Escribe Guido Poletti
Javier Milei afirma que el nuevo endeudamiento con el FMI no acrecentará la deuda argentina, ya que solo se trata de “cambiar una deuda por otra”. ¡Falso! Lo que realmente se propone es canjear Letras Inconvertibles de Tesorería, en la práctica un “papelito” que dice que el gobierno le “debe” al Banco Central, en pesos, sin intereses y renegociable ante cada vencimiento hasta el infinito, por deuda con el FMI. Se trata de una nueva deuda que sí exige pagar intereses (más del 5% anual en dólares), con estrictos plazos de vencimiento, en dólares y con un duro programa de ajuste a cumplir por el gobierno.
Se trata de un nuevo capítulo de la triste historia de la deuda externa argentina, que nació con la dictadura genocida y se duplicó al final de la misma debido a la estatización de la deuda privada llevada adelante por Domingo Cavallo. Una deuda ilegal, inmoral e ilegítima que luego fue reconocida por todos los gobiernos posteriores a 1983. Así, Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando De La Rúa, Eduardo Duhalde, los Kirchner, Mauricio Macri, Alberto Fernández y ahora Javier Milei ajustaron para pagar a costa del pueblo y, en todos los casos, terminaron con un nivel de endeudamiento superior al que accedieron al poder. Un caso paradigmático fue el de Néstor y Cristina, que agitaron falsamente que “nos habíamos desendeudado”, cuando la realidad fue que asumieron en 2003 con 190 mil millones de dólares de deuda, pagaron a lo largo de sus doce años de gobierno más de 200 mil millones de dólares en efectivo y terminaron con una deuda de 240 mil millones.
Afiche de la Juventud de Izquierda Socialista (JIS) de la campaña contra la deuda
¿Y si no pagamos?
Hubo un solo momento histórico en que se frenó, aunque sea parcialmente, la deriva hacia la decadencia y el desastre: fue cuando la rebelión popular del 19 y 20 de diciembre de 2001 impuso el “no pago”. De ahí salió el dinero que financió el primer programa para los desocupados, el “plan jefas y jefes de hogar”. Años después, entre 2002 y 2005, cuando Argentina volvió a pagar, hubo plata con la que, no sin duras luchas, muchos sectores recuperaron parte de lo perdido en la década del ‘90.
En esos años en que no se pagó una parte sustancial de la deuda, nadie nos “embargó” ni mucho menos “invadió o bombardeó”, como agitan desde el establishment económico. Por el contrario, el país creció, tuvo superávit gemelos (comercial y fiscal a la vez), pudo aprovechar el boom de los precios de las commodities exportando bienes agrícolas y la economía creció ininterrumpidamente. Justamente, el límite de esas políticas fue cuando el gobierno kirchnerista retomó a pleno los pagos de deuda.
Una hipoteca histórica que nos condena
La deuda externa argentina es una estafa. Y las estafas no se pagan. El carácter ilegal, inmoral, ilegítimo y fraudulento de la deuda argentina fue llevado a tribunales por una investigación impecable de Alejandro Olmos (padre), que culminó con el fallo ejemplar del juez federal Jorge Ballestero en el año 2000. Lamentablemente, envió las conclusiones al Congreso Nacional, y desde entonces duermen en algún cajón.
No tenemos salida si seguimos rigiendo nuestra economía por el cronograma de pagos de la deuda externa. Esta es impagable, imposible de afrontar, y seguirá creciendo hasta el infinito. Hay que cortarlo de raíz: suspender inmediatamente todo pago en concepto de deuda externa, repudiarla y, de una vez por todas, que esos miles de millones de dólares que se destinan a este fin se usen para pagar salarios y jubilaciones justas, crear trabajo genuino, construir viviendas populares y financiar la salud y la educación públicas.