Dec 05, 2024 Last Updated 9:16 PM, Dec 4, 2024

Escribe Federico Novo Foti

Fue la primera guerra importante del siglo XXI. Estados Unidos buscó reforzar su cuestionada hegemonía mundial. Pero la heroica resistencia del pueblo iraquí le asestó una histórica derrota militar. Irak fue su segundo Vietnam. El resultado fue la profundización de su crisis de dominación que continúa en la actualidad.  

El 19 de marzo de 2003, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, anunció la invasión a Irak. Ubicado en Medio Oriente, Irak tenía por entonces veinticuatro millones de habitantes gobernados por la férrea dictadura de Saddam Hussein y era poseedor de una de las mayores reservas mundiales de petróleo. Bush declaró que su objetivo era terminar con el régimen de Hussein, a quien apuntó como integrante del “eje de mal” (junto a Irán y Corea del Norte) y que poseía peligrosas “armas de destrucción masiva”. Desde un primer momento, la UIT-CI se posicionó junto a la resistencia iraquí, sin dar apoyo político a Hussein. Alentó y participó de movilizaciones en distintos países, reclamando el retiro inmediato de las tropas imperialistas y exigiendo a los gobiernos la ruptura de relaciones con los países invasores.

En aquel momento, se aseguraba que la invasión expresaba la incuestionable hegemonía imperialista de los Estados Unidos, bajo el “nuevo orden mundial” nacido de la caída de la URSS y los estados obreros de Europa central. También, que se trataba de una “guerra por el petróleo”. Efectivamente, Estados Unidos y sus multinacionales (Chevron y Exxon) buscaban un nuevo reparto del negocio petrolero en Irak, frente a las multinacionales francesas (Total), chinas (China National Oil Company) y rusas (Lukoil). Pero sus objetivos iban más allá. El imperialismo yanqui invadió Irak para reafirmarse como gendarme mundial ante el crecimiento de rebeliones populares en el mundo. Buscó colonizar Irak para reforzar sus posiciones políticas en Medio Oriente, ante la incapacidad de Israel y sus gobiernos árabes aliados, como Arabia Saudita, de frenar la llamada “Segunda Intifada”, la resistencia popular palestina surgida en el año 2000. Buscaba también dar un fuerte mensaje contra el creciente movimiento antiglobalización, nacido en Seattle en 1999, a las enormes movilizaciones que derrotaron los planes de ajuste del FMI en Latinoamérica (el Argentinazo, la derrota del golpe en Venezuela en 2002 y las rebeliones bolivianas) y a las huelgas obreras en toda Europa. En lo económico, intentaba superar la crisis de la economía capitalista, expresada en la caída de grandes multinacionales como Enron, Xerox, AOL, WorldCom, y el crecimiento de la desocupación al 6% en Estados Unidos.

Bush utilizó los atentados contra las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001 para lanzar una contraofensiva política, militar y económica, con la excusa de combatir el “terrorismo”. Invadió Afganistán en 2001 e Irak en marzo de 2003. A pesar de no contar con el apoyo del conjunto de la OTAN, siendo acompañado por una débil coalición imperialista comandada por Gran Bretaña (Tony Blair) y el Estado Español (José María Aznar), Bush aseguró que obtendría una rápida victoria. El 9 de abril llegaron las tropas yanquis a Bagdad, la capital de Irak. El régimen de Hussein cayó. Parecía ratificarse la predicción de Bush. Pero desde ese momento comenzó a crecer una heroica y masiva resistencia del pueblo iraquí, que enfrentó el poderío militar y tecnológico imperialista. La resistencia se fortaleció con la unidad de chiítas y sunnitas (las dos ramas del Islam), con movilizaciones crecientes y la afluencia de combatientes desde todos los países árabes para sumarse a las milicias de la resistencia. Se consolidó también la intifada palestina y aumentaron las movilizaciones en Medio Oriente y en Asia bajo la consigna “somos todos iraquíes”.

La brutalidad de la ocupación recrudeció con bombardeos indiscriminados que dejaron en cuatro años más de 600.000 víctimas civiles, dos millones de refugiados y brutales torturas contra prisioneros de guerra. La exposición de estos hechos desnudó las verdaderas razones de la invasión y dejó cada vez más aislado al gobierno de Bush, a pesar de sus intentos de pactar con las conducciones chiítas y sunnitas. En Estados Unidos creció el rechazo a la guerra y aumentaron las movilizaciones por el retiro de las tropas. En marzo de 2004 cayó en las elecciones el gobierno de Aznar, obligando a su sucesor a retirar las tropas de Irak. En febrero de 2007, Tony Blair debió retirar las suyas y meses más tarde dimitió anticipadamente. Para mediados de 2007 la invasión yanqui en Irak estaba completamente derrotada, pese a que mantuvo una ocupación formal hasta octubre de 2011, cuando Barack Obama, el sucesor de Bush, anunció el retiro definitivo. El triunfo iraquí demostró que la lucha abnegada y consecuente de los pueblos por su liberación puede derrotar al imperialismo más poderoso, aún a pesar de sus conducciones traidoras.

Irak se convirtió en un nuevo Vietnam para Estados Unidos. Bush había querido dar un mensaje contra las rebeliones en el mundo, establecer una nueva colonia en Medio Oriente, convirtiendo a Irak en una inmensa base militar yanqui y controlando su petróleo. Pero actuó como un “bombero loco”, que quiso apagar el fuego con gasolina. Terminó incentivando el movimiento mundial anti-guerra y el antiimperialismo. Llevó al colapso de la economía capitalista mundial de 2007/2008, continuó el ascenso de la lucha de los pueblos del mundo y desde 2011 se desataron las revoluciones árabes. En 2021 el ejército yanqui huyó derrotado de Afganistán. En definitiva, profundizó la crisis de dominación política, militar y económica de Estados Unidos que continúa en la actualidad.


Escribe Mercedes Trimarchi, legisladora porteña electa Izquierda Socialista/FIT Unidad

El pasado 22 de marzo se cumplieron 150 años del nacimiento de Julieta Lanteri y Google le dedicó su doodle (diseño que decora la página principal del buscador) en homenaje a la médica y referente feminista que marcó un hito en la lucha por la conquista de los derechos de las mujeres en nuestro país.

Lanteri es reconocida por ser la primera mujer en votar en Argentina y en América Latina, así como ser la primera en ingresar a la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Lanteri nació en Italia, en 1873. Fue la segunda hija de un matrimonio de clase media que, en busca de nuevos horizontes, se trasladó a Buenos Aires en 1879. En 1886 fue la primera mujer egresada del Colegio Nacional de La Plata. Luego, ingresó a la Facultad de Medicina de la UBA pese a que no estaba permitido que cursen allí mujeres. Sin embargo, tras presentar un recurso ante el decano, logró su incorporación y se recibió de farmacéutica en 1898. Ocho años después, en 1906, culminó sus estudios de medicina.

En 1910 obtuvo formalmente la ciudadanía argentina. Al año siguiente, la municipalidad de Buenos Aires llamó a los ciudadanos residentes que “ejercieran una profesión liberal y paguen impuestos”, con la finalidad de renovar y actualizar los datos del padrón electoral para las inminentes elecciones de concejales. Al no especificar si incluía a hombres o mujeres Julieta se contactó con la Justicia Electoral y les realizó el pedido de votar. Pese a algunas objeciones, el juez aprobó la petición y, de esa manera, lo logró. Recordemos que el voto femenino en nuestro país recién se aprobó en 1947, treinta y seis años después de que por primera vez votara Lanteri. Después de este acontecimiento, el Concejo Deliberante de la ciudad sancionó una ordenanza que prohibía explícitamente el voto femenino.

En 1919 se acercó a la Junta Electoral y se postuló como candidata a diputada (porque las mujeres no podían votar, pero nada impedía formalmente que fueran candidatas). Sostuvo que: “La Constitución emplea la designación genérica de ciudadano sin excluir a las personas de mi sexo. La ley electoral no cita a la mujer en ninguna de sus excepciones”. Una vez más, le dieron la razón y obtuvo el 1% de votos, todos de hombres ya que las mujeres aún no podían votar.

En el marco de la primera ola de luchas feministas (fines del siglo XIX y principios del XX) Lantieri junto a otras referentes encabezaron en nuestro país, a la par de la lucha por el derecho al sufragio universal, la pelea por mejorar las condiciones laborales de las trabajadoras contra la carestía de la vida. A su vez, exigían el derecho al divorcio y terminar con el poder de la Iglesia. En 1922 Lantieri escribió: “Arden fogatas de emancipación femenina, venciendo rancios prejuicios y dejando de implorar sus derechos. Éstos no se mendigan, se conquistan”. Frase que tiene plena vigencia para las luchas feministas actuales.

Escribe Federico Novo Foti

Carlos Marx, junto a Federico Engels, fundó el socialismo científico y el movimiento revolucionario de la clase obrera por su liberación. Su legado ha querido ser destruido y falsificado. Pero en el siglo XXI, las ideas de Marx aún representan una guía invaluable para la acción revolucionaria.

El 14 de marzo de 1883 falleció, en Londres, Carlos Marx. En los últimos años de su vida, se había ocupado en terminar El Capital, su monumental obra dedicada a analizar científica y críticamente el funcionamiento del capitalismo. Por entonces estaba parcialmente retirado de la vida política pública, pero seguía acompañando la experiencia del movimiento obrero europeo y americano, cuyos dirigentes frecuentaban su casa para solicitar ayuda y consejos.

La muerte de su esposa Jenny, sucedida a fines de 1881, había asestado un duro golpe a Marx, quien vería regresar viejos problemas de salud en sus últimos meses de vida. El 17 de marzo, Marx fue enterrado en el cementerio de Highgate, junto a la tumba de su esposa. En una ceremonia en la que participaron un puñado de familiares y dirigentes socialistas, Federico Engels pronunció el discurso de despedida. Ante los presentes Engels afirmó que había fallecido “el más grande pensador viviente” y que había muerto “ante todo y sobre todo, un revolucionario”.1

Vida y pensamiento revolucionarios

Carlos Marx nació en Tréveris (Alemania) en 1818, en el seno de una familia de clase media. Terminó sus estudios universitarios en 1841. Por entonces, se relacionó con los “Jóvenes Hegelianos”, un grupo que enfrentaba al gobierno del rey prusiano, pero en el terreno filosófico, intentando sacar conclusiones revolucionarias de la filosofía de Hegel. Fue nombrado redactor jefe de la Gaceta del Rin, un periódico de la burguesía liberal de Renania, que fue censurado por expresar, a instancias de Marx, posiciones democráticas. La persecución gubernamental obligó a Marx a emigrar a París en 1844. Allí empezó a trabajar conjuntamente con otro joven alemán “hegeliano de izquierda”, Federico Engels, quien se convertiría en su entrañable amigo y colaborador. Impactados por las luchas de los obreros franceses y habiendo entrado en contacto con grupos socialistas y de obreros alemanes exiliados, Marx y Engels pasaron de sus posiciones democrático burguesas iniciales al socialismo científico.2

Marx y Engels se sumaron a la Liga de los Comunistas. Escribieron su programa, el célebre Manifiesto Comunista, publicado en febrero de 1848, donde proclamaron la nueva concepción socialista científica. Denunciaron que, bajo el capitalismo, a pesar de la creciente producción de riquezas, los trabajadores tienden a caer “en la miseria y el pauperismo”.3 Anunciaron el papel revolucionario de la clase obrera en la creación de la nueva sociedad socialista por medio de la lucha de clases. Solo el socialismo podría salvar a la humanidad, “derrocando por la violencia a la burguesía” del poder político y económico. Para lograrlo, llamaban a los trabajadores a organizarse en forma independiente de la burguesía, no sólo en los sindicatos, sino también en su propio partido político de clase. El Manifiesto Comunista cerraba con el llamado: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”, expresando que la lucha obrera por su liberación y el socialismo debía desarrollarse en cada país y en todo el mundo. En líneas generales, Marx sostuvo hasta el último de sus días la concepción plasmada en el Manifiesto Comunista.

Tras la derrota de las revoluciones de 1848, Marx y su esposa Jenny, debieron trasladarse a Londres. Allí Marx decidió realizar un estudio exhaustivo del capitalismo y su funcionamiento. En El Capital, expuso con precisión el antagonismo irreconciliable que existe entre patrones y trabajadores, así como la imposibilidad del capitalismo de garantizar progreso para el conjunto de la humanidad. Pese a su obsesiva dedicación al trabajo, Marx no logró terminar el plan completo de El Capital, porque siempre combinó sus actividades de investigación y elaboración teórica con la militancia y la lucha práctica, en contacto con los trabajadores que se sumaban al movimiento.

Las enseñanzas de Marx siguen vigentes

Desde sus orígenes, la lucha dela clase obrera estuvo atravesada por distintas corrientes y a menudo antagónicas, que convivían con el naciente socialismo científico de Marx y Engels. En la Asociación Internacional de Trabajadores (Primera Internacional), fundada en Londres en 1864, Marx también polemizó fuertemente con los anarquistas.

Tras la muerte de Marx se fue consolidando la gran división entre reformistas y revolucionarios. Una división que, de una u otra manera, perdura hasta la actualidad. Por un lado una minoría consecuente con las ideas de Marx y la revolución socialista. Pero por el otro, bajo los rótulos de “marxismo”, “comunismo” o “socialismo” surgieron corrientes que conducen amplios sectores del movimiento obrero y popular, que han revisado los principios y la política socialista defendida por Marx. La característica común a todas ellas ha sido predicar como solución a los males del capitalismo la conciliación de clases: la unidad entre trabajadores y patrones. En su momento, estos planteos fueron levantados por la socialdemocracia primero y por el stalinismo después. En las últimas décadas, surgen nuevas revisiones: la lucha contra los patrones y sus gobiernos es reemplazada en estas corrientes por la falsa idea de construir el socialismo de la mano con las multinacionales capitalistas y las “economías mixtas”, sin expropiar a la burguesía. Asimismo, abandonan la tarea de construir partidos revolucionarios para la toma del poder y el socialismo mundial. Entre estos falsos socialistas se encuentran, en la actualidad, la dictadura capitalista del PC chino, el gobierno de Maduro en Venezuela o el de Ortega en Nicaragua. Su política es doblemente nociva porque, por un lado, bajo supuestas banderas socialistas predican falsas salidas que sólo llevan a nuevas frustraciones, y por otro, porque su fracaso es utilizado por la burguesía como “el fracaso del marxismo”, tal como sucedió desde 1989 con la caída de las dictaduras estalinistas en la URSS y Europa.

La realidad es que, en pleno siglo XXI, las luchas, rebeliones y revoluciones se multiplican porque el capitalismo, con su sistema de explotación y opresión, condena crecientemente a la miseria y pobreza a trabajadores y pueblos del mundo, tal como lo demostró y anticipó Marx a mediados de siglo XIX, cuyos trabajos vuelven a ser publicados y su figura vuelve a ser debatida.

Marx no acertó en todas sus predicciones, pero sentó las bases para una política socialista continuada por revolucionarios como Lenin, Trotsky o Moreno. Con esa guía, desde Izquierda Socialista y la UITCI nos damos a la tarea de forjar en cada lucha una nueva dirección, un partido revolucionario consecuente, que batalle ferozmente contra los patrones, sus partidos y sus gobiernos, como contra toda variante reformista en el movimiento obrero y popular, con el objetivo de conquistar gobiernos de trabajadores en la pelea por el triunfo del socialismo mundial.

1. Federico Engels. “Discurso ante la tumba de Marx” en Franz Mehring. “Carlos Marx. Historia de su vida.” Editorial Grijalbo, México, 1960.
2. Ver Nahuel Moreno. “Sobre el marxismo”. CEHuS, Buenos Aires, 2022.
3. Carlos Marx y Federico Engels. “Manifiesto Comunista”, El Socialista, Buenos Aires, julio 2008.

Escribe Adolfo Santos

Después de dieciocho años de proscripción, el 11 de marzo de 1973, el Frente Justicialista de Liberación (Frejuli), con Héctor Cámpora a la cabeza, ganaba la elección y el peronismo conquistaba el gobierno por tercera vez.  Se ponía fin a una decisión antidemocrática dispuesta desde el golpe gorila, clerical y proimperialista de 1955.

No fue una concesión graciosa, en el campo democrático, del gobierno de facto surgido del golpe militar de 1966. Acosada por conflictos e insurrecciones obreras, estudiantiles y populares, cuya mayor expresión fue el Cordobazo, la dictadura iniciada con Onganía y ahora encabezada por el general Alejandro Agustín Lanusse no tuvo más remedio que ceder y rehabilitar a los partidos políticos. Mediante lo que quedó conocido como Gran Acuerdo Nacional, (GAN) se iniciaron negociaciones con los principales líderes burgueses, fundamentalmente con Perón, desde su exilio en Madrid, y con Ricardo Balbín, de la UCR, acordando una convocatoria a elecciones para canalizar el ascenso.

Sería un acuerdo con limitaciones, destinado a descomprimir la situación de la lucha de clases. Se levantó la proscripción al peronismo, aunque con una maniobra legal se impidió la postulación de Perón (solo podían ser candidatos los residentes en el país hasta antes del 25 de agosto de 1972). Pero si el objetivo del GAN era devolver protagonismo al peronismo, para frenar las luchas que hacían tambalear el sistema vigente, la fórmula presidencial encabezada por Cámpora y el conservador Solano Lima no tenía la autoridad suficiente para controlar el proceso. Se necesitaba una dirección más fuerte, algo que solo se podía garantizar con la intervención directa del general Perón.

Las luchas no pararon

El triunfo electoral después de años de proscripción fue visto como una conquista de la movilización, y envalentonó a la clase trabajadora y sectores populares que se sentían con el derecho de exigir nuevas demandas. En la noche del mismo día 25 de mayo en que Cámpora asume al gobierno, miles de personas rodearon la cárcel de Devoto exigiendo la libertad de los presos políticos. No había paciencia para esperar la promulgación de una prometida “ley de amnistía”. En apenas unas horas centenas de presos, muchos de ellos dirigentes de organizaciones guerrilleras, fueron liberados de las cárceles de Devoto, Rawson, Caseros, La Plata, Tucumán y Córdoba.

Una gran ola de conflictos por reivindicaciones largamente postergadas, exigiendo la reincorporación de los despedidos durante la dictadura, y por cuestiones democráticas y económicas, se extendió como reguero de pólvora cuestionando el acuerdo burgués entre Perón, Balbín y Lanusse. Las huelgas con ocupaciones de fábrica, muchas veces con miembros de la patronal como rehenes, se convirtieron en moneda corriente. La zona norte del Gran Buenos Aires, donde se habían instalado centenas de fábricas, fue la vanguardia de este proceso. Las metalúrgicas Ema, Wobron, Del Carlo, Corni y Tensa, Editorial Abril, las ceramistas Lozadur y Cattáneo, los astilleros Astarsa, fideos Matarazzo, DPH y Panam, del plástico, entre otras, fueron protagonistas de la efervescencia obrera de ese momento y generaron una nueva vanguardia que le disputaba espacios a la burocracia sindical.

Perón asume el timón

El Pacto Social, un proyecto de conciliación de clases ideado por el ministro de Economía José Ber Gelbard –dirigente de la Confederación General Económica (CGE)- cuyo objetivo era el control de los salarios, no conseguía cumplir su cometido y era impotente para detener el ascenso. Aunque firmado por la CGT de José Rucci, las bases no lo reconocían y los burócratas sindicales empezaron a ser desbordados por un nuevo activismo que peleaba por más. El 13 de julio, apenas cuarenta y nueve días después de asumir, Cámpora fue obligado a renunciar para abrirle camino a Perón, el único dirigente burgués con autoridad para intentar frenar las luchas. Raúl Lastiri, presidente de la Cámara de Diputados, un desconocido de las mayorías, pero del entorno de Isabel Perón y yerno de López Rega, asumió interinamente la presidencia.

Instalado en Argentina, Perón dirigió un mensaje al país para mostrar que había tomado las riendas. “Los peronistas tenemos que retomar la conducción de nuestro movimiento”, dijo, y volvió a embestir contra los “infiltrados” y los “enemigos embozados y encubiertos a los que había que combatir”. Un claro mensaje contra la izquierda que actuaba en los diversos movimientos sociales. Sin embargo, tanto las FAR como Montoneros trataban de justificarlo con la tesis de que Perón estaba cercado por las fuerzas de derecha proimperialistas comandadas por López Rega y la burocracia sindical, lo que le impediría “dialogar con su pueblo”. Negaban el objetivo con el que Perón volvía: disciplinar al movimiento obrero al servicio de un plan patronal.

El triunfo Perón-Perón

El 23 de septiembre se realizaron nuevas elecciones presidenciales. La fórmula Perón-Perón (con Isabel como vice) ganó ampliamente. El imperialismo, los grandes y medianos empresarios, sectores de la oligarquía, las fuerzas armadas, la burocracia sindical y la Iglesia cerraron filas detrás del general con la esperanza de que pusiera fin al “caos social”. El amplio triunfo obtenido con el apoyo de las masas pretendía ser utilizado para consolidar el proyecto de fondo: derrotar al movimiento obrero que venía en ascenso desde el Cordobazo. Perón murió el 1 de julio de 1974 sin conseguir ese objetivo. Además, frustró las ilusiones de los millones que creyeron que su jefe volvía para aplicar un proyecto de justicia social y liberación nacional. Por el contrario, el peronismo nunca volvió a repetir las concesiones otorgadas a partir de 1945.

La asunción de su esposa María Estela Martínez de Perón, y la aplicación de una serie de medidas reaccionarias y antidemocráticas, profundizaron la crisis. El nombramiento de Celestino Rodrigo, hombre de López Rega, como ministro de Economía para aplicar un violento ajuste aumentó el caos. El plan, conocido como “Rodrigazo”, proponía una devaluación superior al 100%, aumento de los servicios públicos, liberación de los precios y suba de las tasas de interés, a la vez que limitaba el aumento de los salarios a un 40% en medio de una inflación de 50%. Era el escenario perfecto para generar nuevos estallidos. Presionada, la burocracia sindical se vio obligada a decretar la primera huelga general contra un gobierno peronista. Ocurrió los días 7 y 8 de julio de 1975 con total acatamiento y grandes movilizaciones, desestabilizando completamente el frágil gobierno. Rodrigo fue obligado a renunciar, y López Rega huyó del país. Era el inicio del fin del gobierno peronista surgido del triunfo del 11 de marzo de 1973. Lejos de resolver los graves problemas sociales, con la complicidad de sectores de la burguesía, la iglesia y de la burocracia sindical, las medidas adoptadas por el gobierno de Isabelita generaron las condiciones para la instauración de la más sangrienta dictadura sufrida en nuestro país. Se cerraba, así, el largo y rico proceso de luchas abierto con el Cordobazo.

Escribe Adolfo Santos

El Partido Socialista de los Trabajadores (PST), que era parte importante de la vanguardia que participaba de ese proceso, interviniendo en las luchas, era también la única corriente de izquierda que daba la pelea electoral con una política de independencia de clase. Como lo había hecho en las elecciones de marzo con Juan Carlos Coral-Nora Ciaponne, en septiembre también convocó al clasismo surgido de las luchas del Cordobazo para dar juntos esa batalla. Con la consigna “Contra Manrique, Balbín, Perón, la izquierda debe votar unida”, una vez más le propuso a las principales figuras de ese proceso, como Tosco, Salamanca y Jaime, dirigente del peronismo revolucionario, encabezar la fórmula utilizando la legalidad del PST.

Lamentablemente, una parte de esos sectores acabó votando a Perón y otra mantuvo una actitud sectaria y abstencionista llamando al voto en blanco. El PST presentó una fórmula encabezada por dos importantes dirigentes, el socialista Juan Carlos Coral, acompañado por uno de los más destacados referentes del clasismo cordobés, el compañero José Francisco Páez. Los casi 200.000 votos obtenidos por el partido, a pesar de las dificultades económicas y el vacío de la prensa burguesa, demostraron el acierto de esa participación. Esos miles de compañeros, muchos de ellos activistas y dirigentes clasistas, habían asumido la propuesta de dar continuidad a las luchas fabriles, barriales y estudiantiles contra la conciliación de clases y el Pacto Social en el terreno electoral.

El PST, liderado por Nahuel Moreno, cuyo centro era la construcción de una alternativa revolucionaria con la estrategia de movilizar a la clase trabajadora para la toma del poder, tuvo la capacidad de aprovechar las oportunidades que nos brindaba la estrecha legalidad burguesa conquistada con la lucha obrera, estudiantil y popular para disputar en el terreno de la burguesía el espacio que nos ofrecían las elecciones. Una táctica legada por el partido bolchevique de Lenin, que el morenismo supo aprovechar para dialogar con amplios sectores de masas y ofrecerles una alternativa de clase frente a las variantes patronales.

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