global, se dieron grandes movilizaciones protagonizadas por mujeres. En Estados Unidos contra la misoginia de Donald Trump (Women’s march) y el movimiento #MeToo (Yo También) contra los abusos sexuales de reconocidos actores y magnates de la industria cinematográfica como Harvey Weinstein. En el Estado español, el paradigmático caso de “La Manada” conmovió al país. Un grupo de cinco jovenes que se filmaron violando en grupo a una chica durante las fiestas de San Fermín, que fueron condenados por abuso sexual y no por violación despertó la indignación de miles que salieron a las calles bajo el lema “No es abuso, es violación” que obligó a revertir el fallo de la justicia y más tarde a cambiar las leyes españolas.

En Argentina, con la movilización además de la condena social a la violencia machista, se lograron algunos cambios legislativos y programas específicos de atención a estas problemáticas. Por ejemplo, la oficina de la mujer de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) comenzó a contabilizar los femicidios a través de un registro oficial que antes eran realizadas solo por organizaciones civiles. En 2016 se publicó una Guía para el tratamiento mediático responsable de casos de violencia contra las mujeres con una serie de recomendaciones para comunicar en los medios estos hechos. Se incorporaron contenidos ligados a la violencia de género y a los noviazgos violentos en la Educación Sexual Integral (ESI). Se elaboraron protocolos para abordar situaciones de violencia de género dentro de las instituciones educativas y sindicatos. En 2018 se sancionó la Ley Brisa, que establece un régimen de reparación económica para hijas e hijos de víctimas de femicidios, y la Ley Micaela, para capacitar obligatoriamente en temáticas de género a todas las personas que se desempeñen en la función pública. Por primera vez, en 2018, se trató en el Congreso el proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo impulsado por la Campaña nacional por el derecho al aborto que fue aprobado dos años después. Junto a una decena de programas dependientes del ex Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad de ayuda económica a las víctimas de violencia de género que ya eran insuficientes en su momento pero que con la llegada de la ultraderecha al poder, fueron directamente eliminados por la motosierra de Javier Milei (ver "Milei eliminó trece programas destinados a mujeres y disidencias sexuales").
      
La lucha actual contra la embestida conservadora y la reacción patriarcal

La pandemia produce un impasse en las luchas a escala global y luego, con el triunfo electoral de la ultraderecha como Donald Trump en Estados Unidos, el crecimiento de Vox en el Estado español o la llegada a la presidencia de Milei en Argentina, la reacción patriarcal comienza una embestida contra los derechos ganados con la movilización. Por ejemplo, este año con la falta de reconocimiento de las identidades trans en Estados Unidos luego del discurso inaugural de Trump y la definición de la justicia británica que excluye a las mujeres trans con un criterio meramente biologicista. El discurso de Milei en Davos contra mujeres y disidencias sexuales se inscribe en ese marco.

Desde Isadora y Disidencias en Lucha apostamos a la movilización para enfrentar los ataques de los gobiernos y de los sectores conservadores contra nuestros derechos. Por eso fuimos parte del 1F en nuestro país con la masiva marcha del orgullo antifascista y atirracista. Como también del 8M y de todas las jornadas del calendario feminista que como el 3 de junio visibilizan las opresiones que sufrimos las mujeres y disidencias sexuales en esta sociedad capitalista y patriarcal. A diez años de aquella jornada histórica seguimos luchando contra todo tipo de violencia de género y seguimos gritando #NiUnaMenos, los gobiernos son responsables.
 

Escribe Francisco Moreira

El 30 de abril de 1945 se suicidó el líder nazi Adolf Hitler. El 2 de mayo los ejércitos alemanes se rindieron en Berlín, la capital alemana. La derrota nazi en la Segunda Guerra Mundial representó el triunfo revolucionario más grande y democrático de la historia de la humanidad.
 
Eran cerca de las 22.30 del 1º de mayo de 1945 cuando Radio Hamburgo de Alemania interrumpió la emisión de la séptima sinfonía de Anton Bruckner para hacer un anuncio impactante: “Desde el cuartel general se informa que nuestro Führer, Adolf Hitler, luchando hasta el último aliento contra el bolchevismo, cayó por Alemania esta tarde”. Con el tiempo testigos presenciales del hecho desmintieron esa versión sobre la muerte de Hitler. No había muerto en combate aquel día, sino que se había suicidado un día antes, junto a su esposa Eva Braun, en su oficina subterránea en el búnker ubicado debajo de la Cancillería en Berlín. Sus cuerpos fueron incinerados y enterrados fuera del búnker.1  

El suicidio de Hitler marcó el desmoronamiento definitivo del régimen nazi y la derrota del ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial, cercado en Berlín tras la ofensiva arrolladora del Ejército Rojo. Dos días antes había sido capturado y fusilado por partisanos (guerrilleros) italianos el líder fascista, Benito Mussolini, en medio del avance de los ejércitos aliados.    

La batalla de Stalingrado en 1943 cambió el curso de la guerra

En marzo de 1939 los ejércitos alemanes invadieron Checoslovaquia. En septiembre entraron en Polonia. Una semana antes de la invasión la conducción burocrática de la Unión Soviética, con José Stalin a la cabeza, había facilitado el avance nazi al firmar un aberrante y escandaloso pacto de “paz y ayuda mutua” con Hitler, con quien se repartieron Polonia.

León Trotsky, el líder revolucionario ruso, que venía denunciando desde el ascenso del nazismo en Alemania en 1933 la perspectiva de una nueva guerra imperialista, calificó al pacto germano-soviético como “una capitulación de Stalin ante el imperialismo fascista con el fin de resguardar a la oligarquía soviética”.3 Denunciaba que el fascismo y el nazismo tenían por objetivo imponer regímenes de superexplotación contra los trabajadores en los países conquistados y borrar del mapa a la Unión Soviética donde, a pesar de la dictadura burocrática, se mantenían las conquistas socialistas del gran triunfo revolucionario de 1917.

En junio de 1941, efectivamente, comenzó la Operación Barbarroja, la invasión nazi a la Unión Soviética. La confianza de Stalin en su pacto con Hitler y la desorganización del Ejército Rojo, descabezado a fuerza de purgas por la burocracia estalinista en su intención de barrer toda oposición “trotskista”, no permitieron oponer resistencia a la maquinaria de guerra nazi. En diciembre ya ocupaban Lituania, Bielorrusia, Ucrania y habían llegado hasta las puertas de Moscú, ocupando Stalingrado (Volgogrado) y sitiando Leningrado (San Petersburgo). Para 1942, gran parte de Europa y un tercio de la Unión Soviética habían caído bajo las garras del nazismo y el fascismo.

Pero pese a las terribles penurias vividas, el pueblo soviético logró recuperarse y poner de pie al Ejército Rojo nuevamente. Luego del desastre inicial se pusieron al frente del ejército los generales soviéticos más capacitados: Gueorgui Zukhov, Constantin Rokossovski y Vasily Chuikov. Stalin se auto tituló “jefe de la defensa”. Así comenzaba “la gran guerra patria” de los pueblos soviéticos. En feroces combates y, a pesar de los continuos desastres provocados por la burocracia, el Ejército Rojo recuperó terreno he hizo retroceder a los nazis. En febrero de 1943 se produjo la primera gran victoria soviética, la rendición de los nazis que ocupaban Stalingrado, en una batalla que cambió el curso de la Segunda Guerra y marcó el principio del fin del nazismo.

Este triunfo devolvió a los pueblos ocupados la esperanza de que era posible derrotar a los nazis. Los movimientos de la resistencia se fortalecieron en todas partes. En Polonia se levantó el Gueto de Varsovia en abril de 1943 y toda la ciudad en agosto de 1944, pese a que había sido abandonada por orden de Stalin.4 Los maquis franceses, los partisanos italianos y las guerrillas yugoslavas y griegas se fueron fortaleciendo. En junio de 1944 ingleses y estadounidenses desembarcaron en Normandía, en la Francia aún ocupada por los nazis. En agosto la resistencia liberó París.

La batalla de Berlín y el fin del régimen nazi

El 12 de enero de 1945 el Ejército Rojo entró en territorio alemán. Tras un avance arrollador, el 14 de abril llegó a las afueras de Berlín. Dos días después comenzó la batalla final de la guerra en Europa. Los nazis organizaron dos líneas defensivas para proteger la ciudad sitiada. Prepararon barricadas y cientos de búnkers. Con lanzagranadas enfrentaron el avance de los tanques del Ejército Rojo. El costo para los soviéticos fue altísimo. Solo en esta batalla murieron 80 mil personas y más de 270 mil resultaron heridas. La acción final se libró por el control del Reichstag (Parlamento), que era el edificio más alto del centro de la ciudad y cuya captura tenía un valor simbólico. En la tarde del 30 de abril, soldados soviéticos lograron la toma del edificio e hicieron ondear la bandera roja. Para esas horas se había suicidado Hitler.

El 2 de mayo el comandante a cargo de la defensa de Berlín firmó la rendición ante los generales soviéticos. Seis días después, se realizó una ceremonia con la presencia de generales ingleses, franceses y estadounidenses que, junto a Zhukov, firmaron un acta con la definitiva rendición del alto mando alemán. La guerra había terminado en Europa, dejando tras de sí más de cincuenta millones de muertos, de los cuales veintidós millones eran soviéticos.

Nahuel Moreno, maestro y fundador de nuestra corriente trotskista definió la derrota del nazi-fascismo como “el más colosal triunfo revolucionario de toda la historia de la humanidad”, a pesar de los dirigentes burocráticos y traidores.5 Es que el nazi-fascismo representó el embrión de una nueva sociedad esclavista bajo el capitalismo, con los campos de exterminio y de trabajos forzados adonde enviaban, no sólo  a los judíos, sino también a gitanos, izquierdistas, homosexuales y a cualquier opositor a su régimen totalitario y racista. La derrota de la barbarie alemana en la guerra frenó el intento de extender la contrarrevolución nazi-fascista imperialista a todo el mundo.

1. La película “La caída” (2004) de Oliver Hirschbiegel retrata los frenéticos últimos días de Hitler y sus secuaces en el bunker. Disponible en Amazon Prime.
2. Ver El Socialista Nº 602, 11/04/2025. Disponible en www.izquierdasocialista.org.ar
3. León Trotsky. “La alianza germano-soviética” (4/9/1939) en Escritos (1929-1940). Editorial Pluma, Bogotá, 1974. Disponible en www.marxists.org
4. Ver El Socialista Nº 558, 12/04/2023 y Nº 588, 21/08/2024. Disponibles en www.izquierdasocialista.org.ar
5. Nahuel Moreno. Revoluciones del siglo XX. Ediciones Antídoto, Buenos Aires, 1986. Disponible en www.nahuelmoreno.org



Una nueva etapa revolucionaria

El triunfo de los pueblos soviéticos y europeos abrió una nueva etapa de enorme ascenso de masas mundial. Nahuel Moreno señaló que la derrota del nazismo había iniciado una nueva etapa revolucionaria mundial. Desde el fin de la guerra “el proletariado y las masas del mundo entero obtienen una serie de triunfos espectaculares. El primero es la derrota del ejército nazi, es decir, de la contrarrevolución imperialista, por parte del Ejército Rojo, aunque esto fortifica coyunturalmente al estalinismo, que es quien dirige la URSS”.1 Efectivamente, desde entonces, las masas populares protagonizaron numerosas revoluciones triunfantes logrando la independencia de decenas de colonias y la expropiación de la burguesía en un tercio del planeta en países como Yugoslavia, China, Cuba y Vietnam. Pero durante esta etapa también salieron fortalecidas direcciones burocráticas del movimiento obrero y de masas. Stalin, por ejemplo, utilizó su renovada autoridad para rechazar la extensión de la revolución socialista e imponer pactos (Yalta y Potsdam) con los gobiernos imperialistas para la reconstrucción capitalista de Europa. Tras su muerte, otros aparatos y dirigentes estalinistas o nacionalistas burgueses continuaron con esa política. La restauración capitalista promovida por la burocracia desde la década del ‘80 en aquel tercio del planeta y la caída de las dictaduras estalinistas, abrieron una nueva etapa revolucionaria donde sigue planteada la tarea de construir una nueva dirección revolucionaria para acabar definitivamente con la contrarrevolución imperialista, en cualquiera de sus variantes, y con el dominio capitalista mundial.
                                  
1. Nahuel Moreno. Actualización del Programa de Transición. (1980). Ediciones El Socialista, Buenos Aires, 2014.  




No era jueves. Era sábado. Y no eran cientos, sino apenas catorce mujeres, con nombres como Azucena, Berta, Haydée, Pepa. Todas compartían una herida: un hijo o hija secuestrada y desaparecida por la dictadura. Ese 30 de abril de 1977, en pleno estado de sitio, se animaron a lo imposible: reunirse en la Plaza de Mayo. Azucena Villaflor lo dijo claro: “Individualmente no vamos a conseguir nada”. Un policía las increpó: “Circulen”. Y entonces circularon. De a dos, tomadas del brazo, giraron en torno a la Pirámide. Así nació la ronda.

No había banderas ni pañuelos blancos todavía, solo un gesto mínimo que rompía el terror: caminar juntas. Lo que siguió fue una historia de lucha, organización desde abajo y desobediencia al poder. Cuarenta y ocho años después, sus pasos siguen marcando el camino. Hoy ya suman 2.455 rondas.

Escribe Federico Novo Foti

El 30 de abril de 1975 el gobierno de Vietnam del Sur, sostenido por el imperialismo estadounidense, se rindió ante las heroicas tropas de las guerrillas del Vietcong, apoyadas por Vietnam del Norte. Por primera vez en toda su historia los yanquis sufrían una derrota militar que los marcó desde entonces.

Era la mañana del 29 de abril de 1975 cuando los funcionarios, civiles y marines apostados en la embajada de Estados Unidos en Saigón (Vietnam del Sur) entraron en pánico. La comunicación que habían recibido les ordenaba la evacuación inmediata. Helicópteros HH-53 y CH-53 los llevarían hasta los buques ubicados en el Golfo de Tonkin. Pero miles de colaboracionistas vietnamitas rodearon la embajada intentando saltar sus muros para ser evacuados. La caótica huida no pudo completarse hasta el día siguiente, el 30 de abril, cuando el último de los helicópteros despegó de la terraza de la embajada norteamericana, dejando una imagen para la historia. Los Estados Unidos, la principal potencia imperialista y su ejército invencible, huyeron de Saigón derrotados por el pueblo vietnamita, terminando con treinta años de injerencia norteamericana y ocho años de guerra de ocupación.

Un país dominado, saqueado y dividido

Desde mediados del siglo XIX el imperialismo francés había comenzado a dominar parte de la península de Indochina (actuales Vietnam, Laos y Camboya), en el sudeste asiático. Multinacionales francesas saquearon las minas de carbón, estaño y zinc de la región. También tenían el dominio de los cultivos tropicales: arroz, algodón, caña de azúcar, tabaco, té y café, y crearon plantaciones de heveas (árboles del caucho) para obtener caucho para la fabricación de neumáticos, explotando a la población local (80% campesinos pobres).
Tras el periodo de ocupación japonesa, durante la Segunda Guerra Mundial, el imperialismo francés retomó su dominio en la región con apoyo estadounidense. Pero en octubre de 1954 las tropas francesas huyeron derrotadas por la heroica resistencia del pueblo vietnamita, tras la batalla de Dien Bien Phu y la entrada de las tropas rebeldes a Hanoi (principal ciudad del norte).1 El imperialismo debió reconocer el triunfo vietnamita pero partió el país en dos. Vietnam del Norte liberado, con capital en Hanoi, se convirtió en lo que los trotskistas denominamos un estado obrero burocrático, bajo el mando de Ho Chi Minh y el partido comunista (ver recuadro). Vietnam del Sur, con capital en Saigón, quedó bajo el dominio de la odiada dictadura de Ngo Dinh Diem, cuyo principal sostén fueron los Estados Unidos.

La guerra de Vietnam

La resistencia popular a la dictadura de Diem en el sur fue creciendo y fortaleciendo una guerrilla de masas, el Vietcong (Comunistas de Vietnam-Frente de Liberación Nacional/FLN), que contaba con el apoyo de Vietnam del Norte. Desde 1964, ante la incapacidad del ejército local de sostener al gobierno títere, el presidente Lyndon B. Johnson pasó del envío de asesores y ayuda militar a los bombardeos y la intervención directa de las tropas estadounidenses. Durante ocho años, el ejército yanqui desarrolló masacres cotidianas contra el pueblo vietnamita, con ataques aéreos con armas químicas, como el devastador napalm, que buscaban arrasar la selva y provocaron terribles vejaciones entre la población civil. Durante la guerra Estados Unidos llegó a enviar más de medio millón de soldados, tuvo cerca de 50 mil muertos y gastó más de 150 mil millones de dólares.
Por su parte, las burocracias china y soviética sólo ayudaban “con cuentagotas”, sin involucrarse en forma contundente en apoyo al pueblo vietnamita. En 1965, la delegación del PC cubano hizo en el 23º Congreso del PCUS una propuesta fundamental: exigió a las conducciones de los partidos comunistas de la URSS y China que declararan a Vietnam como parte inviolable de sus propios territorios para derrotar la invasión. El Che hizo su llamado: “crear dos, tres... muchos Vietnam”.2 Los burócratas hicieron oídos sordos.

Un triunfo histórico

Las masas vietnamitas comenzaron a inclinar la balanza a su favor con la “Ofensiva del Tet”, iniciada el 30 de enero de 1968, con levantamientos y ataques en más de cien pueblos y ciudades del sur. La acción coincidió con el ascenso de las movilizaciones en todo el mundo, especialmente con el “Mayo Francés”, y la extensión de la solidaridad con el pueblo vietnamita entre la juventud estudiantil y los luchadores de Europa y América.

Desde el comienzo de la guerra, en Estados Unidos había surgido un movimiento contra la invasión a Vietnam, que se fortaleció cuando la prensa mundial comenzó a exponer las atrocidades cometidas por el bando norteamericano. Millones se fueron sumando al reclamo de “traigan los soldados a casa ahora”, mientras la represión interna comenzaba a dejar centenares de presos, heridos e incluso muertos. Pero las protestas pacifistas no se detuvieron y se repitieron en Washington y cientos de ciudades en todo el país. En la vida política norteamericana, en las universidades, la prensa y en la industria musical y cinematográfica se instaló cotidianamente el tema de Vietnam. El cantante de country Johnny Cash sorpresivamente cambió de postura y desairó al presidente Richard Nixon en la Casa Blanca, tras su viaje a Vietnam en 1971. La actriz Jane Fonda tuvo la valentía de visitar durante quince días Vietnam del Norte en 1972. El veterano de guerra Ron Kovic, que había quedado paralítico, se sumó al repudio a la invasión y se convirtió en un emblema del movimiento.3

En enero de 1973, el gobierno yanqui y su títere en Saigón, Nguyen Van Thieu, tuvieron que firmar unos “acuerdos de paz” que incluían la retirada norteamericana y un consejo (que involucraba al Vietcong) para convocar elecciones. A pesar de que la suerte de los dictadores del sur y sus amos imperialistas ya estaba echada, por la crisis en Estados Unidos y la ofensiva militar del Vietcong, intentaron no cumplir los acuerdos. Pero desde comienzos de 1975 el avance del FLN fue arrollador y casi no tuvo respuesta por parte del gobierno de Saigón y sus tropas. El 30 de abril, el fugaz presidente del sur, Duong Van Minh, ordenó a los restos de su ejército suspender las hostilidades y se rindió, transfiriendo el poder a un gobierno del FLN. Los últimos ocupantes norteamericanos huyeron en desbandada.

El pueblo vietnamita triunfó, derrotó a Estados Unidos, la más grande potencia militar. Su triunfo se explica por la tremenda capacidad de lucha de las masas vietnamitas, demostrada en años de heroica resistencia. También, por la extendida solidaridad mundial que jugó un papel decisivo para apoyarlas en el triunfo, especialmente en los Estados Unidos. El pueblo vietnamita demostró que se podía vencer al monstruo imperialista. El “síndrome de Vietnam” llevó a Estados Unidos a buscar negociaciones y abstenerse de invadir países durante varios años. Cuando reincidió, como en el caso Irak y Afganistán, las masas retomaron aquellos caminos de lucha, propinándole nuevas derrotas, debilitando su rol de “gendarme” mundial


1. Ver El Socialista Nº 591, 2/9/2024. Disponible en www.izquierdasocialista.org.ar
2. Ernesto “Che” Guevara. “Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental”, 16/04/1967. Disponible en www.marxists.org
3. Ver “Nixon y el hombre de negro” (2018) de Sara Dosa y Barbara Kopple. En 1974, Ron Kovic escribió su autobiografía bajo el título “Nacido el 4 de julio”, publicado en 1976 y llevado al cine en 1989 por Oliver Stone.

Escribe Federico Novo Foti

La combatividad de las masas vietnamitas, junto a la solidaridad mundial, logró vencer al imperialismo. Pero pese al heroico triunfo, quedó planteado con toda agudeza el problema las inconsecuencias de su dirigencia en la lucha por el socialismo. En 1954, tras la expropiación de la burguesía y terratenientes, Ho Chi Minh había creado en Vietnam del Norte un estado obrero burocrático. Un régimen totalitario de partido único a imagen y semejanza de los regímenes de la URSS y China. En 1975, el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), orientado por Nahuel Moreno, al tiempo que reconocía el inmenso triunfo revolucionario sobre la ocupación yanqui, señalaba el carácter burocrático e inconsecuente de la dirección comunista: “El proceso que conduce a una revolución socialista es complejo y difícil. Exige un encadenamiento de medidas que avancen desde las reivindicaciones democráticas y antiimperialistas hasta la expropiación de todos los explotadores y la planificación integral de la economía colectivizada. Y ese proceso deberá ser garantizado por la dirección y el control de las masas organizadas democráticamente, bajo la conducción de la clase obrera. Nada indica que la dirección de la masas indochinas se oriente en esa perspectiva”.1 La consolidación de un estado obrero burocrático tras la unificación de Vietnam y su negativa de poner aquel triunfo al servicio de la revolución socialista mundial, expuso los límites de la dirección comunista vietnamita. Límites que quedaron aún más en evidencia cuando ésta acompañó el curso restauracionista de la burocracia china, abriendo las puertas al retorno del capitalismo. La tarea de construir una dirección socialista revolucionaria consecuente sigue vigente.

1. Ver Avanzada Socialista Nº 146, 10/5/1975 en nahuelmoreno.org

 

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